Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 15 de septiembre de 2024
Alborea el año 1935, estamos inmersos en una farragosa etapa de la historia de España, que culminará, como ya saben, en una contienda civil atroz. Sin embargo, en la vida de nuestro protagonista, en lo que respecta a José Tejada “Niño de Marchena”, el año 35 sería, tal vez, uno de los más importantes de su carrera. Pepe ha cogido tal fama, es tan conocido en el mundo del espectáculo, está de tal forma instalado en la cima, que todo lo que toca se convierte en un éxito. Pepe ya no es un cantaor al uso, ya no es considerado un flamenco que sube a la tarima y hace un repertorio de cantes. El marchenero se ha convertido en un divo, en una especie de personalidad universal, conocida en toda Europa, como lo pudiera ser el mejor tenor de ópera Enrico Caruso, como los actores Chaplin y Valentino o como el bailarín Rudolf Nuréyev…, cada uno en su momento y en su disciplina.
El "Niño de Marchena" años 30
Pepe Marchena, era una estrella atípica, no comparable a ninguna. Indiscutible sería negar la calidad de su arte, cuestión que ya había demostrado a lo largo de su carrera y que iba in crescendo, que estaba por encima de aquel mundo en el que se movía el flamenco. Ahora, la personalidad de José Tejada, está cambiando, no sabemos si por su egocentrismo, por el propio énfasis que él mismo daba a su persona o por el pedestal en el que le habían subido la prensa, los empresarios, el público… Ahora, Pepe en ocasiones, tiene las excentricidades del divismo, hace ostentaciones delante de sus seguidores, derrocha el dinero tal como lo gana, se empieza a llamar a sí mismo “maestro de maestros”, incluso podemos escuchar en algunas de sus grabaciones frases en la que no deja indiferente a nadie y donde prevalece su autoestima cuando dice: “… otra creación única del genial Pepe Marchena”. Sin embargo, el marchenero, es un divo diferente, es distinto a todos. A Pepe, unas veces su ego le lleva a cierta pedantería, veleidad o vanidad… y muestra su mayor petulancia aupado por la entrega ciega de sus fans; en cambio, en otras ocasiones suma en humildad, porque, siempre es respetuoso con el público, con sus compañeros, a los que enaltece y agranda… Pepe se nos antoja una buena persona, que trató de ayudar a todo el que se acercaba a él y serían estos mismos, aquellos coetáneos que convivieron, que intimaron con él, a lo largo de su vida, quienes le crearían aquella fama de genio o mito, que a la postre sería.
Porque, creemos que, Pepe, ya le hemos dicho, jugaba, se divertía con su propia personalidad, con su yin y su yang; igual bajaba a los infiernos y se gastaba en el tiro pichón lo ganado en un festival que, otras veces, se lo jugaba en una mesa de casino al bacarrá o compraba todos los billetes a los loteros de la Gran Vía (que eran muchos). En esos tiempos, él mantenía alquilada tres suites en los mejores hoteles de las grandes ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Sevilla). En cambio, en contraposición, otras veces, de forma anónima ayudaba a los más necesitados, se alojaba en un prostíbulo o se desplazaba a un pequeño pueblo y echaba el día con sus amigos los taberneros o compartiendo un arroz campero con los aldeanos.
Pericón de Cádiz
. Al hilo de esto podríamos incluir aquí dos anécdotas de Pepe que podrían ilustrar esta doble naturaleza, esta forma de ser de aquel artista incólume que jamás pudo llegar a entender nadie y que seguiría sorprendiendo a todos cuantos se acercaron a él, pues su carisma los engulliría. Era tan seductor que, quienes le conocieron, quienes convivieron con él, no tuvieron más remedio que elevar elogios, alabanzas y bondades al quedar absortos ante su atractiva personalidad. Ortiz Nuevo en su libro “Las mil y una historias de Pericón de Cádiz”, nos desgrana anécdotas, historias, pasajes y algunas mentirijillas del cantaor gaditano. Entre sus vivencias sacamos una: “Eso fue poco antes de la Guerra, entonces, Marchena, era un ídolo. Llegábamos a cualquier pueblo se echaba abajo del coche con alguna muchacha de su Compañía, Antonio el Mellizo y yo y desde que ‘emprincipiabamos’ a andar la gente decía: Mira ese es Marchena y la gente iba detrás de nosotros hasta llegar a la plaza y se arremolinaba para verlo a él. ¡Yo no he ‘conocío’ eso en ningún artista! Claro, un muchacho de la edad de Marchena, con el pelo tan bonito, tan bien ‘vestío’ y después salía a cantar, con aquella garganta ‘privilegiá’… y como era un ídolo, todo lo que hacía estaba bien hecho. En una ocasión, que no tenía muchas ganas de cantar, solo cantó dos o tres fandangos y se metió ‘pa’ dentro. La gente gritaba que saliera otra vez y el empresario medio loco… Hasta que de nuevo salió Marchena y le dijo a la gente: Respetable público, he ‘salío’ a cantar, aunque, estoy enfermo y ‘pa’ que ustedes vean que es ‘verdá’ traigo hasta mi médico; entonces, cogió al Mellizo y lo sacó. El pobre Antonio, ya viejecito, con sus gafas y el bastón le tomó el pulso allí mismo, en el escenario y la gente le dio una ovación bárbara. ¡Esas eran las cosas de Marchena!”(es copia literal).
