Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 19 de enero de 2025
Dejamos atrás 1947, con sus glorias y sus penas, con sus buenos y sus malos acontecimientos. Lo importante es el día a día, el momento actual; “carpe diem” que dijera el poeta latino Horacio en sus escritos y también una de las premisas que siempre estuvieron en la mente de nuestro protagonista, Pepe Marchena: vivir el presente: “Haz lo que puedas ahora, porque el pasado ya no tienes remedio y para el futuro tienes muchos días por medio”. Pepe no es tonto y por mucho optimismo que quiera insuflarse y transmitir a los demás, sabe que la Ópera Flamenca, a fecha de 1948 tiene los días contados. Se estaban dando una serie de circunstancias que la harían sucumbir: la falta de medios de los españoles, la radio y la incipiente televisión que se colaba en España y que arrasaba en los hogares de los países desarrollados, los cambios de gustos musicales que nos entran por las fronteras, el empuje de nuevo que trae la vuelta al “flamenco más ortodoxo”...
El cantante cubano Antonio Machín
En aquellos momentos inundaba el mercado musical el cubano Antonio Machín, asentado en Sevilla desde 1947, con gran éxito en España, sobre todo con canciones como “Mira que eres Linda”, “Angelitos Negros”. Irrumpiría, igualmente, la voz de uno de los mejores pianistas de jazz, Nat King. Cole, con “Yo vendo unos ojos negros”, “Ansiedad” y un largo etcétera. En esos años la impronta de Quintero-León-Quiroga atoraba el mercado de coplas que embelesaba a los públicos, sobre todo al femenino…, Caracol y Lola Flores estaban en la cresta de la ola musical, junto a Juanita Reina, Concha Piquer, el Príncipe Gitano, Juan Valderrama…; también el chotis, con Pepe Blanco triunfaba en Madrid, además de todo un rosario de corrientes musicales que vienen de América Latina, rancheras, boleros, mambos, tangos… Todo aquello diversificaba a los públicos, que hasta ahora habían tenido el abanico de posibilidades musicales mucho más cerrado. No cabe duda que los medios visuales como el cine americano y europeo, los inventos sonoros como la radio, los discos y los primeros magnetofones traídos de América y Europa, fueron cambiando el panorama musical de nuestro país, a pesar de que las fuerzas del Régimen y sobre todo la censura estuviesen ávidos y reticentes a cualquier avance “perverso” que atentara contra la moral católica que la Iglesia y el gobierno de la dictadura Franquista imponían.
Pero no solo las corrientes extranjeras, la copla y las novedades musicales españolas estaban defenestrando a la llamada Ópera Flamenca. El mundo musical, como todo en esta vida tiene un proceso vital, que va desde su nacimiento hasta su muerte, con unos momentos álgidos, otros de evolución y otros de decaimiento. Y la Ópera Flamenca, aquella concepción o forma de hacer el flamenco que el “Niño de Marchena”, junto a Vedrines consiguió imponer en el gusto musical de la mayoría de los españoles, desde los años 20, empezaba a decaer. También, el flamenco quería cambios y era normal; las generaciones cambian, se rebelan contra la anterior, la juventud impone sus criterios, sus maneras de pensar…, es parte de la evolución humana.
Manuel Ríos, escritor y flamencólogo
A finales de los 40 e inicios de los 50, asistiremos a nuevas mutaciones del flamenco, estamos ante los primeros intentos de vuelta a lo clásico a aquella pureza “cuasi olvidada”. Jerez, Utrera, Alcalá… y otros muchos rincones de nuestra geografía, paralelamente al derrumbe de la Ópera Flamenca, van resurgiendo. No eran cenizas, sino rescoldos que los Terremoto, Sorderas, los Peñas, Vargas, encabezados por Antonio Mairena, volverían a avivarse. También la iniciativa de muchos aficionados, escritores y flamencólogos como González Climent, Ricardo Molina, Juan de la Plata, Manuel Ríos…, junto a la fundación de la Cátedra de Jerez, los concursos, los festivales, las peñas… tendrían mucho que ver y que decir en esta vuelta a aquel flamenco más ajustado a los cánones del XIX.
Aquellos amagos de vuelta a lo antiguo, a finales de los 40, no fueron suficientes para cambiar el gusto de los españoles, no era el momento propicio, aún sonaban ecos de la Contienda Civil, las penas no se ausentan de un día para otro, y la música era un remedio a la penuria. Empero, ya estaba echada la semilla que florecería en la siguiente década. Basta recordar que hacía pocos años que Antonio Mairena quiso grabar sus primeros discos de flamenco para la casa discográfica La Voz de su Amo y le negaron que cantase seguiriyas, alegrías, tangos, soleares e incluso bulerías; Antonio tuvo que someterse y grabar los estilos que por entonces vendían, los fandangos y los cuplés.
