JUVENAL: SÁTIRA IV

JUVENAL : SÁTIRA IV

Décimo Junio Juvenal fue un poeta romano activo a finales del siglo I y comienzos del siglo II d. de C., autor de dieciséis Sátiras.

Esta Sátira IV  hace referencia al emperador Domiciano.

El emperador Tito Flavio Domiciano (51 d. de C. – 96 d. de C.) fue el último emperador de la dinastía “Flavia” que reinó sobre el Imperio romano desde el año 69 al 96 d. de C. y que abarcó los reinados de su padre Vespasiano (69 -79), de su hermano mayor Tito (79 -81) y el suyo propio, Domiciano (81 -96).

Pero, mientras que su hermano Tito gozó de poderes semejantes a los de su padre, él fue compensado con honores nominales que no implicaban responsabilidad alguna.

A la muerte de su padre (año 79), Tito le sucedió pacíficamente, pero su corto reinado finalizó abrupta e inesperadamente a su muerte por enfermedad, acaecida el año 81 d. de C.

Al día siguiente, Domiciano fue proclamado emperador por la guardia pretoriana.

Su reinado, que duraría 15 años, sería el más largo desde el de Tiberio.

Las fuentes clásicas lo describen como un tirano cruel y paranoico, ubicándole entre los emperadores más odiados al comparar su vileza con los de Calígula o Nerón.

En lo que respecta a su personalidad, los escritos de Suetonio alternan bruscamente entre una descripción de emperador-tirano, el de un hombre física e intelectualmente perezoso o el de un emperador de carácter refinado y de gran inteligencia.

Brian Jones concluye en su obra, “The Emperor Domitian”, que es complicado hablar acerca de la verdadera naturaleza de la personalidad de Domiciano a causa de la parcialidad de las fuentes supervivientes.

Si hemos de juzgarlo sólo por sus hechos, dejó el Imperio mejor de como lo tomó. Pero, según sugieren las partes comunes de las fuentes supervivientes, parece que carecía del carisma natural de su hermano y de su padre, que era propenso a sospechar de las personas y que estaba dotado de un extraño y en ocasiones despreciativo sentido del humor.

La naturaleza de su carácter se vio agravado por su tendencia al aislamiento del resto del mundo; a medida que pasaban los años, esta tendencia se acentuó hasta el punto que se comunicaba de manera “críptica”  con los demás e incluso llegaba a no mantener contacto con nadie.

Quizás esto fuera consecuencia de su infancia, transcurrida lejos de sus familiares más cercanos. (Wikipedia).

Pero, según lo expresado en esta Sátira IV de Juvenal, parece evidente su carácter tiránico y cruel, más bien que su carácter refinado e intelectual del que hablan otros autores.

 

 

1.       Explicación de la Sátira IV de Juvenal

En el cuerpo de “Sátiras” de Juvenal, ésta ocupa un lugar muy singular.

Cuatro fuentes convergen a elaborar la sátira.

La principal es un poema de Estacio, hoy perdido, sobre las guerras germánicas de Domiciano. Hay que tener en cuenta que Estacio era el poeta preferido de este emperador.

Debió además de existir en la época de Domiciano un despreciable subgénero literario adulatorio del emperador, quien se daba oficialmente a sí mismo el título de “dominus et deus” (amo y dios).

Sus aduladores le atribuían poderes taumatúrgicos principalmente con respecto a los animales (la referencia a Orfeo es inevitable), y esta literatura queda aquí reflejada en el rodaballo que se hace pescar expresamente con destino a la mesa del emperador.

También la literatura sobre el arte del buen comer se refleja en esta sátira, en la cual un protagonista, el panzudo Montano, ya vivió el lujo desenfrenado de la corte de Nerón y conoció personalmente a Petronio, y leyó además el “Satiricón”, con la conocida cena de Trimalción.

Y, finalmente, la captura prodigiosa de un pez se lee ya en Heródoto.

La sátira en sí tiene dos partes a primera vista totalmente diferenciadas: una introducción sobre Crispino, que fue por breve tiempo comandante en jefe de la guardia personal del emperador, y lo era cuando Juvenal imagina la sátira, y una historia, el relato de un ridículo Consejo de ministros convocado por el emperador para discutir cómo debe cocinarse el prodigioso rodaballo que acaba de llegar a palacio, pescado en aguas de Ancona, en la costa de Campania.

La introducción ridiculiza a Crispino, monstruo que ninguna virtud redime de sus vicios: ha adquirido fraudulentamente terrenos carísimos no lejos del  Foro, ha seducido y corrompido a una vestal (que, efectivamente, moriría enterrada viva), y que ahora ha pagado una cantidad monstruosa por un simple budión (pez).

