Cantes de Granada (III)

Eduardo Ternero - domingo, 4 de junio de 2023

La semana pasada estudiamos parte de los cantes que componen una Zambra. Vimos cómo surgió en las cuevas del Sacromonte, en un proceso de simbiosis conformado por la herencia morisca, judía, el son de los esclavos negros, la influencia castellana… y la aportación de los gitanos granadinos. Y, realmente fueron estos, los gitanos, quienes recogieron aquellos ‘soníos’ que nos han llegado hasta nuestros días. Entendamos por Zambra a ese conjunto de apartados musicales, elementos diferenciados – unos del folclor, otros de salmos o rezos atávicos y también de bailes y cantos importados de África, que en las cuevas gitanas, de la bendita ladera granadina del Sacromonte – esa que cae sobre el Darro –, se transformaron en lo que hoy llamamos flamenco y que se hacen presentes en el toque, el cante y el baile desde el crepúsculo hasta altas horas de la ‘madrugá’ en la ciudad de la Alhambra. 

Desde luego hay que reconocer que, si dentro del flamenco hay una música en la que predomine el legado andalusí, esa es sin duda aquella que heredamos del antiguo reino de Granada. La larga estancia árabe-musulmana en nuestra tierra, durante 800 años, no solo se ve reflejada en el trazado de las poblaciones alpujarreñas, en sus costumbres nazaríes, en sus rasgos y facciones orientales, en sus palacios y mezquitas…, sino que, su magia musical, sus danzas, sus melismas…, aún permanecen en su memoria bajo el velo ancestral de su glorioso pasado.

Turistas en la Zambra de María la Canastera

Pero todo ello nos ha llegado gracias al pueblo gitano. Fueron los gitanos granadinos, asentados en la histórica Granada, quienes lo refundieron, lo recrearon, lo transformaron y lo han conservado. Así que, con casi total rotundidad, podemos afirmar que la Zambra es un cante gitano por excelencia con reminiscencias árabe, hebrea y negroide. Basta escuchar o ver bailar una zambra para retrotraernos a un pasado de danzas orientales, a sabor a Damasco, a las Mil y una noches persas, a los bailes bantúes afroamericanos. Dicen que entre las primeras zambras gitanas flamencas, creadas, las que salen a la luz y consiguen más renombre son las del Cujón, la de Manolo Amaya, o la de María la Canastera. Ha habido muchas más, pues, los gitanos viejos apuntaban otras (según Curro Albaicín), que desgraciadamente han desaparecido con el periplo de los tiempos.

Matilde Coral, la ilustre bailaora sevillana, que lleva el baile en la sangre, diría: “Las danzas de Granada son para mí lo más profundo que tenemos. Es tal vez la herencia más antigua que nos queda de nuestros bailes, es morisca cien por cien…” Creemos que en el pensamiento del bailaor-bailarín Antonio Gades anidaba el mismo concepto, pues gracias a él y a otros muchos aperturistas hemos conseguido conocer la belleza de estos cantes y esos bailes, su significado, su carácter atávico y sobre todo comprender muchos aspectos de la idiosincrasia del pueblo gitano que nos aportaba tan valioso legado.

Matilde Coral, bailaora sevillana

Queremos hacer aquí un paréntesis para aclarar que, bajo el nombre Zambra, se conocen dos géneros o modos distintos de entender la Zambra. No confundamos la zambra ancestral de la que hemos estado hablando, con el estilo o musicalidad que Manolo Caracol presentaba en sus espectáculos.  El primero, la zambra originaria, es un rito, una música configurada de retazos primigenios por el pueblo gitano de Granada desde los albores del XVI. La otra zambra es una recreación cuasi teatral del flamenco, un espectáculo lírico-folclórico de la etapa final de la Ópera Flamenca (mediados del XX), que Caracol llevaría por los escenarios de todo el mundo junto a Lola Flores. Es cierto que se intentaba rememorar el ambiente místico-moruno de las Cuevas del Sacromonte; pero la profundidad y el regusto de tiempos pretéritos que destilaban las Zambras granadinas que bajaban las laderas del bendito cerro no tenían nada que ver con los acordes musicales del piano y la composición que el profesor Manuel García Matos había recuperado y que se exhibía en los escenarios para el lucimiento en la voz de Caracol y el baile de Lola.

Las Zambras siguen siendo el santo y seña de Granada, ya en 2019 el Ayuntamiento granadino la propuso para que se considerara Patrimonio de la Humanidad, hecho que apoyaron todas las zambras y muchísimos artistas del mundo flamenco. ¡En ello estamos!

