Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 2 de febrero de 2025
No caben dudas que, para saber ciertas cosas del pasado, no hay nada más fiable que hablar y compartir un café con amigos de cierta edad, que tengan la suficiente experiencia de haber vivido situaciones y lugares de esa etapa que queremos conocer. Por ello, nos planteamos que la mejor manera de poder relatar y plasmar las estancias de Pepe Marchena, cada vez que venía a su pueblo, era escuchando a nuestros entrañables mayores, quienes, con sus propias palabras, nos traerían recuerdos y vivencias de nuestro protagonista. Pero, como sus coetáneos, ya no están, recurrimos a amigos como Miguel Ponce, Salvador Zapico, Pepe Sevillano y Paco Romero que vivieron los años 40 y 50, y que nos pueden acercar en cierta manera a las cosas que ocupaban la vida de nuestra villa; a los pasajes, hechos vividos y conocidos de aquel genio de Marchena, cada vez que se acercaba,, temporalmente, a este rincón de la Campiña Sevillana.
Marchena, casa palaciega
Esta fue una etapa difícil de la historia de España, los años de la Postguerra, y aunque lo que nos interesa es conocer al personaje en el aspecto antropológico, no tenemos más remedio que cumplimentarlo con bosquejos de acontecimientos históricos. A su vez, seguiremos dando datos del mundo artístico que lo encumbró y en el que, el Niño de Marchena o Pepe Marchena, como queramos denominarlo, logró llegar a ser un genio, un divo…, el personaje más famoso de nuestro pueblo a lo largo de su historia. Igualmente, debemos agradecer los datos que podrán conocer a través de mi entrañable paisano y amigo Antonio Camero, quien, camino de los 94, nos aporta una visión muy clara en la vida cotidiana de aquellas dos décadas. Antonio, a su edad, mantiene una lucidez mental envidiable, recordando fechas, lugares, nombres..., a la par que sitúa cada pasaje en el contexto de la época, razonando y conformando la complejidad de aquella lastimosa etapa que le tocó vivir.
Habría que conocer la idiosincrasia del pueblo de Marchena, el cual ha mantenido un fuerte clasismo histórico, con un proceder distinto a los pueblos de la Campiña Sevillana que le rodean, léase Fuentes de Andalucía, Puebla de Cazalla, Paradas, Arahal... Aquel liderazgo ejercido por los Duques de Arcos, aquella religiosidad impuesta desde tiempos pretéritos por sus “gobernantes”, con el apoyo eclesiástico marcaría nuestro sino. Todo, unido a los diferentes status establecidos desde antaño: “señoritos terratenientes”, el “mayeterío”, los gremios artesanales y la clase más pobre, integrada por obreros, criados… – que estuvieron subyugadas al capricho de las clases altas, ante la necesidad de poder subsistir –, fueron cimentando y conformando la vida cultural, religiosa, económica e incluso política del pueblo de Marchena.
Cuando nos ponemos a considerar el momento histórico, la etapa tan caótica, que durante su niñez le tocó vivir a José Tejada, podremos entender la complejidad de nuestro personaje. Bastarían unas pinceladas para ver el panorama que presentaban los pueblos de Andalucía en las primeras décadas del XX, donde la escasez de recursos por falta de trabajo, la pobreza, el hambre, las enfermedades, junto a la necesidad de hacer la milicia en los frentes africanos, maltrataron a la población, condenándola, diezmándola. Recordarán que Pepe, como la mayoría de los niños y niñas pobres de su generación, al igual que las dos siguientes tendrían que afrontar trabajos impropios de su edad, para, simplemente, poder comer.
Antonio Camero, en su juventud
Sin embargo, Pepe, a través de lo más valioso que tenía, su cabeza y su garganta, supo dar un vuelco a su vida y puso el listón en el infinito hasta conseguir llegar a ser la máxima figura en su género artístico. Ahora, a estas alturas del siglo XX, cuando estamos a finales de los 40, el genio marchenero, tras casi 30 años de profesión, busca un poco de calma. Muchos amigos, sus coetáneos artistas, también están echando anclas. Su paisano, Pepe Palanca, por ejemplo, tras regentar un bar en el centro de Marchena, montaría otro negocio, una especie de restaurante en la carretera de Sevilla-Málaga en la zona entre Monte Palacio y el término de “Los Abrigosos”. Aunque eso no restaba el que pudiese alistarse, temporalmente, a Compañías itinerantes para continuar con sus galas, viajando y cantando por todos los rincones de nuestro país, Portugal, el norte de África…, pero, la vida de la mayoría de los artistas siempre ha estado condicionada por el despilfarro, los vicios… por todo lo que la noche ofrecía.
Me cuenta Camero que, Palanca, llegaba algunas noches al Casino de Marchena vanagloriándose de las ganancias de una gira (enseñando un fajo de billetes, 20 o 30 mil duros de la época) y, en una sola velada, podía acabar con los bolsillos vacíos. Igual le ocurría a Pepe Marchena, cuya presencia en el Casino o en cualquiera de los bares del centro, donde se jugaba, era como un acontecimiento. Generalmente, se jugaba al “Bacarral”, “Giley”, “Julepe”, “Monte”, “Burlote”… auspiciado por los entonces crupieres, Antonio Ojeda o Pedro Martínez, los cuales se frotaban las manos cuando en el casino aparecía Pepe, pues en él no había medias tintas; Así lo cuenta Camero: “era llegar y soltar: ‘¡copo!’, es decir me juego a todo o nada, lo que haya en la mesa”.
