El baile flamenco: Origen

Eduardo Ternero - 17 de enero de 2020

El   baile flamenco, tal como lo conocemos hoy, tiene una vigencia de dos  siglos, hablamos desde que tenemos conocimientos por los escritos y dibujos de tantos y tantos escritores que se asombraron de la espontaneidad y riqueza multirracial de nuestro arte, pasando por  la evolución sufrida a través del tiempo y las innovaciones a las que se ha llegado hoy día. A nuestro baile, le suele acompañar por supuesto el cante,  el compás de las palmas y siempre la guitarra. Su edad coincide con la popularidad de los cafés cantantes (1870-1930), donde alcanzó su máxima magnitud. A diferencia de los bailes folcloristas y castellanizados,  el baile flamenco es individual, introvertido, la mayoría de las veces sin argumento, improvisado y con gran concentración  tanto en el dolor como en la fiesta.

La Macarrona

Ni que decir tiene que nació paralelo al cante, que bailaba el pueblo ante el sentimiento, expresando dolor o alegría y cuya cuna fueron los barrios de Jerez, de Cádiz, Triana o el Sacromonte de Granada. Su efervescencia fue para dar entrada a las mujeres que en las fiestas nocturnas, a la luz de los candiles, acompañaban al cantaor y la guitarra; por eso se le fue llamando los Bailes de Candil. Se sabe, con casi toda seguridad, que fueron las “Alegrías”, nacidas en Cádiz, las que dieron origen al baile, tanto es así, que muchos, casi todos los palos flamencos tomarían como base las alegrías para ir desarrollando su coreografía.  

No solo los estudiosos y eruditos musicales españoles han estado buscando el origen del baile flamenco, el por qué de esta forma de danza tan especial que  acompaña a los cantes o de donde provienen esos gestos diferenciadores que surgen en la inmediatez del baile por alegrías,   bulerías, tangos o  zambra. También los grandes músicos europeos han investigado, han comparado con otros lugares, similitudes, musicalidades, y quizás,  hubiese sido importante que Liszt, el gran compositor,  hubiese podido escuchar a “Terremoto” decir: “Si alguien no tiene compás nunca será un flamenco cabal por mucho valor que tenga en otras cosas”.

En el baile flamenco hay diferencia  entre hombre y mujer,  entre lo que es el baile de cintura p’arriba y cintura p’abajo. En el hombre el baile es templanza, paralelo a la quietud que marca, el citar, como en el toreo, no en vano fueron evolucionando juntos.

La mujer se manifiesta la sensualidad, la elegancia, de forma sinuosa,  orientalizada. El baile de cintura p’arriba hace conectar al bailaor hombre con la tierra, toma impulso y emerge hacia el cielo, levanta los brazos, es como si elevase la gravedad de la tierra hacia el cenit. En la mujer revolotea desde los brazos en forma mágica y baja de manera atrayente hacia las caderas, estilizando y adivinando la figura  de la bailaora.

Carmen Amaya

En el baile masculino la gestualidad  es más abierta, dando la cara,  retando. En la mujer el rictus es seductor, de brazos serpeantes, de miradas sugerentes y  moviendo  el cuerpo de forma incitadora,  enseñando y guardando a la vez su intimidad,  en una serie de posturas sensuales mientras sigue el compás marcado por la música y el dramatismo de una seguiriya o las alegrías de unas palmas al ritmo de  la bulería.

El baile, paralelamente al cante, a la guitarra o a las palmas y en los últimos tiempos con todo tipo de instrumentos ha ido emergiendo y añadiendo argumentos musicales que han desembocado en lo que conocemos hoy. Aunque estamos viendo como las innovaciones del último tercio del XX y lo que llevamos del XXI nos está embarcando en una especie de bailoteo que parece olvidarse un poco de sus connotaciones flamencas y apoyándose en otro tipo de danzas, gestualizando otras formas, añadiendo otras músicas…salvo raros bailaores y bailaoras que continúan aferrados a lo atávico y “puro”.

Es obvio que en los bailes flamencos veamos alguna reminiscencias castellanas; pero, basta observar las parejas bailando por verdiales, de ritmos monótonos, poco desgarradores, para que lo  veamos más cercano a danzas castellanas, incluso  las populares  sevillanas dan  un marcado acento tradicionalista y folclorista.

Antonio “El Bailarín”

Creemos que nada tiene que ver con el baile flamenco de un tango, una bulería o una soleá, donde  se explicitan el dominio y los cambios de ritmos, agudizado con la musicalidad  flamenca, a nacido al amparo de una amalgama ancestral y que puede haber bebido de danzas mozárabes, de músicas andalusí y sobre todo de  las aportaciones orientales gitanas. 

Por tanto pensamos que el baile y la música flamenca son el resultado de la unificación de elementos multiculturales, con un desarrollo paralelo al cante y a la guitarra, ya distinguiéndose a finales del XVIII, siendo protagonista en los cafés cantantes, y evolucionando a través de dos siglos  en las zonas deprimidas, como las chabolas, las cuevas etc. que hay repartidas por todos los barrios oprimidos y marginales de nuestra Andalucía, que se han visto denigrados en su ambiente y admirados en lo alto de un escenario.

Nuestro baile, forma parte de la tradición flamenca y como tal depende del criterio emocional que existe detrás de cada cante. No en vano puede manifestarse en más de cincuenta palos diferentes. Pero además va tomando forma dependiendo del bailaor o bailaora que lo ejecute y de las expresiones y emociones  espontaneas que sientan en cada momento. En capítulos sucesivos hablaremos de otros aspectos del baile flamenco, de intérpretes a lo largo de la historia, desde “La Macarrona” hasta nuestros días.