Rincón Flamenco - "Reflexiones sobre el flamenco" por Eduardo Ternero Rodríguez
Eduardo Ternero - domingo, 16 de noviembre de 2025
Aunque estamos iniciando 1973, vamos a retrotraernos a una noticia que traía el “Aragón Expres” a finales del 71 acerca de Pepe Marchena en la que Valderrama le recriminaba del humo y el daño del tabaco que consume diariamente Pepe Marchena y este le contestaría: “¡Pues ya lo ves Juan! Así toda mi vida y luego dicen que el tabaco es malo para la voz y yo…” El periódico no concluye la frase que dijera Pepe, nosotros intuimos que quiso decir que, a pesar de ello, se encontraba en perfectas condiciones para cantar. No estamos de acuerdo con las aseveraciones de Marchena, aunque para hablar con propiedad habría que retrotraerse, cercanamente, a los años 70 e incluso posteriores, donde el tabaco era un distintivo tal vez de masculinidad, de hombría… Así, podíamos ver que los actores, en las películas, siempre lucían un cigarrillo entre los dedos o en la comisura de los labios. También en clase, los maestros fumaban, los médicos lo hacían en su consulta; por supuesto que en bares y lugares de trabajo se podía fumar… ¿Aún no se había dado la voz de alarma de la nocividad del tabaco…? Pepe lo sabría pronto.
Típica foto de Pepe Marchena con un puro
Pepe, por su manera de comportarse, era un sibarita en todos los aspectos de su vida (puros habanos, el mejor vino, las mejores cartas de restaurantes…). Sin lugar a dudas, entre sus aficiones o gustos, desde que empezó a despuntar y ganar dinero, siempre estuvo el vestir bien, aunque fuese de manera extravagante, con ropa cara, adornos, joyas…, siempre diferente a los demás, imponiendo moda. También en el calzado tenía preferencias, usaba alzas y los zapatos y botas se los hacían a medida, muchas de las veces italianos, de los cuales, como que muchos de sus trajes, fue coleccionado su amigo Miguel Morilla de Puebla de Cazalla, al igual que otros muchos recuerdos del ‘maestro’. También entre sus aficiones estaba el juego, cualquier tipo de juego de azar, loterías, cupones de la ONCE, el tiro pichón, las cartas, la ruleta…, tras las muchas necesidades que tuvo en la niñez, luego sería muy exquisito a lo largo de su vida.
Estamos en 1973 y observamos que la prensa, las revistas…, ya no llevan entre sus páginas a Pepe Marchena. El ‘maestro’ ya no tiene el mismo atractivo para las masas. La generación de los nacidos en los 50, que son quienes más música consumen, tiene otros gustos; ahora prima en España la llamada música “ye-ye”, el rock y el pop. La juventud se inclina por la música extranjera sobre todo estadounidense, inglesa y por cantautores sudamericanos. También la radio ha cambiado; las ondas están inundadas de canciones del Dúo Dinámico, Fórmula V, Módulos, Pekeniques, Los Brincos… El flamenco está en un momento difícil; por una parte, están los residuos de la Ópera Flamenca que tiran hacia la copla con Valderrama, Farina, Molina… y una efervescente saga de folclóricas (Lola Flores, Conchita Bautista, Marifé de Triana, etc.
Mientras, el flamenco más clásico tiene como reyes en esos momentos a Antonio Mairena y Caracol (que nos dejaba en febrero de ese año), les seguían de cerca Fosforito, Chocolate, Terremoto, Naranjito… mientras la guitarra está en manos de Melchor de Marchena, Sabicas, Niño Ricardo, los Habichuela… Empujando venían otros revolucionarios del cante que llenaran y cambiaran las formas flamencas: Morente, Camarón, Bambino, los Moneos, los Sordera, la rumba catalana…; y las guitarras de Manolo Sanlúcar, Enrique de Melchor, Ricardo Miño, y sobre todo Paco de Lucía.
