Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 10 de Marzo de 2024
Dejamos en el artículo anterior, al Niño de Marchena, recorriendo nuestra geografía andaluza. Aquel mismo año, le llegaría la oportunidad de salir de la región y fue contratado en Badajoz. Pepe sigue creciendo, en lo personal y en lo artístico. Está a punto de cumplir los 17 años, estamos en 1920 y a partir de entonces, se inicia una década decisiva para nuestro joven paisano que, independientemente de la madurez que desarrollaría como cantaor, sacaría a relucir su inquieta y peculiar personalidad; pero, además, en su etapa en la ciudad pacense, demostraría y se consolidaría como uno de los mejores artistas de la época.
Teresita España
La prensa extremeña se hace eco de sus excentricidades, de su personalidad acaparadora…, él, tiene muy claro que no quiere ser mediocre, quiere destacar en todo lo que haga, así se lo ha propuesto y no cejará hasta conseguirlo.
En Badajoz, conocerá a la artista de varietés Teresita España, una bailaora sevillana, que tocaba la guitarra, cantaba…, todo con una gran maestría. Teresita había sido alumna de la Macarrona y se haría muy amiga de Pepe, pues, como ambos actuaban en el Café de la Lipa, con toda seguridad, Teresita le enseñaría muchos de los secretos de la farándula. Aunque, el artista marchenero, necesitaba poco empuje, Pepe, se sentía y se movía ante el público como pez en el agua y en su vida diaria era un derroche de energía, ya despuntaban trazos de una personalidad arrolladora, que sería una de las señas de identidad a lo largo de su vida.
En una de sus crónicas, el periodista radiofónico Rafael Santisteban, contaba como aquel joven Niño de Marchena, se paseaba por el Centro de Badajoz, por las calles del casco antiguo como San Juan, Arias Montano, Catedral…, donde solía haber más gente, ataviado con una especie de chal, imitación a piel de tigre, echado por los hombros como si fuese un capote, lo que llamaba la atención de los paseantes que se preguntaban quién era aquel tipo tan estrafalario. Pepe no quería pasar desapercibido, a todas horas hacía propaganda de su persona; descubrió que, el márquetin, es fundamental para alcanzar la fama.
Aquel ingenio que desarrollaba, su manera tan sutil y a la vez abrumadora de ganarse a los públicos le encumbró a lo más alto de los escalafones. No estamos hablando solo de flamenco, sino de ser un artista mediático, acaparador de las noticias. Porque, el Niño de Marchena, en estas fechas era infatigable; la prensa de la época se hace eco de todos sus pasos. Basta echar una mirada a las hemerotecas de las primeras décadas del siglo XX para encontrarse con artículos, fotos con famosos, crónicas de actos públicos o algún pasaje en los que casi siempre aparece el Niño de Marchena, bien por una donación, un acto caritativo, un estreno, una anécdota…, siempre estaba presente.
Pero, aquella etapa, en la acogedora ciudad de Extremadura, sería más que fructífera, marcaría su vida para siempre. Él, que se había criado en un ambiente sin cultura, en un entorno pueblerino, en una familia paupérrima; que solo conocía el campo, la herrería, las tabernas, el flamenco…, que había sido un niño más, un niño predestinado a sucumbir ante lo que te deparase la pobreza, encontró el camino del cante, del flamenco para salir de aquel marasmo. Pepe, avispado desde pequeño, se daría cuenta de que su forma de cantar gustaba, que los públicos le aupaban y sintió que su destino estaba en ser cantaor; más bien, en ser un artista.
Rosario Pino
Sus continuas experiencias, conocer tanta gente desde que saliera de Marchena, por toda la comarca, el hecho de codearse con pequeños empresarios, con los públicos, con gente mayor, con viejos cantaores en Jerez, Sevilla, Córdoba, Málaga, etc. le abriría los ojos y la mente. Pepe entendió que había un mundo más rico en matices, en economía, en cultura, en la gente…, supo que, fuera de aquellas fronteras, estaba lo que él perseguía, ser un artista famoso y reconocido por todo el mundo.
Y sería allí, en Badajoz, donde descubriría algo que sería, también, muy importante a lo largo de su vida, algo que le fascinaría y que influiría en su posterior carrera. Pepe descubrió el teatro; quedó tocado por la farándula teatrera: sobre todo, por el teatro de los Quintero.