Antonio Gades, bailaor-bailarín

Dejamos la zambra e intentaremos poner en valor otros estilos granaínos como son los Zorongos, que tanto gustaban a Lorca. El Zorongo es un palo que proviene posiblemente de los bailes afroamericanos (de ahí ese nombre) y que ya se hacían a finales del XVII. Fueron considerados como un estilo festero en el XVIII dentro del folclor y sigue siendo muy recurrente en actuaciones de corales, canciones, coplas, operetas; pero, en el XIX fueron aflamencados por los gitanos, e incluso flamenco fusionado con jazz como hiciera Paco de Lucía. En principio, se solían cantar al son de vihuelas, guitarrones, panderos y el aporte de otros instrumentos castellanos. Con el paso del tiempo, se fue ralentizando y sería la guitarra y muchas de las veces el piano, quienes adquieran protagonismo a la hora de conducirlo por el flamenco. La genial Carmen Linares, lo pone en valor cantándolo al son de tangos, sin olvidar su origen y su musicalidad dieciochesca influenciada por el folclor de la época.

En los espectáculos de zambras granaínas, en las noches del Sacromonte, el Zorongo se suele representar como uno de los bailes más genuinos y evocadores del pasado. Federico García Lorca recuperó y arregló antiguas letras que grabaría tocando al piano acompañando al recitado de la Argentinita: “La luna es un pozo chico/las flores no valen nada…” Pero, abonado al flamenco, el zorongo, en muchas ocasiones, sirve para abrir la velada de las zambras gitanas, junto con los tangos de Graná.

Hablemos pues, de los Tangos de Graná, tal vez los que conservan un sonido más reposado, pues, se aferran a su pasado nazarí, a culturas árabe-judías, a los granaínos que nunca abandonaron su tierra y los gitanos que se asentaron en ella. En un principio, estos tangos, eran acompañados por bandurrias, laudes, bongos, crótalos… Entre los tangos de Granada vamos a distinguir los más antiguos, los llamados Tangos de la Flor, que tienen un aire más ligero y se suelen cantar casi al principio de la ceremonia nupcial, tras la alboreá. En ese instante aparece la novia con una flor en la boca, contoneándose… aunque, se suele cambiar el nombre y en otras cuevas-espectáculos se les suele llamar Tangos de la Azucena, del Candil, etc. Son los inicios de la boda y la algarabía es mayúscula, pues a la novia la acompaña todo el cortejo con instrumentos, cantes, dando vivas, palmas…

Curro Albaicín en su cueva-zambra

También existen otros tangos propios de las cuevas gitanas que se cantaban en el Sacromonte, pero que hoy están más olvidados como el tango Parao o tangos del Camino y Tangos Valientes. Fiel  heredero de estos bailes ancestrales que dejaron la María “la Bizca”, “la Pata perro”, María “la Carajarapa”, “Tía Lili”, “Chon la del Porras”, María “la Coneja” y Carmelilla del Monte ha sido y es Curro Albaicín (Francisco Guardia Contreras), cantaor, bailaor, pintor, recitador, poeta… un enamorado de Lorca, de Granada y sus costumbres, de su arte y de sus ancestros; un hombre que se ha volcado en el flamenco de su tierra y mantiene vivos los valores del arte granaíno. Curro es  uno de los que más conoce de la cultura flamenca de los tiempos pretéritos de las Cuevas del Sacromonte. Él, el mayor embajador del flamenco de Granada, ha recogido el testigo no solo de su madre, la bailaora María Contreras (María, la de los Cabreras o María Albaicín ) sino de otros muchos flamencos y flamencas más antiguos, para que no se pierdan estilos cuasi olvidados, como le ocurre al Tango del Petaco, también llamado danza del vientre; un tango cómico, bailado por una gitana mayor, acompañada por jaleos y palmas, con letras alusivas (cómico-eróticas), que conducía a provocar una hilarante situación en los presentes, pues se trataba de eso, de dar una alegría superlativa a la fiesta.

Queremos añadir aquí otro tipo de tangos, los Tangos del Cerro, que no suelen cantarse ya en los saraos y fiestas que se exhiben en las cuevas sacromontanas; estos nacieron en los años 40  cuanto se asentaron en la ladera unos grupos de gitanos que huían de la Guerra Civil, horadaron nuevas cuevas y allí se quedaron a vivir. A este tipo de tango se les nota un ritmo más festero, posiblemente porque proviniesen de la zona occidental, Jerez-Los Puertos.

Finalizamos diciendo que, aunque el Sacromonte, han perdido mucho de su espiritualidad, de esa pureza racial en la que nació, al amparo de las cuevas y cuyos cantos-rezos  se fundieron en el flamenco. Quien se considere flamenco debería visitarlo una vez en la vida, realizar una especie de peregrinación a esa meca de tiempos remotos. 

Curro Albaicin: en la Peña el Morato Tangos del Petaco

Curso de Verano 2018: Zambra Gitana de la Lupi