Un genio de la soleá: “Frijones”

Eduardo Ternero - 23 de agosto de 2020

No hace mucho, en España, las cosas pasaban de esta manera: “Frijones” fue registrado al nacer ( Jerez  1846),  por unos parientes, con el nombre de Antonio Vargas Salguero, ya que, cuando nació, sus padres (Vicente Vargas Valencia – oriundo de Sanlúcar de Barrameda – y  Dolores Fernández Acosta – natural de Badolatosa –), por circunstancias de la edad o avatares de la vida, no estaban casados; algo que harían quince años más tarde en 1861,  reconociendo a su  primogénito con el nombre de  Francisco Antonio Vargas Fernández, para unos Antonio y para otros Curro “Frijones”. 

“Frijones” 

La primera noticia sobre la condición artística de Frijones se reflejó en 1873,  en un cartel del Salón Recreo de Jerez, donde se le anunciaba como Antonio Vargas “Frijones”. Entonces, cantaría charangas, seguidillas y soleares, acompañado a la guitarra por Manuel Álvarez. “Frijones” era un gitano extravagante y  de  una fuerte personalidad. De su vida se cuentan numerosas anécdotas y muchas de ellas quedaron plasmadas en las letras de sus cantes: “Me llamo Curro Frijones, y no me caso con la Farota, pa’ no echarme obligaciones”.

Todos los estudiosos del flamenco coinciden en afirmar que Frijones no era un cantaor muy largo, pero sí  fue  un  intérprete que representó  la esencia de la soléa jerezana, de la que fue un creador y un artista de gran talla. Destacamos su originalidad, la prestancia que puso en ella.  No  grabó nada y solo conocemos sus cantes por lo que han grabado los jóvenes coetáneos que pudieron aprender sus estilos como Juan Talega, la “Niña de la Peines”, Chacón, Aurelio Sellés, y un largo etc., que fueron los que finalmente han traído su legado,  sus estilos por soleá, hasta nosotros.

Tomás Pavón 

Frijones, siguiendo la concepción de los cantes por soleá que había impuesto el fenomenal Paco la “Luz”, hizo cambios importantes, en este palo tan identificativo para el mundo del flamenco. Él vino a darle un mayor impulso a las ‘salías’ y en los arranques de los tercios; le dio más énfasis a la soleá haciéndola en cierto modo inmortal. De su bien hacer en el flamenco fue quedando huella en los cantaores del barrio gitano jerezano de Santiago, que fue pasando más tarde al barrio de San Miguel, con esa manera de hacerlo tan estremecedora en que se combina el ‘quejío’ dramático y la solera y la gracia que le impuso “Frijones”; porque, eso sí, todo el mundo flamenco que le conoció coincide en decir que era un tipo de una enorme gracia natural.

La soleá que nos dejó “Frijones”, aunque hay flamencólogos que le asignan otras, es corta, muy acompasada, con la enjundia y la originalidad que el pueblo jerezano ha ido imponiendo a lo largo de la historia en el flamenco. Aunque, “Frijones”, no se ciñó a un estilo y se anquilosó, sino que fue su versatilidad la principal característica a la hora de interpretar. No hacía la soleá nunca de la misma forma,  es  más, según sus biógrafos, cada cante lo hacía de forma original. Hoy día, sigue siendo una de las variantes de soleá más conocida, inconfundible e interpretada por los artistas.

 La impronta de los Pavones en el flamenco ha tenido mucho que ver en los cambios ocurridos en el contexto de finales del XIX hasta mediados del XX. Ni que decir tiene que Pastora es la reina, pero Tomás fue un cantaor largo, que fue capaz de recoger cantes medio olvidados y destartalados, para refundirlos  y, sobre todo, engrandecerlos. Ese fue el caso de la soleá de “Frijones”. Tomás Pavón le dio grandeza, empaque, la hizo sublime… y así nos ha llegado hasta nosotros, porque, Tomás, además de su temple, su voz y su dedicación, cuidó las formas y las grabó para la historia. 

Antonia la “Obispa” y su marido 

Pastora recreó los cantes del jerezano, con el que debió tener bastante roce  porque además era amiga y vecina,  en la Alameda de Hércules, de la “Farota”, la compañera de Frijones (aquella que  nombrara en sus letras, con la que al final se casó). “Frijones”, estuvo prácticamente soltero toda su vida. Como jornalero se fue a vivir a Sevilla, dicen que fue vecino de Ollero y de Viache, donde vivía con una mujer sevillana mucho mayor que él. Sin embargo, cuando se sintió enfermo buscó el refugio y el amparo en su tierra de Jerez, donde residía el resto de su familia.

De acuerdo con el crítico flamenco Manuel Bohórquez, que fue el que descubrió el certificado de defunción, “Frijones”  murió en el Hospital de Santa Isabel de Jerez el día 8 de agosto de 1.917 y no en Sevilla como tantas veces se ha indicado. A los 71 años moriría un genio del cante que había sido toda su vida un jornalero del campo. 

Han sido muchos los que han intentado hacer el cante alegre, esa soleá corta característica de “Frijones”, pero han sido pocos los que han conseguido llevarla a cabo. Lástima que tengamos que conformarnos con escuchar a quienes tuvieron la suerte de tenerle cerca y escuchar su voz. 

Ese es el caso de Teresa Mazzantini,  cantaora, nacida hacia 1875, que, aunque lleve el apellido del matador  de toros Luis Mazzantini o su hermano Tomás, (subalterno), nada tiene que ver con ellos; pues los cantaores y cantaoras solían  elegir un nombre rimbombante,  que convocase a las masas. Teresa Mazzantini fue muy famosa en su tiempo, tuvo muchos seguidores como Antonia  García, la “Obispa”. Su cante por soleá está ligado al cante de "Frijones" y a ello se achaca que su cante tuviera poca difusión como un estilo propio. 

Eduardo Ternero