El cuerpo principal del poema lo forma la historia de otro pescado: Domiciano, sanguinario y malvado hasta la saciedad, reúne su Gabinete Ministerial para deliberar sobre la cocción de un rodaballo y gigantesco que le ha sido regalado.

Un pescado escasísimo (el budión), el segundo es prodigiosamente grande (el rodaballo).

Las dos historias son de necedad y extravagancia.

Crispino  derrocha un dineral, y lo peor es que no lo hace con fines mínimamente explicables, como sería, por ejemplo, ganarse una buena tajada en el testamento de un rico viejo sin hijos, o regalarlo a una dama de alcurnia con fines quizás inconfesables. No, Crispino ha pagado tal cantidad para comerse el budión él solito.

Domiciano derrocha la energía y el poder de su Gabinete Ministerial para deliberar sobre  tamaña estupidez: cómo debe cocinarse el rodaballo.

Parece haber una intención más profunda por parte de Juvenal, la de evidenciar que los gobernantes perversos eligen ministros perversos o como mínimo inoperantes, como colaboradores de sus corrupciones.

Pero hay un enlace real que une efectivamente las dos partes de la sátira, es el emocional: ambas vibran de odio contra el régimen de Domiciano, y presuponen que sus oyentes y lectores les embarga el mismo sentimiento.

Si la sátira se redactó muy poco después del asesinato de Domiciano, ocurrido el 18 de septiembre del año 96 d. de C., su efecto en Roma debió de ser impresionante.

Fresca todavía la sangre de sus víctimas, reciente el recuerdo de sus atrocidades, la sátira de Juvenal impactaría literalmente la sociedad romana que acaba de vivir lo aquí descrito.

Pero si pasaron años desde los hechos de Domiciano, y la sátira se redactó en tiempos de Trajano o de su antecesor Nerva, el efecto de la sátira sería algo distinto, sería ya algo pasado, un reabrir heridas un poquito insensato.

La pieza clave de toda la sátira es el ridículo, hacer el ridículo. A un malvado empecinado y prepotente hacer el ridículo le ofende mucho más que ser tachado de criminal.

Domiciano se aplicó oficialmente a sí mismo el título de “dominus et deus” (amo y dios), avanzando lo que para los demás emperadores se hacía (no en todos los casos) después de la muerte, pues entonces se les proclamaba “dioses”.

También se dice por boca del pescador picentino que el rodaballo mismo se metió en la red, prodigio memorable, referido a Domiciano. Y éste, naturalmente, se lo creyó.

Un papanatismo tan atroz arguye que incluso el pueblo conocía las debilidades del Emperador, que el pescador aprovechó hábilmente, y también la ridícula vanidad de la majestad imperial “igual a los dioses”.

Con todo ello queda al descubierto lo verdaderamente crítico de la situación: en Roma no se gobierna, y por eso las cosas van como van.

El pueblo a su emperador le importa un comino; aquél se ha convertido en propiedad privada de éste.

Pero hay otro hecho supuestamente milagroso: es el rodaballo mismo. Tal pescado en Roma no era desconocido, pero era raro y poco visto.

Los ministros del emperador, que debieron aguardar en el vestíbulo mientras se daba paso libre al humilde pescador y a su captura portentosa, descubren en ella algo: que si era un rodaballo no debía tener púas en vez de escamas, unas  púas tiesas como para pinchar a alguien. Los aduladores de turno ven ahí el presagio de una gran victoria militar: tal como este pescado tiene púas que pinchan, tú pincharás, es decir, derrotarás a algún rey importante, quizás germánico (guerras germánicas de Domiciano, cantadas por Estacio), o quizás británico.

Es decir, Domiciano ridiculizado como dios y como militar: esto es lo que verdaderamente entiende el lector de la sátira.

Los participantes en la reunión ministerial son once, presididos por el mismo emperador, que cumple el número doce.

Nueve de ellos son senadores del más alto rango, y dos son jefes militares, Cornelio Fusco y el mismo Crispino, presente allí por el alto orden de su función militar.

Y entre estos componentes del Consejo, los hay de toda índole y catadura moral. Algunos de ellos, por ejemplo, Pegaso, el prefecto de la Urbe, es un hombre fundamentalmente bueno, que hace lo que realmente puede en pro de la ciudad y del Imperio, pero que se ve harto (muy) paralizado por la maldad del emperador y de bastantes de sus más íntimos colaboradores.

También hay en este entorno inmediato de Domiciano un lejanísimo precedente de la policía política de todas las dictaduras de la actualidad.

Es este Pompeyo, de quien, por lo demás, no se sabe absolutamente nada. No era, a las claras, un vulgar delator de insignificancias o de meros infractores de la ley, era alguien que intentaba saber lo que pensaban, lo que hacían y cómo se movían personajes relevantes claramente desafectos al régimen, por si quizás tramaban alguna conjuración. Y lo “susurraba” al oído del Emperador. Era suficiente. Éste mandaba liquidar sin contemplaciones a sus posibles adversarios.

