Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 3 de noviembre de 2024
La cruenta, sangrienta y larga contienda Guerra Civil, que padecieron los españoles, no acabaría con el último parte de guerra que emitiera el 1 de abril de 1939 el general Francisco Franco. Ahora tocaba represaliar a los vencidos, eliminar los restos de la izquierda, asociaciones, sindicatos, agrupaciones… Para ello, no se escatimó en primar cuerpos militares, policía, agentes secretos, delatores… y, pueblo a pueblo, casa a casa, se fueron “depurando” los restos que quedasen como recuerdo de aquella “nefasta” República que, según los vencedores (ejército, iglesia, empresarios, caciques, terratenientes…), había traído todos los males a nuestra Patria. Ahora nuestra "patria" llevaría por lema “Una, Grande y Libre”: UNA que vertebraría su riqueza y su progreso económico, industrial, social…, hacia el País Vasco, hacia Madrid y Cataluña, quedando relegadas al olvido y a la miseria Andalucía, Extremadura, Castilla…, una España GRANDE, que se erigió en autarquía, aislada del mundo, exenta de progreso, anclada en el XIX. LIBRE, sobre todo para los vencedores y humillante para los vencidos, los cuales serían eliminados, esquilmados, represaliados, presos o condenados al ostracismo.
"El Peluso", cantaor
El flamenco, como todo el universo del espectáculo lo tuvo muy crudo. El país había quedado destrozado, eran perentorios la alimentación, el vestir, la vivienda... Para la cultura, para el arte, para el divertimento no había medios ni casi ganas; al menos para la mayor parte del país que sufría las miserias dejadas por la Guerra. Jaén, que había sido tomada por el general ecijano Martín Prat, fue uno de los últimos bastiones de las milicias de izquierda en finalizar la Guerra. Una vez acabado el conflicto, Pepe Marchena, instó a todos los cantaores, que eran muchos (Valderrama, Canalejas, el de la Calzá…), a hacer una visita al nuevo Gobierno Militar Jiennense, con el fin de congraciarse con el alto mando y convencerles de su nula participación en asuntos políticos y militares. El general Prat – seguramente amante del flamenco –, ordenó que se le dieran unos salvoconductos para que, cada uno de los artistas, pudiese marchar a sus casas o donde creyeran conveniente. Había que empezar de nuevo, hacer de tripas corazón y sobrevivir. Por ejemplo Canalejas se libró de permanecer en la cárcel o algo más, tras la Guerra, gracias a que Pepe Marchena intercedió con un falangista, sobrino de Carmen Vargas, aquella bailaora que fue uno de los amores de Pepe. Con anterioridad, el marchenero habría ayudado económicamente a la familia de Carmen en aquellos momentos tan duros.
El “Niño de Marchena”, echándole valor, abandonaría su refugio linarense para marcharse a Madrid, donde se encontraría con su amigo Ramón Montoya, el cual había estado expatriado en París. Pepe le propuso montar una Compañía, y hacer una gira por Andalucía y aunque Montoya tenía recelos por la miseria que recorría al país, se aventuraron a empezar por Córdoba y provincia (Priego, Lucena, Puente Genil, Baena, Cabra, Montilla….); sin embargo, como presintió Ramón, sería un fracaso. No había dinero para comer, ¿cómo iban a tener los públicos medios para divertirse?
Estrellita Castro, cantaora
Los flamencos y el resto de artistas tuvieron que bajar sus cachés. Los teatros era imposible llenarlos. Los empresarios artísticos no se arriesgaban, solo el cine, cuya inversión era menor, podía seguir adelante. Es cierto que en las capitales de provincia donde la diferencia entre ricos y pobres era más acuciante, los grandes espectáculos se nutrían con militares, con aquellos que habían mantenido su patrimonio, también con los grandes empresarios y sobre todo los nuevos ricos, aquellos que se estaban forrando con el estraperlo, que eran muchos. Aprovechando esa circunstancia, Alberto Monserrat, el cuñado de Vedrines, a mediados de junio de 1940, montaría un espectáculo, un mano a mano entre el “Niño de Marchena y Manuel Vallejo en Sevilla, en el cine San Luis. Estamos a inicios del mes de julio de 1940 y como teloneros van José Martínez “El Peluso”, Manuel Infante “Niño de Fregenal” y para completar el cuadro, otros artistas como la “Niña de Lové”, Felipe de Triana y las guitarras de Alberto el Huelvano, Esteban y Antonio de Sanlúcar. Casi a finales de julio se trasladan a Córdoba, y hacen función en la plaza de toros de los Tejares (derribada en 1965 para ubicar el Cortés Inglés).
