Anecdotario flamenco: VI

Eduardo Ternero - domingo,  25 de septiembre de 2022

Como entenderán, anécdotas, leyendas, historias extrañas... , a lo largo de la historia del flamenco,  hay muchas; pero hay que buscarlas, encontrarlas, leerlas, darles forma y plasmarlas o explicitarlas para que podamos disfrutarlas leyendo, recordando y conociendo a los personajes que componen la lista de esta arte tan nuestro. Empero, como las cosas tienen un límite y se nos hace difícil encontrar más después de 6 artículos dedicados al tema, nos gustaría que, si alguien, algunos de los lectores,  conoce  hechos curiosos y acaecidos en el mundo del flamenco, nos lo hiciera llegar o nos diera alguna pista o referencia, para poder seguir  entreteniéndonos y conociendo cada vez más de la vida y avatares de nuestros artistas flamencos y del mundo en el que se movían y se siguen moviendo.

El Bizco Amate

Enrique Guillén Cascajosa,  el “Bizco Amate” fue un cantaor sevillano  que, además de cantar muy bien, tenía una gracia natural fuera de lo normal; que era querido por todo el  que se rozaba por él, que se buscaba la vida cantando en los tranvías, casas de vecinos, juergas de señoritos… Un día entró en un corral de vecinos trianero para cantar algunos fandangos y poder ganar unas pesetas. Allí estaba, en esos momentos,  Pepe Aznalcóllar, ese cantaor serrano imitador del “Maestro de Marchena” a quien se dirigió el Bizco: “Anda, Pepe, échame una peseta”.  A lo que Aznalcóllar respondió: “La peseta que tengo es  de papel y se la va a llevar el viento”. A lo que el Bizco contestó: “Pues, dámela metía en un bollo”. ¡Las fatigas que pasaba la mayoría de los flamencos de entonces!

Cuentan que un ilustre señorito, poco ducho y escaso conocimiento de flamenco, entró en la Venta Vega buscando divertirse y pasar una jornada de juerga flamenca, que naturalmente debería pagar él. Le habían anunciado que iba a pasar al cuarto que ya habían adecentado y que cantaría el Gordito acompañado a la guitarra por el guitarrista Delgado. En cuanto aquel hacendado, neófito de juergas,  entró en el reservado  de los cabales se encontró con que el Gordito era un canijo, tela de canijo  y el señor  Delgado era un tipo rechoncho, obeso…, se le “ajumó el pescao”, como decimos por aquí. Así que el tío  creyendo que aquellos flamencos se estaban riendo de él, se alejó de la fiesta aireado, con frases malsonantes y maldiciendo a los cabales. El pobre, inconsciente de la realidad,  no pudo disfrutar  del toque de la guitarra de Pepe Delgado y de Manuel Más Pacheco, el “Gordito de Triana.” 

De la gran bailaora Carmen Amaya se cuentan muchas anécdotas y casos que son difíciles de creer;  ya dijimos que la artista nacida en una barraca del Somorrostro barcelonés, aquella escuálida hija del “Chino”, adquiriría mucha fama por Estados Unidos y actuaría muchas veces ante los yanquis, que se volvían locos con su manera de bailar y expresar el arte;  allí en América pasaría mucho tiempo, aunque nunca dejó olvidadas sus raíces gitanas y sus gitanitos catalanes. Un día dicen que iba por las calles de  Nueva York y pasó al lado de una pescadería  y se le antojó comer sardinas, así que compró unos cuantos kilos y se las llevó a la suite donde se alojaba,  en el Imperial Waldorf Astoria, tal vez el mejor hotel y el más lujoso de la capital de los rascacielos en aquellas fechas. Dicen que llamó a los miembros de su troupe,  sus primos y allegados, cogió un somier metálico y con unas mesillas de noches y cuatro maderas  hicieron una fogata y asaron las sardinas. Imaginen el olor que saldría de la suite, que inundó todo el hotel.