Y es notable la figura de aquel Montano, ahora ya muy viejo. Había vivido el lujo de la corte de Nerón, la feroz guerra civil entre Otón y Vitelio, y los gobiernos subsiguientes, porque era hombre acomodaticio y que giraba según todos los vientos.

Así llegó a vivir tanto. La ancianidad y la prominente barriga, advierte Juvenal, no le permitían andar demasiado aprisa. Y es precisamente él quien da la solución a la pregunta escueta, en cuatro palabras, que formula el Emperador.

Y desde luego, le adivina el deseo, y su respuesta responde a él: no debe trocearse un pescado tan enorme que no cabe en una sartén normal, fabríquese una en la que, enrollado, quepa este rodaballo.

Y añade, en el colmo de adulación, que desde ahora deben incorporarse alfareros a la corte y a las legiones, porque, cabe suponer, este prodigio no será el último.

Y prevalece esta sentencia, dice irónicamente Juvenal, “digna del que la daba”. Los demás ni tan siquiera se atrevieron a hablar.

El poeta hace ver bien cómo el terror era el denominador común de los componentes del Consejo.

La prisa con que acuden, el mismo hecho de que Domiciano les convocara sin reparos para tal idiotez, el hecho de que el asunto se examine seriamente, sin  el menor asomo de risa, evidencia el estado de ánimo de aquellos ministrillos.

El Emperador en persona, aquí es una sombra.

Al principio mismo de la exposición se le llama “Nerón calvo”, un doble insulto por la comparación y por la calvicie, tradicionalmente asociada en Roma a los payasos.

Juvenal odiaba tanto a este tirano que no encontraba palabras para describirlo: el odio era  más atroz que cualquier posible expresión.

La sátira termina con dos estocadas rápidas y eficaces.

Dice en primer lugar que ojalá Domiciano se hubiera limitado a estupideces como ésta en vez de verter impunemente la sangre de tanta gente noble, y concluye diciendo que el tirano no fue asesinado antes de que empezara a ser temible incluso para los baratilleros (hombres que tienen por oficio comprar y vender cosas de poco precio en tiendas o puestos llamados baratillos). Es decir, los nobles no tuvieron arrestos para acabar con él. Es que los que más íntimamente le rodeaban eran, unos inútiles, otros eran perversos y criminales. Pero todos eran cobardes.

2.       SÁTIRA IV

“He aquí otra vez a Crispino: con frecuencia he de llamar a escena a este monstruo que ninguna virtud redime de sus vicios, voluptuoso enervado, vigoroso únicamente en el orgasmo, adúltero que sólo desprecia las viudas (1).

¿Qué importa, pues, el número de mulas que él fatiga en sus pórticos (2), el espesor de los umbríos bosques por los que se hace transportar, la extensión de las tierras que se ha comprado y lo cerca que están del Foro (3) los palacios que ha adquirido? No hay sinvergüenza feliz, y menos un incestuoso (4) doblado de sacrílego, con quien hace poco se acostó una sacerdotisa engalanada con las cintas de su frontal (5), arriesgándose con ello a ser enterrada viva (6).

Pero ahora vamos a tratar cosas de menor monta, aunque bien es verdad que si las cometiera otro caerían bajo la jurisdicción del juez de costumbres, pues lo que para Ticio y Seyo, ciudadanos honrados, sería una infamia, eso mismo es decoroso en Crispino.

¿Pues qué harías si se trata de una persona cruel y ruin? Ahora ha comprado un budión por seis mil sestercios, igualando, ¿qué duda cabe?, los sestercios y el número de libras, según exponen aquellos que exageran aun las cosas enormes. Yo alabaría la artimaña de este virtuoso (en captar testamentos) si con un dispendio tan enorme se ganara el primer lugar en el testamento de un vejete sin hijos; sería aún razón más fuerte si lo enviara a su amiga de alta posición, que se hace pasear en una litera cerrada por anchas piedras translúcidas.

Pero no esperes nada de esto: se lo ha comprado para él. Hoy contemplamos muchas cosas que no hizo el pobre y frugal Apicio (7). ¿Esto lo has hecho tú, Crispino, que antaño te cubrías con el papiro de tu tierra? (8). ¿Eres tú quien compra las escamas a tal precio? Quizás pudieras comprar por menos al pescador que al pez: a este precio se venden los campos en provincias, y en Apulia (9) tierras aún mayores. ¿Y qué banquete vamos a creer que engullirá aquí el mismo Emperador, cuando vomitó tantos sestercios, parte pequeña, con todo, tomada de las guarniciones de una cena barata, este payaso vestido de púrpura, acomodado ahora en el gran palacio, que en su país se desgañitaba vendiendo siluros averiados (pescado ya pasado) y ahora se nos ha convertido en un comandante en jefe de la caballería?”.

