De un submundo nacería el arte

Eduardo Ternero - 21 de septiembre de 2019 

De un submundo nacería el arte

El Planeta

    Dijimos  que el flamenco en el XVII parecería  neonato pero no neófito;  lleva al menos dos siglos luchando en la oscuridad de los tiempos.  Hemos dicho que su espacio natural de nacimiento ha sido entre Cádiz y Triana, hemos pergeñado que seguramente la aportación judía, la morisca, la castellana, esa amalgama influyó en los sonido que el pueblo gitano acuñó para hacer un tipo de expresión musical única. Queremos saber, vamos a tratar de averiguar,  elucubrar por qué esta simbiosis,  por qué el recién nacido “salió así”, vio la luz entre estas sábanas,  en estos lechos y no en otros lugares andaluces, en los que estaban coincidiendo la diversidad de población (judío-árabe-cristiano-gitano) ¿Quién puede saberlo? Las especulaciones históricas, algunas con base científica, los recuerdos inmemoriales y hasta estudios concienzudos,  no lo han podido  demostrar.

¿Por qué en Granada, donde había moriscos, gitanos, judíos y cristianos nuevos, no surgió el cante como tal, por qué no nació de forma paralela como en la zona Cádiz-Sevilla?  Sabemos que por allí, por la zona oriental andaluza se cantaba una especie de Zambra, judaizada, otros cantos árabes, la influencia cristiana que aportaron los cantes manchegos, maños… del resto de la península y que repobló el antiguo reino granadino. Tampoco en Valencia donde se agolpaban morisco, gitanos… para ser expulsados hubo un foco de erupción del cante. Ni siquiera en Extremadura o en la zona de Huelva, tan cercana. 

Flamencos de Granada

Muchos estudiosos han coincidido en que en estos lugares habría distintas formas de expresión musical, posiblemente, en cada uno de los ya mencionados y  a los que nos hemos referido hayan estado durante dos-tres siglos forjando una especie de expresiones culturales musicales intrínseca, propias: Verdiales, cantes levantinos, aires extremeños o las ya mencionadas zambras, incluso más afines a  nosotros como  los cantes de Huelva tal vez originarios de unas canciones o expresiones de  la seguidilla castellana, o todavía más cercana aún con la jota aragonesa que se transportó a Cádiz… 

Pero la diferencia creemos muchos y así lo hemos constatado y contrastado en singulares escritos y referencias, es que,  por el mencionado triángulo del origen flamenco, pulularían un determinado grupo de familias gitanas,  un grupo diferenciado que combinaba el sedentarismo y el nomadismo,  que como clan se estableció en los territorios ya mencionados, que fue llevando y trayendo, juntando, hilando y dando puntadas, aportando de un lugar a otro las formas, tonalidades, melismas… conformando  entre primos, tíos, parientes todos… las bases de lo que hoy conocemos como flamenco.

  El ejemplo claro es la diferenciación de las tonás. Muchos escritores aluden a que en galeras, en las fraguas, en Jerez o en Triana  se cantaban infinidad de tipos de Tonás (casi tantas como ejecutantes). Suponemos y nos arriesgamos a decirlo que la memoria musical es frágil por la distancia y la temporalidad, que lo incierto del camino, de la movilidad de sus transeúntes,  modificara letras y componendas musicales, que los intérpretes ocasionales, los espontáneos adaptasen las letras a sus estados físico y de ánimo y que la musicalidad de los cantes cogiese derivaciones propias de la propia letra y del propio cantaor. 

El Fillo

   Pero, lo que ciertamente vemos es que a mediados del XVIII ya estaban puestas las bases, ya tenían una medida, una forma expresiva propia. Estos grupos que se juntaban cada cierto tiempo, bien por motivos familiares como sepelios, acontecimientos festivos (ferias, pedidas, bodas…) que se sinceraban en ocasiones,  intercambiaron  sus expresiones,  aquellas que cada uno iba cociendo en su olla territorial y dentro del anafe de la Baja Andalucía y las expondrían ante la impronta, como en una especie de puesta en común improvisada. 

 Ni que decir tiene que dentro de este clan o clanes, habría unos que eran mejores intérpretes o mejores comunicadores, portadores de letras alusivas, una especie de juglares gitanos que por mor de sus trabajos (aguadores, herradores, esquiladores…) mantenían viva la llama, recordaban al resto no salir de los cánones que se iban asentando, forjando  ese cimiento musical donde se apoyaría el resto de los intérpretes, aficionados a los cantes. Estamos hablando pues de que serían estos nómadas, que trapicheaban, pertenecientes a estas familias los que llevaban la biblia del Cante en sus manos, los que asentaron las raíces para que el árbol no se torciera, pudiera ir echando ramas sanas y resistentes en el curso de los tiempos.