Pepe Aznalcóllar

Todos sabemos que Pepe Marchena, ganó más dinero que ningún artista y que también lo dilapidó como nadie, por eso siempre decía: “el dinero se ha hecho redondo para que rodara”. En el Club Juvenil de Marchena, a principios de los 70, un grupo de jóvenes-socios, tuvimos a bien celebrar, entre otras cosas,  un I Concurso de Saetas. Para hacer de miembros del jurado nos pareció ideal buscar gente conocedora del tema y nos embarcamos en la idea. Por aquellas fechas Pepe Marchena ya estaba delicado y se encontraba en nuestro pueblo, así que fuimos a buscarlo y le hicimos el compromiso de que asistiera. Sin su total aceptación y conformidad, todavía, nos fuimos a buscar también a José Navarro Carrero conocido en el mundo del flamenco como  “Zacarías de Fuentes”, un cantaor respetable, que ya estaba en sus días de madurez. Llegamos a Fuentes de Andalucía, preguntamos por él y nos enviaron a una zona alejada del pueblo. Allí estaba, en un ‘tinaó’ (tinador), ordeñando sus vacas. Nos hizo entrar en su casa, se puso una bata de brillos – de sus años de artista, de escenarios y camerinos –, y nos atendió como un caballero. Al principio se negó, pues éramos unos imberbes que le ofrecían poca cosa, solo por altruismo; pero, cuando le dijimos que el “maestro” estaría con él como miembro del jurado, no solo aceptó sino que esbozó una sonrisa y se alegró  mucho de que nos hubiésemos acordado de él, pues era un enorme admirador de Pepe Marchena.

Zacarías entre Tomatito y Camarón 

Al final conseguimos conformar un jurado de tres miembros: Pepe Marchena, Zacarías y… (perdonen, pero no recuerdo quien fue). Llegado el día del concurso, del que un servidor hizo de presentador, cantaron  antiguos saeteros marcheneros, algún forastero y, tras los respectivos pases de los cantaores,  el jurado emitió su veredicto de forma acertada. Al final de la entrega de premios, Pepe Marchena, dejó entrever que un muchacho venido del paraje de los “Abrigosos”, que había cantado muy bien, se merecía llevarse una compensación por lo que conminó al jurado, a entregarle, de su propio bolsillo,  un premio de 1000 pesetas. Como siempre, Pepe Marchena, se echó mano al bolsillo, puso cara de extrañeza y le dijo a los otros dos miembros: “Poned vosotros el dinero, que yo no traigo ni un duro.” Imaginen la cara que se les puso, al jurado y a nosotros.

Manuel Vallejo y Pepe Marchena, eran compañeros de trabajo, dicen que no se llevaban bien, pero, creemos que fingían,  que mantenían entre ellos una rivalidad parecida a la que tenían los toreros Belmonte y Joselito o como existe hoy entre Betis y Sevilla. Esto alimentaba a ambos mitos y hacía que los aficionados disputasen, se incrementara el morbo de conocerles y tuviesen que hablar de ellos. Vallejo, dicen que cuando alguien le pedía en el escenario que cantase algo romántico, siempre soltaba: “Eso se lo piden ustedes al Niño de Marchena que echa rosas y colonia por la boca”. Marchena, conociendo a Vallejo, se reía de sus supersticiones, sobre todo en lo que oliese a  muerto  y decía: “Pedidle a Vallejo que os cante un fandango que se refiera a algún muerto, que se baja del escenario”.

 El Gordito de Triana

Paco de Lucía era un ser extraño, introvertido, solitario, pero si tenía que sentenciar con su palabra, lo hacía directamente, sin rodeos. Una vez, contaba Félix Grande, uno de los mejores defensores que haya tenido el flamenco, que se acercó un joven guitarrista a Paco para preguntarle que le había parecido su forma de tocar, a lo que el “De Lucía” contestó: “Mira, tocas muy bien, tienes mucho talento, mucha técnica, pero te falta una cosita, tienes que escuchar cantar, ahí esta verdad el flamenco, en el desgarramiento de la garganta, en la  del mundo gitano. Que no se te olvide que, cuando tengas que ir a aprender compás, tienes que ir allí, vivir el cante con ellos, volverte loco de cante muchas madrugadas hasta que te duela el cante y el alma. Si no lo consigues, no llegarás a ser un buen guitarrista.”

Libro: “Arqueología de lo Jondo” de Antonio Manuel Rodríguez