Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 28 de diciembre de 2025
Llegados a este punto nos gustaría profundizar en la personalidad de José Tejada Martín “Pepe Marchena”; en la observación de sus cualidades, indagar en otros aspectos de su vida desde el punto de vista antropológico y de paso relatarles algunas anécdotas ocurridas a lo largo de su dilatada existencia como artista y como persona, que corroboren, que aclaren el porqué de su carisma y su exitoso paso por el mundo. Pues, aunque hemos ido comentándolas, danto pequeños retazos de su manera de ser, a lo largo de estas páginas, creemos necesario recordar algunos aspectos de su calidad humana. Entiendan que vivió durante los tres primeros tercios del siglo XX (1903-1976) y su manera de ver el mundo, cincuenta años después de su muerte, nos puede parecer distinto, por los cambios sociales, avances tecnológicos, modas... Lo que no cabe duda alguna fue uno de los artistas más admirados de la historia del flamenco y del espectáculo.
Pepe con Chocolate y Naranjito
De Pepe Marchena nunca se termina de relatar historias, anécdotas, pasajes… Su vida fue un compendio de personalidades; su existencia fue más allá de lo común y aunque pudiera parecer un extravagante, era un ser único, distinto. Es posible que se sintiera endiosado, y es que, estar dotado de unas cualidades y de un carisma especial, le hicieron ser admirado, cuasi idolatrado, por quienes le conocieron y le trataron. Pepe, fue un ser extraño, de los que nacen uno cada siglo, como otros grandes genios, de cualquier disciplina que ha habido en la historia: Mozart, Da Vinci, Tesla, Cervantes, Picasso… Pero, el de Marchena, fue casi todos a la vez y es que además parecía tener, como le atribuyen a Dios, el don de la ubicuidad, tuvo una gran vitalidad para moverse a pesar de que eran tiempos en los que los medios no estaban suficientemente desarrollados.
A lo largo de toda su existencia fue un díscolo perseverante, jamás se sometería a jerarquía alguna, ni a la del dinero, ni a la ortodoxia del cante, ni ante la curia eclesiástica, ni ante la política… El ‘maestro’ de Marchena jamás estuvo sobrado económicamente, lo gastaba tal como lo ganaba; jamás le dio valor al dinero, ni a las cosas banales de este mundo; solo tuvo respeto al tiempo, algo que a todos nos sobrepasa inexorablemente. Él, como todo humano que reflexione sobre la existencia, sabe que lo importante de esta vida es tener tiempo, lo único que no podemos comprar. También sufrió un enorme miedo a la enfermedad, fue un hipocondriaco durante la mayor parte de su vida; sin embargo, cuando realmente enfermó, cuando sabía que no tenía remedio alguno, supo mantener una serenidad y una filosofía poco común.
En el cante fue anárquico, totalmente libre y así lo demostraría a lo largo de su vida. Un ejemplo: Fue a inicio de los años 50, tras la II Guerra Mundial, cuando militares de media Europa ocupaban todo el Rif marroquí y Pepe se había desplazado para presentar su espectáculo a Tánger. Ocurrió que, tras cantar en el Teatro tangerino donde tendría un éxito rotundo, salió a pasear con un séquito de aficionados y amigos por la ciudad. De entre sus acompañantes alguien le dijo: “Don José, aquí hay un carpintero que canta por usted” y otro más atrevido le diría: “Don José, ese carpintero, canta como usted”, Pepe, sin más, les dijo: “¡Ea!, pos vamos a ver a ese muchacho”. Cuando llegaron a la carpintería, Pepe, le echó el brazo por encima del hombro y el chaval le estuvo cantando un buen rato al maestro. No cantaba mal, pero cuando terminó Pepe le dijo: “Muchacho, como Marchena no canto ni yo la mitad de las veces”. Sus imitadores lo tenían realmente difícil.
