En alas del viento, volaría hacia levante

Eduardo Ternero - 12 de octubre de 2019

En alas del viento, volaría hacia levante

El mundo del flamenco, su gente, empezará a tomar conciencia de que ha nacido un arte que gusta. Un arte que recorre los cielos andaluces, una forma de expresarse que tiene cada vez más adeptos. La magia se ha hecho: de un grito de dolor, de un estremecimiento que se escapa tras la reja de una cárcel, de un quejío que vuela por encima de las olas, que se forja en la oscuridad de las galeras, emergería el cante flamenco.

Esquiladores

       Ahora, entrados en el XIX, es un sentimiento  que emana y se funde en el yunque de una fragua, en el tajo obrero. Todo se  une,  se  distingue  y permanece en el aire;  se consolida, adquiere formas y se sirve en la soledad de un bujío, en la alcoba de una cueva, entre cuarterolas de vino, en saraos, entre amigos. Es algo inédito, existe pero casi no se ve;  se lleva dentro, se expresa desde el interior… pero hay que sacarlo, orearlo, que otros  pueblos lo conozcan,  que viva, que se expanda.

Los caminos de Jerez se llenan de postas, de posadas, los pueblos crecen y   los tratantes, herradores, esquiladores, latoneros, canasteros… llevan y traen, traen y llevan cantes y bailes, son paradas obligatorias por Lebrija, Utrera…unos cuantos linajes, unas familias gitanas se reparten por los barrios, pueblan estos lugares, dejan su impronta.  Surgen fragüeros, herreros, artesanos del metal…Triana y Jerez se acercan, son dos hermanas cantaoras que se funden en un abrazo, que comparten los cantes que las familias conservan como oro en paño; cantes que adaptan al compás de sus ritmos de trabajo, acompasándolo a sus gustos, a su genios, a su idiosincrasia.

Castillo de Alcalá

El flamenco ya no se oculta, quiere salir a los pueblos, a los campos, quiere llegar a todos los rincones de su patria andaluza y acompaña en la cabeza y en el corazón, en la garganta de sus intérpretes;  sobre todo en el ánimo de muchos poetas cantaores, voces privilegiadas, conocedores de sus letras y sus sones. Son libros abiertos, gramolas andantes, que van ampliando el circulo. Ya Triana se queda chica y cruzan por el Aljarafe las soleares de los gitanos de la Cava, la  de los barreros del Zurraque o unas soleares apolás de Ramón el Ollero... 

Por el Guadalquivir suben desde Sanlúcar  los aires marineros, los compases de los Puertos, las primigenias alegrías gaditanas… que  van regando las orillas de Coria, Puebla… al compas de la corriente del padre río.

Se asolanan los cantes en la Campiña que bajan los Alcores. Desde Alcalá o Mairena fluyen cantaores en  las familias de los “Gordos” los “Paulas” o los “Talegas”;  pasan arrullando por trigales y viñas, por extensos olivares, para recalar en Lucena, Puente Genil… unas yemas nuevas florecen en el árbol del cante,  por  la llanura  que los acoge. Córdoba los amansa y prosigue hacia el este como una oleada que va iluminándose a su paso lentamente, al soplo del aire, como quema de rastrojo. Por el sur, el flamenco, baja las laderas de Morón hacia la sierra sur, recala en Ronda y hace un carril por la costa malagueña, un sendero de ilusiones que bebe los vientos de la serranía, del sentir de bandoleros… los cantes se subliman de la Caleta al Palo y el fandango se vuelve marinero, se aclimata con los aires y la sal del Mediterráneo.

Cueva del Sacromonte

   Los cantes se tiran al camino, hay que visitar a la familia, hablar con los primos que habitan las cuevas del Sacromonte, la colina del Albaicín  que se asoma al Darro. Hay que llevarle al tío de Guadix unos caldos de Jerez, aceitunitas prietas de la Campiña, unas albardas repletas de cantes, de versos, de aires nuevos. Las noches de zambras se mezclan con seguiriyas, con bailes por soleares, versos que cuentan las cosas de Cádiz,  historias del barrio de Triana, la mundología de los gitanos del camino, que guardan en su memoria estrofas de misterio, vivencias del pasado.  

Las cuevas de Granada  abren sus cortinas al viento  que les llega, lo abrazan y lo mecen, lo suben por los cerros jiennenses y lo bajan por los neveros hacia los campos almerienses… luego se  unen en la costa con los ritmos que trae la marea desde Málaga.

Ni que decir tiene que todos estos movimientos, todos estos cambios de ritmos,  van acompasando y diferenciando los palos del flamenco, en su devenir por toda la geografía andaluza, va dejando un poso, va acomodándose el terreno, al talante de su gente, a su pesares, a sus oficios, a sus herencias musicales… ahora surgen cantes de la sierra, abandolaos, cantes de trilla, cantes mineros,  cantes de levante… y el árbol sigue abriendo sus ramas, se hace cada vez mayor. Aquella semilla que  se gestó en los senderos del tiempo que se regó con  lágrimas del Guadalquivir,  afianza sus raíces en las entrañas de Jerez-Triana y su copa seguirá creciendo, dando sombra hasta llegar a  las orillas de oriente y no parará hasta fundirse con las olas  del levante cartagenero.