Manuel Vallejo, (III) un cantaor hermético

Eduardo Ternero - domingo, 19 de febrero de 2023

Transcurre España por los años 40, una década de calamidades, de hambres, de rencillas y odios, donde los vencedores acosan, requisan lo poco que tienen, encarcelan, maltratan y hasta dan muerte a los vencidos. España está desolada, es una autarquía, aislada del mundo, solo recibe alguna ayuda de unos pocos países sudamericanos y, militares y allegados al régimen, copan todas las riquezas y prebendas del país, mientras la mayoría del pueblo se conforma y somete a un salario paupérrimo, el recién creado Auxilio Social, el estraperlo o la mendicidad.

Dejamos a Vallejo, el cantaor del barrio San Marcos-Macarena, el maestro de Sevilla, constituyendo su propia Compañía, recorriendo todo el territorio peninsular y norte de Marruecos. Después de la guerra vive sobre todo de fiestas y de alguna gira puntual, a veces con su propia compañía o contratado por otros, sobre todo por  Juanito Valderrama. Pero en los 40 decae la actividad artística en los teatros y entonces se busca la vida por los colmaos y reuniones de cabales por Madrid. En 1947, le contratan para formar parte  del espectáculo “Solera Andaluza”. Será entre los años  1949-1950 cuando   realiza   sus   últimas   grabaciones para la casa  Columbia acompañado por el guitarrista  Paco Aguilera. Precisamente en ese año, 1950, iba al frente de un espectáculo llamado “Sentir la copla”.

A mediados de los años 50 y la irrupción de Mairena y Molina en el flamenco y su vuelta al “flamenco clásico”, la Ópera Flamenca empieza a decaer y los cantaores payos, entre ellos Vallejo, Cayetano Muriel, Marchena, Angelillo, Palanca…, fueron alejados poco a poco de las masas pues,  había que volver al purismo. Incluso cantaores gitanos como el Cojo de Málaga, Mojama, la Niña de los Peines…, serían vetados en los escenarios, pero de eso hablaremos en otro momento. 

Manuel Vallejo en su madurez 

En 1954, Vallejo, es contratado para clausurar los Festivales de Primavera que se celebraban en Sevilla. Los cines Trinidad, Arrayán y Alfarería fueron escenarios para las tres primeras sesiones. La cuarta y última se celebraría en el Patio Banderas de los Reales Alcázares. Junto a él conformarían el cartel Antonio Mairena, el Cuacua, la Paquera, Fernanda y Bernarda de Utrera y como grupo de baile La Malena y Paco Laberinto, entre otros artistas. También sería requerido en esos años para homenajear a Luisa Ortega en el Teatro Lope de Vega; aquí sería la última vez que cantaría en Sevilla. 

Vallejo, ha sido,  sin duda alguna, uno de los cantaores más largos que ha habido en el mundo del flamenco. Destacó en todos los palos del cante, desde los más livianos hasta los de mayor dificultad, desde los cantes de Cádiz a los cantes de levante, desde una bulería a una seguiriya, desde un tango a una saeta.  Dotado de una potente voz y de un timbre excepcional supo llegar a las masas. Sin embargo, muchos flamencólogos, sobre todo durante la época del purismo, es decir a partir de los años 60 quisieron denigrarlo, encasillándolo como a muchos otros entre los fandangueros, cupletistas…, de cantes propios de la Ópera Flamenca (cosa que exigía el público en aquellos momentos). Sin embargo, a lo largo de su vida y sus grabaciones, Vallejo, demostró que era poseedor de un sabio conocimiento de todos los palos, que los dominaba a la perfección y su garganta era de las mejores que ha tenido el flamenco en su historia.

