Antonio Machado y Álvarez (Demófilo)

Eduardo Ternero - 14 de junio de 2020

No quería dejar pasar más tiempo, ni sobrepasar la barrera de mediados del XIX, sin dedicar unas líneas a uno de los hombres, a un escritor que, tal vez, sea el que más haya podido hacer por el flamenco en la historia. Su nombre, Antonio Machado y Álvarez; su seudónimo, Demófilo (amigo del pueblo). Su padre, Antonio Machado Núñez (gaditano), médico, filósofo, gobernador de Sevilla en la Primera República, catedrático de Ciencias Naturales, ornitólogo…; su madre, Cipriana Álvarez Durán, escribe, pinta y recoge coplas. Los Machado son, por esas fechas,  una de las familias más progresistas, más comprometidas de la Sevilla y  la España de entonces.

Antonio Machado Núñez 

Antonio Machado Álvarez nació en Santiago de Compostela en 1848, pero pronto la familia se trasladó de nuevo a Sevilla. Allí se educó; con 23 años era abogado y dos años más tarde concluye Filosofía y Letras. Ejerció la abogacía, llegando en su carrera al cargo de juez. Se casó con Ana Ruiz y tuvieron seis hijos: los dos grandes poetas Manuel y Antonio; José que fue un gran pintor pero poco conocido y tres pequeños, Joaquín, Francisco y Cipriana. La penuria económica le llevaría a hacerse casero en el Palacio de las Dueñas de la Casa de Alba, donde nacieron sus hijos. Pronto se trasladan a Madrid para que los niños puedan estudiar en los centros de la Institución Libre Enseñanza creada por Giner de los Ríos. Después, Demófilo, ante la insistente falta de dinero, deja la familia en Madrid y emigra a Puerto Rico como abogado y Registrador de la Propiedad. Allí caerá enfermo, lo trajeron con premura a España y  murió en Sevilla a los 47 años (1893).  A su mujer solo le dio tiempo de verle morir.

Demófilo, sintió gran interés por la literatura popular, formaría parte de la Sociedad Antropológica Sevillana, impartió clases en la Universidad de Sevilla y escribió en la revista “La Enciclopedia” sobre literatura popular. Siendo un librepensador y, con una ideología liberal progresista, sentía una concepción modernísima del folclore.

Antonio Machado Demófilo 

En 1881 constituye la sociedad “El folclore Andaluz”: sociedad para la recopilación y estudio del saber y las tradiciones populares, creando sociedades regionales y locales, elevando la idiosincrasia de cada una de las peculiaridades geográficas, lingüísticas y culturales de las distintas comarcas españolas.

Machado sigue la línea del alemán Herder,  una de cuyas inquietudes será (el estudio de  cantos y ritos antiguos que pasaron de forma oral en los pueblos). Demófilo en 1869 dejaría dicho: “¿Queréis conocer la historia de un pueblo? Oíd sus romances. ¿Aspiráis a saber de lo que es capaz? Estudiad sus cantes”. Esta manera  de  pensar  le llevaría a investigar en el flamenco, conocer a sus protagonistas… y, para ello, se asesora de Juanelo de Jerez y de Silverio Franconetti, dos cantaores, conocedores y estudiosos del cante de la época. Esto daría lugar a un libro, “Colección de Cantes Flamencos”, que vio la luz en el 1881. El denostado flamenco, el arte oculto del pueblo andaluz que tantas miserias llevaba a sus espaldas parecía poder salir del ostracismo. Aquello, que se cocía en las cuevas, por fin vería su recompensa. Ya desde su prólogo, Demófilo, deja entrever lo que quiere significar ese libro, su intencionalidad. Pretendía dar visibilidad al pueblo, a la gente que  había recopilado en su memoria  esos años de coplas de sudor y de escarnio. Una obra que está hoy más viva que nunca; pero en ello se le fue la vida. 

Antonio Machado, poeta 

Demófilo abandonó sus carreras, sus trabajos, todo por estudiar acerca del flamenco, y viviría en la más solemne pobreza a fin de propagar sus pensamientos por todos los rincones de España. Muchos de los grandes estudiosos de nuestras costumbres y nuestro folclor seguirán sus pasos: Rodríguez Marín, Luis Montoto, Alejandro Guichot…, a los que consigue impregnar con sus ideales humanistas y republicanos, a la par que infundir en sus hijos el amor a lo popular. Todo sin apoyo oficial y sin recompensa alguna. 

En su libro, Machado, hace alusión  a la naturaleza de los cantes,  relaciona a más de ochenta cantaores de la época, hace una biografía de Silverio, incluye una colección de coplas que de forma oral recitaba el pueblo y clasificadas como soleares,  seguiriyas, polos, cañas, martinetes, tonás… y un largo etcétera. No cabe duda que fue una obra precursora y novedosa para el flamenco, una obra que nos lo abre la historia,  a la oscuridad de siglos. “Poco duraría el pan en la casa del pobre”. La Generación del 98, gran parte de aquellos intelectuales denostarían lo que ellos llamaban “españolada”.

¿A quién se le iba a ocurrir entonces recoger las letras que aquellos “desgraciados” cantaban, de aquellos que no sabían escribir ni leer, y que oralmente recitaban y retrotraían estrofas de siglos anteriores, incluso del Medievo? Más cuando por aquellos tiempos, era sinónimo de “flamenco”  todo lo impúdico, pendenciero y chabacano… Machado y Álvarez, padre de los poetas Machado, murió con más pena que gloria, con un paquete de 6 niños, solo un certificado de enterramiento y el recuerdo de poco más de tres amigos. Allí, en el cementerio de San Fernando de Sevilla, quedó encerrada la memoria del flamenco, una mañana fría del día 4  febrero de 1893.