1922, Madrid descubre Marchena

Eduardo Ternero - domingo, 24 de Marzo de 2024

Madrid, a inicios de los años 20, descubrirá a un gran artista, al Niño de Marchena y, Pepe, en la capital española, descubrirá lo que es la fama. En los medios, en las relaciones sociales, el marchernero, se desenvuelve con una soltura exquisita. El eco que se hace, por los mentideros de los madriles, en la prensa, es que ha llegado un cantaor de Andalucía, al que llaman el “Niño de Marchena”, que está revolucionando el flamenco, que canta como los ángeles, que es diferente a todos. Los aficionados esperan oírlo, son escépticos en un principio, no se fían de quienes lo califican como un gran intérprete del flamenco, sobre todo porque aún no puede estar maduro, no puede estar a la altura de los Chacón, Cepero, Pastora, Torre… Sin embargo, se comenta que es un artista que embauca a quien le escucha, hombres y mujeres. La prensa de la época dedica muchos espacios al joven artista de Marchena. Por cierto, en aquellas fechas, pocos madrileños sabían ubicar el pueblo sevillano.

 Niño de Marchena, 20 años

Estamos en 1922, la Generación del 98 había hecho mucho daño al flamenco, la rivalidad con los cuplés y varietés, las músicas foráneas, el cambiante gusto de los años 20, el cierre de numerosos cafés cantantes…, habían colocado al flamenco en el último rincón. Ante tal atropello, intelectuales de la talla de Zuloaga, Falla, Lorca y muchos otros, entienden que al flamenco, a pesar de su deterioro, del descrédito intencional de muchos, había que recuperarlo. Para ello, echan mano de cantaores de la talla de Chacón, Torre, Pastora y un largo etcétera y en connivencia con el Ayuntamiento de Granada, se convocaría el I Concurso de Cante Jondo de Granada.

La idea primitiva del concurso era la de recuperar el sentido ortodoxo del flamenco, que se había estado perdiendo en los últimos años. Revalorizar el flamenco a través de un concurso parecía, en principio, una buena idea: pero, el gran error que cometieron fue el no dar participación a los cantaores profesionales. Los profesionales eran los portadores del conocimiento más fiable y ancestral que existía, flamencológicamente hablando. Eran los cantaores, guitarristas…, quienes llevaban todas sus vidas en la profesión y quienes sabían de flamenco.

Todos sabían que el flamenco estaba tocado, la competencia del teatro, las varietés, la llegada del fonógrafo, la radio, el cine, los casinos, las salas de fiestas… habían hecho mella en él. Las vías de comunicación son cada vez más rápidas y el tango, el jazz, foxtrot, charlestón…, se imponen como moda. Sin embargo, empresarios como Carcellé, Carlos Hernández “Vedrines”, Monserrat…, observaron que, en el Concurso de Granada (1922), la enorme propaganda que se hizo, había hecho que el público acudiese en masa a escuchar flamenco.

  Luisa Ramos "La Pompi"

Sería precisamente Juan Martínez Carcellé, quien, en el verano de 1922, viendo la fama que arrastraba aquel Niño de Marchena en Madrid – tras aquellas memorables actuaciones en el barrio de la Bombilla, en el Teatro Romea… –, lo contrataría para que actuase en el Teatro La Latina, en aquellas funciones de variedades, donde se cantaban cuplés, había cómicos, teatrillos… En estas fechas, “El Niño”, ganaba 200 pesetas diarias, un caché del que pocos artistas podían presumir; pero, Pepe, es quien llena el teatro, cada vez va atrayendo a más adeptos, los públicos quieren escuchar a aquel joven que canta fandangos como un ruiseñor y además viste como un dandi. Porque, Pepe, a estas alturas rebosa juventud (19 años), viste a la última moda, es estrafalario y enamora a todas las mujeres de la capital. Es en la Latina donde empezaría a forjar su eterna fama y, prácticamente, daría comienzo la llamada Ópera Flamenca, una etapa en la que, el Niño de Marchena, sería su indiscutible rey.

Pero, Pepe, es incansable; los genios nacen pero, como dijera Picasso; “la inspiración existe, pero, te tiene que encontrar trabajando” y a Pepe siempre lo encontraría, en aquellas fechas, viajando de un lugar a otro, codeándose en casinos, clubs de tiros de pichón, en reuniones de artistas de cualquier modalidad, concurriendo a certámenes y concursos de cante flamenco e incluso folclóricos…; en definitiva, llevando una vida enormemente ajetreada, arrolladora. Él sentía que, en pocos años tenía que cambiar aquel flamenco anticuado, obsoleto y sobre todo miserable. Aquel “Niño”, quería comerse el mundo.