Jacinto Benavente, escritor y nobel
Otro ejemplo: en una de las actuaciones de Lola Montes en el Teatro Price madrileño, el público asistente aplaudió sus cantes por fandangos, granaínas, guajiras, colombianas… Al entrar al teatro se había repartido un prospecto donde venía la letra de la “La Rosa” de Marchena y la gente pidió a Lola que la cantara, algo que su representante negaba, pues la iban a comparar con Marchena. Así fue, tras aquel amago de imitar al ‘maestro’, la gente empezó a silbarle y la pobre Lola Montes tendría un disgusto enorme.
Creemos que fue en 1953, cuando se inauguró la II Feria del Campo madrileña. Muchos amigos se reunieron para homenajear a Pepe con un vino en el madrileño “Restaurante Revertito”. Acudió gente destacada al ágape de su homenaje como: un militar Borbón (General), doctores como Gregorio Marañón, Jiménez Díaz…, toreros como Antonio Márquez, Domingo Ortega, etc. Hasta más de cien personalidades del mundo de la cultura, las artes, la ciencia, la política… Un poco más tarde llegaría al sarao el Premio Nobel de literatura D, Jacinto Benavente y Pepe, al verle entrar, diría: “Cedo el sillón de la presidencia, en este homenaje que me dais, al maestro de las letras españolas”. Y Benavente, que por entonces tenía 87 años, en voz baja, le soltaría: “Usted, Marchena, sí que es el Maestro de Maestros del Cante Flamenco”, desde entonces Pepe llevaría con mucho orgullo las palabras del Nobel.
Y no era para menos, esto era lo que opinaban algunos de sus compañeros acerca de su manera de cantar: Manolo Caracol, cuando le preguntó un periodista que significaba Pepe Marchena en el flamenco, contestaría: “No me hables de ese payo, él ha sido el que ha puesto caro esto”. Caracol se estaba refiriendo a que, Pepe, desde que empezó a despuntar, tuvo claro que no se sometería al capricho de aquellos “señoritos”, que compraban y cuasi humillaban a los cantaores en aquellos “cuartitos”, en pesadas madrugadas de cante, vino y humo. Otro de los días, hablando de cante y cantaores, a Antonio el Sevillano, que tan bonito hacía aquellos fandangos-sentencias, le preguntaron si como él había muchos creadores de fandangos y contestó: “Sí, los hay y muy buenos, hay muchos que han creado un fandango propio, ¡solo uno! Pero, Marchena, ha creado más de noventa, cada día hace uno diferente”. Antonio “El Chaqueta”, uno de los cantaores al que se le daban muy bien los cantes por soleá, tenía un repertorio de letras y estilos amplísimo; sin embargo, tenía costumbre de repetir solo algunas. Un día, nos cuenta D. Antonio Beltrán Lucena, ese gran poeta, flamenco y presentador de TV en la Costa del Sol, que, estando presente en un acto en el que, “El Chaqueta”, cantaba la soleá del Tenazas delante del Niño de Marchena, este le dijo: “Don Antonio, esa soleá no es como usted la ha cantado”. El guitarrista Enrique Lozano, que lo acompañaba y los asistentes miraron al cantaor como diciendo: a ver que le contesta ahora y “El Chaqueta” solo respondió: “Es verdad lo que ha dicho…, el ‘maestro’ sabe de cante más que nadie”.
Antonio Márquez Serrano, torero
Antonio Núñez “Chocolate”, además de un enorme cantaor, era un filósofo, sus sentencias son dignas de llevarlas al papel. El escritor y crítico Ricardo Rodríguez Cosano, referiría entre sus crónicas esta conversación: “Un día, me encontraba en la Cafetería América, en la Plaza del Duque, de Sevilla, con el representante Antonio Montoya y con Antonio Núñez “Chocolate”; hablábamos de cante… y otras cosas del flamenco, hasta que la conversación giró sobre quiénes había aportado más al cante flamenco, sobre todo de los antiguos. Salieron los nombres de Silverio, de Chacón, de Pastora, de Vallejo, de Caracol, de Mairena, de Camarón, de Morente…” Seguiría contando Ricardo que “Chocolate”, solía intervenir poco en las conversaciones; pero, ese día cerró la discusión sentenciando: “Escuchadme bien, que solo lo voy a decir solo una vez: al lado de Chacón y de Marchena, los demás hemos sido todos unos borrachos”. Y añadía Rodríguez Cosano: “Con su reflexión se acabó la conversación sobre el tema”.
