Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 29 de septiembre de 2024
El “Niño de Marchena”, a finales del 1935, está en su plenitud. Pepe es un hombre maduro, un artista consagrado, un ídolo de multitudes y apenas tiene 30 años. Unas veces con sus respectivas Compañías, con los empresarios más valorados del momento, Vedrines y Monserrat; otras en solitario y con su compañero fiel y mejor guitarrista Ramón Montoya, Marchena, triunfa en todos los escenarios. Es el cantaor de moda, el artista más popular, el más conocido, el más mediático de España. Los teatros se lo rifan, los famosos quieren mantener amistad con él, políticos, escritores, toreros, pintores…, la gran mayoría se siente orgullosa de estar a su lado, de compartir fotos con aquel muchacho de Marchena, que no hacía tanto había dejado el anonimato y la miseria de su pueblo. Todos, aficionados y no amantes del flamenco, quieren conocerlo; es para el pueblo una especie de dios, una voz que suena en todas las radios, una forma de cantar que todos quieren imitar, una voz y una imagen que fluye por los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía.
Pepe, esmoquin y camisa con chorreras
Ahora, para añadir más fuego a aquella pasión de las masas, su incursión en el cine, el teatro, la comedia, tenían visos de agrandar su figura. A finales de verano ya había concluido el rodaje de “Paloma de mis amores”, había continuado con la representación teatral de “Consuelo la Trianera”, mantenía sus galas de verano, sus actuaciones con su Compañía en plazas de toros, y grandes recintos… Completaba asistiendo a reuniones sociales, eventos de caridad, juegos de casino… Pero, además, seguía cuidando su imagen y todo lo que le rodeaba con una exquisitez desmesurada; porque, Pepe, no se limitaba a aquella pulcritud que representaba como artista en los espectáculos; él no solo era un esteta escénico con su persona, sino también con su personaje. Él lo era dentro y fuera, en su vida ordinaria solía vestir con un esmero desmedido, con una arrogancia exagerada, pues, su vestimenta – aquellos originales trajes, ya de por sí extravagantes, exclusivos, de los mejores paños…–, solía ir aderezada con zapatos hechos a medida, pañuelos de seda, corbatas estridentes, sombreros forrados como sus arquetipos (todo a juego), camisas con chorreras, encajes, caireles… Además, se adornaba con variedad de joyas, relojes, anillos y otros ornatos. Cuando no iba de esta guisa solía subir al escenario con un estilo campero: zajones, sombrero cordobés botas de caña…, o asistir a fiestas con esmoquin, chaqué e incluso frac… En su mente estaba impresionar, gustar y gustarse, lo que no hemos llegado a comprender es si lo hacía como una apuesta más de explicitar su personaje en la escena o era su forma intrínseca de ver la vida. Fuera de manera consciente o no, lo que no cabe duda es que jamás pasó desapercibido y se adelantó más de medio siglo a la moda.
Siguiendo con aspectos relevantes de su personalidad, cuentan, quienes compartieron mesa con él, que siempre fue un hombre de comer y beber con mesura, un sibarita, un comensal refinado, educado, estando a la altura de conversar y compartir mantel con el más exquisito personaje, a la par que en otras ocasiones se ponía a la altura del gañán de una cortijada, comiendo un choto en una jornada campera. Pepe, a pesar de no haber pisado la escuela, aprendió a lo largo de su vida el sentido de la educación, el saber estar, el tratar a cada persona en su justa medida. En cambio, siempre hemos pensado que debió dedicar más tiempo a superar aquel analfabetismo que arrastraba desde su niñez, que tendría que haber esmerado más su educación académica; haber empleado una pequeña parte de sus ganancias en un maestro particular que le enseñara a leer y escribir. Nos resulta difícil entender como un hombre con la cantidad de notas, letras de canciones, cartas de admiradores, crónicas periodísticas, contratos…, papeles, con los que tuvo que lidiar a lo largo de toda su vida, pudo mantenerse durante tantos años a expensas de los demás, valiéndose exclusivamente de una especie de secretario-lector-consejero.
El cantaor Jacinto Almadén
De sus entrevistas, de sus comentarios, sacamos opiniones conclusas de su manera de manejar el orgullo tan particular; pues, solía hablar a los potentados con la mayor familiaridad, sin situarse nunca en escalón inferior alguno. Pero, sobre todo, según todas las personas que ha expresado su opinión sobre él, siempre han explicitado que fue un hombre muy educado, cortés y muy respetuoso con todo el mundo, fuesen jóvenes o mayores, ricos o pobres, famosos o gente llana del pueblo, siempre se dirigía a ellos con un “usted” considerado.
Pero, no solo cuidaba la estética en su persona, también estaba siempre alerta a los elementos del escenario, de la tramoya, luces, cortinas…, de todo lo necesario para el camerino, para él y para todos los contratados en su Compañía.… Estaba en todo, era un narcisista, un presumido, que anteponía lo que le gustaba y seducía a quienes les rodeaban.