Notas:

(1)    Porque hacer el amor con las viudas no tiene el encanto de lo prohibido.

(2)    Paseos en un pórtico en tiempo lluvioso, porque el dueño no quiere que sus mulas se ensucien con el barro.

(3)    Posee tierras donde éstas son más caras.

(4)    Culpable de incesto religioso por haber violado a una vestal.

(5)    La vestal adornada con las “vittae” (bandas, cintas) que pendían de la ínfula o frontal distintivo de las vestales, que debían guardar castidad.

(6)    El “ser enterradas vivas” era el castigo de las vestales sorprendidas violando la castidad.

Parece que aquí hay que pensar en una Cornelia realmente enterrada viva, de la que habla Plinio el Joven (Ep. IV 11, 10), cuyo seductor fue un caballero romano. Esto ocurrió en la época de Domiciano, que condenó a muerte a tres vestales más, dándoles a elegir, sin embargo, el tipo de ejecución: se trataba de una tal Varronilla y de dos hermanas llamadas Ocelatas.

(7)    Apicio, proverbialmente famoso como sibarita y derrochador, resulta que no era nada comparado con Crispino.

(8)    Es decir, Crispino era un esclavo egipcio.

(9)    Apulia, al sur de Italia. En la época de Juvenal con grandes extensiones de tierra, que sólo servían para pastar. Por eso allí las tierras eran más baratas.

 

3.       SÁTIRA IV (cont.)

“Empieza Caliope (1). Podemos sentarnos (2), no se va a cantar, se trata  de un hecho real. Narradlo jóvenes Pierias (Musas). Y agradecedme que os haya llamado “jóvenes”.

Cuando el último Flavio (3) laceraba el mundo medio muerto y Roma era esclava de un Nerón calvo, llegó a aguas del Adriático, ante el templo de Venus sostenido por Ancona, la ciudad doria (4), un rodaballo de tamaño descomunal, que llenó por sí solo la red, colgó de ella, y no era menor que aquellos peces (5) que el hielo meótico(del mar de Azov) aprisiona y que, fundido finalmente por los rayos del sol, suelta en las puertas del Ponto impetuoso, entumecidos por la inactividad y gordos por los fríos prolongados.

El patrón de la barca y dueño de la red destina esta captura monstruosa al Sumo Pontífice (Domiciano).

Pues, ¿quién se habría atrevido a exponerla (para ser vendida) o a adquirirla, si en la misma playa pululan los delatores (6)? Apostados en todas partes los rastreadores (7) de la costa discutirían con el marinero todavía sin ropa (8): no dudarían en afirmar que se trata de un pez fugitivo, metido desde siempre en los viveros (9) imperiales, de donde se había escabullido; debía, pues volver a su dueño primitivo. Si hemos de dar crédito en algo a Palfurio y a Armilato, todo lo que en el mar haya de bello y de conspicuo (sobresaliente) pertenece al Fisco (10), donde quiera que nade. Le será, pues, entregado este pez, para evitar que se pierda (11). Ya el otoño mortífero cedía el paso a las escarchas y los enfermos esperaban (12) la fiebre cuartana, silbaba el viento lúgubre de invierno y conservaba fresca la presa, pero el pescador se apresura (13) como si le urgiera el austro (14).

Cuando tuvo a sus pies los lagos (15) a cuya orilla Alba (16), aunque destruida, conserva el fuego troyano y ofrece a Vesta un culto tan solemne, una turba maravillada le impidió por un momento entrar.

Pero se retiró (la multitud), los batientes de la puerta giraron fácilmente sobre sus goznes. Los senadores contemplan, sin poder entrar (17), la pieza introducida. Llega hasta el “atrida” (Domiciano), y dice el picentino (el pescador): “Acepta esta captura, excesiva para la lumbre de simples ciudadanos. Emplea este día según su genio (19). Apresúrate a dilatar tu estómago y cómete este rodaballo reservado para tu era (tu reinado). Él mismo se hizo coger”.

¿Habrá adulación más burda? Y, sin embargo, Domiciano no cabía en el pellejo, pues no hay nada que de sí no pueda creer, si se trata de halagos, la majestad pareja a la de los dioses.

Pero faltaba una sartén de las dimensiones de aquel pez. De modo que se convoca a Consejo a los asesores (20) que él mismo odiaba (21), y en cuyo rostro se asentaba la palidez causada por esta amistad augusta (22) y lamentable”.

Notas:

(1)    Menciona a Calíope, musa de la poesía épica y la elocuencia. Es una parodia grotesca del estilo épico.

