Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 21 de diciembre de 2025
Al día siguiente del festival-homenaje, el 29 de noviembre, aquel que a instancias de Valderrama le dieran sus amigos y compañeros, el propio Amilibia sacaba otro gran reportaje en “Pueblo” que iniciaba diciendo: “Ayer, en el homenaje al insigne Pepe Marchena, se dieron circunstancias distintas: por un lado, había miles de personas en el patio de butacas, escuchando a sus ídolos, imagino yo que sin importarles mucho ni poco la tragedia (refiriéndose al estado de gravedad de Pepe). Al otro lado estaban los artistas, entregados por generosidad, porque así debe ser con el compañero que se muere pobre y con deudas, y en el centro, en el simbólico centro, el genial cantaor, según muchos, el directo heredero de Chacón”
Instantánea del entierro por Plaza Vieja
Sigue el periodista exaltando las extravagancias y virtudes de Pepe Marchena: “El genial cantaor, el que viviera como un príncipe árabe, el primero que cantó con ‘smoking’, el que nunca supo leer ni escribir, el que llevaba siempre una corte de 10 o más atrás… Aquel que soltaba cien duros al compañero necesitado como si tuviera mil más y no los tenía, el que siempre invitaba, el que ganaba y lo gastaba todo, el siempre elegante, fino y señorial Pepe Marchena… El mismo que un día no cantaba aunque le pagaran doscientas mil pesetas y otro día iba gratis a cantar a Dos Hermanas porque le apetecía. El mejor representante de una época que se fue, está en los huesos, con apenas treinta y tantos kilos por un maldito cáncer. Está tan mal que el doctor Hidalgo Huerta no ha querido ni abrirlo. Ayer mismo salió de la Clínica Francisco Franco rumbo a Sevilla, para que muera en casa”.
Continuaba Amilibia: “Pepe Marchena dejará una viuda y una finca pequeña hipotecada. Algo se podrá solucionar con el dinero que se ha cogido en el taquillaje, con el teatro lleno, más 140 mil pesetas que se pagaron por el traje del “Cordobés”, el disco de oro que subió a 120 pesetas y como ya dijimos por el retrato dieron 301 mil pesetas”. En total no llegaría al millón y medio de pesetas”.
Amilibia que estuvo presente en el homenaje, creyó que sería conveniente preguntar a los propios artistas – que colaboraban en el acto y a otros asistentes relacionados con la farándula –, dos cosas que venían muy a cuento no solo por lo que estaba ocurriendo en aquel momento, sino que se venía arrastrando desde siempre. Porque, según él, este país estaba lleno de homenajes benéficos a modo de solución para paliar el estado de indigencia de los artistas; al igual que ocurría con la petición del Domund. Es decir, una especie de limosna salvadora para aquellos que habían empleado sus vidas en el mundo del espectáculo. Las preguntas que les hizo fueron: ¿Por qué muchos artistas viven ricos y mueren pobres? Y ¿Es la única solución el homenaje o debería existir otra? Casi todos los artistas como Valderrama, Valen, Dolores Abril, Lola Flores, Rafael Farina, Manolo Escobar, La Niña de la Puebla, Gracia Montes…, de los que fueron entrevistados, coincidieron en dar, como respuesta, a la primera cuestión: “Porque la mayoría de los artistas eran cigarras, bohemios, que creían que el éxito les iba a acompañar siempre y no pensaban en el futuro. Otros argumentaban que no se cobraba tanto, que tenían que pagar muchas cosas o que tenían mucha gente alrededor, la familia, amigos, etc. a los que ayudaban”. Respecto a la respuesta de la segunda cuestión casi todos afirmaron: “Esto es una manera de solucionar el problema del artista en cuestión cuando no había otra, que lo ideal sería que hubiese un sindicato, una mutua, el pago a la Seguridad Social…, para no verse al final de sus días con aquel tipo de homenaje lastimero o vendiendo sus joyas, sus posesiones…”
Gracia Montes, cupletista loreña
Marchena, a pesar de haber vivido en sus carnes la situación de indigencia que vivieron muchos de los artistas al final de sus días; a sabiendas de lo ocurrido a D. Antonio Chacón, Manuel Torre, Manuel Centeno, el propio Pepe Palanca y muchísimos artistas más, que no pudieron sufragar ni sus enfermedades ni sus entierros ¿no pensó jamás que más tarde o más temprano le podría ocurrir a él? Marchena, después de haber sido el cantaor flamenco que más dinero había generado y ganado de su tiempo, un hombre que gastaba tal como lo ganaba, no fue capaz de invertir, de guardar, de prevenir su futuro, de entrever el invierno de la vejez que irremediablemente llega. Ahora, en aquella situación, sin bienes, enfermo, con deudas y sin tener opciones para generar dinero, tuvo que recurrir al favor y la limosna de los demás.
Volvamos al pueblo de Marchena, donde, durante los días 2 y 3 de diciembre, se rumoreaba que Pepe estaba ya agonizante. Aquellos que habían ido a visitarlo salían de la habitación, de la Clínica Sagrado Corazón, asombrados; no concebían que aquel hombre estuviese tan deteriorado. Se presagiaba, se intuía por los comentarios, que el óbito, el jinete de la guadaña se acercaba velozmente. Y los presagios se cumplieron: el sábado 4 de diciembre de 1976 a las 22’15 de la noche, José Tejada Martín “Pepe Marchena” fallecía rodeado exclusivamente de su esposa Isabel Domínguez, del Dr. De La Vega Sánchez y José María del Nido, uno de sus íntimos amigos. Al día siguiente, domingo 5 de diciembre, a las 12’30, en la basílica del Gran Poder sevillano se le oficiaría una misa funeral “corpore insepulto”, para seguidamente ser trasladado el féretro a Marchena.
