...sin aliento, el alma gritó

Por Eduardo Ternero - 30 de Agosto de 2019

…sin aliento, el alma gritó.

Bajo la niebla  aparece el verdor de las campiñas, grandes  latifundios,   lugares donde se asientan  gitanos y los más pobres andaluces. A lo lejos se divisan los puertos de Cádiz, la costa del penar, donde eran enviados los cautivos con destino a las galeras. En los cortijos  hay pesares en las  gañanías, huela a dolor de cárceles,  gente itinerante que abre caminos (aguadores, herradores, tratantes, latoneros…), gente que levantan la tapa del cofre que contenía  los misterios del cante y los lanza al aire que, entre nube y nube, escala a la cima.

Desde Cádiz y los Puertos  hasta Triana y Sevilla, de Lebrija a Lucena  pasando por Jerez; de Morón a  Utrera, Alcalá de Guadaira o Marchena. Es ese  triángulo entre Córdoba Ronda y Sanlúcar… se disipa la niebla y emerge el   Valle del Guadalquivir que conforma la Baja Andalucía. Aquí  estaba  la cuna que  tendría la dicha de ver nacer,  desde sus raíces,  el árbol del flamenco. 

Aquellas expresiones artísticas que provenían de la seguidilla castellana, de la jota, de los cantes que aportaban las distintas regiones de España,  más los cantos sefarditas, los melismas árabes… no eran suficientes, ni definían el sentimiento que salía de las entrañas de la pobreza y el sufrimiento andaluz.  No se correspondía su expresión con el padecimiento gitano, con sus vivencias de persecución y malvivir. En los tajos, en las celdas de las cárceles, atados como galeotes, en los rincones de una cueva o una choza,  a la luz de un candil,  la garganta rota y el deseo de expresar el dolor y la pena,  les hizo explotar. Fue en la tragedia que da la soledad, la impronta de un grito de libertad, un gesto de rebeldía, una mano hacia el cielo y tres o cuatro versos los que se fundieron en “soníos” negros.

Una toná no es más que un pensamiento expresado desde el interior, sacar del alma el ahogo, el dolor; es una forma de llorar, de expresar al mundo la injusticia, de subir al viento un caballo negro que se lleva lo que te han quitado: no poder  ver más a tus hijos, la falta de libertad, el hambre o la muerte de un ser querido. Quizás fuese la toná el origen, la expresión más ingenua y simple, pero de más profundidad y sentimiento que se expresaría con el cante.

 La toná sería compartida por compañeros  de celda, remeros, sobre una tumba familiar, por los caminos del tiempo… y se fundirían en fraguas para iluminar el martinete, en carceleras para expiar penas, en saetas para rogar  a Dios… y culminarían en deblas para dar más énfasis a los versos, añadiendo melismas a la desolación. 

A partir de esos cantes primigenios, los gitanos itinerantes, los temporeros, las influencias de otras músicas  fueron creando, adaptando e innovando el cante y el baile. Los cantes del mundo rural  (temporeras, trillas, arrieras, cantes de siega, tonás del bueyero…) de la tragedia,  del dolor,  surgirá la seguiriya (la liviana, la serrana, cabales…) y de ella diversificarán otros cantes en el andar de los tiempos.

Pero el pueblo, el pueblo gitano también tiene momentos de distensión, algún momento de gozo en sus bodas, bautizos… se aprovecha cualquier resquicio (un buen trato, una pedida, la llegada de unos primos… para alegrar el alma). Se tocan las palmas, se hacen cantos antiguos, con las primeras alborás o alboreas, cantes de fiesta, boleros con acento gitano (fandango), zorongos, juguetillos de alegrías… el flamenco se va abriendo paso, empieza a echar sus primeros pasos, sus primeros balbuceos grupales. 

El pueblo andaluz, sobre todo el pueblo gitano,  cuando se reúne, cuando se siente solo, cuando le ahoga el dolor o cuando se siente feliz… en todos los estadios de su vida, recurre a expresar sus sentimientos, bien de alegría, bien de pena, los devaneos  de un amor, las cosas cotidianas… el cante impregna la vida de la gente que habita la Baja Andalucía.