Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 24 de noviembre de 2024
La década de los 40 en España fue una etapa decadente, con incongruencias como la enorme masa de paro obrero existente y donde los niños (incluso menores de 10 años) no tuvieron más remedio que salir a trabajar (guardar ganado, como niñeras, aprendices de talleres…) para poder recibir a cambio algo de alimento. Comida que se basaba en trozos de pan duro la mayoría de las veces, tocino añejo, gachas..., pero, otros alimentos básicos como la carne, el pescado, la leche, huevos, etc. eran prohibitivos para los pobres de entonces; no cabe duda que fue el principal motivo por el que la población española como la de otros países europeos –tras la contienda de la II Guerra Mundial y sus años posteriores –, tuviese tanta deficiencia vitamínica, sufriese tantas enfermedades e incluso bajara la talla de sus ciudadanos.
Paquito Simón, guitarrista
Todo parecía indicar que 1944 no iba a ser tan doloso como los años pasados, de 1939 hasta 1943. Sin embargo, no se vislumbraban nuevas perspectivas que pudieran cambiar la ineficacia de aquella autarquía que nos había impuesto el Régimen Franquista. En los pueblos, las desigualdades sociales eran tan enormes, que los más pobres, si no querían fallecer por inanición, no tenían más remedio que buscarse la vida mediante un estraperlo de minucias, el furtivismo, el rebusco. Otros recurrían a lo que daban el campo (alcaparras, caracoles, espárragos, tagarninas…), que se encontraba prácticamente esquilmado y a veces se sostenían con un pequeño huerto o criando un cerdo, recogiendo restos orgánicos por el vecindario. También hubo un enorme aumento en la mortalidad infantil y se bajó en demasía la media de vida, debido a las enfermedades (tifus, tuberculosis, polio…) y falta de vitaminas.
El sistema de control impuesto por los militares y adyacentes creó un sistema, una red de vigilancia y un control perenne sobre la población; ya no era solo la censura, sino todos los aspectos de la libertad ciudadana estaban maniatados, usurpados. Las libertades sobre sexualidad, creencia religiosa, cariz político, educación, etc. estaban controladas y supervisadas por el Régimen. Aquellos que habían luchado en el bando de los vencedores recibirían prebendas y reconocimiento; caso del funcionariado público estatal (policía, guardas rurales, forestales, de la administración…), así como todos los puestos de funcionarios de las instituciones locales.
A una gran mayoría de artistas, de los cuales no se tenía clara su pertenencia a un bando u otro, le sería vetada su carrera. Muchos prefirieron el exilio como Angelillo, Miguel de Molina…, otros se vieron abocados al olvido o serían retirados, obligados a dejar su carrera como artista. Los hubo que hicieron de tripas corazón y continuaron cantando, ganándose poco a poco el favor de la gente (Valderrama, Concha Piquer, El Sevillano y muchos más), Pepe Marchena, que no tuvo afiliación alguna, sería amenazado por ambos bandos, estando oculto durante la contienda y sufriendo, durante los inicios de los cuarenta, el revés del público. Pero, el marchenero, aún tenía muchas cosas que decir, muchas cosas que cantar e innovar para quedarse estancado; aquello – ser artista, estar en el candelero – era su vida y buscaría los resquicios y medios necesarios para volver a estar en lo más alto.
Miguel de Molina, cantante
José Cepero que, durante la República y principios de la Guerra, había escrito letras contra Franco, Queipo de Llano…, lo tendría muy mal para que lo contrataran. Aunque, Cepero, no era político, pero, por aquellas letras, estuvo relegado al ostracismo y ninguneado durante mucho tiempo; la censura y los dirigentes políticos le prohibirían la entrada para trabajar en los cafés, en las fiestas..., como el Villa Rosa madrileño y otros muchos. Aún así tuvo mucha suerte de no ser encerrado o “eliminado” por el Régimen, gracias a la intervención del duque de Almazán, que le apoyó. Con el tiempo, se fue suavizando la cuestión y sería admitido de nuevo. Otro cantaor-cantante, Angelillo, que en tiempos de República y Guerra alcanzaría en España un gran éxito, se exiliaría a Argentina y actuaría por toda Sudamérica, durante dos décadas, volviendo a España al final de los años 50, donde aún le estaban esperando como prófugo para que hiciera los tres años de mili correspondientes o engrosar los batallones de castigo. Tuvo mucha suerte y se libraría de todo. Muchos altos mandos estimaban que debió ser condenado por sus cantes a favor de la República.
Mientras tanto, a las ciudades había vuelto de nuevo el “cuarto de los señoritos”, aquello que se llamó equivocadamente el cuarto de los cabales, una especie de demérito del flamenco, que servía como escusa para el derroche de licores, viandas y otras banalidades. También se daba una prostitución subyugada al hambre y a la necesidad, en la que, pobres muchachas atendían a los potentados, a los nuevos ricos del Régimen, a militares…, en los reservados. Aquellos cuartos eran un lugar de mancebía donde, aquellas ‘jovencitas de los cascabeles en sus muñecas’, solían dar placer a impúdicos “señores” de confesión diaria. El “alegre cascabeleo” significaba que estaba ocupado el cuarto. Como vemos el cinismo, la hipocresía, estaban aliados con el poder que jugaba con la miseria y por ende con la falta de libertades y el honor de los más necesitados.