Azulejo en la casa donde nació Vallejo

En otros aspectos de su vida, debemos decir que fue un hombre raro, de una timidez exagerada, al que le producía pavor subir a los escenarios, cosa extraña para un hombre acostumbrado a bregar con los públicos a hacer giras. Nadie aclara su condición sexual, ni falta que hace, pero muchos achacan esas rarezas, su carácter y sus salidas de tono a esa forma de sentirse diferente y su escapada de Sevilla, durante años, a Madrid o a la ciudad Condal, donde parece ser que se encontraba mejor anímicamente. Dicen que jamás se casó ni tuvo hijos. Sin embargo, hay una historia paralela que cuenta el escritor y flamencólogo Pineda Novo  en la que afirma era introvertido y misógino, pero que se contaba  que tuvo relaciones con una tal Rosa y que tuvo una hija secreta.  De este aspecto vital no hemos podido contrastar nada, solo sabemos aspectos de su familia, por su sobrina, Pilar Jiménez, la cual comentaba que, cuando se enfadaba con ellos, se marchaba de casa y no volvía en un tiempo;  pero, al cabo, les traía regalos cada vez que volvía a Sevilla tras sus giras. 

Manuel Infante, “Niño de Fregenal” 

También comentarían, quienes le conocieron, que era un hombre desconfiado, muy introvertido, enigmático… Manuel Centeno Fernández, su compañero y amigo, llegó a hacer una  biografía de Vallejo en la que alaba su calidad de no solo como cantaor sino como bailaor. Pero también alude a su condición de un ser huraño, temperamental, desconfiado…, que se dedicó, en cuerpo y alma, al flamenco y que rechazó propuestas de hacer cine y otros espectáculos artísticos que no le interesaban. Palabras del propio Centeno serían: “…tenía tendencia a la ira y al desplante. Era un hombre dado a las rarezas, la suspicacia y la superstición.  Le tenía un pánico horroroso a las cárceles, los hospitales, el cementerio y los juzgados. Guardaba un hermetismo absoluto, pero además era de una introspección y timidez, que muchas veces subía al escenario como el que sube a la horca”.

Juan Varea, que también compartió escenario con Vallejo comentaba su introversión: “…era un hombre raro, medroso, siendo como era, el más redondo y completo de los cantaores que he conocido y como bailaor, un portento por bulerías…”

En 1957, Vallejo, participa en una gira con varios artistas. Se le ve mayor, cansado,  y regentaba una pescadería en la calle Hombre de Piedra, aunque no tuviera  problemas económicos. Debemos entender que, Vallejo, en su tiempo fue tan popular que incluso se usaría su nombre como marca comercial “Anís Vallejo” del pueblo de Herrera Sevilla cuyos dueños los Herederos de Manuel Páez Chía seguramente serían fervientes seguidores del insigne cantaor.

El Crítico y flamencólogo Miguel Acal

Ya con sus 60 años cumplidos, retirado de los escenarios, pasaba los días dando pequeños paseos, tomando café y leyendo las crónicas flamencas en un rincón del bar Las Maravillas, en la misma Alameda de Hércules, casi siempre en solitario. Cuentan que una de esas mañanas de verano, el 1 de agosto de 1960, se sintió mal y tuvo que ser trasladado al hospital de las Cinco Llagas, le había sobrevenido un ictus apoplético. En cama permaneció durante una semana,  solo atendido por sus sobrinos. 

Manuel Jiménez  Martínez de Pinillo, “Manuel Vallejo”, murió el 7 de agosto de 1960. A su entierro solo asistieron, según las hemerotecas, el Niño de Fregenal y el Pajarero y se recibieron algunas coronas, entre ellas aparecía una dedicatoria de la Niña se los Peines y el Pinto. Parece ser que con el silencio de su voz se apagó también la memoria de compañeros y su público. 

Sin embargo, en 1982,  artistas como Antonio Mairena, Naranjito, Manuel Mairena, Luis Caballero, críticos como Miguel Acal o Jiménez Díaz y su biógrafo, Manuel Centeno, intentaron recobrar la sensatez y la memoria de este gran cantaor y se le colocó una placa en la casa donde nació. Más tarde, con motivos del centenario de su nacimiento, en 1991, se organizaron en su nombre unas jornadas en la Peña Torres Macarena, cuyo fin era el poder elevar un monumento a tan gran cantaor en la Alameda de Hércules; pero todo quedó en un intento.

Lástima que un cantaor de la talla de Vallejo, poseedor de la segunda llave del cante (por supuesto merecidísima), esté casi en el olvido. Creemos que no es de justicia que tal vez el cantaor sevillano por excelencia, que se encuentra entre los mejores de la historia no tenga su monumento y se encuentre entre la cumbre del Olimpo Flamenco.

MANUEL VALLEJO, SAETA DE 1.920