Los cafés-cantantes (declive)

Eduardo Ternero - 16 de noviembre de 2019


       A finales del primer tercio del siglo XX los cafés-cantantes, aunque siguen teniendo su clientela, con la irrupción de audífonos, los discos de cera, el inicio de los festivales, el desengaño artístico… sufren un bajón de asistencia. El café-cantante se había apartado en demasía de la pureza del flamenco, el mundo payo, subrepticio,   había desvirtuado los estilos básicos. 

café-cantante en 1920 

 ¿Dónde quedaba la jondura de una toná, un martinete, una seguiriya… ni siquiera la soleá rondaba por los escenarios de estos locales. Sus espectáculos se llenaban de varietés, de un modernismo que nada tenía que ver con la esencia flamenca. El  público que acudía a estos espectáculos pedía cantes livianos, fandangos, malagueñas, granainas, cantes y bailes alegres, dicharacheros… primaban las copas, los juegos, el sexo… y  los cafés cantantes pasaron de ser un lugar donde escuchar aquel nuevo tipo de expresión, los cafés cantantes se transformaron en salas donde hacer de todo menos escuchar buen cante. Aquello no era el fin para lo que se empeñó Silverio,  aquello no era lo  que había emanado del pueblo, lo que contenía su esencia y  se fue convirtiendo en una escusa para fomentar una especie de casinos donde se cantaba un  flamenco folklorista,  adobado de diversiones variopintas  para animar el cotarro. 

Otra vez se  arrinconaba  al flamenco, a lo jondo, le condenaban de nuevo a la cueva,  al candil y al oscurantismo. Pero paralelamente a los cambios que se fueron produciendo en los cafés-cantantes, el flamenco se fue buscando otros nichos donde anidar, otros escenarios donde desarrollarse, otros lares que le dieran mayor calor.

La era del ferrocarril, las vías de comunicación, los viajes trasatlánticos, dieron lugar a su expansión  y a su  fomentó en otras partes del mundo. En España ocupó toda la geografía;  gitanos y muchas familias payas flamencas emigraban a otras regiones buscando trabajo y se constituían núcleos, guetos, barriadas de gitanos-andaluces, extremeños que,  exportaron con  sus familias, sus escasos enseres y su tesoro artístico a todas las regiones. En Cataluña, Valencia, Baleares… en Madrid, Bilbao, etc. hasta en el sur de Francia llegaron grupos que portaban sus raíces flamencas y que favorecieron que el flamenco se asentara en  otros rincones, se fundaran agrupaciones, peñas…  se acoplaría allí,    lejos del terruño. Era casi lo único propio que les quedaba.

Juerga flamenca en un patio

Desengañado el flamenco de la deriva tomada por los cafés-cantantes, desdeñado, se refugió, volvió a  sus inicios, en los tabancos, los bares, las tabernas, entre amigos, en las casas, en los momentos de alegrías y en los rincones del alma. Algunos, pocos, seguían creyendo en él, le cuidaban y arropaban. Muchos, previsores, grabaron los cantes más puros de aquellos genios de principios del XX. Ellos, los verdaderos artífices, los cantaores, siguieron aprendiendo, expandiendo el fuego por los pueblos en pequeños locales, para los menos pudientes, para quienes verdaderamente lo anhelaban.  Muchos de los grandes artistas mamaron en los tugurios de una barra, heredaron los sones y los ritmos de sus antecesores al amparo de una copa de vino y la soledad de un quinqué.

   Muchos siguieron con esa tradición familiar de mantenerlo como un rito, como una escritura patriarcal; muchas familias de los primigenios flamencos, muchas jerarquías de  la gitanería del triángulo mágico, se empeñó, se guardó, como señas de identidad su forma de hacer, su idiosincrasia particular, un tesoro inmemorial que han sido capaces de traer hasta hoy gracias a su amor y a su fe: generaciones como Perrates, Sorderas, Terremotos, Paulas… fieles cancerberos y cuidadores del flamenco lo han acunado y gracias a ellos, muchos de los estilos, de palos ancestrales no se han perdido por los polvorientos caminos de la desidias y el desdén de esta azarosa  vida.

Falla y Lorca

En  1922, dos genios, uno de la Música, Manuel de Falla y otro de las letras Federico García Lorca, tuvieron la brillante idea de celebrar en Granada el Primer Concurso de Cante Jondo.  A partir de ahí se visualizó el flamenco en los festivales y,  aunque el evento de Granada no fue un éxito, valió para que la Generación del 27, casi todos andaluces, creyera en su valor y lo elevará en prestigio.

El café-cantante siguió su declive, cuenta Fernando el de Triana, que no tenía más remedio que seguir abriendo la boca para, “primero cantar y luego comer,”  que, ante el miedo a ser   menospreciado por un público indolente, tuvo que improvisar en Barcelona unos tangos dedicados a Prim, propios de la época convulsa de aquellos años,   para que los catalanes que llenaban el café Eden Concert se levantaran a aplaudirle. Una pena que el flamenco tuviera que echar mano, que esconderse,  tras unos versos que en nada conducían al sentir del arte, sino más bien a una esquela propagandística.

El mundo flamenco debe reconocer en el café-cantante la capacidad que tuvo de aglutinar a la gente bajo un techo para escucharlo, debe apreciar el valor de difundir la variedad y riqueza de nuestro arte. Debe valorar que durante más de un siglo sacó del marasmo del hambre a muchos artistas y familias que hubiesen tenido que abandonar el barco. Debe considerar la proliferación de tanto y tan buenos intérpretes que se abonaron a subirse a la tarima: los Pavones, Pastora, Marchena, Juan Breva, Sellés, Chacón… tantos y tantos que  se amamantaron con él, que les sirvió para tirar adelante, para sacar a los suyos y para dejar una herencia grabada y en la memoria el arte. Una saga que ha hecho posible que llegue hasta nosotros.