Rocío Vega “La niña de la Alfalfa”

Eduardo Ternero - domingo, 29 de enero de 2023

Quién puede negar que Sevilla es la cuna cofradiera del orbe, que los pasos engalanados de los titulares de sus hermandades, su exorno desmedido, su musicalidad, su puesta en escena, deslumbraría a cualquiera. Quién negaría su majestuosidad, mientras surcan cielo y tierra cada primavera, oliendo a incienso y azahar, a flores y a cera, cruzando puentes  sobre el Guadalquivir o arrastrando esparto por callejuelas estrechas. Desde que tenemos reseñas históricas se le ha cantado a las imágenes, desde balcones y plazuelas, desde emblemáticas esquinas o tras las rejas. Fueron los franciscanos quienes primero dejaron sus salmos, sus cantos de penitencias, sus plegarías de forma espontánea para expiar los pecados terrenales, allá por los siglos XV al XVII. Empero, desde hace poco más de un siglo, muchos flamencos y flamencas han querido expresar sus sentimientos echando mano a lo que sabían mejor hacer: cantar por seguiriyas, martinetes, carceleras…, expresar una oración cantada, de forma espontánea, cuasi improvisada, salida del corazón y expresada con la garganta: la saeta.

La Niña de la Alfalfa

Pastora Pavón, Manuel Centeno, Manuel Torre, El Niño Gloria…, entre otros muchos, han sido los más grandes entre los intérpretes, artistas y aficionados, que, tanto en Sevilla, como en sus pueblos y en toda la región andaluza  han cantado a sus imágenes.

Y, para gloria de Sevilla, a inicios del XX, surgió una de las más grandes saeteras que ha dado historia, una saetera que sobresalió por encima de muchos y muchas. Se llamaba  Rocío Vega Farfán, nacida en Santiponce, en el año 1895 (aunque otros se inclinan a decir que fue en 1901), a las faldas de la que fue Itálica famosa. Dotada de una gran voz y una garganta prodigiosa, dicen que pudo llegar a ser una gran diva de ópera o zarzuela, pues dotes tenía para ello e incluso hizo grandes pinitos dentro de estos géneros.  Pero, dado que se crió en medio de tanta pobreza y necesidad, tuvo que renunciar a muchas cosas. Pronto, desde muy pequeña,  se fue a Sevilla a vivir, en calle Boteros, donde sus padres pusieron una especie de quesería y venta de leche, pasando su infancia entre las calles San Juan, Odreros... por las callejuelas de los alrededores de la Plaza de la Alfalfa, por lo que el periodista sanluqueño, Agustín López Macías “Galerín” – que llegando a sus oídos su fama y habiéndola escuchado –, quedó tan prendado de su bien hacer y, al no saber su nombre,  la bautizaría con el apelativo de “Niña de la Alfalfa”.

El periodista Galerín

Rocío empezó a mamar flamenco por herencia de su madre que era una gran aficionada y cantaba muy bien. La niña cantaba en reuniones, con amigas. Sin embargo,  la primera vez que cantó en público sería a los 16 años, por una promesa a la Virgen del Refugio de la Hermandad de San Bernardo. Así lo contaría ella a un periodista llamado Giovanni Canonico. Comentaba  que pasaban tanta hambre que la anemia le llevó a perder la vista durante una temporada. Sin embargo, tenía tanto fervor en la Virgen y como no podía verla, se puso a cantarle para que le devolviera la vista. Otros biógrafos apuntan que con  15 años padeció la pérdida de la voz casi total, tal vez producida por una enfermedad que le afectó  la laringe. Todos pensaban que no habría curación y sin embargo, la recuperaría de forma  inesperada, por lo que  muchas veces comentaría que fue un milagro de la Virgen de la Estrella a la que ella le tuvo siempre especial devoción.

