Crece la fama del "Niño de Marchena"

Eduardo Ternero - domingo, 7 de Abril de 2024

Aquel “Niño de Marchena”, Pepe Tejada, en los años 20, es ya uno de los artistas más famosos de nuestro país. Todos los periódicos le aclaman, le dedican innumerables columnas de elogios, sacan a relucir eventos en los que participa, los lugares que visita. Se fotografía con famosos, con celebridades políticas, con gente del mundo del espectáculo, de la moda, del cine… y para darle mayor énfasis a su carrera, ese mismo año, cuando, Pepe, aún no ha cumplido los 21 años, empieza la radiodifusión en España. Eso le haría todavía más famoso, pues, su voz sonará en todos los locales y hogares de nuestra tierra.   

 Pepe con Manolo de Badajoz

Él mismo se fue forjando su leyenda, ya lo hemos comentado en otras ocasiones y es cierto que, a veces, resultaba pedante, en cuanto a su forma de expresar lo que sentía y lo que significaba para el público; pero, era la realidad; no podía ocultar con sus palabras lo que le estaba ocurriendo. Pepe tenía gancho con el público por muchas razones: una de ellas era su forma de vestir, de presentarse ante el público; su manera extravagante, excéntrica, llamaba la atención de hombres y mujeres. Su forma de cantar, entre la copla y el flamenco, entre la floritura y lo clásico, le hacían único. Su fama se alargaría tanto que sobrepasaba todas las fronteras, pues, era venerado en lugares tan recónditos y apartados como en los pequeños pueblos y aldeas de las dos Castillas, en Cataluña, Valencia…, a veces, incluso más que en su propia tierra. Aquí, en Andalucía, en muchos círculos, no se veía con buenos ojos aquel flamenco que ejercía Pepe, aquellas filigranas, sus poesías cantadas, que se acercaban a la copla o a los cuplés…

Eran la prensa, los medios, los aficionados, el pueblo en general quien le aclamaba y le vitoreaba, hasta el punto que muchas crónicas de los periódicos nacionales se decía que Pepe Marchena actuaba en tal u otro lugar, sin ser cierto. No sabemos si lo hacían adrede para dar más énfasis y empaque al evento o para que los públicos acudiesen atraídos por el poder mediático que tenía el artista marchenero en aquellos momentos. Por ejemplo se decía – sin ser cierto –, que actuó ante los Reyes de Italia aquel año, o en una fiesta que dieron los duques de Alba en el Palacio de Liria. Así, hemos constatado lugares en los que, el Niño de Marchena, no podía estar actuando, pues, ese mismo día, se encontraba actuando a muchos kilómetros de distancia.

  "Niño Medina"

Pepe, seguía aprendiendo y cada vez que podía se dejaba ver por los antros de la Alameda de Hércules sevillana, donde tanto había aprendido de los grandes. Siempre recordaría aquel Niño de Marchena, sus primeros meses en la ciudad hispalense, cuando, con tan solo 13/14 años y unas monedas en el bolsillo, acudió al esplendoroso Teatro San Fernando (calle Tetuán) hoy derribado,  para escuchar a la Niña de los Peines o al Niño Medina. Seguramente, aún, no le habría entrado el gusanillo de la obra de los Quintero que tantas veladas encumbraron al Teatro hispalense. Por aquellos años, únicamente, revoloteaban por su cabeza los trinos del cante, ansiaba verse en la cabecera de carteles,  junto a los mejores cantaores de la historia (Chacón, Torre, Pastora, Tomás…). Otras veces, se gastaba el dinero en el Salón Circo-Price –aquel que estuvo, durante muchas ferias de Sevilla, en el Prado de San Sebastián –, para deleitarse con los cantes y el extraño carisma de Manuel Torre o cuando, durante la Feria de San Miguel, por el mes de septiembre, acudía con amigos al Llorens para escuchar y aprender directamente los cantes de dos de sus ídolos D. Antonio Chacón y Manuel Escacena, un cantaor sevillano que gracias a Manolo Bohórquez se ha podido recuperar del ostracismo flamenco.  Escacena, fue uno de los grandes cantaores de finales del XIX e inicios del XX, discípulo de Chacón, pero, un especialista en los cantes de levante que, a la postre sería uno de los maestros, en los inicios del Niño de Marchena, al igual que Chacón, aunque, ya sabemos que Pepe, a lo largo de su vida, consiguió alejarse y crear su estilo propio en todos y en cada uno de los cantes que dominó, que fueron la mayoría.

