SÉNECA: CARTAS A LUCILIO (XVI)

SÉNECA: CARTAS A LUCILIO. Carta XVI

Lucio Anneo Séneca (4 a. de C. -65 d. de C.) fue uno de los más importantes  filósofos estoicos de Roma.

Además de filósofo fue político, orador y escritor.

Tuvo un papel muy importante en el reinado de Nerón, del que fue tutor y consejero.

Pero, después, el propio Nerón le ordenó quitarse la vida, acusándole de haber participado en la “conjuración de Pisón” contra el emperador.

De entre las muchas obras que escribió destaca la obra “Cartas a Lucilio”, en la que Séneca se muestra como un guía espiritual para un supuesto discípulo llamado Lucilio; pero las reflexiones filosóficas que aparecen en dichas cartas son válidas para cualquier individuo.

[Las cartas a Lucilio “muestran la búsqueda de la perfección ética de Séneca y representan una especie de testamento filosófico para la posteridad”] (Wikipedia).

Aquí expongo la carta XVI de las 124 cartas de que consta el libro.

En esta carta habla de la importancia de la filosofía para afrontar los problemas cotidianos.

Dice en ella que la filosofía se apoya en las obras, no en las palabras, y que hay que seguir los principios de la naturaleza.

Parece que está escrita como si fuese una contestación a otra anterior que le había enviado Lucilio.

 

“Bastante sé, Lucilio, que para ti es cosa clara que nadie puede llevar una vida feliz ni tan sólo soportable, sin aspirar a la sabiduría; que la vida feliz es fruto de la sabiduría perfecta, como, a su vez, la vida es soportable con la sabiduría incoada (iniciada). Pero precisas consolidar y arraigar cada día más en la meditación este concepto tan claro, ya que cuesta más mantener los propósitos honestos que proponerse una vida honesta.

Es menester preservar y aumentar las fuerzas mediante una asidua (constante) labor a fin de que la bondad del alma sea igual a la del deseo.

No precisa, pues, que me lo asegures con muchas y extensas razones; logro descubrir cuán grandes son tus progresos. Conozco ya que lo que inspira tus escritos no son palabras fingidas ni barnizadas.

Pero yo te diré lo que siento : me inspiras esperanza, pero no confianza. Asimismo querría que lo hicieses tú; es preciso que la esperanza en ti mismo no sea demasiado pronta ni demasiado fácil.

Examínate tú mismo, estúdiate  y obsérvate en todas tus facetas, y ante todo mira si es en el conocimiento de la filosofía en lo que progresaste o en tu misma forma de vivir.

No es la filosofía un arte propio para alucinar al pueblo ni para la ostentación; no consiste en palabras, sino en obras.

Ni tampoco tiene por objeto hacer pasar el tiempo distraídamente ni disminuir el tedio (aburrimiento) de la vagancia, antes bien forma y modela el alma, ordena la vida, nos muestra lo que debemos hacer y lo que no, se sienta al timón de la embarcación y dirige la ruta entre las dudas y fluctuaciones de la vida.

Sin ella nadie puede vivir libre de temor ni inseguridad, pues no pasa hora sin que acontezcan cosas que reclamen un consejo que sólo ella puede dar.

Alguien dirá: “¿De qué me sirve la filosofía si existe la fatalidad (el destino)? ¿Qué se saca (de ella) si Dios gobierna, si la casualidad manda? Ya que no podemos cambiar las cosas ciertas ni existe precaución alguna ante las inciertas, por cuanto o Dios se ha adelantado a mi elección y ha decretado lo que yo he de hacer, o la fortuna  no ha dejado nada a mi arbitrio (voluntad).

Si cualquiera de estas opiniones es cierta, o, aunque lo fuesen todas, sea como fuere, es menester que filosofemos, ¡oh querido Lucilio!

Tanto si los hados (el destino) nos encadenan a su ley, como si Dios dispone a su arbitrio de todas las cosas del mundo, o la casualidad empuja y hace mover sin orden los destinos de los hombres, la filosofía tiene que ser nuestra defensa.

Ella nos exhortará a la decidida obediencia a Dios, a resistir duramente la fortuna; la filosofía te enseñará a seguir a Dios, a soportar el hado (el destino).

Pero no es hora de entrar a discutir si la Providencia impera sobre todo o si una cadena de hados nos conduce prisioneros, o si es repentino e imprevisto lo que domina: yo, volviendo a mi objeto, te aconsejo y exhorto  a que no permitas que decaiga y se enfríe el impulso de tu alma.

Sostenlo y afírmalo a fin de que aquello que es un impulso de tu espíritu se convierta en hábito.

Ya desde el comienzo, si eres tal como te conozco, debes haber buscado qué presente (regalo) te lleva esta carta; examínala y lo encontrarás.

No es menester que me admires por magnánimo; aún soy generoso con los bienes de otro. Pero ¿por qué digo de otro? Cualquier cosa de otro, pero bien dicha, es mía.

También esto  fue expresado por Epicuro : “Si vives al dictado de la Naturaleza, nunca serás pobre; pero si vives al dictado de la opinión, nunca serás rico”.

La Naturaleza ambiciona bien poco; la opinión, la inmensidad.

Que se acumule en ti todo lo que numerosos ricos poseyeron, que la fortuna te eleve más allá del nivel de las riquezas privadas, cubra tu casa de oro, te vista de púrpura, te conduzca a tal extremo de refinamiento y de opulencia que puedas pavimentar el suelo de mármoles; que no sólo puedas tener riquezas, sino aun pisarlas.

Añade estatuas y pinturas y todo cuanto para el lujo inventaron las artes. Todo ello te enseñará a desear más aún.

Los deseos naturales tienen un término, los que brotan de una falsa opinión no se detienen, ya que lo falso carece de límite.

Quien va por un camino encuentra un término, el andar fuera de camino no conoce acabamiento.

Retráete, pues, de toda cosa vana, y cuando quieras saber si lo que deseas viene de la Naturaleza o de ciega codicia, mira si puede conocer límite. Si habiendo llegado lejos aún le queda un más allá, ten la certeza de que no es natural.

(Séneca. Cartas a Lucilio. Epístolas escogidas. Edición de Dasso Saldivar. Edit. Ariel).

 

 

                   Segovia, 12 de agosto del  2023

 

                         Juan Barquilla Cadenas.