Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 25 de Agosto de 2024
Estamos en un momento muy difícil en la historia de España. El presidente del gobierno, Diego Martínez Barrio, ha dimitido y ha sido nombrado Ricardo Samper. La CEDA, que forma parte del gobierno – aunque, se había declarado antirrepublicana (algo incongruente) –, exige resolver el conflicto de la Generalidad de Cataluña (a semejanza con lo que está ocurriendo ahora, desde inicios del siglo XXI). Gil Robles, líder de la CEDA, que tiene como ideología el partido nazi, confirma con sus palabras: “su raíz y su actuación eminentemente populares; su exaltación de los valores patrios; su neta significación antimarxista; su enemistad con la democracia liberal y parlamentaria” y calienta los ánimos: “seguiré la táctica de las huestes alemanas”, provocando que una rama socialista (liderada por Largo Caballero), crea conveniente prepararse (incluso con las armas), para la insurrección ante la llegada al poder de los “fascistas”. Pero, todo eso, se irá fraguando poco a poco y no estallará hasta el otoño del 34.
José María Gil Robles
Finaliza la primavera de 1934 y la troupe del “Niño de Marchena” realiza una gira por todo el norte de España. Muchos, incluso los propios cantaores de la Compañía, eran escépticos: “… a los públicos de aquellas latitudes no les gustaba aquel tipo de cante”, decían. Sin embargo, el maestro marchenero, rizando el rizo, regodeándose en su salsa, promueve su egocentrismo y en los carteles anuncia los cantes que va a elevar ante los aficionados; así: Cantes del campo andaluz, Fandanguillos Ecijanos, Media Granaína, Soleares de los Puertos, Malagueñas, Fandangos de Huelva, de Sevilla… ¡Se podía poner algo más del sur!, Marchena, “El Niño”, se baña en su propio narcisismo, mueve a su gusto a los entendidos y adláteres con su nuevo flamenco, ilumina a quienes jamás se habían acercado a él, les da un sabor inédito, una forma de expresar la música flamenca distinta, armoniosa, sin dejarse arrastrar por la tragedia. Él, a lo más que aspira es a la melancolía musical; pero, su garganta, su tonalidad suscita de una manera tan serena lo dramático y conduce de tal forma, al flamenco…, lo lleva por un arco tan melodioso que, a cualquier oído lo embauca, lo arrastra a una catarsis suave, llena de matices y colores.
Esta gira que se inicia en Zaragoza, ocuparía toda la primavera. Tras la capital maña, subirían hacia toda la cornisa cantábrica, empezando en Santander, Bilbao…, pasando por numerosos ciudades y pueblos de Cantabria, Asturias y Galicia. Fueron muchos los artistas que acompañaban siempre a Pepe; pero, en esta ocasión, solo quiso rodearse de mujeres, algo inédito; pero, al marchenero jamás le inspiraba la monotonía, ya lo hemos comentado en numerosas ocasiones. Innovar, crear, cambiar… eran las palabras de su vocabulario; podría fracasar, pero se arriesgaba; promovía y llenaba los recintos que era lo que a la postre interesaba. Así, durante esta gira, el elenco estaba formado por Milagros “La Macarena”, Soleá “La Gaditana”, Ludovina “La Jerezana”, Pepita Caballero “La Trianera”, Elvira Copelia… además de las guitarras de Montoya, Pepe de Badajoz y Rafael Nogales.
Antonio de Sanlúcar
Ocurrió que, la Compañía comandada por Marchena, tendría un éxito rotundo en todos los lugares del norte a los que llegaban. Cierto es que era él, el “Niño de Marchena”, quien atraía a los públicos, pues, su fama sobrepasaba en mucho a los demás y no era que gustase el flamenco más o menos, la gente iba a ver al artista que escuchaban en la radio, que les llegaba al corazón. Los aficionados iban a ver a su ídolo, aquel que les había transformado el flamenco a su manera, a un flamenco mucho más liviano, asequible, folclorista, melódico, ajustado a sus oídos. Decir que, de Despeñaperros para arriba, salvo en Madrid y en Barcelona, no gustaba el flamenco era decir mucho. Posiblemente no gustaba, entonces, aquel flamenco dramático, agónico, ensangrentado que podríamos oír en Juan Talega; no, no estamos hablando de ese flamenco en el que el cantaor, se rompe con el dolor anímico, trágico, ese dolor negro, jondo que sale quebrado de la garganta, casi sin aliento, desde lo más profundo de las entrañas. Podría no gustar entonces, aquel flamenco de voz ‘afillá’, rota, maltratada… También es justo reconocer que se conocía poco ese flamenco, pues los grandes del XIX no habían podido elevar su cante, sus ‘soníos’ por aquellos pagos.
