Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 7 de septiembre de 2025
Continuaba el periodista Lucio del Álamo ensalzando las virtudes de Pepe Marchena no solo como cantaor, sino resaltando su arrebatadora personalidad, tan significativa e influyente del flamenco y una de las caras más famosas de los años 60. Muestra de ello era la cantidad de veces que se reponían programas de radio y televisión donde el marchenero cantaba y hablaba… Finalizaba el reportero: “Pepe Marchena triunfó esta noche frente a las cámaras de televisión, ante millones de jóvenes. La verdad es que el ‘maestro’, hace mucho que supo vestir de smoking, un arte que se reservaba para reuniones de madrugadas turbias y vino excesivo. A Pepe se le ha visto triunfar esta noche bajo una catarata de aplausos..., se había puesto otra vez el sombrero ancho”. Y con referencia acerca de la incógnita que mantenía Pepe con su edad, concluía el artículo: “… si tiene sesenta u ochenta, ¡qué más da! Estuvo como siempre, en su sitio”.
Emilio el Moro, cantaor-humorista
Con esta crónica damos por terminada la primavera de 1965 y nos adentramos en un verano calentito en el que Pepe, ya alejado y rotos sus compromisos con los promotores Carcellé y Castilla vuelve de nuevo a contar con el mejor empresario de espectáculos, aparte de Vedrines, que Marchena tuviera, Pascual Saavedra. En este caso firma un contrato exclusivo para “Circuitos Saavedra” por tres temporadas. El espectáculo que llevaban se llamaba “Así canta Andalucía” y formaban el elenco de artistas, además del ‘maestro’ marchenero, La Niña de la Puebla, Manuel Cepero, Manolo El Malagueño, los hermanos Adelfa Soto y Pepe Soto (ambos hijos de Luquitas de Marchena y de la Niña de La Puebla), Emilio el Moro, el también marchenero Luis Rueda con el cuadro de la Sultana de Jerez y los bailaores Lina y Andrés. Completaban la troupe los cómicos Mily y Baby y las guitarras de Juan Solano, Pascual Moya, Curro Vargas y Chico Melchor. Antonio Jiménez Torres “Chico Melchor” (Marchena 1909), era hermano del gran Melchor de Marchena y de Miguel de Marchena (El Bizco), todos guitarristas hijos del Lico y la Josefita. Chico fue sobre todo un gran acompañante, conocido también por “Antonio de Marchena”. Creemos que Chico estuvo las tres temporadas con la Compañía de Marchena, pero no vamos a reincidir en decir que el espectáculo haría una gira por toda España, de norte a sur y de este a oeste, con enorme éxito, como lo atestiguaba la prensa española por donde pasaban.
No cabe duda que el cantaor marchenero y el promotor Saavedra, a lo largo de sus vidas, tuvieron más que una simple relación comercial; entre ellos siempre hubo una gran amistad. Nos cuenta Eugenio Cobos por boca de Rafael Santisteban que cuando Pepe se encontró enfermo, ya al final de sus días, fue a buscarle a las oficinas de Saavedra para despedirse de él, eso no da una idea del afecto personal que existía entre ambos. También nos da reseñas de ello Pepe Azuaga el que fuera secretario de Pepe Marchena durante gran parte de su carrera y que hacía de regidor en la Compañía Marchena-Saavedra.
Pepe con el guitarrista A. Piñana (hijo)
Durante el mes de julio, la empresa Marchena-Saavedra tiene firmadas varias actuaciones en el Price madrileño y durante ese tiempo la prensa nacional no deja de elogiar las actuaciones de nuestro cantaor, a sabiendas de que Pepe ya no tiene la misma fuerza de antaño. Su garganta le pasaba factura con el paso de los años (ya eran 62), muchos en la vida para un cantaor de aquella época, quemado de cantar en grandes recintos, llevando la voz al límite, sin micrófonos, de no tener unos remedios farmacológicos para compensar las afonías, los enfriamientos… Todo ello hacía que no siempre se tuviese la garganta en buenas condiciones. Algunas veces hemos comentado que muchos artistas, como Manuel Torre, Los Pena y muchos otros, para aliviar la sequedad que les producía el polvo ambiental, el humo del tabaco y tener que superar el murmullo de la gente…, recurrían a tener en sus bolsillos trocitos de bacalao para ensalivar, limpiar y relajar su garganta. Otros lo remediaban tomando un traguito de vino; en los 70 y 80 se pondría de moda tomar whisky y para afrontar el estrés de tantas actuaciones recurrirían algunos a otras sustancias, con inevitables consecuencias. Hoy, en muchos escenarios, hemos visto como muchos artistas mantienen una botellita de agua, algo extraño en la flamencura, pero es lo que mejor refresca la voz; ¡los tiempos cambian!
.De todas formas, Pepe, supo a lo largo de su vida compensar – con su sabiduría, con su conocimiento y el dominio que ejercía sobre los palos flamencos –, el desgaste de voz y los padecimientos de garganta que a lo largo de tantos años le produjo tantos esfuerzos encima de un escenario. El marchenero siempre procuró mantener la plasticidad necesaria de su garganta; su puesta a punto era algo fundamental, para ello seguiría unas pautas como el no beber líquidos muy fríos, hacer ejercicios a diario con las cuerdas vocales, recurrir a sus habituales ensayos… Y aunque pareciera que el ‘maestro’ improvisaba, no era cierto, todo lo tenía calculado; él entendía que para un buen profesional de la voz es cuasi obligatorio el entrenamiento, como si se tratase de un atleta.
