La Ópera Flamenca II

Eduardo Ternero - domingo, 13 de febrero de 2022

La semana pasada situamos cronológicamente la mal llamada Ópera Flamenca, comentamos la argucia del empresario Vedrines para cambiar el nombre a los espectáculos flamencos y vimos los cambios que experimentó la etapa anterior, la  Época dorada de lo ‘jondo’, para ir acercándose a todos los públicos y con ello llenar los grandes recintos que antes eran casi inalcanzables para el mundo del flamenco. 

Pero aquello, que no fue flor de un día, sino que duraría casi cuarenta años, no  traería consigo solo una mayor afluencia de público, una mayor consideración hacia el flamenco; aquello supuso también el establecimiento de mayores ingresos para aquellos que se dedicaban a ello, que se consideraban profesionales  y se dejaban la piel en los caminos para acercarse a los pueblos de toda España.

También, no debemos dejar de reconocerlo, se perdieron muchas formas de expresión flamenca, se perdió parte la “verdad”, del verdadero sentir flamenco, parte de aquella condición purista. Al subirse a los escenarios  se convertiría en un repertorio castrado, obligado a la exigencia de quienes pagaban en taquilla. Entendamos que al masificarse, al tener acceso todos los públicos, toda clase de gustos, parte de la esencia se perdería… eso se venía haciendo desde que se abandonó la cueva, la taberna, la reunión de amigos, la fiesta familiar, desde que empezó a airearse por los caminos a cobrar por ello… como ocurre en tantas otras cosas.

Es cierto que durante la etapa de la Ópera Flamenca imperarían las florituras, los gorgoritos, la filigrana… y  se dejó apartada aquella voz afillada, aquellos cantes  como la caña, el polo, los diferentes estilos por seguiriyas, las tonás, martinetes, carceleras... El público a partir de los años 20 y 30 buscaba más la alegría en los cantes, deseaba resarcirse del mundo de la industrialización, de las penalidades de las guerras; no olvidemos que la primera mitad del XX España venía de perder las colonias de Cuba y Filipinas, luchaba por las posesiones de Marruecos, había revueltas continuas (minería, anarquismo, separatismos…) y en Europa la Primera y la Segunda Guerra Mundial marcarían la historia para siempre. El público renunciaba a aquellos cantes de pena y dolor, de fatigas y hambre y   entonces el fandango,  los cantes de ida y vuelta, los aires de Cádiz y las coplas se hicieron dueños de los escenarios, aunque sus intérpretes continuaran con la savia dentro y aprovecharan sus momentos íntimos, con los amigos o la familia, para buscar el duende por seguiriya, por soleá o por bulerías y tango en sus fiestas. 

En aquellos años, la  influencia extranjera, el mayor acceso a la cultura, la incorporación de la mujer a todos los estamentos, los grandes poetas de la copla de nuestra tierra (Quintero, León, Quiroga…) hicieron que  flamenco tomase otro rumbo distinto. El flamenco parecía haberse desmadrado y lo que se buscaba era más el lucimiento de una voz coplera, frívola, con temas de amores y desengaños a lo que contribuyó  la incorporación de la  radio.   Ahora se escuchaba el cante, la copla en los patios de las casas de todos los pueblos de España,  imperaba el gusto de la mujer,  del ama de casa y por ende el de la familia. La mal llamada Ópera Flamenca se imponía  por encima de lo que hasta ahora era considerado flamenco. Aquel cante hondo, adolecido o festero, gitano o payo pero dentro de un canon lleno de sentimentalismo, de recogimiento y solemnidad se transformaría en algo más popular, que llegaba a mayor cantidad de público, pero que dejaba apartado de la escena a los principales protagonistas de su conformación en el último tercio del XIX, aquellos que habían sufrido los avatares del camino, el hambre, las noches en vela, de cante regados con vino y sueño, al capricho de unas monedas. 

Angelillo 

Pepe Marchena, rompío de smoking, deleitaba a las masas con sus colombianas, con sus fandangos y sus coplas, muchas de las cuales inventaba y a las que bautizaba con una especie de antropónimos a placer, a su antojo, unas veces  decía de donde provenían, otras de nombres antiguos…  al capricho y  dándole aires de cantes de ida y vuelta, de levante, con aromas serranos de Huelva… algo que solo pueden hacer los grandes divos, esos mitos que marcan época… Él sabía lo que gustaba al público y se lo fue dando en dosis. El mundo flamenco, viendo la fama que adquiría, su caché, el fervor que le mostraba la gente,   no tuvo más remedio que seguir su estela y  la gran mayoría de los artistas, muchos flamencos de siempre, consagrados y los que venían detrás  se subieron al carro y hay que entenderlo, había que llevar las habichuelas a la casa, todos tenemos esa costumbre de comer… casi a diario.

Pensamos que  para muchos de aquellos, los grandes intérpretes del flamenco (Torre, Chacón, Pastora, Pinto, Tomás, Fernando el de Triana y tantos más  que vieron “la destrucción del flamenco” tras las penalidades y las luchas mantenidas durante el siglo anterior sería un sufrimiento y una desilusión, al igual que para Falla, Lorca y muchos que apostaron por la pureza con el Concurso de Cante Jondo de Granada. Pero ante los gustos del público, ante las modas hay que rendirse o luchar contra ellas hasta vencerlas y como  la sangre no llega casi nunca al río otras modas, otros ritmos, otros intérpretes  ocuparan el lugar de  Marchena y el flamenco seguiría otros cauces, ni mejores ni peores, distintos.  

Ya comentamos las semana anterior que la Ópera Flamenca fue un movimiento vanguardista, un cambio en la forma de expresar el flamenco, motivado por los gustos del público que accedió en masa a los grandes escenarios y donde el flamenco comenzaría a ser la seña de identidad de nuestro país, pues con este nuevo flamenco fueron muchas las regiones de España las que apostaron por esta forma de expresión musical, apartándose por momentos de los folclores ancestrales y recurriendo en los ágapes, saraos, espectáculos… a la copla y a esta flamenco más liviano y popular que inundaba todas las emisiones de la radio en una España de entre guerras, de miserias y hambruna. 

Rafael Alberti 

Personalmente puedo aseverar que hay lugares de España, en la Castilla más cerrada y oscura, en esa Castilla o Galicia de lutos y sobriedad,  en pueblos apartados a los que se llegaba por caminos empedrados, donde hemos podido observar  (ya hace décadas) en casa de algunos amigos y  conocidos retratos, carteles, reseñas de Pepe Marchena venerados con la devoción de un mito o un dios, como posteriormente lo fueron Camarón,  Beatles o Jackson. 

Pero ¿qué pensaban respecto al flamenco los intelectuales y los políticos de aquellas fechas? Muchos de  escritores de  La Generación del (Alberti, Lorca, Hernández, Villalón…)  era de origen andaluz;  todos conocedores del flamenco y divergentes con respecto a  muchos de la generación del 98. Esto significó no solo  que se reconociese al flamenco como tal sino que además  se subieron al carro de la vanguardia.  Sin embargo, durante la postguerra,  después de la Guerra Civil Española, el franquismo, contrario a las inquietudes y gustos de la Generación del 27 –por su ideología de izquierda –, no adoptaría en principio  al mundo flamenco  entre sus preferencias y sería mirado con desconfianza pues no estaba claro que aquello contribuyera a formar una conciencia nacional.  Sin embargo, ante el auge populista que fue cogiendo, tuvo que claudicar y aceptarlo como una de las principales manifestaciones  culturales del país. 

Angelillo - La Hija de Juan Simón

Angelillo -- Camino Verde