Cuando se abre la cueva del tiempo: Zambra

Eduardo Ternero - 11 de octubre de 2020

Los andalusíes, cuando Andalucía y algunas comarcas de Despeñaperros hacia arriba  respiraban árabe, llamaban  samras a las fiestas nocturnas, a los eventos de velada, a los acontecimientos festivos… y, fueron los moriscos, aquellos musulmanes conversos quienes  siguieron usando esa palabra para denominar a sus fiestas tras la apropiación de las tierras  de Al-Ándalus por las tropas cristianas. Fueron  sus bailes y sus cantes, en saraos y fiestas, donde  las Zambras  se  siguieron cantando y bailando; pero ahora, lo haciían  en la oscuridad de las cuevas del Albaicín, del Sacromonte  granadino por el pueblo que se ocultaba, que seguía haciendo lo que siempre había hecho y que el mundo cristiano le negaba. 

Antonio el “Cujón” 

Gitanos, negros, moriscos… esa amalgama de pobres y desahuciados del camino: arrieros, herradores, herreros, hojalateros, esquiladores… que transitaban por toda la geografía andaluza pusieron su acento en no olvidar aquellos romances, trovos, fandangos y zambras que tenían en su memoria.

Hay estudiosos que opinan que zambra era una música o canto acompañada de flautas y timbales formando una especie de bulla festera. Y que todo eso se guardó en el cofre del tiempo y no se exteriorizaría  hasta finales del XVIII, como casi todo lo conocido de la prehistoria flamenca, en las cuevas del Sacromonte granadino, ante el asentamiento en aquella zona por un gran número de familias gitanas.

Aún se conserva una música andalusí, una zambras  en el norte de África tal como eran las originarias, casi idénticas a las que se cantan en las cuevas que rodean a la Alhambra. Zambras que se llevaron a la otra orilla del Mediterráneo los moriscos, judíos y gitanos, desahuciados todos y expulsados por las leyes cristianas en connivencia entre  la Corte y la Inquisición. Pero, conociendo el carácter trashumante y nómada del pobre andaluz, sus cantos, sus cantes, se expandieron por todas la comarcas, desde Ayamonte a Cartagena, desde Tarifa a Badajoz… 

Cueva del Sacromonte 

Con el devenir de los tiempos, fueron los gitanos del Sacromonte quienes han sido los fieles guardianes de esas danzas, esos ritmos, esas letras que muchas veces podemos observar en los tarantos de Almería, que podemos comparar con la danza del vientre de zonas del Rif, acompañada de laudes, crótalos… y, sería el pueblo gitano, quien se la apropió y la engrandeció para la ceremonia de sus bodas y otros momentos de regocijo. Pero quiso  ocultarlo al mundo exterior por miedo, por ese miedo que, desde siglos atrás, había padecido,  perseguido por los defensores  de la cristiandad y ante el temor de ser maltratado, enviado a galeras, expulsado, ejecutado… a cualquiera que  siguiera practicando algún resquicio de la cultura ancestral andalusí. Se quiso borrar la memoria de ocho siglos  y casi se consigue. Pero ahí quedan reminiscencias de letras en romances, en bailes, en los sonios jondos que el pueblo cantaba y que quiso perpetuar. Nos queda la voz. 

Dicen los musicólogos que la zambra tiene sonidos de la antigua cachucha, del baile de la mosca y cantes de alboreá. Estos son  cantes que simbolizan cada uno de los momentos de la boda gitana y por tanto no es de extrañar que el pueblo gitano aglutinase en un cante todo el sabor alegre, ancestral, para cantarlo y expresarlo al exterior. Cuando se abrieron las cuevas del Sacromonte al  mundo, cuando se exterioriza  aquel arte ya no era un peligro sino un momento de diversión y donde el público disfrutaba de veladas de licores y cante (mediados del XX). Por último llegaría el apogeo de las zambras con la llegada del turismo internacional y los moradores de las cuevas, los gitanos del Sacromonte y Albaicín, vieron un nicho de riqueza en hacer de cada una de sus paupérrimas viviendas una sala de fiesta. Obviamente cayeron en lo tópico y lo típico; y esta singular forma de expresar el cante y el baile, se convirtió en el descubrimiento de lo exótico para los neófitos “guiris”. Pero, ¿Qué hacer, cuando el hambre aprieta? 

Caracol y Lola Flores 

Remontémonos a la historia,  a finales del XVIII. Por estas fechas se tienen noticias de un tal    Antonio Torcuato Martín el “Cujón”, oriundo de Itrabo (un pequeño pueblo granadino),  donde regentaba una herrería. En sus ratos libres ejercía de cantaor y guitarrista – como ven (foto), aún la guitarra tiene forma de pera –. El “Cujón”,  sería el primero en poner letra y música a la zambra que más se parece a las actuales. A este singular artista le seguiría la familia gitana de los Amayas, asentados en Granada y que, con toda seguridad, serían los continuadores de las zambras desde inicios del XIX y de quienes han ido bebiendo las generaciones posteriores. 

Es cierto que en ciertos lugares de Andalucía la zambra ha ido cogiendo sones de tango, en otros se romancea, incluso se les da aires de soleares. La proliferación y exteriorización de las zambras hizo que muchos interpretes –bailaores, músicos y cantaores – impusieran su impronta en la interpretación e hicieron de ella un cante muy personal.  Es el caso de bailaoras como Carmen Amaya,  La “Chunga”… cantaores como  Manolo Caracol o, últimamente,  Alba Heredia, han sido los más significativos, pero son  muchos   artistas del mundo flamenco  los que han personalizado un tipo de zambra, con mayor o menor acierto, con más o menos  aceptación del público.