La sangre, savia del flamenco

La Sangre Savia del Flamenco - Por Eduardo Ternero - Agosto de 2019

      Hoy les vamos a hablar  de la situación que se encontró el pueblo gitano en su éxodo, tras dejar el norte  de  India-Pakistán (hace aproximadamente 1500 años), de ser nómada, de vagar por medio mundo de  desde oriente hacia occidente, acomodándose, asentándose en lugares que encontraba en su recorrido, adaptando y amalgamando culturas, dejando su impronta en terrenos extraños,   hasta que por fin  recala y se asienta en tierras andaluzas.

 Partamos de una fecha, porque  no podemos estar especulando, debemos empezar sin conjeturas, sino  con certezas, así que partiremos  del segundo tercio del XV, fecha en la que quedaría escrito la entrada por la frontera natural de los Pirineos.    

Por aquel entonces, la geografía política y demográfica  del territorio andaluz estaba  aún sin definir,  estamos en un momento histórico de cambios: la nobleza castellana se había instalado ocupando grandes latifundios(Casas de Medina Sidonia, Arcos…) los Reyes Católicos idealizaban una España unida territorialmente y cristianizada,  había que anexionar el último bastión musulmán que quedaba, el reino de Granada. La amalgama de población en la región andaluza por entonces era tan dispar: mozárabes, moriscos, musulmanes, cristianos viejos, numerosos esclavos negros, judíos y grupos  ingentes de gitanos que entraban desde el norte de África procedentes de Egipto y los que bajaban, cruzando los Pirineos desde Europa. 

El pueblo gitano se instaló en nuestro territorio porque encontró aquí un mundo parecido al suyo, una gente que le entendía, que le acogía, que tenía las mismas carencias, las mismas penalidades que ellos: una pobreza generalizada,  la represión, la esclavitud… no cabe duda que el intercambio de culturas se propiciará ante la miseria, ante la necesidad de compartir  espacios, sufrir, etc. Todos y cada uno de ellos, aportará sonidos, ritmos y músicas a su estado de ánimo,  sacando al exterior sus emociones,  desde el pícaro juglar que trae romances contando historias del mundo, el esclavo negro  que añora   su sabana, su tan-tan,  sus ritmos; el pueblo judío y sus cantos biblicos, la música andalusí  conformada en siglos de dominación árabe y los ritmos orientales que portaban los gitanos se fueron fundiendo en una especie de consenso mediatizado por la necesidad de sobrevivir,  en una etapa histórica de persecuciones y escarmientos.

Son  tiempos de esclavitud, de maltrato, de vejaciones; Baste saber que 1/3 de las rentas estaba en manos de los reyes, otro tercio era de la nobleza y el tercio restante era dominio de la Iglesia. Los pobres eran pobres de solemnidad. Cien mil pobres, esclavos, no tenían qué comer, vivían en cuevas o chozas, los niños iban en cueros y la mayoría de los adultos vestía un saco que le cubría el cuerpo, lleno de harapos. El tomar algo ajeno, fruta para comer, un pan, el simple hecho de andar deambulando era castigado con la cárcel,  torturas, marcados con hierros ardiendo… hasta pena de muerte que podía conmutarse por ser  condenados a galeras, que era una muerte lenta, de la que  raramente se salvaban.   

Ser  moriscos, judíos, gitano, negro, era en aquellas fechas sinónimos de recelo, de vigilancia, de expulsión. Estas comunidades formadas grupos numerosos de personas que pululaban los campos y se agrupaban cerca de los pueblos y  ciudades: Utrera, Jerez, el barrio de Triana…por toda la Baja Andalucía primero y luego en  casi todo el territorio se fueron asentando  en los extrarradios,   en cuevas, chozos, temerosos de ser perseguidos, atrapados y castigados en busca de algo que aliviase el hambre.

En miles de pueblos de nuestra Andalucía, fue asentándose el pueblo gitano, en arrabales, en zonas apartadas donde no pudiesen visibilizarse. No es de extrañar que cuando le preguntaron a Manolito el de María (finales del XIX), por qué cantaba,  aquel gitano sabio que ocupaba con su familia una cueva a los pies del Castillo de Alcalá de Guadaira, respondiera “Porque me acuerdo de lo que he vivido”. Quien hablaba no era él, era la voz de la sangre, hablaban  cuatro siglos de sufrimientos de un pueblo.