Con la Iglesia, Pepe, tuvo siempre cierto resquemor… No sabemos si entró muchas veces a sus grandes moradas, a sus templos, a rezar, a contemplar sus obras de arte…; conocemos que, con casi total seguridad, no fue partidario de asistir a sus sacramentos. Recordemos que se casó en su finca, que se confesó en el filo de su piscina… y, cuando tuvo que asistir a una misa de difuntos que se le hacía a su madre (Rita), le dijo a un médico (del pueblo cordobés de Doña Mencía), muy amigo suyo, asiduo feligrés y que sabía todo acerca de la misa: “¡Tú colócate cerca de mí” y durante toda la celebración estuvo imitando los movimientos de aquel médico (se hincaba de rodillas, se persignaba, movía la boca como si rezara…), todo como el mejor monaguillo. La gente se preguntaba cómo, Pepe, al que nadie había visto nunca en misa, pudo seguir aquel culto como lo llevó. Pepe les podría haber contestado cantando aquella soleá del Zurraque que tanto gustaba a Antonio el Arenero y que tan bonito lo hacía: “Dicen que yo robe un cáli/ojú que mentira es eso,/ deje que me bautismaron/ yo no he vuelto a entrá en un templo”.
Antonio Fdez. de los Santos "El Chaqueta"
Y qué decirles del asunto económico, donde fue anárquico total. Veamos alguna que otra anécdota: Estando presentando su espectáculo en Puente Genil, cantaría de tal manera que la gente no paró de aplaudir eufórica. Al terminar, muchos aficionados, acompañaron al ‘maestro’ al Círculo Mercantil del pueblo a tomar unas copas. Allí, entre risas y botellas, estaban unos señores terratenientes, altaneros por la soberbia de sus caudales, que al verle le espetaron: “¡Marchena, le damos a usted tres mil pesetas por cada copla que cante!”, Pepe, con toda cordialidad y con aquella sapiencia que tenía (por algo le llamaban “La Vieja”) les contestó: “Muchas gracias, señores, ahora estoy con estos amigos, pero si ustedes quieren oírme lo pueden hacer por diez pesetas mañana en Lucena”.
Respecto a la política, jamás se decantó Pepe por bando alguno, al menos no conocemos, ni él comentó nunca que se inclinara hacía postura alguna. Durante la Guerra Civil (1936-39) se encontraba actuando en Cartagena (zona republicana); aunque, el estar en aquel lugar no le daba garantías, ya que estaba en el punto de mira de ambos bandos; pues, mucha gente creía que, Pepe, dada su paupérrima infancia y por cantar en beneficio de los más necesitados sería republicano; en cambio, otros, viendo como se conducía por la vida, con aquel derroche, aquel desparpajo, pensaban que estaba del lado de los aliados franquistas. Por tanto, se encontraba en una encrucijada. Valderrama fue quien convenció al Gobernador Civil de Jaén (un reconocido marchenista), para que a través de un conocido, Manolo Pérez, cuñado de Sabicas y motorista al servicio de la ministra Federica Montseny, sacara a Pepe Marchena de Cartagena cuando le iban a matar. En un principio, lo llevaron a Arquillo, un pequeño pueblo cerca de Linares (Jaén), donde estaría casi un año escondido. Más tarde, el marchenero, se alojaría en La Carolina; aunque, de vez en cuando, se desplazaba a alguna localidad de los alrededores, para estar con amigos o cantar en privado. En aquellas tierras estuvo oculto durante los 3 años que duró la contienda.