La enciclopedia: Enrique el “Mellizo”

Eduardo Ternero - 24 de octubre de 2020

Hoy traemos otro gaditano insigne, bautizado como Francisco Antonio Enrique Jiménez Fernández, conocido en el mundo del flamenco con el nombre de Enrique el “Mellizo”.  Nacido en la ciudad de Cádiz en 1848, hijo de F. Antonio Jiménez Rodríguez  y de Carlota Fernández Monge.  Enrique proviene de una familia en la que abundan por una u otra rama cantaores o toreros. Una saga que se inicia, históricamente,  a inicios del XIX pero que seguramente el árbol genealógico de artistas – tanto del toro como del cante – se adentraría en los siglos anteriores. Y aunque Enrique no tuviese familiares directos dedicados al cantes, si manaría de él una estirpe que  nos ha llegado hasta nuestros días. 

Enrique el “Mellizo” 

Desde pequeño se le conoce su afición al flamenco y paralelamente  se vería involucrado en el mundo del  toro. Siendo aún niño trabajó de matarife y después formaría parte de la cuadrilla de   matadores como  El Lavi, el Marinero, Frascuelo, Lagartijo, Morenito de Algeciras, Fernando el Gallo o Villegas, en los que actuaba como banderillero. Más tarde  se hizo puntillero y acompañaba a su gran amigo, el diestro Manuel Hermosilla (de Sanlúcar de Barrameda), por los ruedos. A final se quedó como  puntillero en la Plaza de Cádiz, donde ejercía como tal y donde compartiría oficio con el  cantaor Curro Dulce, con quien, seguramente, tendría buena amistad y ambos, por mor de su oficio,  viajarían por toda España y  Latinoamérica. 

El cante lo fue alternando con el mundo del toro,  actuando en fiestas y reuniones de señoritos, al igual que en algunos cafés gaditanos como El “Perejil”, la “Jardinera” o la “Filipina”. Creador prolífico de una etapa grandiosa del cante, bien llamada los inicios  de la “Época dorada del flamenco”,  por la cantidad de artistas creadores. En ella, sin duda alguna, sobresalió El “Mellizo”, con la creación de la malagueña (de la que muchos dicen que está inspirada en cantos gregorianos) o los tientos sobre la base musical que le impregnara el Marrurro.

Enrique era un hombre raro, de rarezas extremas, pero estimado por todos los que le rodeaban, ya que siendo un gran artista, reconocido por todos los públicos de España, no era muy dado a viajar y llevar su cante por la geografía del país,  sino que  seguía haciendo su labor de matarife o puntillero en la plaza de toros gaditana de forma humilde, pero dentro de ese orgullo de estirpe. En todas las reuniones estaba en boca de los aficionados y cantaores de la época que recurrían a su estilo de cantes;  pues, Enrique sería  un maestro para el mundo flamenco del último tercio del XIX. 

El “Morcilla” 

Los cronistas que le conocieron le describen como un hombre tristón, de aspecto físico muy desfavorecido, que tuvo mala suerte en los encuentros amorosos, por los conatos y desdenes que sufrió. A veces vagaba de bar en bar,  intentando apagar su melancolía y,  parece ser que,  de esa aflicción, de esa filosofía,  de su interiorismo, de esas cavilaciones   pudieron salir sus hermosas  letras y  esas maravillas de su garganta como son las malagueñas,  (tanto la doble como la chica). Creador de un estilo de saeta a la que más tarde diera forma Manuel Centeno  y,  al menos, de tres estilos de soleares de  Cádiz. Innovador de una serie de  cantes inconmensurables: para llorar por seguiriyas, transformar los tientos y recrear estilos de  tangos y alegrías. Para la mayoría de los flamencólogos, Enrique, fue tal vez el más grande creador de estilos de  flamenco y,  aunque no se tengan grabaciones, impuso su impronta en muchos palos. Pero, sobre todo, El “Mellizo” fue un enciclopedista y un músico irreverente, que fue capaz de hacer los cambios musicales necesarios  para encumbrar al flamenco. 

Se casó con Ignacia Espeleta Ortega y tendrían tres hijos: Antonio el “Mellizo” insigne cantaor; Enrique, El “Morcilla”, artista conocido (cuyo nombre puede provenir de Hermosilla, por ser ahijado del torero)  y  Carlota. Su hijo Antonio sería el padre de los cantaores Enrique el “Mono” y Antonio “Chico Mellizo”. Además, el “Mellizo”  tuvo otro “hijo”,  en el mundo artístico, Don Antonio Chacón, al que descubriría  en una fiesta de Jerez en 1886 cuando, el “Papa del Cante”, aún era un monaguillo de 17 años. 

El “Chico Mellizo” 

Enrique ha sido recreado por una pléyade de artistas  que se han querido instalar en su escuela  y que, a lo largo de sus vidas y sus actuaciones, le han seguido recordando:  Fosforito el  “Viejo”,   Aurelio Sellés, Pericón, Manolo Vargas, El Flecha de Cádiz, Chano Lobato, Rancapino y un largo etcétera. Además,  hoy día, casi todos los intérpretes se afanan en aludir: “ahora les voy a hacer un cante del Mellizo”. Luego, no nos cabe la menor duda, dejó una huella muy profunda dentro el flamenco. Sin duda alguna, Enrique el “Mellizo” fue un cantaor enciclopédico, prodigioso, pero sobre todo fue un compositor  que poseía una musicalidad innata, guardada en esa  introspección que era su forma de ser ante la vida; con esa filosofía y esa personalidad que los demás veían como rarezas y que le definen como uno de los mejores  innovadores-creadores de este arte.

En definitiva, Enrique, ha sido uno de los cantaores-investigadores que más ha contribuido a la formación del flamenco y,  la huella que ha dejado,  se puede observar en la admiración de los cantes que se sigue haciendo, por parte de todos los intérpretes, después de más  un siglo de su muerte.  Enrique el “Mellizo”,  uno de los más grandes  del flamenco, falleció en Sevilla a los 58 años, de una tuberculosis pulmonar cuando corría el año 1906.