Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 4 de Agosto de 2024
Ya habían pasado casi dos años desde que se instauró la República en España y los conflictos no paraban de alterar los ánimos de la mayoría de los españoles. A mediados de enero, en Casas Viejas, una aldea de Cádiz, el levantamiento obrero comandado por el sindicato anarquista (CNT), tuvo un enfrentamiento con la Guardia Civil y como resultado murieron 28 campesinos, tres guardias civiles y hubo un ingente número de heridos. A partir de aquella matanza, se convocarían huelgas en casi todas las ciudades, los altercados en la calle eran continuos y en las Cortes, tanto la izquierda como la derecha, mantenían acorralado y pedían la dimisión de presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña.
El cardenal Pedro Segura
Otro problema añadido fue la Iglesia. España, en su Constitución republicana, aspiraba al laicismo; pero, eran muchos los poderes de la oligarquía eclesiástica y muchos los afiliados a una España monárquica y católica. Desde el comienzo de la instauración de la II República, los contactos y reuniones para llegar a un acuerdo con el Vaticano podrían tener visos de concordia; sin embargo, muchos líderes eclesiásticos y, sobre todo, el cardenal Segura “el Richelieu de la Mancha”, no dejaron de lanzar proclamas y provocaciones hacia la República, sin tener en cuenta los posibles acuerdos que se establecieran con el Vaticano. Aquello provocó la quema de conventos y edificios religiosos en varias ciudades lo que hizo que muchos de los católicos españoles renegaran del nuevo Régimen. Todo ello, unido a las primeras disposiciones republicanas: secularización de los cementerios, puesta en marcha de divorcios, matrimonios civiles y sobre todo eliminación de elementos religiosos en lugares públicos o el problema para autorizar desfiles procesionales, pondría en marcha una argumentación y movilización de los partidos de derecha.
Pero no solo entre Iglesia y República, entre cardenales y políticos de izquierdas había discordancias y trifulcas. Los problemas por la tardanza de la Reforma Agraria, la implantación de la jornada de 8 horas, la subida de sueldos, la bajada de impuestos…, alteraba los ánimos de los obreros y campesinos. Estaban los ánimos estaban tan caldeados que, la Voz de Madrid, informaba en una crónica de unos sucesos acaecidos el 2 de enero de 1933: “En el Cinema Europa madrileño se produjo un altercado entre el público, tras una disputa por disparidad de opiniones con respecto a quien era el que había cantado mejor: La Niña de la Puebla, Paco Mazaco o Guerrita. Tras gritos, puñetazos y palos, afloraron algunas armas. El pánico cundió entre los espectadores ajenos a aquella trifulca, que unos pudieron correr despavoridos hacia la calle y otros tuvieron que ser asistidos en la Casa de Socorro por las heridas sufridas, desmayos, ataques de nervios…”; el temperamento de los españoles estaba en aquellos momentos tan alterado, que, cualquier conflicto se convertía en tragedia.
El pakistaní Aziz Balouch
Mientras en las calles, la inseguridad, los altercados, las reyertas, huelgas y disparos se sucedían, El “Niño de Marchena”, junto a Ramón Montoya, Angelillo y Sabicas, estaban actuando en Madrid, 18 y 19 de febrero en el Circo Price y días más tarde en el Teatro Monumental. Creemos que, ante aquella situación tan inhóspita que se vivía en la capital, los cuatro artistas decidieron alejarse e iniciaron una gira, durante la primavera, por el sur, por el Campo de Gibraltar andaluz. A ellos se uniría el cantaor y humorista algecireño Florencio Ruíz “Flores el gaditano”, actuado en muchas localidades. Uno de aquellos días (a inicios de mayo), se presentó la Compañía en el Teatro Parque de la Línea de la Concepción. Entre el público, que asistía al espectáculo, había un pakistaní, Aziz Balouch, atraído por la música flamenca, sus monumentos (Alhambra de Granada, Mezquita de Córdoba, Giralda…) y toda la herencia musulmana, de la que le habían hablado sus familiares desde pequeño. Todo ello le haría estudiar nuestras costumbres, aficionarse al flamenco a través de los discos de Chacón y “Niño de Marchena”. Aziz, era un intelectual, leyó a nuestros grandes poetas del Siglo de Oro, sobre todo la mística española y encontraría cierta semejanza, no solo entre nuestro flamenco y la música pakistaní sino entre el pensamiento cristiano y el sufí; lo que le hizo querer conocer España, sintiéndose atraído por Andalucía, sus costumbres, su arte, su gente… Con todo aquel bagaje, acudiría Aziz a la actuación del “Niño de Marchena”· que aquella noche cantó su colombiana, fandangos, guajiras, “La rosa” y parte de su repertorio.
