¡Pepe, otro grande se nos fue!

Eduardo Ternero - domingo, 11 de Agosto  de 2024

Estábamos a mediados de 1933 y los visos de mejora, aquellos que prometía la República, no se vislumbraban por ningún lado. El ciudadano de a pie, el de clase trabajadora, el pobre, ansioso de mejora…, no había notado el cambio que esperaba con el nuevo régimen. El prometedor reparto de tierra, “la tierra para quien la trabaja”, había quedado en un titular muy esperanzador, todo en una especie de sueño, un espejismo. Solo algunas y malas tierras habían sido colonizadas. Los gestos de libertades, las reducciones de jornada laboral, dar soluciones a la falta de empleo, etc. no parecían llegar nunca. La derecha, el poder, el dinero…, maquinaban volver a tener la “sartén del estado por el mango”, ansiaban ganar lo perdido en las urnas de aquel nefasto sistema llamado democracia y, mientras tanto, no estaban dispuestos a ceder un ápice en negociaciones y menos a conceder privilegios a las clases más bajas, temiendo perder su estatus, sus prebendas. Sobre todo, no iban a consentir poner en manos de pobres campesinos la gleba heredada, aquellas tierras que les habían pertenecido y  permanecido estables en sus castas, durante siglos, no las iban a ceder tan fácilmente, aunque, quedasen como baldíos.

                                Manuel Torre

 En los años 30 del siglo XX, en la vida de un hombre, cumplir los 30 era signo de maduración. En aquellas fechas, desde los 9 – 10 años trabajando (cuidando animales, sufriendo las labores del campo…), tras un penoso servicio militar, haber pasado hambre, enfermedades…; criar hijos y salir cada día a buscar la manduca, curtían de tal manera que, con diez años más, fuera por lo sufrido, por la falta de higiene, escasa alimentación, la vestimenta…, hombres y mujeres presentaban aspectos lamentables, como el de ancianos.  La mujer, incluía casi todo lo anterior, más el parir, amamantar,  acudir al trabajo por temporadas (recogida de aceitunas, algodón, legumbres…), llevar – sin medio alguno –, la intendencia en las gañanías o en miserables viviendas (ir por agua, lavar, preparar la leña, cocinar…, atender a los hijos y a sus mayores…). Pero, el gran problema era el poder adquisitivo, el poco valor del dinero; pues, después del enorme esfuerzo realizado en el trabajo, con el salario que se recibía, no alcanzaba para las necesidades básicas. 

Estamos en la última decena de julio de 1933 y la noticia sobre la muerte de Manuel Soto Loreto, “Manuel Torre” recorrió como un reguero de sangre en boca de todos los flamencos. ¡El “Niño de Jerez” había muerto.” La maldita tuberculosis pulmonar, la misma que se había llevado a tantos y tantos, había podido con aquella torre humana, con aquel genio del cante. Manuel arrastraba su enfermedad desde hacía tiempo, ya en una ocasión había tenido que retirarse del escenario, ante un vómito de sangre.

El joven Antonio Mairena

Hubiera sido impensable, que en cualquier país, artistas de la talla de Joaquín el de la Paula, Frijones, el Mellizo, Juan Breva, Torre, Chacón, el Mochuelo…, la gran mayoría de los flamencos, terminasen sus días de forma tan miserable; no solamente olvidados de los públicos sino en la indigencia más cruel para unos cantaores del renombre y la calidad de aquellos. Desde antaño, colocar el sambenito de “cigarra”, a los cantaores flamencos era una falacia que corría por los mentideros. Es cierto que, como en la fábula de la cigarra y la hormiga, los artistas del flamenco guardaban poco para el invierno. Pero, ¿qué había que guardar? Hasta la llegada de la Ópera Flamenca, hasta la irrupción de Vedrines, Marchena y alguno más, el flamenco estuvo denostado, menospreciado y por ende, mal pagado. Desde un principio fue un arte que sirvió como divertimento de las clases pudientes quienes – encerrados en el cuarto de una venta, en el antro de una tabernucha, en un burdel…, durante largas madrugadas –  esgrimían amar al flamenco como excusa para regocijo en otros placeres. A su término, solían compensar a los artistas, tras una larga noche de “juerga”, con unas pocas monedas y como se solía decir “con lo comido y bebido, vas bien servido”

Fue una tarde muy calurosa del verano de 1933, de aquel 21 de julio. Mata, un gran aficionado al cante, vecino de Carmona se dirigió a la casa de Manuel Torre, que vivía en la Alameda de Hércules, para que fuese a cantar, como todos los sábados, a una tertulia de señoritos carmonenses. Cuando llegó a su domicilio, Torre, estaba mal, muy mal; aquel genio del cante, uno de los grandes que ha dado la historia del flamenco, estaba en una pobre alcoba, con dos raídas sillas, una mesita, un viejo baúl, un catre y su querida y destartalada butaca, donde yacía casi agonizante. Aquello y poco más era el único capital que Manuel tenía tras más de cuarenta años siendo la máxima figura del cante. Fuera, sus familiares, algún amigo y poco más. Manuel, con intercaladas y angustiosas palabras, le dijo: “Mata, ya no puedo cantar, ni moverme de la cama, ¡me muero!” Contaban, quienes estaban presente, que añadiría: “Te recomiendo que vayas a Mairena del Alcor y preguntes por un gitanillo que tiene allí una tabernilla, que le llaman el “Niño de Rafael” (Antonio Mairena). Le dices que vas de mi parte; él te atenderá…, te gustará.”