(2)    Los discursos y los recitales poéticos se escuchaban de pie. El texto latino es incierto, el permiso de sentarse puede interpretarse como dado a Calíope o a los oyentes.

(3)    El último Flavio es Domiciano. De él se dice que ya muy joven quedó totalmente calvo. La comparación con Nerón es fuertemente despectiva. Nótese la amarga energía de la expresión: el tercer y último emperador de la dinastía de los Flavios se ha abalanzado sobre el mundo medio muerto, con ánimo de acabar de estrangularlo.

(4)    Ancona, la ciudad doria. El templo era seguramente de orden dórico, que da sensación de gravedad y pesadez. Por eso el templo “es sostenido” por la ciudad.

Ancona era una fundación de los griegos de Siracusa en el Piceno. En el puerto y en la zona costera se adoraba principalmente a Venus.

(5)    Los atunes, que en invierno, creían los antiguos que crecían debajo de los hielos del mar de Azov (Palus maeotica), y en la época de deshielo pasaban al Ponto Euxino (el mar Negro) para llegar al mar abierto.

Del mar de Azov al Ponto Euxino hay una corriente continua; por eso los antiguos decían que aquél  es el padre de éste.

(6)    Bajo el gobierno de Domiciano los delatores tuvieron su época de mayor auge.

(7)    No se trata de inspectores profesionales, sino de sabuesos voluntarios que husmean las costas, y reivindican para la corte todo lo que encuentran.

(8)    La palabra latina es “alga”, que hay que interpretar en sentido literal, un poco mar adentro, que es donde están las algas, o por simple metonimia, “playa”.

(9)    Una de las manifestaciones de lujo entre los romanos era poseer estanques con agua de mar en los que crecían peces marinos.

(10) Fisco (el tesoro del emperador). Antes los rastreadores reivindicaban el pez, pretextando que era propiedad imperial, de manera que sólo los viveros pertenecían al emperador. Pero ahora se dice : todo lo que nada en el ancho mar pertenece al Fisco. Luego el pretexto de haber escapado el rodaballo de los viveros imperiales es totalmente inoperante. Pero es  que aquí  a Juvenal se le pasa por las mientes otro tipo más peligroso de espías, aquellos que no se limitan a utilizar las martingalas(ardides) habituales, sino que además encubren su ruindad detrás de los llamados “principios generales”; por ello todo el mar y todo lo que contiene es propiedad imperial. Esta gente establece principios de derecho como aquí: “Todo lo que en el mar haya de bello y de conspicuo (sobresaliente) pertenece al Fisco, dondequiera que nade”.

Palfurio Sura fue un senador expulsado del Senado por Vespasiano, y que se adscribió como filósofo a la escuela estoica; Armilato fue un jurista de la época de Domiciano.

(11) Para evitar que tal pez le sea confiscado, en cuyo caso no recibiría nada en recompensa; si lo regala al emperador por lo menos recibiría algo.

(12)La esperaban porque significaba un inicio de la mejoría; la fiebre aparecía sólo cada cuatro días. Dice todavía hoy el refrán italiano: “Febre quartana no fa sonar campana”.

(13) Desde Ancona cruzando toda Italia hasta llegar a la región de Roma.

(14) El siroco, viento del sudeste.

(15) Cuando ya estaba cerca del Lago Albano y del Lago Nemi, o ya los tenía a sus pies. Albano, situado en los montes Albanos, fue la residencia preferida de Domiciano, como antes lo había sido de Tiberio; allí mismo con frecuencia se convocaba el Senado.

(16) Alba Longa, la primera capital del Lacio, que fue tempranamente destruida. Allí se daba culto a Vesta y a los Penates, culto que Roma fomentaba, pero subordinado al culto que a Vesta en la misma ciudad de Roma se tributaba; por eso se dice “no tan solemne”. En la campiña de alrededor de Alba Longa surgió ya, en el período último de la República romana, una urbanización en la que destacó el palacio de Domiciano, con puestos de guardia fortificados para los pretorianos.

(17) Se autoriza la entrada al pescado; los senadores deben aguardar fuera: grotesco contraste.

(18)En latín, parodia grotesca de estilo épico.

El “atrida” es Agamenón, caudillo general de los aqueos ante Troya. La comparación es fatal para Domiciano.

(19) Festivamente.

(20) No al Senado entero, sino a lo que hoy llamaríamos “comité permanente”. Son los senadores mencionados anteriormente. Aquí Domiciano es caracterizado desde diversos puntos de vista: como glotón, como mercachifle (vendedor ambulante) y como emperador que abusa de sus consejeros. Para decidir en cuestiones importantes políticas y militares, los emperadores llamaban a Consejo a personajes sobresalientes, principalmente del estamento senatorial; eran los “amigos”, que formaban su círculo más cercano.