Aziz Balouch, que años más tarde (1955) escribiría un libro titulado “Cante jondo, su origen y evolución”, diría en sus páginas: “Cuando escuché aquella noche a Pepe Marchena cantar en un teatro de la Línea de la Concepción, me produjo una gran impresión, de tal emotividad, que quedé encantado por sus cantes”. A raíz de aquello, unos amigos de Aziz lo llevaron para que conociera al “maestro” y le dijeron que había un pakistaní que cantaba muy bien flamenco, algo que Pepe tomaría en broma. Pero, tras escucharle, quedaría tan sorprendido (¡Cómo cantaría aquel extranjero la milonga de “La Rosa”!), que, Marchena, le ofreció cantar con él – al día siguiente –, en el Teatro Cómico de La Línea y lo haría muy bien, acompañado el mismo por un harmonium pakistaní. Balouch canto varios fandangos, colombianas, malagueñas y por supuesto “La Rosa” y el público le hizo salir varias veces al escenario. Marchena aprovechó para improvisar una charla al respetable sobre lo que gustaba el flamenco fuera de nuestras fronteras y lo universal que era nuestro arte.
Libro de Hermenegildo Montes
A partir de entonces, surgió una gran amistad entre Pepe y Aziz, y aunque en principio este no quiso ir en su Compañía, sí lo haría al año siguiente (1934) cosechando éxitos en casi todos los escenarios de España, siendo memorables sus actuaciones en el Circo Price de Madrid. Pepe, le apodaría “Marchenita” y comentaría en más de una ocasión que se sentía orgulloso de aquel, al que consideraba como su discípulo; entendía que era un caso único en aquellos tiempos.
Siendo como era, un intelectual, un escritor, Aziz, trabajó durante unos años en la embajada de Pakistán en España y participaría en 1963 en el I Festival Mundial de poesía Árabe celebrado en Córdoba. En la presentación de su libro, Pepe Marchena (en su aprecio) y del que deben recordar su analfabetismo – pero de una listeza portentosa –, le comparó con aquel músico sublime, uno de los padres de la música mundial de todos los tiempos, Zyriab, aquel que vino de oriente para dejar sus saberes musicales en el “Al-Ándalus” del siglo IX y que nos ha conducido con su herencia melódica hasta hoy.
Pepe, se enorgullecía de haber podido enseñar a un músico como Aziz, que se desenvolvía como una autoridad entre dos culturas musicales, un estudioso de los recovecos y los intríngulis más delicados acerca del origen y la esencia del cante jondo. Pero, Aziz, también era un ser maniático, supersticioso, de una vasta cultura; de esos tipos curiosos, extraños, con quienes el marchenero gustaba rodearse. Aziz, que siempre fue muy metódico, no bebía, hacía ejercicios de respiración, cuidaba la voz, se preparaba los cantes con sumo cuidado, siguió cantando y grabó un disco de flamenco. Empero, en sus declaraciones y escritos, siempre recordaría a su “maestro” con un cariño desmesurado y se consideraría durante toda su vida tan español como pakistaní.
Pepe, sonriente, años 30
Sigamos con la ruta del “Niño de Marchena” durante aquel verano de 1933, en el que Vedrines había montado una nueva Compañía, que lucía en los carteles como “La esencia pura de la Ópera Flamenca” y se presentaron en Sevilla, Huelva, Marchena (Teatro Campomanes o Campoamor, no lo tenemos claro), en Granada, Córdoba y Málaga y un largo etcétera. Contaban las crónicas de la época que entre el grupo de artistas que actuaba se encontraba la bailaora-bailarina Carmen Vargas, con la que, supuestamente, Pepe, tuvo un romance, tras romper con Pepita Lláser. Además, aquella Compañía llevaba un elenco de artistas por todo lo alto: las guitarras de Ramón Montoya, Manolo de Badajoz, Esteban de Sanlúcar, Luis el Pavo. Como cantaores: Paco Mazaco, Angelillo, Pena hijo, Eusebio de Madrid, El Niño de la Puerta del Ángel… y al baile, amén de varios muy reconocidos, llevaba a los Chavalillos Sevillanos, ni más ni menos que los dos niños prodigios del momento, Antonio el Bailarín y Rosario.
Este 1933 dio mucho de sí, para el genio de Marchena, pues, aunque seguía presentando su recientemente creada colombiana, sacaría al mercado “Oración de los pastores de Marchena”, un villancico que se haría muy popular. Pepe, en su presentación, diría que, aquellos villancicos, eran un rescate de los que se cantaban en Marchena desde el siglo XVI y que él había recreado; aunque, la música la firmara Montoya y la letra era del poeta H. Montes ¡Cosas de Pepe! Hermenegildo Montes fue un escritor jiennense de Campillos de Arenas, un poeta que compuso muchas canciones famosas para figuras del couplé y para cantaores flamencos como Mairena, Vallejo, Valderrama, Canalejas…, incluso las han cantado Morente, Camarón… Pero, sobre todo, haría letras para el “Niño de Marchena”, por el que sentía verdadera pasión hasta el punto de escribir un libro sobre él. En ese libro aparecen muchas de sus letras y sobre todo esos fandangos que Marchena llama de “Fandangos de Osuna”, de la Roda…