Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 9 de febrero de 2025
Tras un paréntesis para conocer la realidad de la Marchena y los pueblos de nuestra Andalucía, retomamos aquellos últimos años de la nefasta década de los 40 y principio de los 50. Volvemos a rememorar los acontecimientos que rodearon a Pepe Marchena durante este periodo, en la España de aquel tiempo. Ya vimos que había conocido a Isabel Domínguez Cano a finales del año 1944; y, desde entonces, Isabel, con el nombre artístico de Isabel Cano, iba con derecho propio como bailaora fija en su Compañía. Debemos aclarar aquí (aunque ninguno de sus biógrafos ha querido entrar en el tema) que, Isabel, la que fuera su compañera durante el resto de su vida, cuando se unió sentimentalmente a Pepe, era madre de un niño varón de aproximadamente dos años, llamado José Manuel, fruto de una relación anterior, al que llamaban cariñosamente “Piqui”, y al cual reconocería, Pepe, como hijo suyo.
Isabelita Domínguez Cano
Al final de los años 40, el genio marchenero está en una etapa de su vida muy crucial. Para comprenderlo habría que estar en su piel y en su cabeza, pues las circunstancias que se estaban dando eran difíciles de resolver. Por una parte, Pepe, llevaba ya más de treinta años cantando, subido a los más variopintos escenarios, desde sus inicios de niño por los pueblos de la Campiña. A lo largo de su periplo había logrado innovar y pasar de ser uno de los más altos exponentes del clásico y ortodoxo flamenco, heredado de los grandes del XIX, a revolucionarlo, a llenar los mayores recintos y montar espectáculos jamás vistos. Pepe, había hecho varias películas, era reconocido en todo el mundo, además de ser el paladín de la prensa rosa… Pero, a estas alturas del XX, los jóvenes venían empujando, los tiempos cambian y los gustos, las modas, también. En aquellas fechas, el veinteañero Antonio Molina, había ganado el concurso de la canción de Radio España y lo aprovechó la discográfica “La Voz de su Amo” contratándolo por tres años; y presentando un disco con cuatro canciones que se hicieron famosas. Valderrama se convertiría, igualmente, en el número uno de los elegidos por el público con su “Emigrante”. Un ramillete de folclóricas como Sara Montiel, Carmen Sevilla, Paquita Rico, Lola Flores, Estrellita Castro y un largo etcétera copan la radio española. Concha Piquer es la estrella que culmina el firmamento de cupletistas, pues el Régimen fomenta este tipo de canciones, de coplas, de cuplés, poco reivindicativos, exentos de política y controversias, solo expresando amores y viñetas costumbristas.
Pepe sabe que, a inicios de 1949, dos años después de su vuelta de las Américas, y tras muchos escarceos repetitivos, actuando por toda la geografía lusa y española, y sobre todo por Andalucía, debe reinventarse, debe ponerse las pilas si quiere seguir estando en la cumbre de la pirámide del panorama artístico. Por ello, reaparecería en el Teatro Fuencarral de Madrid con una obra titulada “Estudio Televisivo”, adelantándose a acontecimientos y teniendo una visión futurista de lo que sería la “Caja Tonta”, la televisión, aquel aparato novedoso, mitad cine-mitad radio, que vendría a revolucionar el mundo de la imagen y haría cambiar el sentido de los espectáculos, a encerrar a la gente en el salón, ante su pantalla, pues sería, tal vez, el electrodoméstico más exitoso del siglo XX.
Carmen Sevilla, cantante y actriz
Para más inri, durante el verano de ese año, el 20 de julio de 1949, a Pepe le sorprende una amarga noticia: su gran amigo, su guitarrista preferido desde sus comienzos, uno de los grandes artífices del apogeo de la guitarra flamenca acababa de fallecer; Don Ramón Montoya Salazar moría en Madrid, cuando aún no había cumplido los 70 años. El mundo de la guitarra se vistió de luto, fueron muchos los que sintieron su muerte, pero, sobre todo aquellos herederos y discípulos del toque, que Ramón había ilustrado durante tantos años. Manuel Cano Tamayo, el que fuera el primer catedrático de guitarra flamenca de los Conservatorios de Córdoba y Granada, diría, entre otras cosas, de él: “… Montoya fue quien supo dar con su guitarra el justo acompañamiento y crear una escuela en la que se basó y evolucionó la guitarra actual”. Un reconocimiento en el que todos los intérpretes de la guitarra, a lo largo de las décadas posteriores han estado de acuerdo; Ramón Montoya, junto a otros grandes intérpretes (léase Sabicas, Niño Ricardo, Melchor de Marchena, Miguel Borrull…) y los genios de la etapa intermedia como Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, Enrique de Melchor, Vicente Amigo, Moraos…, han sido quienes han llevado a la cumbre la musicalidad de la bajañí.