Fernando Fernández Monje "Terremoto"
Marchena, que no tenía un pelo de tonto, sabía cómo estaba el mercado del disco; como estaba el mundo del espectáculo para seguir siendo una primera figura. Además, las casas discográficas habían ido aprendiendo a reciclar, a sacar provecho de las grabaciones de sus favoritos y montan discos exclusivos de palos, sin necesidad de tener que llevar al artista de nuevo al lugar de grabación. Todo esto sin gastos añadidos, sino que van haciendo una apuesta de mercado, analizando y siguiendo el gusto del público, sacando nuevos discos de otros anteriores. Así con fecha 25 de abril del 73, la prensa aragonesa “Aragón Expres” en una de sus páginas que titulaba “Píldoras Flamencas”, daba la noticia de que salía al mercado una “Antología del Cante” dedicada exclusivamente a los tientos, en los que recoge cantes de Marchena, Porrina de Badajoz, Fosforito, Manuel Gerena, Juan Varea y Naranjito de Triana.
Como vemos, las casas discográficas seguían contando con el ‘maestro’ a la hora de sacar un disco recopilación, donde estaban incluidos otros cantaores supuestamente más clásicos que Marchena. En cambio, y a cuento de lo que hablamos, cuando hemos estado releyendo el libro de Ricardo Molina titulado “Cante Flamenco”, que en su día nos causó una contrariedad y decepción, ahora nos sigue sorprendiendo aún más, por su parcialidad injustificada y el ninguneo que ejerce hacia Pepe Marchena, algo que nos produce un enorme fastidio y malestar. Ricardo Molina (1916-1968) fue un poeta cordobés, amigo íntimo de Antonio Mairena y flamencólogo que ocuparía una etapa dentro de nuestro arte junto a González Climent, Félix Grande, Caballero Bonald, etc. y que adoptaría, para hablar-escribir de flamenco, el seudónimo “Eugenio Solis”. Pues hemos comprobado que a lo largo de la lectura de todo el libro no se digna en nombrar a Pepe Marchena, como si el cantaor marchenero no hubiese estado en este mundo, como si no hubiese sido un cantaor de flamenco.
Molina hace un repaso a los más grandes que, según él, ha habido en el flamenco: desde el Fillo, el Nitri, Manuel Molina, Manuel Cagancho, el Mellizo, la Serneta, la Niña de los Peines, Joaquín de la Paula, Tomás Pavón, Manuel Torre y Antonio Mairena. Olvida a Silverio, Chacón, Vallejo, Valderrama… y por supuesto a Marchena. También entre sus páginas comenta: “En una época en que el auténtico flamenco era desconocido o menospreciado, Antonio Mairena permaneció fervorosamente apegado a la tradición gitana. Su actitud fue transcendental para la historia del cante, para la salvación y difusión del glorioso legado flamenco”.
Juan Gambero Martín "Juan de la Loma"
No queremos quitar mérito a nadie y menos al cantaor de Mairena D. Antonio Cruz García, que ha sido uno de los grandes del flamenco, pero, el nombre de Pepe Marchena, quisiera o no Ricardo Molina es mucho más universal que ninguno, basta salir de Andalucía para conocer esa realidad. ¿Qué Marchena no hacía el flamenco que gustara al señor Molina? Posiblemente; pero, para poder opinar, para conocer debería haberse informado de la progresión de aquel Niño de Marchena, de lo que hizo por el flamenco, de los motivos por los que cambió el rumbo de nuestro arte… No sabemos qué hubiese pensado si hubiese escuchado a Morente en sus últimos años o a Camarón, en “La leyenda del tiempo” o “Soy gitano”.
