Los cafés-cantantes (desengaño)

Eduardo Ternero - 9 de noviembre de 2019

               La impronta del café-cantante duró casi 100 años,  desde sus inicios hasta su hartazgo, desde que el flamenco se abrió al mundo hasta que otra novelerías inundaron el mercado.  Así fueron pasando décadas, así llenaron tarimas cantaores, guitarristas y bailaores… amantes, proletariado del flamenco.

Si lo vimos nacer en pequeños antros, tabernas, prostíbulos… después pasó a tener esa clase distinguida, aquel fasto del escenario, de palcos y fanfarrias, de tramoyas y cortinajes… pero, como a todo, le llegaría el momento de su decadencia.

La llegada de la Ópera flamenca, un paso más o un paso menos (según se mire) acabaría con la etapa secular, con una etapa productiva del cante de nuestra tierra. Los Cafés-cantantes irían pasando al olvido, desaparecieron como tal y se fueron convirtiendo en salas de fiestas, colmaos, tablaos flamencos, peñas… aunque la esencia es la misma: escuchar cante, muchas de las veces,  regado de alcohol,  donde se pueda distender el alma, encontrar el lugar donde reponer el ánimo, donde enervar emociones ocultas y dar  rienda suelta a los más puros  sentimientos a los que nos lleva el flamenco.

        Se está iniciando el siglo XX estamos en el otoño de los cafés-cantantes y ya Chacón ha dejado su burrito aparcado, ahora el ferrocarril y las tartanas le ayudan a recorrer el territorio andaluz y foráneo. Ya se le reconoce en toda la geografía andaluza, extremeña y del levante. Incluso Madrid hablaba de un gachó de Jerez que había revolucionado  el aire de las malagueñas, las granainas y algunos cantes de Cádiz.

           La gente después de llevar años escuchando cante, conoce palos del flamenco, es más exigente, va a los focos del cante en su afán de conocer  el flamenco, para aprender. Triana, Jerez, Utrera, Alcalá  y los Puertos son un peregrinaje para aquellos que quieren ser alguien dentro de este arte. Sus universidades serán los tugurios, las tabernas, los colmaos, los cafés-cantantes… escuchar de los mayores, aprender de las raíces. ¡Lo importante que ha sido en el flamenco la memoria!  Acudir a una tasca a escuchar a un cantaor anónimo, garante de una herencia ancestral del cante,  esperar a que el alcohol y el duende se apareen, que su garganta encuentre el sentido de la tonalidad y la jondura para llevarnos al precipicio de la locura. Después hay que  poner todos los sentidos y ser capaz de encerrar en la memoria aquella esencia, mimar aquel secuestro artístico, guardar el botín de aquel robo premeditado que aquel,  inconsciente, sacó a la luz.

      En esta etapa de los grandes Cafés-cantantes, de la expansión y del desarrollo del cante flamenco, Madrid y Sudamérica jugaron un papel importante, fueron la gran aportación económica y de marketing para dar a conocer a otra parte del mundo un arte que había nacido en las ascuas de un chabola, en la oscuridad de una cueva, al albur de los desaires del camino. La exportación de  los cafés-cantantes a Madrid, y a muchos países hispanos supuso el reconocimiento mundial del cante gitano-andaluz; ya no se limitaba a estar entre cuatro paredes, a escenarios bucólicos de una aldea o tras las cuarterolas de un tabanco. Ahora pisaba escenarios de Buenos Aires, salas de Méjico,  el Café de Chinitas madrileño… las crónicas  de los diarios, los mejores periódicos de la época se hacían eco de los acontecimientos, de los eventos flamencos que se celebraban por todo el mundo. 

Las fotos de los cantaores, la reseñas, los programas, los carteles… todo contribuía a llenar plazas de toros, teatros, salas de fiestas… aquello se desbordaba, se estaba convirtiendo en la seña de identidad de una España en la que las raíces de otras regiones otros, lugares de nuestra geografía, aquellos otros folklores, otros cantes y bailes  quedaron recluidos en sus entornos, bajo sus fronteras. Sin embargo el flamenco lo engulló a todos, se hizo con las riendas del sentir español, era el referente.

       Pero como todo, aquella expansión, aquella visualización, aquella euforia desvirtuaría parte de la esencia flamenca. Los menos entendidos, los cronistas al uso, los aprovechados del momento confundían palos, se engañaba a los artistas, se  referían historias paralelas: hablaban de canciones, de cantantes… proliferarían más cantantes payos. El  cantaor gitano perdería parte de su  lugar, aquello no era lo que se había sacado del cofre, aquello había convertido en un guirigay la esencia de los jondo. El cante que se escuchaba en la fragua, el que nació en galeras, el cante que surgió del dolor y el amor, de la rabia y el desconsuelo no era aquel que se destripaba en los escenarios, no era el mismo que describían los pseudo-entendidos de los periódicos. Ahora se buscaban nombres relevantes, se combinaba flamenco y copla, se confundía folklor y flamenco, canción y cante… la cuestión era hacer caja y muchos no estuvieron a la altura o no quisieron estar y volvieron al candil, a la encrucijada del camino, donde se habían perdido.

      Esto trajo consigo la adaptación de cantes, popularizando los fandangos, adaptándolos para la construcción de malagueñas, granainas, verdiales… volcando todo el saber en las voces estridentes, encumbrando cantes melodiosos traídos de las colonias… pero el flamenco siguió sus pasos, se iría convirtiendo en ave fénix de su propio destino, no sucumbirá, se adaptará, resurgirá, se nutrirá de él mismo…

Imágenes: (Rita la cantaora, Antonio Chacón, Café-cantante siglo XX)