En Madrid, que es la corte

Eduardo Ternero - domingo, 17 de Marzo de 2024

Rafael Pareja sabía que, a Pepe, se le quedaba chica la ciudad de Sevilla. A sus 18 años, aquel joven marchenero, tenía ganas de comerse el mundo y, para él, era el momento crucial para dar el salto a la capital madrileña. Con ellos también se va a Madrid, Arturo Pavón, el hermano de Pastora, el gran pianista de la saga de los Pavón, que se casaría con la bailaora Eloísa Albenizy del que aprendería tanto el cantaor de Marchena. Así, lo comentaba Pepe: “Arturo Pavón tenía una voz muy fea (entendemos que sería “afillá”, ronca, gitana…, más acusada que la de su hermano Tomás), pero, era un sabio del cante. Un día Arturo y Chacón tuvieron un mano a mano cantando por martinetes y se cantaron al menos 15 estilos, eso sí era cantar…”

 Arturo Pavón

Efectivamente, siempre se ha dicho en los ambientes flamencos que, de los tres hermanos, el que mejor conocía los estilos y palos era Arturo, el único que pocas veces cantaba en público. Quien lo escuchó, afirmaría que era algo extraordinario; lástima que no se prodigara y grabara para la posteridad.  Suponemos que, Pepe, por aquellos años, era una esponja de aprendizaje y no dejaría pasar aquella ocasión para recoger los cantes que hiciera Arturo, al igual que hiciera con los que portaba el hijo del Mellizo y muchos más.

Ya sabemos que, de su amigo y mentor, Rafael Pareja, mientras estuvieron juntos, fue aprendiendo los cantes por fandangos, sobre todo del Gloria, que tan bien sabía ejecutarlos; aunque, Pepe siempre diría que los que él hacía eran de Pareja: Pero, en realidad, aún no está claro quién inició aquel estilo: si Rafael Ramos Antúnez “Niño Gloria” o Rafael Pareja Majarón; nos quedaremos con la duda. Ya sabemos por comentarios, alusiones en discos, hemerotecas y otros medios que, Pepe, bautizaba los cantes a su manera; y, aunque, casi nunca iba descaminado, siempre jugó con esa incógnita de la paternidad de muchos de los estilos que hacía.

Como dice una malagueña de Chacón: “¡Viva Madrid, que es la corte y viva Málaga, la bella…” El dinero y la fama estaban en Madrid. Los artistas que querían despuntar, quienes querían darse a conocer, recalaban en la capital de España, eso fue durante todo el siglo XX y sigue siendo hoy día. Como ya anunciamos, aquel Niño de Marchena, que va a cumplir 18 años, no va a ser menos y su siguiente destino, tras estar por todas las tierras de Andalucía y Badajoz, sería lanzarse a la conquista de la capital del reino.   

Juan Rondón Rodríguez, en su libro titulado “Recuerdos y confesiones del cantaor Rafael Pareja de Triana”, nos cuenta como ocurrió: “Siendo un chiquillo me llevé al Niño de Marchena a Madrid, por mediación de D. Alberto Morales, administrador del Marqués de Benamejí. Lo contrataron en Casa Juan, en la típica Bombilla (un barrio de expansión de Madrid, donde se habían hecho unos jardines y lugares de recreo y se habían instalado a principios de siglo varios salones, bares, colmaos... Un lugar para diversión de los madrileños; incluso, hacían allí la fiesta de San Isidro). En principio lo contrataron por 20 días. En aquellos días estaban actuando allí: “el Canario de Colmenar”, un tocaor al que llamaban “el Duque de Belinchón” y el “Pescaero”, que cantaba para el baile de la Macarrona y la Fernanda. 

  Antonio,  hijo de Mellizo

 La primera noche que cantó el Niño de Marchena en la sala, cantó un fandango mío (diría Rafael Pareja) y, en uno de los tercios, se le escapó un gallo. Aquello hizo que se escuchara un gran murmullo entre el público. Cuando terminó de cantar – algo que haría de forma extraordinaria –, Pepito, con toda tranquilidad, se levantó de la silla, se dirigió al público y les dijo graciosamente: Eso que ustedes han creído que era un gallo no se me ha escapado, es que ese cante es así. Con aquel gesto y con su gracia se ganaría al público, que aplaudió enérgicamente el desparpajo de aquel chaval de Marchena”.

Las crónicas de las hemerotecas se jactaban dando la noticia: “… en la zona de la Bombilla, donde llega el tranvía desde Puerta del Sol, se fue ocupando por quioscos y merenderos, en uno de ellos, muy popular, Casa Juan, hizo su debut el famoso cantaor flamenco “Niño Marchena”. En su debut se hablaba más en la prensa de él que de los compañeros que estaban cuasi fijos allí, como “el Canario de Colmenar”y posiblemente una bailaora llamada Carmen Espinosa la “Lavandera”, entre otros.

