SÉNECA: “Epístolas a Lucilio”. Carta 122.
Las “Epístolas morales a Lucilio” son un conjunto de 124 cartas escritas por el filósofo Lucio Anneo Séneca (4 a. de C. – 65 d. de C.) en los tres últimos años de su vida durante su retiro, tras haber trabajado para el emperador Nerón por más de diez años.
Las cartas están dirigidas a Lucilio, del que no se sabe si existió o es un amigo ficticio al que dirige las cartas para hablar de temas diversos.
Las Epístolas a menudo comienzan con una observación sobre la vida cotidiana o responden a una carta anterior, antes de deducir de esto un problema o un principio; el resultado es un manual de meditaciones filosóficas.
Las Epístolas se centran en varios temas tradicionales dentro de la filosofía estoica, tales como la indiferencia ante la muerte, la valentía del sabio y la virtud como el bien supremo.
La vigencia de mucho de lo expuesto en sus “Epístolas a Lucilio” sigue sorprendiendo al lector moderno, y se ha llegado a comparar a un moderno libro de autoayuda, en el sentido de que Séneca trata de enseñarnos a ser felices y a aprender a vivir. (Wikipedia).
He elegido esta carta 122, porque llama la atención cómo hábitos de hace más de dos mil años siguen vigentes en el mundo actual. Especialmente los referidos al hoy llamado “ocio nocturno”, que es propio de la juventud, aunque no sólo de ellos.
Identifica, al parecer, Séneca los hábitos de la vida nocturna con las cosas que están “contra la naturaleza” y también, de algún modo, con los vicios y con lo que no se debería hacer.
Ciertamente los tiempos han cambiado mucho y también las costumbres, pero Séneca lleva algo de razón al referirse a aquellos individuos que no emplean ese tiempo – aunque se nocturno – bien, sino para hacer el mal a los demás y a sí mismos.
Epístola 122:
“Los días se van haciendo más cortos; van para atrás un poco, pero de tal manera que todavía dejan un espacio generoso si uno, por así decirlo, se levanta con el día. Uno es más cumplidor y mejor si espera su llegada y alcanza a ver las primeras luces; es censurable el que sigue acostado y medio dormido cuando el sol ya está alto, ese cuya vigilia empieza a mediodía; y todavía ese momento viene a ser para muchos el de los primeros albores.
Hay quienes han trastornado las funciones del día y la noche y no abren los ojos, pesados con la juerga de la víspera, antes de que la noche se insinúe. Lo mismo que, según refieren, la condición natural de algunos es estar colgados boca abajo y con los pies frente a los nuestros y, como dice Virgilio, “en cuanto el Naciente (el sol al salir) nos echa encima el resuello de sus caballos, al otro lado para ellos el Véspero (lucero de la tarde) enciende su rojizo fuego”, así también la condición de estos otros es tener al revés no ya el suelo que pisan sino sus vidas.
Hay, sin duda, en esta misma ciudad antípodas que, como dice Marco Catón, nunca han visto al sol ni salir ni ponerse.
¿Crees tú que ésos saben cómo hay que vivir, si, en realidad, no saben cuándo? ¿y éstos temen a la muerte, cuando ya en vida se han enterrado en ella? Son de tan mal agüero como pajarracos nocturnos.
Aunque pasen sus noches tenebrosas entre vinos y perfumes, aunque gasten todo el tiempo de su extemporánea vigilia en cenas de numerosos platos y además recocidos, no banquetean sino que se están haciendo el conveniente entierro. Por lo menos a los muertos se les hacen las exequias por el día.
Pero, caramba, ningún día es largo para el hombre ocupado. Prolonguemos nuestras vidas: su función y contenido es la acción. Limítese la noche y traspásese una parte de ella al día.
A las aves que se destinan a los banquetes, para que quietas engorden más fácilmente, se les mantiene en la oscuridad; así, puestas en un sitio sin moverse, la gordura se apodera de sus cuerpos inactivos y les rebosa grasa inútil por estar siempre a la sombra.
En cambio, los cuerpos de esos que se han consagrado a las tinieblas se ven feos, como que tienen un color más inquietante que el de un enfermo todo pálido: están blancos con blandura y flacidez, y sus carnes son las de un cadáver en vida. Con todo, yo diría que éste es el menor de sus males: ¡cuántas más tinieblas tiene en el alma! Ella se asombra de sí misma, ella se ofusca, ella envidia a los ciegos. ¿Quién jamás tuvo ojos para ver en las tinieblas?
¿Me preguntas ahora cómo surge en el alma esta perversión de evitar el día y trasladar la vida entera a la noche? Todos los vicios se enfrentan (están contra) a la naturaleza, todos se apartan del orden debido; la intención de la liviandad (frivolidad) es disfrutar con perversiones, no tanto despegarse de la moralidad como alejarse lo más posible de ella, y luego ya situarse en el extremo opuesto.