Estamos asistiendo pues, a una escena dentro del flamenco que ha sido habitual a lo largo de su historia, al choque entre la evolución y el estancamiento, la lucha entre los que piensan en la fidelidad hacia lo ancestral sin cambiar moldes, sin ensanchar ni romper con lo anterior y los que innovan, los que llevan la bandera de la vanguardia. A veces nos preguntamos ¿Fueron innovadores aquellos que llamamos los clásicos del XIX, léase Fillos, Nitri, Juanelo, Curro Durse, Frijones… Pero, ¿Quién nos dice que ellos no evolucionaron con respecto al flamenco de finales del XVIII? Pensemos ¿Fue en realidad una etapa creadora la impronta de Silverio, Juan Breva, El Mellizo, el Loco Mateo…? Si solo tenemos referencias testimoniales y poco fiables, puesto que no tenemos soportes grabados. Después, con la irrupción de Chacón, Torre, el Pena, La Niña de los Peines, Tomás Pavón… Nos preguntamos, ¿de dónde tomaron sus iniciativas para darle tal riqueza al flamenco convirtiendo su etapa en esa que se ha querido llamar “Edad de Oro” del flamenco?
El Loco Mateo, cantaor
Insistimos, acaso no rompieron estos genios con aquel flamenco que heredaron del XIX y lo hicieron a su forma; ¿tendríamos el gusto de escuchar hoy caracoles, bamberas, villancicos, peteneras… y muchos otros cantes sin la valentía de aquellos? Por tanto, si recorremos la historia del flamenco en estos dos siglos y medio de reconocimiento, veremos que siempre ha habido mutaciones, cambios, innovaciones…, el flamenco es un animal vivo.
Por ello, nuestro protagonista, que vivió un momento crucial de la historia de Europa, de España…, quiso innovar. Por entonces, medio mundo se encontraba inmerso en conflictos bélicos: las dos guerras mundiales, las guerras de España en el Rif, la Guerra Civil, los repartos coloniales europeos de África, por no hablar de las luchas hegemónicas entre China y Japón, o los problemas internos de muchos países sudamericanos..., por tanto, entendemos que, como lo hizo la moda, el cine y otros géneros musicales, el mundo del flamenco, necesitaba un alivio moral, una descarga de tensión, como divertimento musical que, en aquellos momentos, no ofrecía. Aquel flamenco que, Pepe, heredó y compartió sus primeros años, estaba demasiado encorsetado, se encontraba en un plano muy oscuro, lleno de aristas. Él quiso hacerlo más vistoso, más preciosista…, endulzarlo. Su privilegiada garganta y su innata capacidad musical lograron conectar con la necesidad que tenía la gente de un flamenco más alegre, más meloso, colmado de filigranas y florituras.
Pepe entendió que, durante su etapa juvenil, estaba todo “el pescado vendido” y por ello tuvo que evolucionar, cambiar, innovar… y acertó. Con los cambios que impuso tuvo medio mundo rendido a sus pies; aunque, no todo fue un camino de rosas; a lo largo de su carrera artística tuvo muchos detractores que no le consintieron la “devaluación” que pensaban hacía del flamenco más puro, pues creyeron que renegaba de lo clásico. Sin embargo, se equivocaban quienes le criticaban; porque, Pepe, jamás huyó de la pureza, ni denigró el flamenco más ortodoxo; basta escucharle en grabaciones para saber que él guardaba celosamente los conocimientos del flamenco más ‘jondo’ de sus maestros.
Pepe, con su amigo Miguel Morilla
A Pepe se le podrá acusar de romper, de no conformarse solo con aquel clasismo impuesto que le sirvió para subir a la cima. Nadie puede negar que dominara los estilos flamencos más ancestrales de principio a fin. Su valor está en que supo dar el cambio y conducir a los públicos hacia otras maneras de ver, de sentir el flamenco. A Marchena se le ha recriminado de hacer un flamenco más liviano, más cercano, más popular; para muchos con menos valor. Se le imputó el imponer el fandanguismo, el cupletismo, hacer sublimes los cantes de ida y vuelta, jugar a hacer los ornatos y fantasías musicales de un jilguero, de soñar melodías árabes y utilizar el recitado flamenquil como recurso, algo que enaltece y sigue gustando a los públicos. Creemos que no deberían cicatearle su aportación al mundo del flamenco, ni condenarle por el intento y el logro de encontrar otro mundo paralelo al ‘jondo’, al puro, clásico u ortodoxo, como queramos llamarle y agradecerle que universalizara al flamenco, que lo modelara al gusto de todas las clases sociales.
Debemos concretar, con toda razón y sin imponerlo siquiera, que Marchena expresó una forma nueva de hacer, de vivir el flamenco; consiguiendo desde su irrupción cotas de asistencia impensables. Y, creemos, que no fue solo su forma de cantar lo que movería los resortes de aquel flamenco anclado en el tiempo. Fue su personalidad, su forma de actuar, su forma de vestir, el transgredir con todo lo establecido ¿Qué fue un ególatra, narcisista, embaucador…?, posiblemente. Pero entendamos igualmente que era su talante, algo a lo que fue fiel a lo largo de toda su vida. ¿Qué aquella mal llamada Ópera Flamenca se fue desvirtuando con la pléyade de discípulos corales que le siguieron, que trivializaron y llegaron al hartazgo del orbe flamenco? Pues, puede que también; pero, lo que no cabe duda es que quien asumió el riesgo y la gloria fue Marchena; por ello lograría llenar muchas páginas en la historia del flamenco.