Estamos a mediados del 1924, la estela del Niño de Marchena se va alargando cada vez más. La radio y sus grabaciones contribuyen a dar mayor fama y propaganda si cabe a un artista incipiente, que lleva poco en el candelero. Debemos entender que los medios de comunicación no eran tan ágiles como hoy. Sin embargo, músicos del mundo entero, entendidos del arte, saltarían a los diarios para expresar su opinión cuando le escuchaban: Leopoldo Stokowski (1882-1977), un prestigioso músico inglés, director de orquestas en París, la sinfónica de Londres, la de Filadelfia, Nueva York… cuando escuchó cantar por primera vez a Marchena, se quedaría con la boca abierta y declararía: “Tiene el arte del Niño de Marchena la emoción del canto llano, expresado por un intérprete genial. Si sus prodigiosas florituras se pudiesen llevar al pentagrama, deslumbraría al mundo”. Igualmente, Manuel de Falla, diría de él: “En el cante del Niño de Marchena se encuentra el canto inagotable del verdadero canto andaluz, sin las trabas que lo empequeñecen al encerrarlos en cancioncillas”.

Manuel Escacena

Eran sus compañeros, cantaores y cantaoras, coetáneos de Pepe, quienes primero se sorprenderían cuando le escuchaban. El mundo del flamenco y no flamenco, gitanos y no gitanos, alababan su forma de cantar, su voz, su estilo, su carisma. El mismísimo Manuel Torre, cuando le escuchó cantar espetó: “¡Cómo canta este ángel caído del cielo!”. Antonia Mercé “La Argentina”, aquella famosa bailaora (1890-1936) se entregaría a la voz de Pepe con estas palabras: “En el Niño de Marchena, se marca la cumbre indiscutible del cante”. Sabemos que Pastora Pavón “La Niña de los Peines”,  que siempre estuvo enamorada de Pepe Marchena – no solo de su cante –,  a menudo le pedía que le cantase “El romance de la Rosa”. También su hermano Tomás, admirador de Pepe, diría: “Cuando Dios creó el cielo tiró la sal y toda la cayó al Niño de Marchena, porque solo andando, tiene más arte que todo el mundo”. Antonio Núñez “Chocolate”, no tuvo dudas en sentenciar – estando con varios amigos cantaores y periodistas, en una taberna de la Plaza del Duque sevillana (comentando), acerca de quién era mejor o peor cantaor –: “… vamos a dejarnos de tonterías, aquí la mitad hemos sido todos unos borrachos, los mejores siempre han sido el Niño de Marchena y Chacón”.

 No solo era la prensa, los aficionados, sus propios compañeros quienes le elogiaban, a pesar de su juventud y de su poca estancia por la capital del reino, sino que en la comedia “La copla andaluza” de Enrique Rodríguez Cabezas cuyo seudónimo era Dubois, se deja caer una sentencia poética refiriéndose al marchenero: “Hay la mar, por esos mundos de Dios, que saben muy bien cantá, como el Niño de Marchena, que en fandangos es juncá”.

Leopold Stokowki

Por esas mismas fechas, finales de 1924, el gran admirador, pupilo y amigo de Pepe, Juanito Valderrama, cuando aún no había cumplido los 9 años, se presentó al concurso de cante que se celebraba en su pueblo, Torredelcampo. El propio Valderrama, uno de los cantaores que más conocimiento del flamenco ha tenido, le comentaría a su biógrafo Antonio Burgos: “Me convenció mi hermano José de que me presentara al concurso. Yo había estado todo el día anterior trabajando en el campo, en la era, aventando la parva y había tragado mucho polvo; me había quedado afónico, así no podía cantar. Mi madre me preparó aquel remedio de las abuelas, el de toda la vida, un vaso de ponche con un huevo. Dicen que hace milagros y en aquella ocasión, a las pocas horas ya estaba recuperado de la voz. Aquel día, en el cine Sillero de mi pueblo canté por granainas, tarantas y fandangos, sin guitarra, porque la cosa no estaba larga de presupuesto. Al final me gané los cinco duros del primer premio.

Pepe, el “Niño de Marchena”, con 21 años, a punto de cumplir 22 tiene ya una pléyade de seguidores, que intentan imitarle en sus fandangos, en sus cantes de ida y vuelta, granaínas, malagueñas, cartageneras, tarantas, murcianas…, intentando imitar su voz, sus melismas y acercarse a sus florituras… Pero, lo de Marchena es natural, él nunca hace un fandango o cualquier cante de la misma forma; él improvisa, crea, reconstruye sus cantes, los acomoda a su garganta, a su estado de ánimo, al lugar donde se encuentre. Los demás van a remolque, sus discípulos lo intentan, pero, ninguno oscurece al maestro. Pepe evoluciona el cante, lo recupera, lo saca del marasmo ancestral para hacerlo fácil, al gusto de los públicos que lo idolatran; los demás, intentan hacer del cante marchenero una especie de orquestación anodina, una mala copia que no conducía a nada.