Cuando Molina hace un compendio de los palos flamencos, en ningún momento hace alusión a la colombiana, para no tener que nombrar a su creador. Tampoco nombra a Marchena en los cantes de ida y vuelta, de los que Pepe fue un verdadero virtuoso. En cambio, considera a las temporeras, los cantes de trilla, las sevillanas, las rumbas… como estilos aflamencados. Cuando da un repaso a los cantes de Levante – de los que tanto sabía Marchena –, tampoco nombra al marchenero y al hablar de la malagueña o el fandango – unos palos en los que Pepe fue un verdadero creador y maestro, se acuerda del Pinto, de Farina, de Caracol, hasta de Juan Gambero, el Niño de Vélez… pero, no se digna en poner ni una sola vez el nombre de Pepe Marchena.
No llegamos a entender cuál era la aversión que pudiera tener Molina hacia Pepe Marchena. Seguramente que era una estrella que deslumbraba a los demás. Nosotros pensamos que ha habido muchos detractores de Marchena como algunos miembros de la Cátedra de Flamencología de Jerez o quienes montaron el Concurso Nacional de Cante Flamenco de Córdoba… Tal vez pensaron que la Ópera Flamenca desvirtuó, fue un retroceso del flamenco que ellos defendían, o tal vez pensaran que no debería haber existido y menos durante 40 años. Tal vez fuera porque José Tejada “Pepe Marchena” jamás se doblegó ante ninguno de ellos y que por supuesto era el culpable de todo aquel desmadre flamenco.
Pepe Marchena ataviado de invierno
En cambio, para otros muchos, Pepe fue un revolucionario, uno de los mejores cantaores de la historia, un conocedor de todos los misterios del cante… y sobre todo el que lo elevaría a categoría de arte sublime, como antes lo habían sido Silverio, Chacón, Torre, Pastora… Olvidaban que fue Marchena que lo desterró de la denigrante reunión de señoritos y lo subió al escenario de teatros y salas de música; el que huyó de las limosnas de los seudo-cabales (que pagaban con miserias toda una noche despellejando el cante), para llegar a cobrar como cualquier actor o cantante por una actuación determinada, ante un público que pasaba religiosamente por taquilla.
Sería el propio Ricardo Molina quien reconociera la valoración de ese cambio que se produjo tras la desaparición de los cafés cantantes; sin embargo, con la pluma no tiene el valor de reconocer al protagonista de toda esa revolución, ni siquiera se acuerda del nombre de Marchena.
Tampoco estamos de acuerdo con Ricardo Molina cuando afirma: “El cante flamenco surge de la infraestructura social bajo-andaluza, en un sector humano despreciado y temido a la vez: el calé”. Molina en todas sus manifestaciones se dedicaría a probar unilateralmente que el flamenco, en todas sus manifestaciones tiene raíces gitanas. Sin embargo, y como él debería saber, cuando se trata de un proceso histórico del que no conocemos sus orígenes, es inadmisible afirmar que el flamenco sea creación de una sola clase social. Ya hemos reiterado en varios escritos que en Andalucía, desde los siglos XV y XVI la sociedad estuvo compuesta por moriscos, judíos, mozárabes, cristianos nuevos, cristianos viejos, gitanos, negros…, como distintivos de etnias, creencias… Ahora bien, los pobres, componían otra amalgama llamada proletariado rural, urbano e industrial como braceros, jornaleros, mineros… y otros que, debido a la miseria y al hambre ingresaban en otra categoría aún más inferior, la del subproletariado compuesta por mendigos, vagabundos, bandoleros, ladrones, malhechores…, muchos de los cuales daban con sus huesos en la cárcel.
Por tanto…, decir Molina, en confabulación con Antonio Mairena – del cual era un íntimo amigo y admirador –, que el flamenco es un legado casi exclusivo del pueblo gitano nos parece una afirmación demasiado aventurada. Conocería que, en otros países, no había proliferado el flamenco a pesar de que, en su éxodo, el pueblo gitano había ido dejando grupos y comunidades por todos los lugares por donde circulaban. Eso no desmerece el que el pueblo gitano haya sido, desde que arribó a España, allá por el siglo XV, quien a través del tiempo haya sabido aglutinar y conservar el flamenco que conocemos; además, dándole un carácter y un sello propio.