Manuel Centeno, precursor de la saeta

Eduardo Ternero - domingo,  21 de agosto de 2022

A lo largo de este espacio y estas líneas  siempre hemos dicho que el toreo y el cante han ido de la mano. Ya dijera, Pansequito, en plan sorna: “…en el toreo se acaba cantando y en el cante se acaba toreando.”  Como sabrán,  ha habido  familias en las que se han ido alternando toreros, banderilleros… gente del toro con cantaores, bailaores, guitarristas… gente del flamenco: recuerden la saga de los Ortega, donde el matador Joselito fue su máximo representante del toreo y Manolo Caracol del cante. Así ha sido la historia paralela entre flamenco y toreo a lo largo de los últimos dos siglos y medio.

Por eso, hoy le traemos un torero-cantaor sevillano llamado Manuel Jiménez Centeno “Manuel Centeno”, nacido en la Puerta de la Carne, de la ciudad de la Giralda,  un 11 de octubre de 1885. Desde pequeño fue lo que se llama por estos pagos “culo de mal asiento” y sobre todo un equivocado o un incomprendido, de esos que nunca encuentran su sitio en el mundo, crecen sin autoestima o no creen en su valía. El mismo confesaría que, siendo un niño, sus padres creían que era un buen alumno, que estudiaba y sin embargo hacía la rabona  los cinco días de la semana. Viendo los resultados lo colocarían a trabajar de aprendiz de  taponero en una de las industrias de corcho de las más de una decena que había entonces en la  Sevilla de finales del XIX. El maestro del taller, le conminó a que siguiera pues pensaba que sería un excelente profesional en la industria del corcho, sin embargo no aprendió el oficio y se marchó. Con 22 años se le metió el gusanillo del toreo  y se hace banderillero  de la cuadrilla de su tío José Centeno viajando con él  a Méjico durante un año. Se hizo al final torero y torearía seis novilladas, sin éxito alguno,  no era buen banderillero ni buen torero, pero en cambio si recibió dos cornadas, una de ellas muy grave, en su ciudad natal. Con este fatal percance, su negatividad y su falta de motivación le hicieron pensarse si seguir en el mundo del toro.

Manuel Centeno, torero

Manuel siempre había canturreado bien, tanto flamenco, copla, zarzuela…, e incluso se había atrevido a ser por momentos actor. Buscaba un sitio en la cultura y no lo encontraba. Un día – cuando aún mantenía la coleta –, al llegar a su casa y no tener que comer, en lugar de agobiarse, se puso a cantar unas tarantas y unas granaínas, cuyas letras y música se sabía  de asistir a colmaos, de escucharlo en el fonógrafo… El caso es que cantó con tal sentimiento y con tanto arte que su familia le aconsejaría que se dedicase al cante. A Manuel se le daban bien la farruca, los fandangos y algún que otro cante además de la taranta y la granaína. Él solía cantar en  algunos espectáculos, con los amigos, en fiestas… siempre con poco éxito. Pero hubo un acontecimiento que relata el flamencólogo Hipolito Rossy: “Era domingo de Resurrección de 1919, en un balcón estaba Manuel Centeno y cantó una saeta por seguiriyas que congeló el ambiente, aquella saeta acabó con todas las anteriores y sería el nacimiento de la saeta tal como la conocemos hoy”. La gente se volvió loca con él,  siempre le pedía que cantara saetas, aunque fuese en agosto.

Definitivamente, Manuel Centeno, dejó el mundo del toro. Blas Vega y Fernando Quiñones en su libro “Toros y Flamenco” hacen alusión a la personalidad artística de Centeno, como un buen cantaor que lo venía haciendo desde que ejerciera como torero.  Pronto entendió, Manuel,  que tendría que seguir con el cante pues era el único modo que sabía de ganarse la vida y en aquellos momentos, en una España de entre guerras, de mucha hambre y calamidades,  quienes ansiaban dedicarse al mundo del arte tenían una opción con el flamenco. Así que, a sabiendas que no era un cantaor de duende, ni de una personalidad arrolladora, ni poseía unas condiciones innatas para el flamenco continuó aprendiendo y cantando. Hasta el punto era pesimista o bromista  que en su tarjeta de visita él ponía: “Manuel Centeno, cantaor fino sin duende.”.Pese a todo, Manuel, no se amilanó, se agarró al fonógrafo y aprendería de los grandes del momento su forma de decir los cantes, cogiendo de unos y de otros lo que mejor se le daba; pues, Manuel Centeno, lo que si tenía era una voz grandiosa, muy agradable y una figura atractiva y elegante, lo que le hizo en muchas ocasiones el ser contratado por compañías de teatro para actuar en comedias de varietés que por entonces, en los años 20 del siglo XX se pusieron de moda.

