Lides entre pureza y Ópera Flamenca

Eduardo Ternero - domingo, 16 de junio de 2024

Por desgracia, la “Opera Flamenca” no fue, ni ha sido juzgada, en su justo valor por el flamenco ni por la ópera, de la que solo lleva el nombre. Tal vez si se le hubiese llamado “flamenco cañí” o “flamenco fusión” como se denomina ahora, posiblemente hubiese sido menos vapuleado. Pero, ¿Ópera Flamenca? Parecía que se arrostraba el flamenco gracias a la ópera. De todas maneras, los partidarios y defensores de la pureza, la ortodoxia, el clasicismo, que siempre han querido preconizar una parte del mundo flamenco, provocarían un rechazo a este tipo de innovación y, por tanto, hubieran recurrido de igual forma la consecuente hibridación.

Hemos de reconocer que a partir de la caída de los cafés-cantantes, la irrupción de otras músicas foráneas (afroamericanas, europeas…) y la proliferación de gente rica – ávida de diversiones y echar en olvido al pasado – los gustos musicales cambiaron. El flamenco no quiso ser menos e intentaría colocarse en vanguardia, haciéndose un sitio, amparado por el auge que iban tomando los medios de comunicación.

                                   José Cepero

Entendemos que muchos cantaores, amantes, conocedores y relevantes intérpretes del flamenco más puro y clásico no quisieran apostar por el cambio, no se incorporaran a la nueva corriente que demandaba el público y no hicieron nada por adaptarse a los nuevos tiempos que traía consigo la mal llamada “Ópera Flamenca”. Habría que entender que no fueran contratados por los empresarios, si se negaban a cambiar; pues, en definitiva era el público quien mantenía el espectáculo y, por tanto, se vieron abocados al olvido. Fueron aquellos que se empeñaron en seguir las directrices que marcaron sus antecesores del XIX (léase Silverio, Nitri, Frijones, Breva, Mellizo…, incluso Torre y Chacón); quizás, sin darse cuenta de que, aquellos insignes cantaores, con toda seguridad, habían innovado, habían roto con sus ancestros flamencos de finales del XVIII e inicios del XIX como los Fillos, el Planeta, Marrurro, Curro Dulce, el Colorao…, pioneros de un flamenco cuasi original, que a su vez también habrían transformado estilos y formas de interpretarlo que se arrastraba de siglos anteriores.

Otros, que tampoco eran partidarios de innovar, de “perder aquella pureza atávica”, sin embargo, se subirían al carro de la moda, harían de tripas corazón haciendo tournés en grupos de varietés, actuando tanto en plazas de toros como en teatros, adaptando sus cantes a comedias extravagantes, a folletos de humor…, olvidando el flamenco más jondo, dejándolo en exclusiva para las fiestas íntimas u ocasiones especiales… ¡Había que vivir! Eso ha ocurrido en todas las épocas del flamenco y en muchos ámbitos culturales. Grandes cantaores y cantaoras, como Pastora “Niña de los Peines”, Chacón, Cepero, incluso Torre tuvieron que amoldarse a las circunstancias para seguir viviendo del cante, a pesar de ser los más grandes del pasado, si no querían ser relegados por los públicos.

Rafael Farina

Pero, no olvidemos que, aunque la Ópera Flamenca haya sido tan criticada y su máximo representante el “Niño de Marchena” tan difamado por los que se creían valedores del verdadero flamenco, el invento funcionó (como podía haber sido un enorme fracaso). A la larga, aquellos que renegaban del vanguardismo, de modernizar o reformar el flamenco, tuvieron que reconocer que fue un cambio que contribuyó a su evolución y su desarrollo. Reconozcamos que la bulería nació en estas décadas, que los cantes de ida y vuelta proliferaron también y, además, contribuyó a poner en valor al teatro musical y, aunque el cine no haya contribuido mucho en su difusión, muchos intérpretes del flamenco, también, tuvieron su momento en el mundo del celuloide.  Flamencólogos, críticos, artistas y eruditos, de aquellas fechas y hasta la actualidad han intentado vapulear y vilipendiar aquel periodo de la mal llamada Ópera Flamenca; sin embargo, no pueden dejar de reconocer que contribuiría a ocupar el lugar que habían dejado los cafés cantantes. Les recuerdo que uno de los padres del flamenco D. Antonio Machado “Demófilo”, (5 décadas antes) que irrumpiera “Marchena” había sentenciado: “los cafés-cantantes pervertirán la esencia del flamenco”. Posteriormente al genio marchenero, el mairenismo, cubriría de nuevo la senda que había abierto Pepe. Sin embargo, en la década de los 80 del siglo XX, Camarón y Morente se saltaron los cánones del otrora ortodoxo flamenco que lideraba Antonio Mairena y contribuyeron a una explosión de amantes del nuevo flamenco de forma inusitada.  