Los próceres convocados aquí como asesores para la cocción del rodaballo son casi todos senadores de rango consular, entre ellos el “praefectus urbi”, el prefecto de la Urbe (Roma). Parece que Juvenal se ha inspirado en un poema, hoy perdido, de Estacio, que describía con tintes favorables una sesión de Consejo imperial presidida también por Domiciano. La interpretación de Juvenal, pues, sería radicalmente opuesta.

(21)  Porque pertenecían a estamentos muy altos y le eran un obstáculo en su despotismo.

(22) Excelente expresión: la palidez del rostro dice bien a las claras cuán míseros los hacía esta augusta amistad.

 

4.       SÁTIRA IV (cont.)

“Cuando el liburno (1) gritaba: “¡Aprisa, que ya ha tomado asiento!”, el primero que se ponía al instante el manto (2) y acudía veloz era Pegaso (3), al que acababan de nombrar “masadero” (4) de una Roma atónita (5). ¿Es que eran otra cosa los prefectos?

Pegaso fue el mejor, el intérprete más honrado de las leyes por más que en aquellos tiempos crueles pensaba que todo se debía tratar con una “justicia inerme” (6). Acudió también Crispo, un simpático anciano (7), cuyas costumbres estaban al nivel de su elocuencia. Era un espíritu gentil. ¿Qué consejero (8) hubiera sido  más útil al que gobernaba mares, tierras y pueblos si en tiempos de aquella peste, de aquella ruina, hubiera sido lícito dar un consejo honrado y condenar la crueldad? ¿Pero qué hay más iracundo (9) que el oído de un tirano con quien un amigo no podía hablar de la lluvia, del calor estival o de la húmeda  que resultaba la primera, sin arriesgar su vida?

De modo que Crispo nunca nadó contra corriente, y no era ciudadano capaz de manifestar libremente lo que sentía y de sacrificar la vida a la verdad (10). Y así vio muchos inviernos y hasta ochenta solsticios de verano, pues incluso en aquella corte estas armas le protegieron. Casi de su misma edad se apresuraba también Acibio (11) acompañado de un joven (12) que no merecía que le aguardara una muerte tan cruel y urgida por la espada de su señor (13). Pero desde hace algún tiempo es un prodigio (milagro) que un hombre noble llegue a viejo: de ahí que yo prefiera ser el hermano pequeño de un gigante (14). Al pobre no le valió de nada traspasar en combates cuerpo a cuerpo a los osos de Numidia en el circo de Alba (15), y cazarlos desnudo (16). ¿Pero quién hay ahora que no entienda las artes de un patricio (16)? ¿Quién hay  que admire, Bruto, aquel ardid (17) tuyo tan desusado? Es fácil engañar a un rey barbudo (18).

Por más que era un infame, iba con rostro no mucho más alegre Rubrio (19), reo de una culpa ya antigua, y que debía silenciarse; éste era más descarado que un pederasta que escribiera sátiras (20). Se presentan también Montano, retardado por su vientre (21), Crispino que ya por la mañana sudaba tanto amomo como huelen dos cadáveres (22), Pompeyo, más cruel aún dispuesto a degollar a quien fuera sólo por un leve susurro, Fusco, que meditaba batallas en su palacio de mármol, y que conservaba sus vísceras para los buitres dacios (23), quien ardía de amor hacia una doncella a la que no veía, monstruo grande y conspicuo (sobresaliente) incluso en nuestra época, adulador ciego y cruel satélite del puente, digno de mendigar junto a las ruedas en la ruta de Aricia y de enviar tiernos besos a los carros cuando descienden por la colina. Y nadie más que este Catulo se admiró del rodaballo, pues dijo mucho de él, girado hacia la izquierda, cuando tenía el pescado a su derecha (24). No de otro modo solía alabar los combates del de Cilicia, sus golpes, la máquina teatral (25) y los niños que alzaba hasta el velario.

Pero Veyento no le va a la zaga, sino que como un fanático (26) tocado, Belona (27), por tu estro (inspiración o lucidez repentina), profetiza diciendo:

“Tiene un firme augurio de un triunfo grande y preclaro. Harás prisionero algún rey, o Arvírago se caerá de su caballo británico (28). Esta bestia viene de lejos (29): ¿no ves las tiesas púas que cubren densamente su lomo?”

Lo único que le faltó a Fabricio fue declarar la patria y la edad del rodaballo. “¿Qué piensas, entonces? ¿Lo troceamos?” “¡Lejos de él esta infamia!”, grita Montano.

“Dispóngase un recipiente hondo lo bastante para que en su paredes delicadas quepa con holgura esta inmensidad de pez. Sí, a este cacharro se le debe un grande y pronto Prometeo (30). Que traigan enseguida arcilla y un torno, pero desde ahora, César, que los alfareros sigan a tu tienda real (31)”.