Pero, sigamos con las inquietudes de José Tejada; en su mente está la responsabilidad de mantener a la gente que tiene detrás, una troupe de muchas familias, sus compañeros; además de seguir en la brecha, en el lugar que le correspondía. Sin embargo, sus espectáculos, no estaban dando los resultados que él ansiaba. Así tras recorrer, durante todo el verano, muchas de las provincias andaluzas con aquella obra “Estudio Televisivo”, decide en el otoño (noviembre de ese año) estrenar en el cine Cervantes sevillano la obra “Florecen las madroñeras”, un libreto que, a pesar de estar firmado por el fontaniego Andrés Molina Moles, no tendría repercusión alguna entonces. Solamente, como siempre, salvaba aquel anodino espectáculo la actuación individual de Pepe Marchena y así lo comentaría la prensa de aquellos días. Pero eso no era suficiente. El público español está tomando otros gustos, tiene ganas de cambios, de mayor variedad musical.
Andrés Molina, escritor y músico
En este punto y a pesar de no tener éxito su obra, nos gustaría resaltar la figura de Andrés Molina Moles, desconocido para muchos, pero fue un buen dramaturgo, compositor musical, músico, poeta…, autor de muchas coplas, zambras, rumbas, boleros e incluso saetas para artistas como La niña de los Peines, Marifé de Triana, Pepe Pinto, Conchita Bautista, La niña de Antequera, Manolo Escobar…, que forman parte de la historia musical española. Él mismo, que tenía voz de tenor dramático, cantó con los Sabandeños. Andrés nació en Fuentes de Andalucía, provincia de Sevilla en 1911, aunque siendo muy pequeño se trasladó a La Algaba. Estudió magisterio y ejerció como maestro, a la vez que continuaba con sus composiciones, para finalmente dedicarse exclusivamente a su faceta de escritor. Posteriormente, se trasladó a Madrid, donde ocupó el cargo de inspector de las escuelas de RENFE, y años después como director adjunto de la Sociedad General de Autores, falleciendo en 1993.
A finales de los 40 y toda la década de los 50 será una etapa explosiva en el mundo de la música. Culpa de ello la tuvo la radio, la proliferación de las discografías, el desarrollo de los aparatos de música (léase magnetófonos, tocadiscos, amplificadores, altavoces…) y sobre todo las variedades musicales que copan a todas horas las ondas de radio, que se difunden por la mayoría de los hogares. Los españoles ya no limitan sus gustos al cuplé, el flamenco, la copla o la zarzuela; ahora la gente tiene más opciones, hay mayor diversidad; por ejemplo, tendría mucho éxito la incursión de la música hispanoamericana en nuestro país. Intérpretes como Lucho Gatica, Machín, Olga Guillot, Los Panchos…, quienes con sus boleros, bossa nova, salsa, tangos…, invaden el mercado musical.
También la forma de divertirse los pueblos tuvieron cambios sustanciales; la llegada desde el extranjero del “pik up” o el ‘picú’ (medio electro-acústico), amenizaba y alegraba los eventos (ferias, fiestas, saraos… y cualquier diversión de los españoles). El aparataje reproductor de música, la incursión de micrófonos (aún no los había inalámbricos) junto a los altavoces lograban amenizar las reuniones. Ya, en los grandes recintos como plazas de toros, teatros… se podía escuchar la música y la voz de cantaores y cantantes con solvencia y nitidez.
Pepe, paseando por Madrid
En aquellos momentos el estado económico español estaba en un momento de cambios, parecía que la modernización española, por fin podía ser posible. Las relaciones con los miembros de la ONU y sobre todo con los EE. UU. mejoraban. Parecía que se olvidaba aquella actitud de Franco y su apoyo al Eje en la pasada II Guerra Mundial. Sin embargo, y a pesar de que ya se avecinaba que España recibiría también ayuda extranjera, a inicios de los 50, aún quedaban unos pocos, pero largos, años de miseria a aquella ingente cantidad de pobres españoles, los cuales se habían ajustado el cinturón en demasía. Incluso, muchos de los asesores franquistas aún seguían frenando las relaciones internacionales, a esas alturas del XX; pues, seguían pensando que nuestra economía podría regenerarse, que podría salvarse con aquel Régimen autárquico que ellos preconizaban.
Lo cierto es que la única ayuda que en aquellos dos años (de 1947 a 1949) nos estuvo llegando fue desde Argentina. El gobierno de Franco y el de Perón mantenían buenas relaciones y el enorme país de la Pampa, por entonces una de las grandes potencias mundiales, nos brindaría su ayuda cuando estábamos a punto de colapsar. Su mejor embajadora, la presidenta consorte Eva Duarte de Perón, había hecho posible, tras su visita a España (junio del 1947), que, Argentina, en contra de la opinión de las potencias Europeas y Estados Unidos enviara a nuestro país miles de toneladas de trigo, maíz, y otros productos alimenticios como carne y leche.
En un principio fue una brizna de aire fresco para nuestra economía, y para paliar el hambre de muchos españoles; sin embargo, gran cantidad de aquellos productos, de cuyos inventarios y almacenamientos se encargaría el Régimen, se perdieron en el camino hacia su destino o sirvieron para ampliar el bolsillo de muchos. En honor a la verdad, habría que decir que a nuestra “hija”, Argentina, le tuvimos que compensar con bienes derivados de la minería, y maquinaria de nuestra escasa y maltratada industria. “Poco tardó la alegría en casa del pobre, pues, por desgracia, la economía Argentina empezó a derrumbarse y dejó de enviar ayudas a nuestro país. A España, le quedaban otros tres largos años de miseria hasta que empezaran a llegar las ayudas del plan Marshall.