Pastora Pavón: “La niña de los Peines”

Eduardo Ternero - 8 de octubre de 2021

Péinate tú con mis peines…” era uno de los tangos que comenzaría a cantar Pastora Pavón Cruz encima del escenario del Café de la Marina en Madrid,  cuando era aún muy jovencita. Desde entonces le llamaron la “Niña de los Peines”. Su padre, Francisco “El Paiti”,  fue un cantaor nacido en el Viso del Alcor. Su madre, Pastora,  del Arahal.  La niña nacería en la Puerta Osario, en 1890. Desde muy pequeña acompañó a sus hermano Tomás y Arturo, también grandes cantaores y músicos, conocidos ya en sus actuaciones en los colmaos, salas de fiestas… 

Actuó con solo ocho años en la feria de Sevilla y a partir de entonces estuvo  compartiendo escenario con los grandes cantaores de la época como Chacón, Torres… siempre acompañada por las guitarras de Juan Gandulla “Habichuela” y  Javier Molina. Su vida transcurrió, durante sus primeros años, viajando y subida a todos los escenarios  de España y media Europa.   En los días de descanso acudía a  los bares y tabernas de la Alameda  de Hércules sevillana – un lugar festero   en aquellos  años –, pues estamos a  principio del XX y allí  se juntaba  todo el elenco de artistas y  cantaores del momento,  en largas noches de juerga y  vida alegre sevillana. Por esas fechas, Pastora, era la reina y se mostraba orgullosa,  admirada por todos los flamencos y  se enseñoreaba  por las estancias de la Alameda con su cante. 

En Madrid cantaría en todos los grandes Cafés  y en los mejores teatros como el Romea, Trianón, Circo Price, Novedades, Maravillas… llegando a actuar en exclusiva para los reyes de España. Entre cante y cante, dicen que estuvo ligada al empresario Santamaría, se ennovió con Manuel Torre (cuyo cante dejó huella en ella),  con El Niño de Escacena…; pero su verdadero amor sería su marido, el cantaor Pepe Pinto, con el que formó  pareja el resto de su vida y con quien estaría,  durante casi cinco décadas,  en el punto de mira de la prensa y del flamenco. 

Los cambios que da la vida: la mala fama que fue cogiendo la Alameda a partir de la postguerra y la falta de interés por el cante gitano y jondo,  al llegar la Ópera Flamenca,  hicieron que Pastora pasara por momentos difíciles y solo se le veía oculta,  bajo unas gafas de sol y vestida de negro, en la puerta del Bar “Pinto” que su marido tenía en la Campana, sentada en su sillón y hablando con el personal o  retirada , como ama de casa, en la calle Calatrava. Por entonces, ya  solo cantaba para los amigos y en contadas ocasiones. 


A Pastora se le considera la mujer más completa que ha dado el flamenco. Entre sus cualidades, además  de tener un dominio enorme de todos los palos, fue  su enorme capacidad para  saber distinguir y decir los cantes grandes sin florituras, con esa ‘jondura’ ancestral que da la raza. Como diría Caballero Bonald “el artista no crea, recuerda”. Muchos de los cantes, que se conservan  hoy, tal vez se lo debamos a la enorme memoria musical que tenía Pastora, al igual que a la creatividad flamenca de su hermanos: Muchos estudiosos opinan que, gracias a  la capacidad de recrear los cantes, su afán de recuperar el estilo y los ‘soníos’  de los más grandes del XIX (Silverio, Nitri, Fillo, El Colorao…) el flamenco es hoy lo que es, por la inquietud y el talento  de  Tomás Pavón y la musicalidad que le puso su hermano el gran Arturo Pavón. 

Pastora, aquella niña de la Puerta Osario, entablaría amistad con los más grandes  intelectuales de la época como Lorca o Falla; con los pintores Zuloaga y  Romero de Torres (que la retratarían en sus lienzos)… sería miembro del Jurado del Concurso de Cante Jondo de Granada en 1922, en la que estuvo rodeada de lo mejor del flamenco de la época como el gran maestro Don Antonio Chacón, además de otros intelectuales y los grandes cantaores de inicios del XX.


A lo largo de su carrera fue capaz de transformar simples canciones,  recogidas del folclor andaluz, en palos y estilos del flamenco  como la Bambera. Recreó la Petenera, la Zambra por Soleá y algunos estilos perdidos. Pero además  aglutinó cantes de otros artistas del XIX, los retuvo  en su memoria y los grabó para que hoy podamos disfrutar de ellos. Fue la reina indiscutible del compás de la bulería y el tango; incluso  su arte superaba el gusto del público pues, viendo que la pureza caía en desgracia y que los fandangueros y las nuevas modas de la Ópera Flamenca se imponían,  aflamencó todo lo que llegaba de Latinoamérica. 

 Dicen los entendidos en música que escuchar la voz de Pastora, sus grabaciones acompañada por Montoya o Melchor de Marchena, es descubrir  notas que se sienten,  con un sabor a lo andalusí a lo arabesco, algo que debe conocer y se hace imprescindible en la carrera de cualquier cantaor o cantaora que quiera beber de las raíces. Pastora dicen cantaba en arrebato, con ese orgullo de estirpe, con tono desafiante que llegaba al corazón del público y que enamoró a medio mundo. Pero es que además lo cantó todo a la perfección. El propio García Lorca estuvo fascinado con ella y la reflejó en sus escritos como portadora de un duende que vaga, entre  el vaho de un bar, al amparo de un vaso de vino y que hacía – en un momento de la noche –, que la gente se rompiera  la camisa al escuchar el lamento de su voz.

El otoño de 1969 murió su marido, Pepe Pinto, su primer admirador. Pastora, que padecía demencia senil y arterioesclerosis, le siguiría solamente unos meses después. La pérdida para el mundo flamenco fue incalculable ¿Dónde están mis gitanos? dicen que fueron las últimas palabras de la mejor cantaora flamenca: doña Pastora Pavón Cruz “La Niña de los Peines”. Con ella moriría una de los soportes más importantes que ha tenido aquella “´Época Dorada del Flamenco”:(primer tercio del XX). En la Alameda de Hércules sevillana pueden admirar una estatua dedicada a la artista.

Imágenes (Pastora en su juventud, en los años 30 y en los años 50)