Manuel con su tío el matador José Centeno

A partir de 1922 se convertiría en el saetero más famoso y más solicitado en la Semana Santa de Sevilla  y alrededores. En 1923 actuaría por las plazas de toros de media Andalucía, sobre todo en Sevilla, Málaga, Huelva…, formando cartel con D. Antonio Chacón, Manuel Torre, el Gloria, Manolo Caracol… Ante el éxito cosechado seguiría cantando durante muchos años por toda la geografía española, formando parte de importantes compañías y compartiendo escenarios con los mejores artistas.

Así  continuaría,  combinando varios tipos de espectáculos: comediante en obras de teatro flamenco como “la Copla Andaluza”, “los Chatos”, “La mala uva”, “Fiesta andaluza” y “Herencia de Arte”. También se atrevió haciendo zarzuelas, cantando flamenco y sobre todo saetas. Empero, en 1926 ocurrió para él algo extraordinario, algo que jamás pudo imaginar; se celebraba en Madrid la Copa Pavón, aquella a la que, años anteriores, se habían presentado tan grandes artistas y que Pepe Marchena perdería ante Vallejo (siendo el presidente del jurado D. Antonio Chacón). Manuel se presentó a sabiendas que no tendría nada que hacer ante aquellos enormes cantaores del momento como Manuel Vallejo, El Niño de las Marianas, Manuel Escacena, José Cepero, El Cojo de Málaga… Vallejo la había ganado el año anterior, sin embargo Manuel Centeno, tras hacer una saeta por martinetes, deslumbró al público asistente al igual que al jurado, quedando como ganador de la Copa.

Manuel Centeno, cantando una saeta.

A partir de aquí, Centeno se convertiría en una de las grandes figuras de la Ópera Flamenca y en el mejor saetero de la época. En estas fechas también grabaría sus primeros discos, y desarrollaría una buena carrera en el flamenco,  haciendo giras por toda España, destacando en su aprendizaje sobre todo en cantes de levante y las malagueñas, además de los que ya conocía y llevaba en su repertorio.

Manuel Centeno estuvo cantando en las compañías que recorrían nuestra geografía, hasta el mismo día de su muerte, que ocurrió en Cartagena el 12 de agosto de 1961. Cuentan que,  en un momento de su actuación se sintió indispuesto y fue trasladado a un hospital de Cartagena pero, prácticamente, ingresó muerto. Es decir la muerte le sorprendió en el escenario, en la compañía de Pepe Marchena que recorría el país con el espectáculo “Así canta Andalucía” que durante aquellos días actuaba en el Cinema Mery de la Unión (Murcia).

Pepe Marchena, con la generosidad que le caracterizaba,  consiguió reunir el dinero para trasladar el cadáver a Sevilla, pero cuando se puso en contacto con Josefa Pacheco, su segunda mujer esta le contestó que le enviase el dinero a ella para que pudiera comer su familia, a lo que accedió el “Maestro” y Centeno sería enterrado en tierras de levante. Lástima de aquellos enormes artistas que se apagaban y eran olvidados de la noche a la mañana por todos. Porque, Manuel Centeno, ha dejado una escuela en la forma de cantar la saeta y en la historia del flamenco, siendo considerado como uno de los mejores saeteros de todos los tiempos.

LIBRO: “Toros y Flamenco”, de José Blas Vega y Fernando Quiñones. 

SAETA "LA CRUZ EN TIERRA TENDIERON"-MANUEL CENTENO