 Cártel del Teatro Campoamor (Marchena)

Ya de madrugada, en aquella taberna de Mairena y en casi todos los rincones del mundo flamenco, se conocía la noticia de la muerte de Manuel Torre. Aquel verano de 1933 el flamenco quedó huérfano de la seguiriya de uno de los más grandes. Manuel se fue con tan solo 55 años y pareciera un hombre de 80. Más de una vez contaría, Antonio Cruz García “Antonio Mairena”, este hecho triste y doloroso para el mundo del flamenco: “… aquellas palabras de Mata, fueron para mí como un legado, me sentí como su heredero artístico.”

“Pepe, otro grande se nos ha ido, nos ha dejado Manuel Torre”, esa fueron las palabras que escucharía el “Niño de Marchena” por boca de un amigo. El “Niño de Marchena” hacía tres días (el 18 de julio), que había cantado en su pueblo y seguramente estaba en el epicentro de su gira veraniega por las ciudades y pueblos de nuestra tierra andaluza: el día 22 actuaba en Sevilla, en Huelva el 23, en Córdoba el 25, en Málaga el 29...  Como verán, durante todo el verano de aquel año 33, no paró de hacer bolos, de asistir a reuniones de amigos, de preparar grabaciones… Pero, para José Tejada, aquella muerte, como la de su “padrino” Chacón, fue un verdadero palo. Torre y Chacón, habían sido para él sus referentes durante su juventud, y, como persona agradecida que era, siempre los tendría como maestros. Aunque sabemos que, Pepe, quiso ir más allá y, sin desdeñar a sus mayores, cambiaría el rumbo del flamenco. El marchenero no se quedaría impávido ante la enorme desgracia del fallecimiento de Manuel, sino que fue muy sensible ante la penuria que padecía la familia (su segunda mujer María Loreto Reyes la “Feonga” y los 5 hijos que tuvo con ella).

   Pero, eso lo sabríamos 45 años más tarde, cuando ya Pepe había fallecido y cuando un periodista, del diario Nueva Andalucía, entrevistó (21 de julio de 1978), a una de sus hijas, por el centenario del nacimiento de Manuel Torre (diciembre de 1878). Fue entonces cuando nos enteramos de que fue, el “Niño de Marchena”, el único que se interesó por la familia. Así lo contaba la hija de Manuel Torre ante la pregunta del periodista: ¿Alguien se preocupó por tu familia tras la muerte de tu padre? A lo que la hija contestaría: “Sí, un hombre que tenía un gran corazón, y le hizo un gigantesco festival del que recogió mucho dinero, que fue para nuestra manutención en el tiempo en que estuvimos con nuestro tío. Ese hombre se llamó Pepe Marchena, quitándolo a él, nadie se acordó de Manuel Torre, tanto como dicen que le querían”.  Pepe, además, correría con todos los gastos del entierro del gran cantaor jerezano.

Pepe,  años 30

Pero, aún no había acabado la gira de verano del “Niño de Marchena” por Andalucía, cuando el Heraldo de Madrid, un periódico madrileño, que organizaba todos los años la cabalgata de los Reyes Magos, le solicitaba que actuase en una función benéfica para recaudar dinero y comprarle juguetes y comida a los niños de la Inclusa. Pepe, aceptaría y llevaría como guitarrista a Manolo de Badajoz. En aquella función actuarían además gran cantidad de actores y actrices madrileños. Dicho espectáculo se celebraría en el Teatro Cómico madrileño el día 3 de enero de 1934.  Pero, Pepe, quiso ir más allá, era muy sensible en los temas de los niños expósitos, de los niños abandonados de la casa cuna, de los marginados. Le solían doler mucho aquellos momentos, pues le recordaba a su infancia, cuando él no pudo tener ni un solo juguete con el que jugar y por ello, personalmente, llevaría un lote de juguetes y golosinas para aquellos niños de la Inclusa.   

 

Vamos acabando este 1933. Hemos pasado unas segundas elecciones generales el pasado 19 de noviembre. Los partidos políticos han realizado una propaganda masiva y les cuesta reconocer sus errores. Los altercados entre la derecha y la izquierda no cesan… Todo esto repercutirá mucho en el  segundo bienio republicano de 1933 a 1936.