Pepa de Oro: sabor a milonga.

Eduardo Ternero - 4 de octubre de 2020

Josefa Díaz Fernández, conocida como Pepa de Oro, nació en Cádiz, en 1871. Fue una cantaora y bailaora sobresaliente,  además de poseer una gran belleza. Era hija del torero Francisco Díaz García “Paco de Oro”, aquel insigne matador jefe de la  cuadrilla en la que cachetaban (eran puntilleros) Enrique el Mellizo y Curro Durse. La madre de Pepa sería la también cantaora: Agustina Fernández Fernández. 

Placa a Paco de Oro 

Pepa provenía de un linaje de artistas por los cuatro costados: por línea paterna, su abuelo Gaspar Díaz y sus bisabuelos (José y Jorge Díaz “Agualimpia”) fueron matadores de toros. Su bisabuela fue la famosa cantaora María Cantoral Valencia. Además de estar emparentada con la dinastía de los Ortega, la familia cantaora  de Caracol y la saga de toreros Los “Gallos”, artistas que tanta gloria y arte han dado al flamenco y al toreo a lo largo de la historia. Igualmente, por línea materna era pariente de muchos y grandes intérpretes del flamenco de  Cádiz y Jerez: los “Borrico”, Macande, la Macaca, El  Viejo de la Isla… por tanto Pepa de Oro tenía motivos y genética suficientes como para dedicarse a esto del flamenco desde que nació.

Pepa viajó con su padre por toda Sudamérica y, de allende los mares, escuchando los ritmos y los cantes latinoamericanos,  traería los sones de la milonga  – del folclor argentino –, imponiéndoles un sello personal para el flamenco,   con aires de tango. Esto es algo que ha sucedido siempre; los intérpretes, queriendo ser originales, realizar cambios, personalizar o imponer un estilo propio, aflamencaban músicas foráneas o las arreglaban musicalmente,  como ocurrió con  los cantes de ida y vuelta: milongas, guajira, vidalitas, rumbas, y un largo etcétera. Lo harían muchos artistas de finales del siglo XIX. Eran tiempos de las pérdidas de las colonias americanas, y de una masiva emigración de españoles a los países latinoamericanos.

Pepa de Oro 

Pepa, desde muy joven se  incorporó a los tablaos de los cafés de Cádiz, Jerez, Sevilla, Málaga y Madrid.  Fernando el de Triana, en su libro “Arte y artistas flamencos”,   exaltaría sus cualidades como cantaora y bailaora, aunque,  los entendidos decían que sobresalía más como  bailaora. En 1881, con 14 años, ya era una artista consagrada en el café jerezano Caviedes, obteniendo grandes éxitos y el reconocimiento de los aficionados que llenaban cada noche el café cantante. Esta gitana del barrio gaditano de Santa María era poseedora de una gran belleza,  atraía al público  que acudía en masa a admirarla, mientras ella se regocijaba  fumando en todo momento un puro habano. 

Pepe el de la Matrona diría de ella que hacía un cante limpio y preciosista alejado del cante  ‘marchenista’. No sabemos a qué vendría aquella comparación, ni aquello de denigrar el ‘marchenismo’,  puesto que,  en esas fechas, José Tejada era solo el nombre de un niño nacido  en Marchena. Esa comparación tal vez fuese porque ella adaptó algunos cantes de ida y vuelta como hiciera Pepe Marchena con tantos cantes y sobre todo con su creación de  la colombiana; aunque, el arte y la fama de  Pepa, sin quitarle merito alguno,  no es comparable con la genialidad del “Maestro”. 

La cuestión iría más lejos: en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, (1992) se instauró un premio a los cantes de ida y vuelta. Todo indicaba,  por méritos propios, que aquel apartado – de entre los premios –, llevaría el nombre del Niño de Marchena. 

El Macareno, con quien viviría en Madrid 

Al final  lleva el nombre de Pepa de Oro, tal vez por salvar lo evidente y porque creemos que el flamenco tiene muchas asignaturas pendientes aún que dilucidar; sobre todo llegar a entender que cada etapa ha sido una vuelta de tuerca, un desarrollo, un avance.  No era el artista el que imponía, eran las circunstancias, el público, la etapa histórica…., y Pepe Marchena, lo quieran o no los puristas, es equiparable a Picasso en la pintura. Marchena,  con 16 años dominaba todos los cantes como  los mejores del XIX, con 25 años era conocido y admirado por todos los públicos, hizo cine, era un ídolo para los artistas de la época. El resto de su vida lo dedicó a innovar; y si el público quería fandangos y cuplés, coplas y cantes livianos… y,  si con ello,  se llenaban las plazas de toros y los teatros, pues él aprovechó las circunstancias como hubiese hecho cualquiera. Pero, lo que no le puede quitar nadie, le guste o no, es la universalidad y haber llevado al  flamenco a lo más alto, como pasara con Camarón  50 años más tarde con sus innovaciones. 

Sigamos con Pepa de Oro, pues  a ella le debemos la altura que cogió la milonga, un cante de ida y vuelta que trajeron los soldados, indianos, artistas que volvían de las Américas a finales del XIX. Es un palo que proviene de Argentina, aunque tiene sonidos habaneros y antillanos. Pepa de Oro la ‘aflamencó’, manteniendo sus sonidos primigenios, sus sones y su acento del otro lado del Atlántico, aunque ella le imprimiría el sonido de los tientos-tangos flamencos, conformando un cante que se asemejaba a la vidalita, a un cante con reminiscencia argentina y perfilado en su manera de expresarlo  para bailar. Al final, la remataba con la tonalidad y le melodía de la rumba. 

Pepa, siendo muy joven se casaría con un banderillero y quedó muy joven viuda, después se casó con Esteban de Jerez un crápula que la maltrataba y por último convivió con el cantaor sevillano el “Macareno”, con el que puso una pensión en Madrid. Al final de sus días volvió a Cádiz,  ya no cantaba y lo pasó muy  mal económicamente. Falleció en 1918 cuando contaba 47 años de edad.