En estos espectáculos, que terminarían en Morón, debió estar presente también, aunque fuese como segundo, Juanito Valderrama, pues había hecho méritos suficientes para ello; sin embargo, no fue posible. Valderrama, tras la Guerra, se fue a Madrid, buscando a Marchena que habitaba, con su madre, en un piso en la calle Menéndez Pelayo, para pasar una temporada. Valderrama llevaba un billete de mil pesetas que le había dado Justo Medina, ahora alcalde falangista de Sorihuela (Jaén), por la ayuda que Juan le había prestado en un capítulo de la Guerra, cuando estuvo preso de las milicias de izquierda. Pepe, cogería el dinero de Juan y se marchó en tren, para iniciar la gira por Andalucía con Montoya, viajando en primera, mientras Valderrama tuvo que irse en un camión. Marchena le prometió a Valderrama que entraría en el espectáculo, pero no lo incluyó en ninguna de sus actuaciones; Juan siempre pensó que Marchena no quería competencia con él (así se lo confirmaría Montoya: “… este, es un hijo de su madre, este no te va a dejar cantar nunca, le molestas, tenéis el mismo público”), Allí, en Morón, Juan conoce al Pinto con quien comenzará una nueva etapa de artista y, estando en Osuna, discutiría y se despediría de Pepe, marchando de nuevo a Madrid en un camión lleno de soldados. Juan Valderrama, ya en la capital, con una recomendación de Montoya, se colocaría en el Villa Rosa.
Lola Flores, en su juventud
El tiempo de posguerra fue otra vuelta de tuerca más al flamenco. Si la Ópera Flamenca, trajo el fandanguismo, los cantes de ida y vuelta y los cantes más livianos a los escenarios, ahora, la posguerra concedía un lugar destacado a la copla a los cuplés, a canciones populares aflamencadas… artistas como Juan Valderrama, Antonio Molina, Concha Piquer, Estrellita Castro, Lola Flores, Caracol…, se pondrían de moda. Este tipo de espectáculos, que ya Marchena había adelantado varios años antes y que todo el mundo del flamenco más ortodoxo había criticado y vilipendiado, estaban en ahora en vanguardia, era lo que más demandaba el público de los años cuarenta. Marchena, con su repertorio, sus inclinaciones hacía el teatro, sus películas, sus “creaciones” y sus apariciones en prensa, seguiría siendo el artista más mediático de entonces, junto a la Piquer, Carmen Amaya... Es cierto que le seguían de cerca Valderrama, Caracol, Angelillo, la Niña de la Puebla.
Manolo Caracol, viendo como estaba el panorama musical se subió al carro de aquel esnobismo y tuvo que ceder y meter orquesta en su espectáculo si quería seguir en el candelero. La gente no estaba para más sufrimientos, quería algo que les levantara el ánimo. Marchena, en cambio, sigue rondando en el cine. Ahora aparece en la película “La Dolores”, rodada en 1939, en la que la protagonista es la estrella del momento Concha Piquer. Pepe, que interpretaba el papel del sargento Rojas, interviene poco en la cinta, se limita a cantar un fandango y una colombiana, además de la Copla de la Dolores, una especie de jota-alegrías que Pepe, hace a su manera llena de filigranas y florituras. Además, ese mismo año, se estrenaría otra de sus películas, “Martíngala”, que se había rodado en 1935 y en la que aparece por primera vez Lola Flores. Ya lo dijimos anteriormente, Pepe, también había intervenido brevemente en la película de Marcelo Gras “María del Carmen”, que se estrenaría en el Palacio de la Prensa en 1940.
Cayetano Muriel, "Niño de Cabra"
La etapa de Torre y Chacón era ya historia. Ambos, como sus ancestros próceres flamencos Silverio y el Nitri, marcaron una impronta. Con su desviación-innovación del cante primitivo y la creación de nuevas reformas; muchos de la siguiente generación, léase Pastora Pavón, “el Gloria”, “Pena Padre”, Cayetano Muriel “Niño de Cabra”, y un largo etcétera, se convertirían en sus continuadores y aunque quisieron ser leales a sus enseñanzas no les serían fieles a lo largo de sus trayectorias artísticas y acabarían imponiendo sus nuevos estilos, liberándose de aquella canonización establecida desde finales del XIX hasta la tercera década de los XX. Pero aquello, también tendría los días contados. Quien manda es el público, quien establece las pautas generalmente son los genios y los grandes empresarios. Los gustos son cambiables y la etapa de la radio, las novedosas tiradas de discos rompían todos los modelos. A las casas discográficas les bastaba hacer el oído de la gente con las nuevas tendencias musicales, como después ha ido ocurriendo en las generaciones sucesivas.
Sin embargo, el caso de Marchena fue diferente. Pepe irrumpe y en los primeros años, es fiel seguidor de sus maestros, Chacón, Torre... y se acoplaría a los estilos de Jerez, Triana, la Alameda sevillana…, en la llamada etapa de aprendizaje. Incluso, apuntaría cantes al estilo de Pastora, Rebollo… Pero a partir de mediados de los 20, Marchena optimiza los recursos que posee en su garganta y los conocimientos que tiene de los cantes. Eleva el fandango a la máxima expresión, se hace el amo de los cantes de levante, modifica y revoluciona cada estilo con sus modulaciones, como dirían de él muchos escritores y poetas: “… injertaba los cantes con nuevas yemas, pero no convertiría jamás al flamenco en una hibridación, sino en un árbol nuevo, natural, con nuevas entonaciones, sin la aspereza inicial; ahora era más melódico, vitalista, revistiéndolos de grandeza” Para muchos la impronta del “Niño de Marchena" fue un cisma en el flamenco. Si la ruptura la habían iniciado Torre y Chacón, si Pastora rompió cánones a inicios del XX, Pepe daba la vuelta definitiva de tuerca, actualizando el flamenco, revitalizándolo.