Sin embargo, cuando Marchena canta invoca al sentimentalismo, lo recubre de veleidades y lo ensalza de tal manera que juega con la pena y conduce el dramatismo por senderos de consuelo y esperanzas… Marchena da libertades y animismo, a la vez que construye un mundo pasional que seduce al oyente. Los públicos foráneos (no andaluces), llegarían al flamenco a través de las melodías aflamencadas que les sirvió Marchena, Angelillo, Valderrama… y toda la generación de la Ópera Flamenca. Hubiera sido muy difícil, sin estos principios melódicos, sin estos preparos sonoros educar en flamenco a las cuatro generaciones que arribarían hasta nuestros días.
Pepe Pinto
Según las crónicas encontradas en las hemerotecas de esa fecha, durante los meses de abril a junio, todos los periódicos rellenaban páginas con actuaciones llenas de éxito y con el aforo completo a lo largo de la gira. La prensa no cesó ni reparó en elogios hacia los componentes de la troupe y sobre todo en su reconocimiento al “Niño de Marchena” como un fenómeno social en aquellos momentos tan difíciles, en los que la prensa tenía mucho que decir por los problemas políticos y de toda índole que acuciaban a España. El periódico el “Compostelano” del día 5 de abril de 1934 hablaba así del marchenero: “Todos, aun los que no sois aficionados al cante Flamenco, habéis oído hablar del “Niño de Marchena”, tal es su fama, tan grande su celebridad que, ‘el que comenzó’ (también creo que querría decir: él, que comenzó), de una manera tan humilde en el mundo de lo hondo, es hoy una figura popular en toda España. El “Niño de Marchena” ha pasado de ser un simple intérprete de la música andaluza a la categoría de divo del cante flamenco. Sus audiciones constituyen éxitos sin precedentes. Tras su apoteosis reciente en Madrid, su cante y sobre todo su dicción han causado un clamoroso éxito del casticismo andaluz.” Por último, el mismo periódico, elogiaba al elenco de artistas que acompañaba al Niño de Marchena, a la par que anunciaba otra actuación en Santiago de Compostela en el Teatro Principal. También La Voz de Galicia, por aquellas fechas (11 de abril de 1934) diría, entre sus elogios a Pepe y a su Compañía, la admiración que sentía el público hacia nuestra forma de expresar los sentimientos cantados: “Gustan siempre aquí estos espectáculos líricos de la Tierra de María Santísima”.
Terminada la gira primaveral, Marchena, se dispuso a preparar la campaña de verano, ya que era la temporada propicia – propagandística y económicamente – para llevarla por toda la geografía española; pues, no solía haber inconvenientes respecto a inclemencias del tiempo. Para ello, Pepe buscará el apoyo de los promotores Vedrines-Monserrat y compartirá cartel con la cantaora más grande, con Pastora “Niña de los Peines” y su estrenado marido, Pepe Pinto. Contaría igualmente la Compañía con el gran Canalejas de Puerto Real, quien, por entonces, arrastraba un aura de gran cantaor y dominador de los cantes gaditanos, sobre todo con aquellas bulerías tan famosas, Rocío (de León y Quiroga), que le habían encumbrado a lo más alto. Además, seguían algunas de aquellas mujeres que llevara en su gira por el norte aquella primavera, como Pepita Caballero, “La Macarena” y otra novedad, una gran bailaora: “La Mejorana”. Seguía la guitarra fiel de Montoya, al que se unirían Niño Ricardo y Antonio de Sanlúcar; además del incondicional humorista Francisco Flores.
Niño de Marchena
La gira se empezaría el 4 de julio en el Circo Price, con un atronado éxito. A los tres días ya están en Andalucía, por donde se van a mover a lo largo del todo el verano al igual que por Extremadura. Así, el 9 de julio, la Compañía estrena en Málaga, en el Teatro Cervantes. A pesar del elenco de artistas, el periódico malagueño La Unión Mercantil, en su edición del 10 de agosto, derrocha solo elogios hacia el cantaor marchenero y decía: “… convertir en algo fundamental y maravilloso una coplilla ligera, no está al alcance de todos. Es solo privilegio de grandes artistas y especialmente de este divo de la canción popular”.
Para Pepe, dada aquella fama que arrastraba, aquel prurito que siempre tuvo por su carisma, por su poco aprecio al dinero, por la enorme personalidad que demostró a lo largo de su vida, no todo fue un camino de rosas. Esta popularidad, el cariño que le dispensaba el público, el enaltecimiento que de él siempre hacía la prensa, la radio…, unido al hecho de cobrar más que ninguno, el ir siempre de cabeza de cartel…, le acarrearía a lo largo de su carrera más de un disgusto, sobre todo con algunos de los cantaores que solían actuar junto a él. Entendemos que suscitaría la envidia de muchos compañeros; le ocurrió en reiteradas ocasiones con Vallejo, con Angelillo, con José Cepero e, incluso, en esta gira del verano de 1934, de la que tratamos, tendría su polémica con Canalejas de Puerto Real.