Pepe Bayón, barbero y músico
Durante aquellos años, aquel clasismo existente se reflejaba en el comportamiento de la población, como por ejemplo en los domicilios. Como en muchos, el centro era el lugar preferido para vivir los grandes potentados. En Marchena, desde antaño, las familias con más poder adquisitivo construyeron grandes y ostentosas casas, en los alrededores del Palacio de los Duques de Arcos, ocupando grandes manzanas, enclavadas en el barrio de San Juan (Plaza Ducal, Siete Revueltas, Padre Marchena, San Francisco, Carreras…). Mientras, los ‘mayetes’ (denominación que en Marchena hace alusión a los medianos campesinos que recogían la cosecha en mayo), tenían sus domicilios en los barrios de San Miguel y San Sebastián donde le era más fácil acceder con los carros y las caballerías a grandes caserones, sin necesidad de atravesar las murallas que rodeaban la antigua Medina árabe, situada en la mota de Santa María. La gente más pobre solía compartir casa con numerosos vecinos, en algunas llegaron a vivir hasta 15 familias en salas y alcobas, repartidas en viejas y casi derruidas casas, en instituciones ruinosas como San Jerónimo o en casuchas y chozas situadas en los arrabales.
Al igual ocurría con los numerosos bares, tabernas, tascas y garitos repartidos por el Centro del pueblo, en el que había numerosos establecimientos, bien delimitados para cada tipo de población. En algunos solo entraba el mediano agricultor, en otros solo los campesinos; los había casi exclusivos para obreros cualificados o gremiales… y estaba el Casino, reservado para la gente de mayor poder adquisitivo. Algunos bares como “Cerrillo”, Antonio “Picardía” o el de su hermano Enrique solo servían aguardiente y vino, después estaban el de “Moraza,” “El Barril”, “Pepe Cervezas”, “El Sindicato”, “Casa Cañete”, “El Central”… donde la carta era algo más extensa. Recordemos que Marchena era el ‘Pueblo del Aguardiente’, pues, en estas fechas estaban declaradas 14 destilerías de anís; pues, en el pueblo se bebía aguardiente desde madrugada, durante las mañanas y acompañando a todas las comidas.
También solían estar muy concurridas las barberías de entonces, donde los campesinos asistían a arreglarse tras las estancias en las gañanías o venían a la ‘vestía’ después de las eventuales labores de temporada como la siega, la recogida de la aceituna… Barberías como las de los Bayón, que heredaron sus hijos Pepe (que enseñaría a tocar la guitarra, el laúd y la bandurria a muchos jóvenes de entonces) y Enrique; estaban también la de Frasquito Puerto, Maneque…, que además de apañar y acicalar al personal, servían para mantener vivo el aprendizaje de la guitarra flamenca, grupos de rondalla, cante… Precisamente en la barbería del Padre de los Bayón se iniciaría Melchor Jiménez siendo un niño, tocando el laúd y perteneciendo a la rondalla del maestro D. Santos; después se transformaría en Melchor de Marchena, en el genio de la guitarra que fue.
Pepe, con unos amigos en Málaga
A finales de los 40, Pepe, vuelve con más asiduidad el pueblo que le vio nacer. Parece ser que ya tiene otros perfiles, vislumbra otros horizontes; su vida hasta ahora había transcurrido por medio mundo, conoce muchos de los escenarios de toda España, ha recorrido Portugal, Marruecos, parte de Francia, de América… y vuelve a Marchena con un halo de triunfador, es un artista famoso, conocido en todo el mundo, alabado por la prensa, admirado por actores, cantante, políticos, toreros… La gente, el pueblo quiere verlo en persona, saludarlo, tocarlo… y él, narcisista, con un egocentrismo demostrado y merecido, ganado a pulso a lo largo de toda su vida, se deja querer, atiende a sus incondicionales admiradores, se vanagloria con sus loas… Sin embargo, él se debe a otros públicos también, no se puede limitar a su tierra cuando baja por Andalucía; mantiene demasiados frentes abiertos, amigos que le llaman de Málaga, de Jaén, de Córdoba..., en cualquier lugar hay un grupo de aficionados, Ayuntamientos, empresarios de eventos, que le reclaman. Era raro no situarle un día en el restaurante los “Tres Gatos” del Arahal, o en el Central de Puebla de Cazalla, a la par que viajaba por toda España.
Empero, a pesar de estar continuamente en eventos, saraos; encontrarse con amigos en hoteles, restaurantes, bares…, hay que decir que, José Tejada, no solía beber alcohol, solo probaba un pequeño sorbo de un buen vino. Tampoco solía comer mucho; como dijimos era muy sibarita y cuenta Camero que llegaba al Casino de Marchena, solicitaba al hostelero que lo regentaba, Lora “El Rey”, para que le preparase un esmerado guiso o que pusiese unas botellas del mejor vino a enfriar. Después, solo lo probaba, lo pagaba y, aquellos que siempre estaban pululando a su alrededor, era quienes buena cuenta de todo.
En todo, el “maestro” de Marchena, fue siempre muy generoso y desprendido. Me contaba Roberto Narváez, quien fuera director de la Escuela de Saetas de la Humildad, que muchas de las veces que Pepe volvía por Marchena, solía pedir, a la pescadería que regentara su padre en la Plaza de Abastos, que le llevasen la mayor merluza. Roberto, siendo un niño, solía llevársela a su domicilio de Marchena; entonces Pepe e Isabelita tenían casa en la que hoy es la Plaza del Pololo. Según me relata Roberto, si la merluza costaba 10 pesetas Pepe, le daba un billete de 100 y le decía: “El resto para ti”.