Durante su estancia de varios meses en Badajoz, la compañía de la actriz malagueña Rosario Pino, actuaría en el Teatro López de Ayala, representando varias obras de los hermanos Álvarez Quintero (“Amores y amoríos”, “El genio Alegre”, “Malvaloca”…). Precisamente, cuando estaban representando “Amores y amoríos”, Pepe, acudiría al teatro, con unos amigos. Desde que empezó la representación, el cantaor marchenero quedó fascinado, como hechizado; él se reconocía en aquella obra, se consideraba un personaje meritorio para aquella obra, se sentía como un ser quinteriano.
Así, en cuanto terminó la función, visitó los camerinos, saludó a los comediantes y como favor les pidió que le hicieran una copia de la letra de aquella canción del pasaje de la rosa que decía: “era un jardín sonriente, /era una tranquila fuente/ de cristal…” Cuando le preguntaron para qué la quería, él contestó: “Porque quiero cantarla yo”.
Pepe Marchena con Rafael Pareja
Y efectivamente, la grabaría, poco tiempo después, con algunos arreglos en las letras, para adaptarlas a un cante por milonga y a lo que sentimentalmente quería expresar Pepe. Cuando el marchenero consiguió grabar aquella canción, porque fue más bien fue una canción con aires de milonga, con sabor a Niño de Marchena, con sus requiebros y gorgoritos, con aquella garganta tan privilegiada que fue un momento revulsivo; algo que tendría un éxito inimaginable en toda la geografía española, solicitado por todos los públicos, sobre todo por el femenino y en una gran mayoría de gente que jamás se había acercado al flamenco.
Terminada su estancia en Badajoz, el Niño de Marchena, regresa a Sevilla. Aprovecha, cada vez que vuelve a la capital hispalense, para cantar saetas en sitios emblemáticos, estratégicos, donde los Torre, el Niño Gloria, Pastora, Vallejo… suelen honrar a sus cofradías con sus cantes, lugares donde se dan cita lo más granado de la capital semana santera. En uno de esos lugares lo escuchará el cantaor trianero Rafael Pareja, que quedaría fascinado con aquel chaval de Marchena, que cantaba como los ángeles y en el que auspiciaría todo el éxito que habría de venir.
Pepe, deja por momentos Badajoz, donde durante muchos años recordarían a aquel chaval extravagante, que tenía en su garganta un jilguero y que se paseaba por la ciudad llamando la atención como nadie lo había hecho hasta entonces.
De vuelta a Sevilla, sería contratado en el café cantante “El Duque”, instalado en la Plaza del Duque de la Victoria, frente al Ayuntamiento. En sus actuaciones compartiría escenario con Rafael Pareja, Fernando “El Herrero”, José Rodríguez “El Colorao”, Cayetano “El Pintor”…, todos ellos, buenos cantaores, pero, que no podían vivir exclusivamente del cante, sino que tenían sus oficios y las noches las ocupaban en cafés, tabernas y otros espectáculos, para sacarse un dinero extra. Sin embargo, Pepe, iba ya, como profesional, al igual que Chacón, Torre, El Pinto, El Carbonerillo, Tomás Pavón… Así, lo contaba el propio Niño de Marchena: “… entonces, íbamos cobrando entre las 5 pesetas los que menos y doce pesetas el que más, que era D. Antonio Chacón. Después íbamos a juergas de “señoritos” y nos sacábamos otras pesetas extras”. Pero, esto, para Pepe Marchena, acabaría pronto; él tenía en su mente que no iba a prostituir su cante al servicio de unos pocos en un cuarto cutre, al servicio de cuatro “señoritos” caprichosos. Tenía claro que el cante flamenco no podía ser menos que la Ópera, las varietés o cualquier otro espectáculo y, como tal, serían los grandes recintos donde habría que llevarlo.
Fernando el Herrero
Sería por estas fechas 1920, cuando el cantaor trianero, Rafael Pareja, conoce y se deslumbra ante el cante y el carisma de aquel chaval de Marchena, Pepito Tejada. Se harían grandes amigos y era tal la admiración de Pareja hacia Pepe que le bautizaría con el sobrenombre “Chacón Chico”. No sabemos qué pensaría Pepe de aquel apodo; conociéndolo y sabiendo a lo que aspiraba, con toda seguridad podemos decir que no se sentiría a gusto, él nunca fue segundo plato: “o soy primero o no participo”. Además, como argumentaran Blas Vega y Ríos Ruiz, Chacón y Marchena eran distintos en su forma de pensar y actuar: Chacón fue un perfeccionista que creó cantes desde la base purista, mientras Marchena rompió con lo clásico, revolucionó el cante, los hizo a su manera. En definitiva, buscó la forma de hacer un flamenco distinto, que llegara al gran público.