Esta forma de actuar del marchenero, podría formar parte del grado de divismo o de autosuficiencia y encumbramiento que derrochara el “Niño de Marchena” y le vendría dado por la idolatría que le dispensara el público. Aunque, cuando vamos estudiando su personalidad, cuando vemos sus acciones y reacciones ante situaciones similares, pensamos que, la mayoría de las veces, Pepe, acudía a sus excentricidades porque tenía un gran sentido del humor, porque ese tipo de recursos, esas ocurrencias alimentaban no solo su ego, sino que aumentaban su fama de forma superlativa.
A. Beltrán Lucena, flamencólogo
En el punto opuesto estaba la forma de actuar de Pepe cuando se encontraba con amigos, compañeros en la intimidad. Así lo demuestra Antonio Beltrán Lucena, un poeta del pueblo, un trovador de lo ‘jondo’, un enamorado del arte de Marchena, que aún sigue en la brecha y, hasta hace poco, presentaba un programa de televisión en la costa malagueña, dedicado al flamenco. Beltrán en su libro “Vivencias marcheneras” cuenta muchos pasajes de la vida de nuestro protagonista. Este que traigo, ocurrió en la Cafetería Granada, de Málaga, que estaba al lado del Hotel homónimo en la ciudad de la Alhambra, donde solía alojarse Marchena. En aquella ocasión, Pepe, coincidió con “Agustín el de las flores”, nombre artístico de Agustín Escalera Gres, un buen cantaor, sobre todo de fandangos que se encumbraría por los escenarios de Europa y América. Como sabemos, Marchena ha sido uno, o el que más estilos de fandangos ha grabado; por entonces, había acabado la grabación de un disco titulado “Fandangos Olvidados” donde recogía estilos de Corruco, Macandé, Palanca, el Sevillano, de Antonio de la Calzá… Agustín se acercó a Pepe y le dijo: “Mire usted maestro, he tenido el atrevimiento de grabar unos fandangos suyos en un disco que acabo de hacer. Usted que es el Papa del cante y yo a su vera soy un monaguillo, me he atrevido a eso”. Pepe se le quedó mirando y sonriendo le dijo: “Usted habrá hecho eso muy dignamente, porque usted todo lo hace muy bien”.
Este pasaje es un claro ejemplo de su sencillez, de su empatía y del trato que dispensaba a todos sus compañeros. Por tanto, entendemos que Pepe, tenía otra parte más intimista y generosa que se alejaba de aquel divismo que parecía supurar en los espectáculos, ante las masas, ante los que se consideraban “grandes”. En estos casos, como el que mostraba ante “Agustín el de las flores”, era José Tejada, el hombre, el poseedor de valores indefinibles, que utiliza la afabilidad, la bonhomía; ahora sobresalía su parte más humana, en la que se muestra más cercano y que demuestra mayor sensibilidad y honradez de carácter.
Agustín "El de las flores"
Aquellos primeros meses de 1935 fueron para el “Niño de Marchena” la consagración de su carrera. Había llegado al culmen, a la cima de su carrera. Estaba haciendo lo que más le gustaba, era actor y actuaba en Madrid, con el espectáculo “Alma andaluza”, junto a sus incondicionales Ramón Montoya, Pepita Caballero, Encarnita Fresno…, a los que se unieron Palanca, Marcelo Molina, etc. Tras un gran éxito en el escenario madrileño, su Compañía, bajaría a tierras andaluzas; donde estarían durante los meses de marzo y abril, actuando en Cádiz, Málaga, Granada… dicen que a finales de abril, Marchena, no se encontraba bien; unos lo atribuyen al cansancio y otros a que Pepe tenía la cabeza puesta en otro lugar, pues en sus manos estaba ya el guión de su primera película como protagonista. De todas maneras, él no se desvinculó de la Compañía y sería sustituido en aquella ocasión por la “Niña de los Peines”.
Miremos cómo va España. A pesar de los difíciles momentos que estaba atravesando, tras los sucesos de octubre del 34, en abril de 1935 parecía que la normalidad política volviese al país y se calmarían los ánimos. El ministro de Gobernación Manuel Portela, anunciaba una celebración festiva de la República para el 14 de ese mes con un discurso en el que incluía: “… es esa naturaleza republicana, entendida como garantía de orden social, progreso y defensa de los derechos ciudadanos, la que permitiría establecer una base común de convivencia en que todos los españoles debemos entendernos”. Fue una especie de fiesta nacional. En Sevilla, como en casi toda España, se programaron festejos, conciertos de bandas de música, desfiles militares...; pero, aquello tenía los días contados.