La hiperactividad del “Niño de Marchena”, le llevaría a otros puertos. Estamos en 1923, Pepe está a punto de cumplir sus primeros 20 años, ya es tan famoso que le llaman de muchos lugares de la geografía española. Así pues, además de cantar en el madrileño Teatro “La Latina”, acudía, en cuanto podía, al Casino Mercantil de Sevilla, contratado por Pepe Pinto (uno de sus grandes amigos). El Pinto, por entonces, además de cantar en fiestas y eventos, era crupier en el Casino hispalense y se encargaba de buscar a los grandes artistas del momento como Tomás Pavón, Niño Gloria, Manuel Torre, Vallejo, La Pompi, Currito el de la Jeroma. Además, Pepe, se presentaba a concursos, como el del barrio cordobés de las Margaritas, colaboraba con entidades, con obras benéficas… Así, por ejemplo, participaría en la hermandad de Montesión con motivo de las Cruces de Mayo o se codeaba en Madrid con famosos como Carlos Gardel (otro de sus grandes amigos).  En estas fechas y esto será muy importante en su vida, ha conocido al que será el guitarrista que le acompañe en esta, su primera etapa como cantaor, Ramón Montoya.

Ramón Montoya

En Madrid, como en otros lugares de Europa, ha llegado la moda de la música africana importada de los Estados Unidos, los tiempos están cambiando, las mujeres, se liberan, salen a divertirse, bailan en salas de fiestas… Las Greta Garbo, Luise Brooks, Gloria Swanson y un largo etcétera eran ídolos de las masas de féminas que imitan a sus consagradas diosas. Mientras que, Rodolfo Valentino, Jhonny Weissmuller…, el cuerpo ágil, musculado, grácil, son el modelo de hombre para las mujeres y el incipiente cine y la industria fonográfica se impone en los grandes salones de las capitales.

Mientras todo eso ocurre, al Niño de Marchena, le bautizan con el sobrenombre del “Rey del fandanguillo”, ya se ha hecho un hueco entre los famosos. Pero, Pepe, sigue en sus trece y no se conforma, sigue creándose su propia fama, él no concurre a un festival, a un evento o a cualquier cita sin dar la nota, exige ir siempre como cabeza de cartel; él es en sí un espectáculo con su atuendo, con sus declaraciones… Pepe es un artista y como tal se comporta. Alimenta a la prensa y la prensa lo tiene en consideración como vitola de éxito. El cante de Pepe y el acompañamiento a la guitarra de Ramón Montoya era la simbiosis perfecta y entre ellos había una amistad que hacía levantar a los públicos en todos los espectáculos.

  Aquel año de 1923, en una de esas giras que Marchena hiciera con su pequeña troupe, por los pueblos de Andalucía, recaló en Torredelcampo (Jaén), donde le vio y oyó cantar un chiquillo delgaducho y bajito, un chavalito al que todos llamaban Juanito, que había nacido en 1916 y que, por tanto, solo tenía 7 años; aquel joven admiraba tanto la voz, la forma de cantar y el carisma del “Niño de Marchena”, que toda su vida le consideraría como su ídolo, como un padre artístico y como un amigo. Este niño de Torredelcampo se llamaba Juan Manuel Valderrama Blanca y sería conocido en el mundo artístico como Juanito Valderrama. Entiendan que, Pepe, por aquellas fechas, solo tenía 20 años y ya era un cantaor de prestigio y muy popular, que tenía su propia compañía.

El joven Juanito Valderrama

Pepe, como hemos dicho iba haciendo amigos por todos los lugares que visitaba. Unas veces recalaba unos días antes en los pueblos, se metía en las tabernas y alternaba con los paisanos, preguntaba por los cantaores aficionados del pueblo, los escuchaba cantar y si encontraba alguno que le gustaba lo contrataba. ¡De pagar, lo que se dice pagar!, ya hablaremos en otra ocasión.  Lo cierto es que, Pepe, era muy amigo del padre de Juanito Valderrama y aquel día, le dijeron que, su hijo, aquel esmirriado chiquillo, cantaba muy bien. Marchena quiso escucharlo y lo sentó en sus rodillas mientras Juanito le cantaba dos o tres fandangos. 

Pepe, quedaría maravillado con el cante de aquel joven y, cada vez que volvía por Torredelcampo, lo quería llevar en su troupe con él. Pero, las palabras textuales que siempre expresaba Juan, el padre de Juanito, eran muy significativas de lo que opinaba al respecto: “¡Que no, Joselito, que el niño no se va contigo, que además de artista me lo vas a hacer un granuja como tú!” No sería extraña aquella actitud del padre de Valderrama; por entonces, la fama de los artistas venía precedida por su mala vida, los despilfarros, los amoríos, el juego… y en parte era así, al menos en Marchena coincidían casi todas esas “virtudes”.