Y se impuso este parecer, digno de tal personaje.

Había conocido antaño el lujo de las veladas de Nerón, prolongadas más allá de la medianoche, y el apetito renovado cuando el Falerno ya ardía en los pulmones (32). En mis tiempos nadie fue mejor que él en el arte del bien comer; era hábil en decir al primer bocado si las ostras provenían de Circe, de los escollos de Lucrino o de las hondonadas de Rutupia (33); así que lo veía, señalaba de qué playa era un erizo de mar.

Se levanta la sesión; concluido el Consejo se hace salir a los próceres  que el Gran Emperador había convocado a la fortaleza de Alba, atónitos y obligados a apresurarse como si fuera a tratar de los catos o de los fieros sicambros (34), como si de cualquier parte de la tierra hubiera llegado con presurosas alas (35) una carta angustiada.

¡Ojalá hubiera declinado a memeces como ésta toda aquella época de crueldad, en la que privó a Roma, impunemente y sin venganza, de espíritus preclaros. Pero murió (Domiciano) (36) cuando  empezaron a temerle incluso los baratilleros (37).

Esto fue lo que hundió al empapado con la sangre de los Lamias (38).

Notas:

(1)    Liburno: es el llamado “servus admisionis”(el esclavo que permite el paso). La corte imperial disponía de muchos de ellos, encabezados por un director de porteros.

(2)    No se trata del manto de filósofo, sino de la toga militar que el prefecto de la ciudad vestía en el ejercicio de sus funciones. Pero la toga connotaba en cualquier caso algo de filósofo.

(3)    Pegaso: pinturas de tales personajes a medida que entran: aquí todo el mundo tiene su  etiqueta.

El primero que entra es el prefecto de la ciudad, por ser la persona de más rango, aquí Pegaso, famoso porque emitía las sentencias bajo la dependencia inmediata del emperador. De él aquí se dice que hace poco tiempo que ejerce la prefectura romana.

(4)    En lenguaje doméstico “masadero”. El tal prefecto era un juguete en manos del emperador. Aquí se habla de épocas en que el primer servidor del Estado defendía las propiedades de éste, y los emperadores se ocupaban del Imperio como de una propiedad personal, como un dominio indiscutible. De manera que la Roma Eterna era propiedad del déspota, y el prefecto de la ciudad era un “masadero”. La pregunta: “¿Es que eran otra cosa los prefectos?”, muestra que por aquel entonces el cargo comportaba indignidad.

(5)    Epíteto que señala el ambiente general de todo el mundo romano en aquella época, e indirectamente, una disculpa a favor de Pegaso.

(6)    El prefecto de la ciudad tenía su jurisdicción, pero debía actuar suavemente, y con frecuencia hacer la vista gorda ante granujas que gozaban del favor imperial. De ahí que se diga “justicia inerme”.

(7)    Cayo Vibio Crispo, ya amigo de Vespasiano. Fue cónsul en el primer año del imperio de Claudio, cuarenta años antes del acceso al poder de Domiciano; ahora es un anciano que rebasa los ochenta. Tácito (Hist. 11, 10) dice de él que descollaba más entre los hombres ilustres que entre los buenos, por su riqueza, su poder y su ingenio. El juicio de Juvenal coincide básicamente con el de Tácito.

(8)    En el sentido técnico, asesor. Los emperadores elegían asesores que les acompañaban en sus viajes y expediciones.

(9)    Iracundo, significa aquí irritable, fácil de ofenderse.

(10) El gran y divino principio de todos los que han muerto mártires de la verdad y del derecho . Extraídas de su contexto, y tal como las usara Rousseau como lema en sus “Raisonnements”, estas palabras dicen algo diverso. La verdad sería vivir según la naturaleza y lo verdadero en la vida, opuestamente a la apariencia, que es la anti- naturaleza.

(11) M. Acilio Glabrio padre es citado sólo aquí. Su familia era de rango consular, puesto que el linaje de los Acilio era una de las estirpes nobles de entre las originarias de Troya. Ya en el siglo VI a. de C. había “Acilios” entre los cónsules.

(12) Hijo del anterior. Se atrajo las iras de Domiciano, pues se decía de él que era ateo; a pesar de su dignidad consular, el emperador le mandó luchar con un león en el Monte Albano, a cuya lucha sobrevivió.

Fue ejecutado por orden imperial en el año 95 d. de C.

Algunos han pensado que podía tratarse de un converso al cristianismo, pues en las catacumbas de Priscila aparecen algunas inscripciones con el nombre de Acilio.

(13) Uno de los títulos que oficialmente se hacía conferir Domiciano era el de “dominus et deus” (amo y dios).