Fco. Jurado "Niño de la Magdalena"
Pisamos los primeros meses de 1944, nuestro protagonista ya se anuncia en los carteles con el nombre de Pepe Marchena. En febrero actuaría en Córdoba, Algeciras, Jaén, Andujar… En Sevilla vuelve a reponer tres de sus obras cantadas que más éxito le habían proporcionado: “El alma de la copla”, “Cancionera” y “La copla andaluza”; y, aunque los gustos del público ya han cambiado, aún sigue teniendo el favor de sus aficionados que van a escuchar su cante, a ver su refinado vestuario, su comportamiento, su carismática puesta en escena. En julio, estrenaría en Madrid, en el Teatro Fontalba, una nueva obra con la que tendría un éxito rotundo: “La encontré en la serranía” una especie de comedia-drama en la que Pepe hace el papel del bandolero José María “El Tempranillo”. Esta obra escrita por Torres del Álamo y Enrique Rambla, y le pondría música el maestro Ernesto Rosillo. En la obra intervenían, junto al marchenero, como cantaores: La Niña de Castro, Manolo “el Malagueño”, Pepe Azuaga, Victoriano Gamoneda “Cogetrenes”, El Niño de la Magdalena…; como guitarrista iba Paquito Simón y algunos actores como Mari Begoña y Manolita Morán. El diario “Dígame” no paró, en aquellos días de representación, de alabar al cantaor marchenero, elogiando el extraordinario papel que hacía en la obra y a la par el derroche de cantes: tangos, martinetes, rondeñas, cantiñas serranas, polos y un largo etcétera que Pepe hiciera durante la representación.
No queremos dejar pasar la ocasión y recurrir a unas notas del flamencólogo y escritor Eugenio Cobo en las que recuerda en boca de Paco Palacios “El Pali”: “Conocí e hice amistad con Pepe Marchena cuando estaba representando en el Teatro Cervantes “La encontré en la Serranía”, y él salía cantando y repartiendo vinos con una cañera a los espectadores”. Y otra crónica del periodista Julio de la Hera, del periódico “Dígame”, que no repara en elogios hacia el “maestro”; Julio no escatima palabras en su artículo para realzar la figura de Pepe Marchena y el papelón que hace en la obra: “A la magia de su voz, siempre nueva y maravillosa, ha unificado la soltura, la gracia y la naturalidad de un magnífico actor…” Y prosigue: “… encarna de tan original manera su personaje que El Tempranillo es la creación más perfecta del personaje creada por el mejor y consagrado artista que pudiera existir”.
Julián Sánchez "El pastor poeta"
Parece que, Pepe, va levantando el vuelo a finales de 1944, parece que los triunfos le vuelven a sonreír. De todas maneras, en los tiempos que corren, con la represión, la censura, la miseria, la falta de medios…, sería muy difícil volver a tener la frescura y el favor tan enorme de los públicos como tuvo al final de la década de los 20 y los primeros años de la de los 30. Aun así, en Madrid, pudo estar hasta final de año, representando “La encontré en la Serranía”, pasando del teatro Fontalba a otros teatros madrileños, auspiciado por el éxito y el tirón que estaba teniendo aquella obra cuyo personaje embrujaba a los públicos. Pepe, seguía embaucando a sus seguidores, le querían, le seguían. Como dijera entonces Carmen Amaya: El “Niño de Marchena” es el faraón del cante que merecía ser gitano”. No solo del cante, también como actor, para muchos fue un excelente intérprete, basta recordar que en la obra “Consuelo la Trianera” del poeta pastor Julián Sánchez-Prieto en la que intervino, tuvo sus problemas con la que fuera mujer de actor José Bódalo, la actriz Eugenia Zúffoli, pues, esta, quería cobrar más que ninguno de los artistas y ser ella la cabecera del cartel; sin embargo, tuvo que desistir y abandonar el proyecto, pues, Pepe Marchena, tenía más caché que casi todos los actores del momento.
Julián Sánchez-Prieto “El pastor-poeta” y Pepe Marchena, entablaron una gran amistad, el propio Julián, ante la prensa (Heraldo de Madrid), confesaría que el texto de algunos de sus dramas y comedias los escribió pensando en Pepe; Julián añadía en aquel artículo: “El niño de Marchena me dijo una vez: El día que me haga usted una comedia en la que el cante venga espontáneo y justo, que no sea como se ha hecho hasta aquí, yo me presentaré en público con ella”. Porque, entonces, estaban en boga las comedias costumbristas con un recargado ambiente andaluz, llenas de tópicos y de malas interpretaciones, qué flaco favor le hicieron a la cultura andaluza. Julián, no solo le haría aquella obra, sino que uno de los grandes éxitos de Marchena, “Romance a Córdoba”, también es obra de aquel gran literato y periodista que fue “El Poeta Pastor”.