Romance, de lo popular a lo jondo

Eduardo Ternero - 19 de abril de 2020

No cabe duda que en España, al igual que en otros países europeos, el romancero tuvo mucho auge durante toda la  Edad  Media.  Era el canto preferido por los entonces trovadores y cantores que viajaban de pueblo en pueblo  para ilustrar  los acontecimientos históricos. Eran unos versos combinados que se  recitaban en las plazas de los pueblos: mitad cantados, mitad trovados;   relatos  sobre batallas, querellas, torneos, amores… eran los animadores  de la época, una forma  para ponerle un poco de sabor y música a la gesta de muchos caballeros, contar leyendas, hitos de otros lugares… 

Trovador

Tal vez fuesen los monjes quienes lo iniciasen para cristianar,  contar aspectos bíblicos. Lo cierto es que el romance castellano se fue extendiendo por todos los territorios reconquistados a los musulmanes  a través de los juglares que mediantes poesías, y canciones llevaban por la geografía de la península lo acontecido.

 El pueblo lo aprendía e igualmente lo recitaba de forma oral, pocas veces escrita (la mayoría del pueblo era analfabeta) y pasaba de generación en generación. La llegada de los gitanos a las gañanías  de los cortijos, a las ventas, a los barrios más pobres  durante el XV hizo que  juntasen con moriscos, cristianos, judíos… y los fueran aflamencando. A veces era el propio pueblo el que inventaba o relataba acontecimiento a través de unas letras acompasadas y con hilazón poética y se pasaba de unos a otros. Pensamos que  a Andalucía, con la reconquista cristiana,  vinieron los romances y  los primeros flamencos debieron ser buenos romancistas, todos apuntan a Cádiz como la más prolífica en adaptarlos.  A estos romances aflamencados se les denominaba “corridos”, pues  era una retahíla de letras de antiguos romances de gran extensión  a los que se les iba poniendo música flamenca. Dicen los musicólogos que fueron dejando huellas significativas en otros cantes como alborás, polos, cañas, seguiriyas, soleares….

El pueblo gitano, al instalarse en Andalucía, lo fue acomodando a sus sones y sus ritmos, olvidando el sentido monorrítmico que mantenían los juglares y los pueblos de Despañaperros para arriba. Posiblemente pudo ser así, posiblemente sea el puente entre lo castellano y lo flamenco, entre la seguidilla y la seguiriya, entre  un trovado  y una alboreá… donde las palmas y el jaleo flamenco se aprecia con mucho más ritmo. 

Alboreá durante una boda gitana

Puede que,  al entrar en contacto estos romances castellanos con los cantes aflamencados como la giliana, las tonás, martinetes…, también se aflamencaran. Que los cantaores flamencos fueran recogiendo letras del pueblo, esa retahíla de versos que aportaban y que se pregonaban en los patios y fuesen  adaptándolos a los ritmos y sones que conocemos.

No cabe duda,  estamos ante uno de los cantes más primitivos, que tuvieron mucha influencia en el nacimiento, en el desarrollo  de los demás cantes. Estos romances, como antiguos corridos, se cantaban haciendo palmas, al compás seguramente de la alboreá, de primigenias bulerías, soleá bailada o sones de tango…después se les fueron añadiendo otros ritmos muy personales. Sería  Antonio Mairena allá por 1958 quien  les acoplaría  la guitarra y los grabó adaptándolos al compás de bulerías por soleá (al golpe). Hoy, el romance flamenco se hace más animado que las  bulerías  por soleá, ha cogido el ritmo de los jaleos extremeños y muchos cantaores lo llevan por ahí.

 Como el  antiguo romancero, las letras de los romances no son coplas sueltas sino que son una “corrida” o sucesión de coplas entrelazadas  que  nos llegan en versos octosílabos, con una rima asonante pero con mucho brío, mucha enjundia y como hemos dicho con mucha carga histórica de suertes y leyendas de la etapa medieval.

El Negro del Puerto

 No cabe duda que la mayoría se han mantenido a lo largo de los siglos por vía oral,   por los cánticos de antiguos moriscos y castellanos venidos a Andalucía. 

Grandes cantaores han cantado romances; cabe resaltar la presentación que  hicieron  Juan Peña “Lebrijano” y su hermano, el guitarrista Pedro Peña, con su madre “La Perrata”, cuando se decidió por fin a cantar a la muerte de su marido Bernardo Peña y lo hizo cantando el “Romance de Gerineldo”. 

Muchos, a lo largo de la historia,  han querido sacar del olvido, recuperar los antiguos romances que se cantaban en los patios y grabarlos para la posteridad. Ahí quedan romances como el de  “Zaide” que grabaría el Chozas de Jerez hace un siglo, “Celinda”, el romance del  “Conde Sol”, “Bernardo del Carpio”, “Los siete infantes de Lara”…grabados por cantaores como El Cojo Pavón, Agujetas el Viejo. “El Romance de la Manja” (como una antigua petenera) que grabara el Negro del Puerto, “El Romance de Blancaflor” por Alonso el del Cepillo y otros muchos que se han podido conservar  desde los  siglos XIV y XV hasta hoy.

No cabe duda que el romance era un canto primitivo parecido al “rap” moderno, pero  que el tiempo y el influjo gitano-andaluz se encargó de ir  poniéndole otro  estilo y ritmo, aunque  escucharlos nos retrotraen a la época dorada de los jaleos,  a un tardío Medievo,  antes de que naciese como tal el flamenco.