Marchena, cuna de la Saeta (I)
Eduardo Ternero - 5 de abril de 2020
Cuando hablamos de la musicalidad de la Semana Santa no solo entendemos que la conforman bandas de cornetas y tambores, bandas de música, misereres… sino también de ese canto espontáneo que se ofrece al paso de una cofradía para engrandecer y exaltar con plegarias a sus imágenes: la saeta. Pero además, cuando se habla de saetas, el mundo entero no tiene más remedio que mirar hacia Marchena.
Convento de Santa Eulalia
Porque Marchena es el foco neurálgico, el epicentro de este canto que, como ya definimos es la expresión espontánea, una estrofa acompasada que emerge del fervor del hombre y la mujer hacia esas imágenes religiosas, pero que conlleva parte de historia, parte de fe, de folclor y de arte. Todo ello amasado con la sabiduría y el arte de la expresión de un pueblo que arrastra siglos de historia.
En Marchena se dieron las circunstancias propicias para acunar la saeta: La presencia de dos conventos de monjes franciscanos en la localidad desde finales del XV (Santa Eulalia y Capilla de La Vera Cruz). Su fervor hacia los Vía Crucis y su expresión poética en forma de misivas lanzadas a su paso por las calles para exhortar a los fieles; la fuerza mediática que ejercieron sus próceres (Duques de Arcos) que fomentaron la religiosidad, erigiendo templos, la conformación de hermandades, el procesionar de cofradías y por ende la creación de letras y cantos hacia sus titulares.
Desde el final de la Reconquista, se vinieron definiendo en nuestra localidad diferentes tipos de saetas, cada hermandad fue acuñando la suya como propia, diferenciadora, que los hermanos lanzaban en forma de cantos de oración durante el recorrido procesional. Así transcurrieron casi 300 años, entre creaciones, transformaciones, adaptándose a lo que sentía y expresaba el pueblo llano. La irrupción del flamenco a inicios del XIX, impone su impronta y convierte la saeta en un canto propio religioso/popular/flamenco, en el que los cantaores se apoyan en esos palos neófitos, recientemente creados y adaptan las letras de sus rezos, de sus jaculatorias al flamenco más puro y jondo.
Roberto Narváez
Ese patrimonio, aquellos cánticos que nacieron al amparo de las cofradías, que se desarrollaron a lo largo de los tiempos, se fueron perdiendo, arrinconados en la mente y la garganta de la gente; les hizo caer en el olvido. Tuvo que ser la Hermandad de la Humildad la que se interesara en recuperar aquel pasado inmaterial de la saeta de Marchena que tanto esplendor había suscitado en el pasado. Para ello, en 1984 se creó la Primera Escuela de Saetas del mundo, con el fin de recuperar, recrear y enseñar para las presentes y futuras generaciones las saetas que se cantaron siglos atrás. Saetas primigenias, muchas de las cuales aún estaban en el recuerdo, en la memoria ancestral de algunos saeteros, en los libros parroquiales, en las actas de las hermandades y en las voces calladas del pueblo llano.
Su precursor y profesor Roberto Narváez, lleva más de treinta años investigando, recuperando, enseñando en la Escuela de Saetas Marchenera esa pertenencia; formando saeteros, durante décadas, hasta la actualidad, sintiendo la necesidad y el valor patrimonial de la recuperación expresiva de las primitivas saetas marcheneras, desempolvando cuantas ha podido de la oscuridad de los tiempos y engrandeciéndola en la voz de los viejos saeteros y la impronta de los presentes. Un logro significativo que, en la Semana Santa de Marchena, se vuelvan a escuchar las antiguas saetas que siempre se cantaron en nuestro pueblo.
Las saetas, en Marchena, responden a una diversidad tipológica, están llenas de contenido poético, sus letras, su riqueza musical no han dejado indiferente a cuantos estudiosos e ilustrados en la temática se han acercado; sobre todo por el valor de los estudios realizados y la enorme recuperación que se ha hecho.
Juan Pliego “El Caeno”
Tanto es así, que muchos de estos eruditos no se cortan en afirmar que la saeta tiene su origen en nuestro pueblo. Todos coinciden en afirmar que la saeta surgió en Marchena, como hemos dicho, por los cantos franciscanos, que los recogió el pueblo y lo expandió por otras localidades.
Queda claro que fueron las hermandades de Penitencia las que fueron obrando el milagro en el devenir de los tiempos. Tenemos la suerte de que se han recuperado y nos han llegado hasta nuestros días no menos de diez tipos de saetas, aunque se cree que pudo haber muchas más pero, olvidadas de la memoria atávica, difícilmente podrán ser recuperadas. Por ello, creemos que nuestro pueblo es el centro saetero más importante del mundo y como tal habría que cuidar, fomentar y defender con orgullo.
Esta iniciativa, llevada por la Escuela de Saetas Señor de la Humildad de Marchena, la han seguido muchos otros pueblos, algunas hermandades sevillanas, de Andalucía y de España. Esta docencia saetera está, no solo recuperando las saetas olvidadas o casi perdidas y recogiendo el acerbo popular de letras y músicas que se cantaban antaño, sino que además se les enseña, a los nuevos estudiantes saeteros, a cantar por palos del flamencos (tonás, seguiriyas, martinetes…) por lo que podemos afirmar que el futuro de la saeta en nuestra tierra está asegurada.