Cara-cruz del flamenco y la política

Eduardo Ternero - domingo, 14 de Julio  de 2024

Por fin dejamos atrás 1931, un año que clave, un año que tuvo su cara y su cruz para republicanos y marchenistas. Para los amantes de la República, porque eran muchas las esperanzas puestas; sin embargo, sus perspectivas no llegaron a realizarse, pues, su vida fue efímera. Aquel hecho histórico, que suscitó tantas expectativas, con amagos de libertades y logros de bienestar social, quedaron, prácticamente, en buenas intenciones. En cambio, para los marchenistas, sería un año señalado y de recuerdo permanente, porque fue uno de los más creativos y productivos del “Niño de Marchena”, sobre todo para su creación estrella, la “colombiana”. A pesar de ello, el Maestro, estaría de nuevo en el epicentro del huracán; los defensores de lo más clásico no veían con buenos ojos la deriva que estaba tomando el flamenco.

                    Pepe, mediados los 30

En aquellos momentos, cuando se aprobó la II República, el panorama español era esperanzador para quienes confiaban en ella. La gente se sentía alegre acudía a los teatros, la libertad o al menos las expectativas de tranquilidad y ausencia de guerras – a las que habíamos estado sometidos durante siglos –, parecía que se aliviaba; pero, aquel sosiego transitorio, que se respiraba en las ciudades, aquella paz pasajera, que se vivía en las zonas rurales, pronto se vería truncada. Los conflictos sociales, los planes agrícolas, las huelgas mineras…, frustraron y adelantaron acontecimientos que, como saben, acabaría en una guerra cruenta, una guerra entre hermanos…, solo faltaban 5 años. Pero, en Madrid y en las grandes ciudades de nuestra España, mientras tanto, los teatros, las actuaciones de varietés estuvieron en su punto culmen; en todos los locales se estrenaban comedias, revistas, zarzuelas, óperas…, toda una variedad cultural que satisfacía a todos los gustos. El “Niño de Marchena” no dejaría de trabajar, era solicitado por todos los rincones de la geografía española; su amplio repertorio, el preciosismo y la portentosa melodía de su garganta, sus filigranas, eran el reclamo de muchas comedias flamencas…, amén de su presencia en la prensa casi a diario, que lo hacían ser el artista más popular de España.

También saltan a la palestra jóvenes artistas del cuplé como Concha Piquer, la gran Celia Gámez, el mítico tenor Miguel Fleta…, toreros como Belmonte, Domingo Ortega, Sánchez Mejías, etc. y toda la generación de escritores del 27.  En el flamenco, además de nuestro paisano, triunfaban la Niña de los Peines, Vallejo, Palanca, El Carbonerillo, Cepero y los jóvenes Caracol y Valderrama, la Niña de la Puebla y muchos más que se subieron al carro de la Ópera Flamenca… Don Antonio Chacón había muerto hacía dos años y el pobre Manuel Torre, salvo en fiestas particulares, y eventos de entendidos, no era reclamado por las grandes masas de público y, por tanto, los empresarios no lo llevaban en sus Compañías. A Torre no le hacía falta, Manuel ya no estaba bien de salud y, como siempre, se refugió en su Alameda, con sus gallos y sus galgos. También estaban de moda y solicitados las guitarras de Montoya, Yance, Sabicas, Niño Ricardo y un joven guitarrista llamado Melchor de Marchena que se estaba haciendo un lugar en los tablaos sevillanos y en la historia del flamenco. Habría, igualmente, que resaltar el baile de Carmen Amaya, la Argentinita, el Estampío entre muchos otros y unos niños que también darían que hablar en los años venideros, Antonio y Rosario.

Manuel Vega el "Carbonerillo"

El debate entre los seguidores del flamenco estaba en la calle. Los teatros se llenaban de aficionados (hombres y mujeres) para asistir a comedias musicales preñadas de flamenco o para ver un incipiente cine sonoro que introducía escenas flamencas.  En los cosos taurinos de toda España se podía contemplar desde un gran cantaor como Cepero, un mago como Fu Manchú, acróbatas venidos del este…, negros tocando flamenco, fusionado con Jazz (con saxofón y otros instrumentos), e incluso se podía capear un becerro como divertimento amenizado por payasos y enanos. En cambio, en los barrios sevillanos de Triana y la Alameda, en los jerezanos el de Santiago y San Miguel, en los malagueños del Perchel y la Trinidad, así como en el de Santa María de Cádiz o en los Puertos, Alcalá, Utrera, Lebrija..., la cosa era distinta. Aunque pareciera que, en corrales y casas de vecinos, en plazuelas y colmaos, de estos lugares, la pureza del flamenco se estaba perdiendo o al menos estaba arrinconada, no era así. La herencia del XIX, el cante gitano, se encontraba en momentos bajos para el gran público que buscaba otro tipo de divertimento como la copla andaluza, el cuplé, las varietés, el fandangueo, un flamenco más liviano, con más florituras (cantes de ida y vuelta, la colombiana, rumbas, tangos…). En cambio, cantes como la caña, seguiriya, martinete, toná, incluso los cantes por soleá…, parecían sucumbir y dejarían paso a las incipiente bulerías, bamberas, marianas… Pero, en realidad, en los hogares gitanos se seguía manteniendo aquella llama flamenca que durante tanto se había conservado. Mas, ahora, tocaba esperar para reavivarse y volver a estar en vanguardia, algo que no ocurriría hasta la llegada del mairenismo; pero, para eso, faltaba aún un cuarto de siglo.  .