Mientras, en su pueblo, durante aquellos días de agua y frío, el mundo cristiano, esperaba la llegada de la Navidad, la celebración del nacimiento de su Mesías. En muchos hogares marcheneros y en toda España se montaban belenes, muchos menos arbolitos y por nuestros pueblos era poco el derroche en alumbrado adornando calles y plazas, exaltando las fiestas navideñas. Fueron tiempos en los que los coros de campanilleros tampoco se fomentaron, la moda hippy también estaba en retroceso y la preocupación generalizada era la política, aquella etapa transitoria que nos intrigaba, que suponía nuestro porvenir y que, durante tres/cuatro años, iba a ser centro de interés de los españoles. Pero había algo que no había cambiado; el aroma que desprendían por las calles los hornos públicos de Marchena, como en todos los pueblos andaluces; los olores a matalahúga, a canela, al vino negro de los Traperos… impregnaba el ambiente, en un trasiego de mujeres preparando mantecados, polvorones, empanadillas, pestiños…, lo propio de esas fechas.
Esquela Mortuoria de Pepe Marchena
Aquel domingo, desde Sevilla, llegaría el coche fúnebre al Club Pepe Marchena de su pueblo, donde quedaría instalada la capilla ardiente y el consiguiente velatorio. Durante toda la mañana del 6 de diciembre, fueron pasando ante el féretro sus amigos, compañeros y paisanos para darle el último adiós a su hijo más ilustre, al que había llevado con mayor orgullo el nombre de su pueblo por el mundo. Durante ese día no dejaron de llegar coronas de flores y personajes de la farándula para dar testimonio de su sentir ante la pérdida de su estimado amigo y maestro. Cuentan los testigos presenciales que la mayor corona que se vio en el funeral fue la que envió la ONCE. A las 4 de la tarde se oficiaría la misa-funeral en la iglesia de San Juan Bautista, desde donde partiría la comitiva del sepelio recorriendo y llevando a hombros el féretro por varias calles de Marchena hasta llegar al cementerio municipal. El aluvión de compañeros, paisanos y forasteros, amigos y conocidos del artista, llenaría aquel día como un reguero todo el pueblo que se vería sorprendido por una intensa lluvia.
La llegada del lunes reavivaría la maquinaria periodística y toda la prensa y medios de comunicación daban la noticia de la muerte de Pepe Marchena. La Hoja del Lunes de las provincias la daba el 6 de diciembre, exaltaba no solo la figura del maestro sino también del pueblo de Marchena: “Marchena, un pueblo conocido por ser antiguamente la rival de Sevilla por sus ferias relumbrantes… Ahora nos deja su cantaor más famoso José Tejada “Pepe Marchena. Un cantaor que nos recuerda la vieja estampa de los viejos toreros del XIX. Marchena, un artista que dio a conocer a poetas de la talla de Lorca con “Los Cuatro Muleros” o Alberti. Marchena, el creador que nos trajo la fina y sensual colombiana ha fallecido”. Otros periódicos como el Diario Sur de Málaga, El Aragón exprés, el Diario Palentino, la Voz de Albacete…, alababan su magisterio, hacían una larga semblanza de su vida. Hasta Miguel Acal, el crítico flamenco que tanto había descalificado y censurado a Pepe como cantaor, pediría perdón ante los micrófonos y se rendiría ante la elegancia y la entereza que había demostrado Pepe Marchena a lo largo de su vida. Ahora, a la hora de su marcha, se lo confirmaba: “… el ‘maestro’, en su agonía, había apretado mi mano con cariño, sin rencores, con una amabilidad desmedida; en sus últimos momentos mostró tal delicadeza que a él le había ruborizado, le había llegado al alma, Pepe me había confirmado ser lo que era, todo un señor, un verdadero hombre en todos los estadios de su existencia”.
Antonio Núñez "Chocolate"
Uno de aquellos famosos cantaores del momento, que asistió al sepelio, fue Antonio Núñez “Chocolate”. Con Antonio había que quitarse el sombrero, era un señor como persona y como cantaor, lleno de pureza, sin pliegues. Además, fue un gran admirador de Pepe Marchena, quien, para los puristas, estaba en el polo opuesto del flamenco; pues, como todos sabemos, el genio marchenero siempre estuvo en el punto de mira de las críticas. Igualmente, Marchena, siempre tuvo una enorme admiración hacia Antonio y de hecho, se había manifestado en muchas ocasiones diciendo la calidad del cante de Chocolate.
Pepe Marchena, conociendo su sensibilidad y su bien hacer en el cante por saetas, le pidió a Chocolate que, el día que él muriera, le cantara en su entierro una saeta. Cuando murió Pepe, como ya hemos dicho, llovía torrencialmente en toda la campiña sevillana y en Marchena en particular. Chocolate, como muchísimos artistas y admiradores, quiso darle el último adiós a su ídolo, acudiendo a la iglesia donde se celebraba la ceremonia, pero era tal la avalancha de gente que no se cabía y Antonio Núñez Chocolate no pudo cantarle al ‘maestro’ la saeta prometida.
Chocolate, terminado el oficio eclesiástico, visitaría algunos lugares del pueblo, como el “Bar Pelao” de Marchena, propiedad de Fernando Narváez y junto a algunos amigos y artistas, tomarían unas copas. Muy tarde era cuando se encaminaron por carretera rumbo a Sevilla. Pero Antonio Núñez “Chocolate”, seguía teniendo en mente la promesa hecha a Pepe Marchena y, a la altura del cementerio, hizo detener el coche. Allí, agarrado a la reja y bajo una intensa lluvia – junto a l a ermita de San Roque que preside la puerta del Cementerio de Marchena –, le cantó una dolida saeta.