(14) Porque los gigantes eran hijos de la Tierra, esto último entendido en sentido proverbial. Ser hijo de la Tierra significa ser despreciable y de baja condición.

(15) Sigue tratando de M. Acilio Glabrión, hijo.

Mataba osos en las cacerías que Domiciano organizada frecuentemente en los montes Albanos. Dión Casio comenta (LXVII 14) su lucha contra un león. A cosas así se prestaban voluntariamente, para congraciarse con el emperador, patricios, senadores y cónsules.

(16) Para echarle más morbo a la cosa.

(17) Las artes de un patricio: rebajarse a las indignidades aludidas.

(18)El ardid de Bruto ante Tarquinio el Soberbio, cuenta Tito Livio (I 56, 59), fue el de fingirse loco para eludir las iras del rey.

(19) Un rey barbudo: antiguo, y, por consiguiente, simple e ingenuo.

(20) Rubrio Galo, que en el año 68 d. de C. Nerón mandó contra Galba y Virginio Rufo. Pero le fue traidor. Otón (según Diodoro, LXIII 27) le nombró legado suyo, y en el imperio de Vespasiano combatió contra los sármatas. El crimen de que aquí se le acusa es el de haber reducido y corrompido a una hija del emperador Tito.

(21) Referencia segura a Nerón, que se las daba de poeta.

(22) Senador que tenía fama de glotón.

(23)Esta leve alusión a Crispino da una leve unidad a la sátira.

(24) Personaje desconocido, pero caracterizado aquí como persona muy temible, que se dedicaba a susurrar al oído del tirano (Domiciano) en busca siempre de víctimas.

(25)Cornelio Fusco, prefecto del pretorio (como Crispino) que no pertenecía a la clase consular.

Era poco entendido en el arte militar, y perdió la vida en Dacia, luchando contra los dacios.

(26) Fabricio (o quizás Fabio) Veyento. Fue cónsul tres veces. Había dado juegos en el Circo; en la época de Nerón los aurigas y los dueños de los caballos ponían exigencias tales, que él amaestró grandes perros, y dio unos juegos con ellos. De ahí que se le llamara “prudente”.

(27) Lucio Valerio Catulo, seguramente descendiente de un hermano del gran poeta lírico. Era muy miope, de ahí la alusión burlesca del poeta que le declara enamorado de quien no alcanzaba a ver.

(28) Juvenal compara a este Catulo con un mendigo que sigue como un satélite a aquellos a los que pide, tanto porque es muy miope como por su carácter servil. Los mendigos pedían con frecuencia en las entradas de los puentes.

(29) Como miope que era.

(30) Conocido gladiador de la época.

(31) Exactamente se refiere al artilugio llamado en latín “pegma”, que era un armazón movible, que mediante una maquinaria se alzaba del suelo. Una diversión cruel hecha con este aparato era exhibir en él a hombres que de repente eran lanzados por los aires con fuerza; casi ninguno sobrevivía a la caída. Este mismo artefacto podía levantar niños hasta las velas del anfiteatro, que representaban apariciones de dioses o de seres extra naturales. Por su parte de arriba el anfiteatro estaba cubierto de paños muy recios (velarium).

(32) Como un sacerdote de Cibeles.

(33) Divinidad femenina, procedente de Capadocia. Sus sacerdotes profetizaban hiriéndose con hachas.

(34) Porque los británicos combatían desde carros. Nada se sabe de Arvirago; la locución latina tiene un cierto tinte cómico.

(35) De algún lugar desconocido, de aguas remotas. Aquí es algo jamás visto, no tiene escamas, sino púas.

(36) Entre otras artes, Prometeo ideó la alfarería.

(37) En las campañas militares.

(38) Los antiguos creían que la bebida se depositaba en los pulmones.

(39) Las ostras de Circe y de Lucrino, en la costa de Campania; Rutupia es la costa meridional de Inglaterra.

(40) La campaña contra los “catos” fue en los años 82 -83 d. de C. Aquí ambos pueblos son citados sólo a guisa de ejemplo; de los “sicambros” se sabía poco en aquella época, pues quedaban en la margen derecha del Rin, que nunca fue tierra romana.

(41) Una pluma de ave clavada en la punta de una lanza era señal de malas noticias.

(42) Domiciano fue asesinado el 18 de septiembre del año 96 d. de C. Los asesinos fueron gentes de baja estofa que le rodeaban.

(43) O sea, gente de muy poca monta.

(44) Fuerte contraste: linaje nobilísimo. Entre las víctimas de Domiciano se contaba Lucio Elio Plaucio Lamía, cónsul.

 

( Juvenal. Sátiras. Introducciones, traducciones y notas: Manuel Balasch. Edit. Planeta DeAgostini. Madrid. 1996).

 

 

               Segovia, 30 de diciembre del 2023

 

              Juan Barquilla Cadenas.