Mucho se le ha criticado a Pepe Marchena acerca del daño que le hizo al flamenco. Creemos que se le ha querido vapulear en demasía. Y, si le hacen responsable de los cambios que ocurrieron en el flamenco desde los años 25-30 hasta los años 50-60, no cabe duda que entonces hay que hablar de que Pepe Marchena fue un verdadero genio. Un genio es aquel que es capaz cambiar el gusto de la sociedad, que es capaz de modificar el mundo de los demás, de guiar al resto y, si se le declara culpable y meritorio a Marchena de todo ello, no tendremos más remedio que reconocer su valor. 

  Antonio Ruíz el "Bailarín"

Sin embargo, él, como hubiese hecho cualquiera y como han hecho tantos a lo largo de la historia flamenca y no flamenca, siguió el curso de los acontecimientos. Marchena supo aprovechar la corriente que llevaban los tiempos y entendió el cambio de gustos e inclinaciones del público, que ansiaba otras formas de sentir, de divertirse. Recuerden que veníamos de padecer grandes catástrofes bélicas (I Guerra Mundial, pérdida de las colonias, guerras de África…); además, las corrientes extranjeras, tanto europea como hispanoamericana, trajeron a España otras modas, otras formas musicales, Gardel, Machín… Igualmente, aquel nuevo clima, supuso la incorporación casi generaliza de la mujer a los espectáculos, con otro tipo de sensibilidad, otras apetencias musicales. Pero, no podemos decir que, Pepe, rompiera con el cante jondo, con el cante gitano, con el flamenco más puro. Esa forma de cantar, lo que nosotros conocemos por flamenco, seguía inamovible, con los cambios normales que impone el tiempo, celosamente guardado en la garganta y en la memoria del pueblo gitano.

 Entendemos que, el flamenco, es un arte que tiene varias dimensiones, varios momentos: uno puede ser de divertimento, festero, abierto…, entre amigos, en celebraciones.  Otro puede ser el del espectáculo, el flamenco como exhibición, como demostración, en el escenario, cara al público, en grabaciones. Pero, hay otro flamenco, más íntimo, y ese es el de la sangre, el del dolor, el que nace del interior sin necesidad de florituras, ni grandes voces, ni siquiera necesita música alguna; basta el resorte de la memoria, la fuerza del corazón, una voz desgarrada que emana de la garganta y el compás de los nudillos sobre una mesa o la mano aferrada a un hombro amigo, buscando el consuelo y parte del cielo. El pueblo gitano ha vivido y sigue haciéndolo, esas tres caras del flamenco y las ha tenido muy arraigadas, aunque, en principio, parte de sus más acérrimos guardianes, fuesen contrarios a la demostración sobre la tarima, de forma masiva y popular. Eso nos conduce, pensamos, a que muchos de esos cantes que se ocultaban celosamente en el interior de la cueva, se hayan ido perdiendo con la oscuridad de los tiempos y jamás conseguiremos recobrarlos.

Paco Aguilera, guitarrista

Concluimos este inestable y voluble 1931, dejando al “Niño de Marchena” cantando por toda Castilla, Levante, Andalucía…, sin dejar ningún rincón de nuestra tierra en la que los aficionados pudieran escuchar su nueva creación: la Colombiana. Durante ese tiempo, el “Niño de la Flor”, Ramón Montoya y muchos artistas más, componían su troupe.  Empero, al mismo tiempo, Pepe, ese año (junio de 1931), grabaría con la Compañía Gramófono S.A.E. – con quien mantenía la exclusiva –, “Mi Colombiana”, acompañado a la guitarra por Paco Aguilera, que efectuaba su primera grabación y que a la postre sería el padre de un gran bailaor que ostentaría su mismo nombre.

Pero, esa no sería la única vez que el marchenero grabase el cante por Colombiana, al año siguiente, en 1932, volvería a grabarla otras dos veces: una a mediados de año, creemos que antes de la entrada de verano, que titularía “El pájaro carpintero”, en la que se añadían nuevos matices y, creemos, que fue una nueva versión más flamenca. Otra versión se grabaría (ambas para la misma casa que ya hemos dicho) durante el mes de diciembre; pero, esta vez, acompañado por Ramón Montoya, Hilario Montes y una orquesta musical. Esta, que tal vez sea la más conocida, fue donde se incluiría la letra “Quisiera cariño mío/, que tú nunca me olvidaras/, que tus labios con los míos/, en un beso se juntaran/ y que no hubiera en el mundo/, nadie que lo separaran”, estrofa que solían cantar como colofón la mayoría de los cantaores y cantaoras de colombianas y, hoy día, lo siguen haciendo.