  Salvador Távora

Por tanto, cada etapa flamenca, la de Silverio y el Nitri, la de Chacón y Torre, la de Pastora y su hermano Tomás, la de Antonio Mairena y Caracol, la de Camarón y Morente, han sido distintas; ni mejores ni peores, sino diferentes. Pero, cada una de ellas ha elevado al flamenco mediante un vanguardismo innovador. Cada época tuvo un liderazgo que diera un nuevo giro, que cambiara, se apartara un poco de lo establecido para no caer en el hartazgo. Por ello, no podremos dejar de reconocer que, desde mediados de los 20 y hasta pasados los 60 del XX, quien fue capaz de mantener el flamenco vivo fue José Tejada Martín “Niño de Marchena” y una falange de seguidores. Decían y podrán decir que había acabado con la pureza, que rebajó el flamenco más ortodoxo a los infiernos de las varietés, que se salió de los cánones establecidos por sus mayores…; pero no podrán negarle el ennoblecimiento que hizo del flamenco. Que los verdaderos artífices (los artistas), cobraran con dignidad por el trabajo realizado. No podrán negarle el ser el revulsivo para llenar recintos con tanto aforo. No podrán negarle ser el primero en llevar el flamenco y hacer patria con él, en los lugares más recónditos de nuestro país y en numerosos lugares del extranjero. Y, por supuesto, el ser iniciador y creador de una nueva forma de expresar el flamenco; un flamenco que gustaba a las grandes masas de público, que jamás se hubieran acercado a él si Marchena y la infinidad de artistas que siguieron su estela, no lo hubiesen amoldado.

Pero si Marchena, si Pepe, abrió el camino de la fusión, si hizo que la gente se interesase por aquel flamenco-coplero, muchos otros vendrían después e impregnarían todo el siglo XX de mixturas y amalgamas de bailes, cantes fusionados… unos con tramas argumentales, otros con comedias musicales, ballet, coreografía clásica… todo mezclado con ritmos flamencos… ¿Cómo se ganaron la vida Farina, Luis Maravilla, Adelfa Soto, Porrina… durante la década de los 50? Pues con comedias-flamencas ¿Nadie recuerda los recitados del Pinto, de Valderrama…, que, al son de coplas aflamencadas, copaban las emisoras de radio? ¿Acaso Escudero, la Argentinita o el mismísimo Antonio el Bailarín no fusionaron el flamenco que habían mamado, que llevaban dentro, con la danza española? ¿No se incorporaron las notas clásicas de Falla, de Albeniz,  Turina, etc. al flamenco? ¿El teatro de Távora no innovó, no renovó el flamenco incorporando cornetas, tambores, caballos y toros para deleite del público y lograría estar en cartelera durante más de veinte años, dándolo a conocer por toda la geografía española y en más de treinta países; siempre con el cartel de “no hay billetes”.

Pepe, en los años 30

Pero, ¿todo ello, ha significado la ruptura con el pasado? No. Pero, si fue un cambio necesario en su momento. Todo ello se debe, en parte, a la valentía y al empeño de Pepe Marchena y a una estela de seguidores en renovar un flamenco que se encontraba malherido, desahuciado, olvidado y arrinconado. Él, y ahora nos ponemos en la piel del artista, quiso ser diferente, era diferente y tenía que demostrarlo. Pensamos que, Marchena, vislumbró que el camino que seguía el flamenco era muy oscuro, tras el cierre de los cafés cantantes, la llegada de las nuevas corrientes musicales, las vejaciones y críticas que recibía por parte de la prensa y los medios, desde finales del XIX e inicios del XX. Marchena intuyó que, aquel flamenco, tenía los días contados.  

Entiéndase que, aquel atávico flamenco, era un arte que trasmitía en sus letras el sufrimiento de los más pobres, de galeotes, de un pueblo avasallado, desventurado… un arte que conservaba y era bandera, sobre todo, del pueblo gitano, por entonces no muy bien visto por las castas pudientes sociales que, sin embargo, se servían de él. Es decir, el flamenco era un arte de minorías que iba a la deriva y, fueron unos años (primeras décadas del XX), en los que se estaban dando las circunstancias para su fenecimiento. La irrupción de Pepe en el flamenco, la incorporación de una nueva poesía más alegre, más romántica; la derivación hacía unos cantes más livianos (fandanguismo, cantes de ultramar, cuplés aflamencados…) y el romper un poco los moldes tan ceñidos que imponía el flamenco de la Edad de Oro, hicieron que la gente volviera a interesarse por la música flamenca que se había anquilosado.

Estamos de acuerdo en no perder la esencia y de hecho, jamás se ha perdido; pues, paralelamente a estas fusiones, a estas mixturas, siempre ha coexistido el flamenco que supura ortodoxia, un flamenco en el que perdura la esencia de la pureza y que sigue siendo el estilóbato que sostiene las columnas de nuestro inédito arte.