Está a punto de concluir 1935, Marchena estrena en el Cervantes madrileño (14 de diciembre), la obra teatral “Cancionera” en la que Pepe hacía de protagonista masculino junto a la actriz María Fernanda Gascón. La trama cuenta como Mariano, un crápula, un don Juan de principios del XX, embauca y enamora a Cancionera, una guapa muchacha con la que tiene un hijo y a la que abandona por otra aventura. Sin embargo, al final vuelve con ella. Es una obra simplista, que serviría a Marchena, con los cantes que se incluyeron en la obra, para cosechar otro de sus grandes éxitos, tal vez de los mayores que tuviera a lo largo de su carrera como comediante. Ya hemos reiterado que el marchenero era un enamorado de la obra de los Quintero, es más, pensamos que, Pepe, se identificaba con los personajes quinterianos, por eso se metía tan bien en aquellos papeles y gustaba tanto al público. También debemos apuntar que los hermanos Quintero (Serafín y Joaquín) fueron unos enamorados marchenistas. El periodista y locutor Rafael Santisteban contaba unas declaraciones que hiciera respecto a esta obra Joaquín Álvarez Quintero: “El papel de Mariano está encarnado por Marchena tal como nosotros lo habíamos imaginado y ningún actor ha tenido la fácil habilidad de Pepe”.
Miguel Morilla, gran amigo de Pepe
. Empero, los días que siguieron, desde el 27 de diciembre de 1935 hasta marzo de 1936, fue un no parar. Pepe estaba pleno de alborozo, hacía lo que más le gustaba, ser actor, tanto en el cine como en el teatro. El 27 de diciembre de nuevo participa en aquella función en beneficio de los Niños de la Inclusa que patrocinaba el Heraldo de Madrid. Además, el día de los Santos Inocentes (28 diciembre) sigue representando “Cancionera” y “Consuelo la Trianera” de manera simultánea. El día 30 estrenan “Mi mujer no es mía” de Rafael Segovia y Luis Mussot y “Los faraones del Albaicín” de Antonio del Pino. En estas obras, Marchena cuenta con Jacinto Almadén, Andrés Heredia, Pepe Palanca…, entre otros artistas; un elenco de lo más granado de la época. Sin embargo, tuvo que desistir de una gira prevista, algo tenía que dejar, era imposible poder compaginar tantas representaciones, tantas actuaciones, galas, entrevistas, asistencia a eventos... No entendemos, como José Tejada, fue capaz de alcanzar aquellas cotas de representación, cómo tenía la capacidad de asimilar tal cantidad de personajes, folletines y aprender de memoria tantos papeles, letras de coplas y conformar en cada escena los correspondientes palos flamencos si, prácticamente, no tenía tiempo para aprenderlos y menos para ensayarlos. No nos queda más remedio que admitir lo que decía su buen amigo el morisco Miguel Morilla, aquel empresario de salas de cine (Cine Victoria de Marchena y otros de la provincia), recuperador y mantenedor de gran parte del vestuario, cartas, recortes de prensa, fotos…, del marchenero: “Pepe Marchena, es de las personas que tiene mejor amueblada la cabeza que he conocido, tiene una memoria prodigiosa, un sentido de la realidad vital fuera de lo normal y parece que ha nacido con una orquesta en su garganta”. Miguel Morilla no se equivocaba, le conoció muy bien y bastantes veces se cartearía y compartiría buenos momentos con el “Maestro” a pesar de que, Pepe, era casi 25 años mayor que el empresario de Puebla de Cazalla.
Nosotros, que vivimos el momento de la Inteligencia Artificial, no llegamos a entender como una persona analfabeta, podía aprender aquellos papeles, folletines completos, tener en su cabeza infinidad de coplas, palos flamencos, crear letras… Su apuesta, su capacidad memorística y comprensiva, tanto en lo referente a la música y la letra de aquellas obras – entremetía siete u ocho palos flamencos, coplas, canciones amén de otras cantinelas de su repertorio –, debió ser cuando menos sorprendente para quienes le rodeaban.
Hermanos Álvarez Quintero
Pero, en la España de aquel momento, no todo eran divertimentos y alharacas; el horizonte que presentaba 1936 auguraba que iba a ser bastante negro. Y, aunque, actores, comediantes…, la mayoría de los artistas estaba a lo suyo (al arte), pocos alejarían de su pensamiento el malestar generalizado que vivía el país. España era un avispero, ninguno de los partidos políticos era capaz de dar soluciones que integrara y compartiera el resto, incluidos los de su misma tendencia. El panorama nacional, político, económico, social se había derrumbado, las clases obreras se echaban a la calle, las huelgas eran continuas y los disidentes, enemigos de las libertades que preconizaba la República, se frotaban las manos, sabían que aquello estaba abocado al fracaso y ellos apostarían y provocarían todo lo posible para que así fuera.