Carmen Linares, cantaora
Para Marchena una cuestión era la preparación de la voz, elegir las letras, conocer el gusto del público ante el que iba a actuar y otra la improvisación. Así, cuando estaba ejecutando los cantes en el escenario nunca los haría de manera reiterativa, sino que continuamente estaba improvisando, creando. En él sobresalía la inspiración, la intuición y si cantaba una taranta o cualquier otro cante, cada vez lo hacía de manera diferente, por eso no podemos decir esta o esa taranta, esa cantiña o aquel fandango es de Marchena, ni cantaor alguno (de los muchos imitadores que ha tenido) puede cantar palo alguno al estilo de Marchena cuando estaba en el escenario, aunque hagan los mismos sonidos y repitan fielmente lo que está grabado en discos, porque él cada vez lo hacía distinto. Marchena hacía florecer melismas y filigranas en su garganta componiendo la melodía que le dictaba su cabeza y adaptaba la música a la poesía que la letra le inspiraba en aquel momento. Creemos que Marchena fue un divo trovador, singular y carismático capaz de improvisar y adaptar musicalmente cualquier poema, por supuesto dándole el sonido flamenco y sin salirse de los cánones establecidos musicalmente en cada uno de los palos. Ejemplo de ello es como desarrolla sus grandes éxitos como “Los cuatro muleros”, “Romance a Córdoba” o “La Rosa".
En definitiva, Marchena llegó a su tercera etapa con una sabiduría apabullante, con un enorme bagaje musical y con una voz envidiable para su edad. Es cierto que, Pepe, durante su juventud, durante aquella primera etapa de sus inicios, de bares y garitos, se ceñiría escrupulosamente a la herencia de los mejores del XIX, siguiendo el camino de la ortodoxia y la supuesta pureza, recurriendo, como todos, a la demostración de poder, forzando al máximo sus facultades, elevando la voz como un valor añadido a su conocimiento y el saber decir los cantes. En cambio, en su segunda etapa, durante los 30 años que fuese el líder indiscutible de la Ópera Flamenca, fue cambiando, innovando y creando otra manera de hacer el cante, bordándolo con filigranas, recargándolo de florituras, imponiendo una moda hasta conseguir que todo el flamenco girase en torno a su personalidad, a su manera de hacerlo. Pero, pocos podían tener aquella garganta tan privilegiada para hacerlo como él lo hizo.
Enrique de Melchor
En cambio, hemos conocido cantaores que en poco espacio de tiempo han ido perdiendo la voz, se han quedado afónicos o han perdido la ductilidad que tuvieron; casos como el de Fosforito, Carmen Linares e incluso el mismísimo Camarón son ejemplos de ello, aunque por diferentes causas.
Ahora, en 1965, cuando parecía que el ‘mairenismo’, la vuelta a la pureza acabarían con Marchena, no fue así. Si es cierto que el neoclasicismo de Mairena, Chocolate, Menese, Fosforito y la gran mayoría enterraron a la Ópera Flamenca; Sin embargo, Marchena, supo estar a la altura de las circunstancias y se fue adaptando sin dejar de ser lo que era: Marchena tuvo la capacidad de mantener su voz, su conocimiento y su elegancia en todos los sentidos encima de un escenario. Marchena no era un cantaor flamenco al uso, Marchena era un artista, un genio, un iluminado con unas facultades extraordinarias en su garganta y un vasto conocimiento de la música, sin haber estudiado. Por ello, diarios y revistas de toda España, sobre todo madrileños y catalanes no paraban en elogiar sus actuaciones y ponían en solfa, el dominio de los cantes que aún ejercía el “maestro de maestros” a pesar de su edad. Aunque, también habrá que reconocer que otros detractores – de los muchos que tuvo Marchena a lo largo de su vida –, no dudaron en poner de manifiesto la decadencia del eminente cantaor marchenero, aduciendo que ya no era aquel de hacía 30 años, cuando volvía loco a los públicos de toda España.
En otro orden de cosas y extendiendo nuestra vista por la hemeroteca nacional de aquellas fechas, hemos encontrado una larga entrevista que le hace el Periódico Palentino el 23 de septiembre de 1965 firmada por el periodista Manuel Merchant a Manolo Caracol, en la que le preguntaba por sus gustos respecto al flamenco, por el panorama nacional de artistas en aquellos momentos, por los grandes cantaores de la historia… y llega un momento en el que le pregunta por los mejores guitarristas que había conocido. Caracol, enumeraría las guitarras que le habían acompañado: “Me han tocado los más grandes guitarristas entre los que destaco al Niño de Huelva, Sabicas, Niño Ricardo, Ramón Montoya y sobre todo Melchor de Marchena, con el que llevo ya muchos años. Es un maestro, tiene unas manos maravillosas, me sabe comprender”.
Efectivamente, entre Caracol y Melchor hubo siempre una complicidad para con el flamenco y sobre todo una estrecha colaboración artística y una gran amistad. Ya lo decía Enrique, el hijo de Melchor, al cual se llevaría Caracol con tan solo 14 años para debutar en el tablao "Los Canasteros" : “… viviendo en Madrid, muchas mañanas Caracol buscaba a mi padre y transitaban por las calles, huroneando de bar en bar, de tasca en tasca… Decía Caracol que envidiaba las camisas tan blancas y tan bien planchadas que llevaba mi padre y que le preparaba mi madre.”