Los cafés-cantantes (inicios)

Eduardo Ternero - 26 de octubre de 2019

Los cafés-cantantes (inicios)

Muchos escritores afirman y coinciden en situar el primer café-cantante en el 1842 aproximadamente. Ese es el primero del que se tienen noticias escritas;  dice Fernando el de Triana que, como tal, se levantó en Sevilla, en la calle Lombardo (tal vez con el mismo nombre). Aunque, Fernando, que nació en 1867,   conocería más de uno por  la ciudad hispalense y comenta que algunos   llevaban años abiertos: como el de la calle Cagajones u otro que existía en la calle Triperas. Mas, cuando hablamos de cafés-cantantes nos estamos refiriendo a grandes locales, con grandes escenarios, gradas, un gran patio de butacas, una gran barra… algo que se fue adaptando poco a poco.

Ya dijimos que,  seguramente,  a principios del siglo XIX, cuando Merimée fija fecha para la historia de “Carmen la Cigarrera”,  hay un  pasaje  en el que la trianera acude a  la taberna con su amante (el teniente que deserta y se tira a la sierra), donde se cantaba y se bebía; seguramente,  se trataba de un local muy parecido a lo que sería el café-cantante en sus inicios. 

Creemos, como ya apuntamos,  que el modelo de café-cantante lo  empezaron unas cuantas tabernas, unos cuantos empresarios que,  ávidos de hacer negocio, otros enamorados del flamenco,  “se liaron la manta a la cabeza”   ampliando o construyendo  un  local nuevo. Para ello dispusieron el tablao y colocaron sillas y mesitas para que el personal tomase sus vinos, sus tapas… aquello se fue llenando de gente, hubo que adornarlo,  poner camareros, hacer locales exclusivos… hasta llegar a lo que sería verdaderamente el café-cantante (hoy sala de fiestas).

Definido como café-cantante, como locales exclusivos para espectáculos de cante flamenco, surgieron en toda la geografía andaluza, parte de Extremadura, Murcia y llegaría hasta Madrid.

En todas las provincias se abrieron estos locales, algunos desmesuradamente grandes con más de mil localidades, con barras larguísimas, columnas,  asientos con respaldos donde poner las bebidas y las viandas. Al final los grandes salones serían una especie de platea de teatro,  con palcos engalanados, cortinaje, espejos, cuadros… y los protagonistas que subían al escenario eran por lo general una especie de compañía formada por varias mujeres que bailaban, uno o dos cantaores y sus guitarras; muy parecido a los espectáculos flamencos de hoy día, con la diferencia propia de la época, pues no disponían de micrófonos, ni luces eléctricas, ni la insonoridad que cuentan la mayoría de las salas que hoy ofrecen espectáculos.

  Antiguos cantaores como Pepe el de la Matrona, que conoció gente que vivió en la segunda mitad del XIX, apuntaba que,  proliferaron tanto, tuvieron tanto éxito que, por el 1860, habían censado más de 100 cafés-cantantes en la geografía española, claro que casi todos estaban ubicados en nuestra Andalucía.

Como curiosidad en la Unión (Murcia) había más de veinte. Entiendan que estos locales, tendrían varios usos: ser por momentos un bar, otros dedicados al cante, bailes…  y a última hora se habilitaban los reservados para los señoritos que seguían la juerga comprando el cante exclusivo del cantaor y donde seguía corriendo el vino y la compañía femenina. Los hubo tan enormes y con tanta diversidad que, en alguno, como el Café del Burrero, llegó  incluso a la lidia de becerros. Por allí se colgaban  cabeza de toros, cartelería  de cantaores y toreros…estaba todo asociado, flamenco-toros-bebida… y algunas cosas más.  

Pero el más genuino de todos los cafés-cantantes será el de Silverio,  que se inauguraría allá por el 1885. Quizás sea el que más se asemejase a las salas de fiestas o tablaos flamencos  que existen hoy. Ni que decir tiene que allí actuaron los mejores artistas de la época, las mejores bailaoras gitanas subieron a aquellos escenarios. Es cierto que muchos de ellos tuvieron durante temporadas enteras dando varias sesiones  diarias, aguantando el tipo a base de “aguardiente va y viene” como dice Matrona, hasta las cuatro o las cinco de la madrugada,  por un ridículo sueldo. Cuentan las crónicas que en muchas de aquellas noches el público pedía a gritos que el dueño (Silverio) hiciese algún cante a lo largo de la velada, a la que el cantaor-empresario, generalmente, accedía.

Pero hay que situarse en aquellos años para comprender lo que era el cante, lo que era vivir de ello. Cuentan las crónicas de la época que  la mayoría de los cantaores eran gitanos, algo razonable, pues eran los precursores y los creadores de las tonás, las seguiriyas y una diversidad de cantes que, hasta la llegada de Silverio y Chacón seguiría esa tónica  durante  décadas. De todos modos Silverio, para el mundo caló sería buen patrón (empresario) y contaría y apoyaría a muchos de ellos, a sabiendas que este tipo de negocio no funcionaba siempre bien.   

Imágenes  (Varias épocas de cafés-cantantes)