Rafael Pareja, que se ha convertido en el representante de Pepe, pronto le buscaría otro lugar más adecuado a su caché y, tras cumplir el contrato en Casa Juan, lo llevaría a actuar al Teatro madrileño Romea.  Esta sería una etapa en la que Pepe va descubriendo Madrid, conociendo a nuevos cantaores, viviendo el ambiente de la noche madrileña… Aquel “Niño” marchenero, lo aprende todo y de todos, se empapa de los cantes, aprende a saber estar, a hablar con la gente y, a pesar de su corta edad, los públicos ya le ven como un gran divo. Pepe, desde un primer momento, cuidó mucho su indumentaria, jamás pasaría desapercibido; el mejor traje lo llevaba él, si había que ir a una fiesta con traje y corbata,  se presentaba de esmoquin; siempre se distinguía entre los demás.

Durante su estancia en Madrid, se codea con Chacón, con Cepero, con Arturo Pavón, con Escacena…, que andaban por los Gabrieles, el Villa Rosa…, cafés cantantes de gran prestigio por aquellas fechas. Estamos en el 1921, el cantaor marchenero tiene 18 años y además de cantar en Madrid, Pepe, no se conforma con hacer solo sus actuaciones, quiere ir más allá. Ya vislumbra que puede ser empresario y contrataría a Vicente Pantoja y Antonio Jiménez (un hijo de Enrique el Mellizo nacido en 1874), para que le acompañasen en una turné que haría por los pueblos de los alrededores de la capital.

El Canario de Colmenar

Aquel año, nuestro artista marchenero, se estaría dándose a conocer por todos los ‘colmaos’, salas de fiestas, cafés cantantes…; incluso, en casi todos los hoteles de la capital madrileña dicen que lo conocían o, al menos, habían oído hablar de él. Al hilo de esta manera tan explosiva de ganarse al público, les cuento una anécdota que siempre se ha referido en todos los mentideros sobre Pepe. “Como sabrán, en los años 20 del siglo pasado ya se había inventado el teléfono y, en los hoteles de prestigio, casinos, círculos de ganaderos, de agricultores…, se instalaría aquel correspondiente primitivo aparato. También era costumbre que, ordenanzas, botones, camareros…, una vez recibida la llamada fuesen por los salones de los citados lugares, pregonando el nombre del señor al que llamaban por teléfono, para que acudiera (a atender la llamada), al lugar donde estaba el aparato. Pues, Pepe Marchena, dicen, se dedicaba, en sus ratos de ocio, a llamar a todos esos emblemáticos lugares preguntando por él mismo, por el Niño de Marchena, para que se pusiera al teléfono. Significaba que, continuamente, pregonaban su nombre por todos los salones repletos de ricos y hacendados, que se preguntaban quién sería aquel Niño de Marchena, al que tanto le llamaban. Sin duda alguna, en la memoria de muchos, merodearía aquel nombre y, a la hora de anunciarse El Niño de Marchena en las carteleras, a muchos les entraría la curiosidad de conocerlo. Desde luego, sea cierto o no, sería una forma muy acertada o sibilina de darse a conocer; pues, como ya hemos dicho en otras ocasiones, Pepe inventó el márquetin”.

Pero, a pesar de todas las estrategias de cantaores y empresarios, los cafés cantantes, el flamenco estaba en un momento de declive. Ya dijimos que aquel puritanismo reinante, la mala prensa, que instigaron muchos escritores de la generación de 98, llevarían a un estancamiento del flamenco. Aquellos lugares llamados cafés cantantes eran ocupados por varietés, cupletistas, cómicos…, incluso magos. Si alguien pretendía oír buen cante, debería disponer de una reunión de cabales (cantaores, tocaores, bailaoras e incluso todo regado de vinos, viandas y el acompañamiento de “mujeres que fumaban”), tenía que gastarse los dineros, montar una fiesta particular y, como entenderán, aquello estaba al alcance de muy pocos.

El joven Niño de Marchena

Pero, esta forma de ver y vender el flamenco, no era solución alguna. De este tipo de prostitución flamenca, de aquella pretensión de ricos y nuevos “señoritos”, de hacer uso particular y caprichoso del flamenco y de los flamencos de turno, no hubiese llevado al este bello arte a la cima del espectáculo ni a estar a la altura de otras disciplinas artísticas. Aquella mediocridad, aquel desdén en el trato y en el mal pago que recibían los artistas, hubiera acabado con denigrar aún más al flamenco y no sabemos cómo se hubiese ido consolidando.  Creemos que aún no se le han dado, a Pepe Marchena, las merecidas gracias por sacar al flamenco de aquella miseria