¿No te parece que viven contra la naturaleza quienes beben en ayunas, quienes toman vino con las venas vacías y llegan ya borrachos a la mesa?
Y es que es habitual un vicio así en los jovenzuelos: hacen ejercicio de fuerza (físico) para luego beber casi a las puertas mismas de los baños entre compadres desnudos; más todavía, se ponen a trincar y a echar inmediatamente el sudor que acumularon a base de tragos numerosos y muy calientes.
Beber después del almuerzo o la cena es cosa corriente; es lo que hacen los padres de familia rústicos y desconocedores del verdadero placer: a aquellos otros les gusta el vino que no cae sobre lo comido, el que se sube a la cabeza sin trabas; les agrada la ebriedad que cae sobre vacío.
¿No te parece que viven contra la naturaleza quienes cambian sus vestidos por los de mujeres? ¿No viven contra la naturaleza quienes esperan deslumbrar como efebos a destiempo? ¿Qué actitud puede haber más empecinada o más digna de lástima? ¿Nunca ése llegará a varón, para poder seguir más tiempo recibiendo los asaltos amorosos de otro varón? Y si ya su sexo debió librarlo del oprobio, ¿no lo librará al menos su edad?
¿No viven contra la naturaleza quienes anhelan tener rosas en invierno o, con la ayuda de baños calientes y adecuados cambios de lugar, sacar lirios en plena estación del frío?
¿No viven contra la naturaleza quienes siembran pomares (jardines) en lo alto de torres? ¿No viven así quienes tienen sobre los techos y azoteas de sus casas una selva de árboles que se bambolean y echan raíces adonde a duras penas alcanzarían a llegar sus copas? ¿No viven contra la naturaleza quienes echan en el mar los cimientos de unos baños y no creen nadar de un modo exquisito si sus piscinas de agua caliente no reciben los golpes del oleaje y las tempestades?
Una vez que han decidido quererlo todo contra los hábitos de la naturaleza, han acabado por apartarse de ella por completo.
“Amanece: es tiempo de dormir. Llega el momento del descanso: hagamos deporte ahora, que nos lleven en litera ahora, almorcemos ahora. Ya aparecen las primeras luces: es tiempo de cenar. No es apropiado hacer lo mismo que la gente; es algo repugnante y trillado vivir al estilo de la canalla. Que la generalidad de los hombres se quede con el día para ellos: fabriquémonos una mañana propia y exclusiva”.
Pero ésos para mí se hallan en el mismo estado que los difuntos, pues ¡qué poquito les falta para estar en su propio funeral, cuando viven ya entre antorchas y velas! …..
Pero la razón, que para vivir así tienen algunos, no es porque crean que la noche tenga nada de particular y más agradable, sino porque no les gusta nada de lo acostumbrado, porque la claridad es molesta para la mala conciencia, porque, mientras ellos desean o desprecian cada cosa según se compre por mucho o por poco, la luz es, en cambio, gratuita.
Además, los amantes del derroche quieren que, hasta que se mueran, sus vidas estén en boca de todos; y es que si no se habla de ellos creen que han perdido el tiempo. Por eso, de vez en cuando, hacen algo para avivar su fama. Muchos se comen sus bienes, muchos tienen queridas: para hacerse un nombre entre esa gente, no se necesita tanto hacer algo con aires de lujo sino más bien escandaloso; en una ciudad que tiene tanto de que hablar, el libertinaje vulgar no provoca habladurías….
No debes extrañarte si entre los vicios encuentras tantas peculiaridades: son cambiantes, tienen incontables caras, no podemos abarcar sus especies.
Ocuparse de obrar rectamente es sencillo, ocuparse de obrar mal es complicado y permite la invención de cuantos descarríos quiera uno imaginar.
Pasa lo mismo con las costumbres: la de quienes se atienen a la naturaleza son asequibles, son desembarazadas (sencillas), ofrecen pocas diferencias; las que se desvían de ella presentan muchas diferencias con las demás y unas con otras.
Pero a mí me parece que la principal razón de esta plaga es el hartazgo de la vida corriente.
Lo mismo que se distinguen de los otros en su atavío personal, en la elegancia de sus banquetes, en la exquisitez de sus carruajes, también quieren separarse de ellos con la organización del tiempo.
No quieren cometer las faltas habituales aquellos que consideran que el premio de sus extravíos es la mala fama. La persiguen todos esos que, por así decirlo, viven al revés.
Así pues, querido Lucilio, tenemos que continuar por el camino que la naturaleza nos ha señalado sin apartarnos de él: si le hacemos caso, todo es fácil, resuelto; si nos empeñamos en ir contra ella, nuestra vida será poco menos que remar contra la corriente. Adiós.”
(Séneca. Cartas a Lucilio. Edición y traducción de Francisco Socas. Edit. Cátedra. Letras universales).
Segovia, 16 de octubre del 2021
Juan Barquilla Cadenas.