Sea como fuere, una enfermedad de la vista o de la laringe, o  de ambas; que fuese la Virgen del Refugio o la Estrella…, lo cierto es que, aquella Semana Santa, acompañada de su  madre,  se instalaron en el umbral de su puerta y cuando pasaba la cofradía, la Niña  se puso a cantar. Dicen que se hizo un silencio sepulcral, que la gente estaba emocionada escuchando aquella voz,  el eco que manaba de aquella niña…; formaría tal revuelo que  cuando culminó la saeta: “Madre mía del Refugio, tú has sido mi intercesora, me has devuelto la salud, hermosísima señora que a mis ojos diste luz”, la gente estaba tan entusiasmada que la aclamaban entre palmas y vítores. Desde entonces se convirtió en la gran saetera de Sevilla y así lo atestiguaría la prensa de la época: “cantó de tal manera que el paso lo volvieron los santeros y el paso de la Virgen se paró ante la casa de aquella niña.” Correspondencia de España, el Correo de Andalucía, ABC, Correo Extremeño…

La Niña de Marchena 

Tanto gustó la forma de cantar y expresar la saeta que el Círculo de Labradores la invitó a que le cantara en su sede al Gran Poder, cosa que tuvo que hacer desde el último balcón ya que estaba prohibido a las mujeres entrar. Armó tal revuelo ante los que veían pasar la cofradía, que la gente rompía los cristales de los escaparates de la calle Sierpes ante la emoción que sufrían. Otros biógrafos apuntan que fue el Jueves Santo ante la Virgen de la Victoria de la hermandad de las Cigarreras. Sea como fuera, sí estaba presente, en aquella ocasión, el rey Alfonso XIII, que presidía el paso y que  solicitaría que le presentaran a la intérprete. Ante aquel hecho, a la Niña de la Alfalfa se le concedió, por parte del Círculo de Labradores, una beca para estudiar canto en Madrid y el Rey firmó un documento simbólico en el que quedaba proclamada como “Reina de la Saeta”. 

Dotada de una gran voz, cuajada de melismas, y conocedora de los más profundos cantes, producía en la gente un entusiasmo desmedido al paso de cualquier cofradía que Rocío Vega, “la Niña de la Alfalfa”, le cantara. Sería tanta la  fama que aglutinó en tan poco tiempo que la llegada de nuevo del Rey a Sevilla para visitar la feria de Sevilla, fue invitada para cantarle en su recepción,  junto a otros. Al igual que lo hizo Pepe Marchena en 1925 cuando la inauguración del Hotel Alfonso XIII y ante los infantes Carlos y Luisa, ella lo hizo en el Círculo de Labradores. La Niña cantaría tangos, peteneras, guajiras, malagueñas y tientos acompañada por el guitarrista Antonio Moreno. y como no, alguna que otra saeta que deleitaron a los asistentes, sobre todo a la reina Victoria Eugenia que quedó prendada de la forma de expresar y cantar las saetas. En una charla con la soberana, Rocío, le comunicó a  la reina consorte que muchas de sus saetas se inspiraban en el pregón de la sentencia de Santiponce, su pueblo natal, que por eso tenía reminiscencias de seguiriyas, carceleras y salmos.

La reina Victoria Eugenia

Pero no solo cantó saetas la Niña de la Alfalfa, también destacaría interpretando muchos de los palos y estilos  flamencos, actuando y subiendo a los escenarios de toda España y compitiendo con los más afamados intérpretes de aquellos momentos. Por ello, Pepe Marchena, la contrataría para que formara parte de su espectáculo “Pasan las coplas” en 1947. 

Pero ella siempre reconoció ante su público y la prensa que se encontraba más a gusto cantando saetas, al paso de las procesiones de la Semana Santa sevillana y de otras ciudades andaluzas. En la mayoría de las ocasiones, sobre todo en los años 30 y 40, alternaría con Manuel Centeno, la Finita, la Niña de Marchena, el Niño de Mairena, el Gloria..., actuando en espectáculos con grandes artistas pero sobre todo sin olvidar sus “Saetas”, que grabaría y cuyo legado ha creado escuela saetera en los que le sucedieron. Antes de su muerte, el Ayuntamiento de Sevilla le tributó un homenaje, consistente en la colocación de una placa en la casa donde vivió. Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, le escribieron los siguientes versos en su abanico: “Es tu saeta canción, la que hasta el cielo se levanta, / grito de tu corazón, / que al pasar por tu garganta / se convierte en oración”.

Rocío Vega Farfán, “La Niña de la Alfalfa”, murió en Sevilla, de una larga y dolosa enfermedad en julio de 1975.

LA NIÑA DE LA ALFALFA, POR SAETAS