ESOPO: Algunas fábulas de Esopo
La “fábula” suele definirse como “una composición literaria, generalmente en verso, en la que por medio de una ficción alegórica y de personificaciones de seres irracionales, inanimados o abstractos, se da una enseñanza útil o moral”.
Su origen remoto es probablemente oriental.
En las literaturas occidentales surge por primera vez en Grecia, donde ya en Hesíodo (siglo VII a. de C.) se encuentra la fábula de “el halcón y el ruiseñor”.
Pero al que se le atribuye la paternidad de la fábula como género literario es a ESOPO (siglo VI a. de C., personaje semimítico, cuya vida está llena de leyendas de dudosa autenticidad; por él la “fábula”, con personajes humildes y con su lenguaje y su métrica populares, se oponía a la epopeya, poblada de dioses y héroes y con un lenguaje solemne y elevado.
En Roma el término “fábula” tiene un sentido amplio, designando cualquier relato con peripecias variadas; y así se llama “fábula” a la obra dramática (fábula palliata/ togata/ praetexta).
Pero también se usa en el sentido restringido de ficción alegórica y de personificación de seres irracionales, inanimados o abstractos.
En este sentido aparece por primera vez relacionada con la “sátira”, con la que no deja de tener relación por su crítica de las costumbres de la vida cotidiana. Así, en las sátiras de Ennio se halla la fábula de “la alondra y el labrador”; en Lucilio, la de “el león y la zorra”; en Horacio, la de “el ratón campesino y el urbano”.
En Roma, FEDRO (14 a. de C. – ca. 50 d. de C.) escribió cinco libros de fábulas, en las que sigue el modelo de las fábulas esópicas.
(A. Holgado-C. Morcillo. Latín. Edit. Santillana).
La “fábula” no se trata de una literatura de altos vuelos, como la tragedia o la lírica, pero es la esencia de una sabiduría popular que ha existido en todos los pueblos y civilizaciones.
Las fábulas tuvieron gran éxito muchos siglos después y fueron imitadas, entre otros, por Jean de la Fontaine (1621-1695) y por los españoles Felix María de Samaniego (1745 – 1801) y Tomás Iriarte (1750 -1791).
Algunas fábulas de ESOPO
1. El ruiseñor y el gavilán
Un ruiseñor, posado en una alta encina, cantaba como tenía por costumbre. Y un gavilán al verlo, como andaba falto de comida, tirándose sobre él lo arrebató. Éste, a punto de morir, le pedía que lo soltara, alegando que él no era suficiente para saciar el vientre de un gavilán y que, si estaba falto de comida, debía buscar pájaros más grandes. Y éste replicó: “Pero imbécil sería yo, si dejando marchar el bocado que tengo a punto en mis garras me pusiera a perseguir lo que aún no ha aparecido”.
Así, también entre los humanos hay insensatos que fiados en mayores esperanzas dejan escapar lo que tienen entre manos.
2. La zorra y el leñador
Una zorra, perseguida por unos cazadores, vio a un leñador y le suplicó que la escondiera. Éste le aconsejó entrar, para refugiarse, en su cabaña.
No mucho después llegaron los cazadores y preguntaron al leñador si había visto pasar una zorra por allí, aquel negaba con su voz haberla visto, mas con la mano hacía señas indicando dónde estaba oculta. Pero los perseguidores no se dieron cuenta del gesto y creyeron lo que les decía.
La zorra, al ver que se marchaban los cazadores, salió y se marchó sin decir una palabra. Como el leñador le echó en cara que, encima que la había salvado, no le daba, por lo menos, alguna palabra de agradecimiento, dijo la zorra: “Pues yo te habría dado las gracias si las señas de tu mano hubieran estado de acuerdo con tus palabras”.
Uno podría aprovecharse de esta fábula con relación a aquellas personas que abiertamente predican la virtud, pero en sus hechos se comportan con bajeza.
3. La mujer y la gallina
Una viuda que tenía una gallina que ponía un huevo cada día, pensó que si le daba más comida pondría dos (huevos) por día. Cuando hizo esto, ocurrió que la gallina se puso más gorda y ya no fue capaz de poner ni uno solo.
La fábula muestra que muchas personas en el ansia de tener más, llegan a perder lo que poseen.
4. La hormiga y el escarabajo
En el verano, una hormiga que iba por el campo recogía granos de trigo y cebada, que almacenaba como alimento para el invierno. Un escarabajo se asombró de verla trabajar tanto, pues se agotaba cuando los demás animales, dejando a un lado los trabajos, se entregaban al descanso.
La hormiga, por el momento, guardaba silencio, pero más tarde, cuando llegó el invierno y la lluvia empapó el estiércol, el escarabajo, hambriento, fue a pedirle que le diera algo de comida. Y la hormiga le dijo: “Escarabajo, si hubieras trabajado entonces, cuando te metías conmigo porque me esforzaba, no te faltaría ahora comida”.
Así, los que durante el tiempo de abundancia no se preocupan del futuro, caen en la mayor miseria cuando las circunstancias cambian.
5. El cuervo y la zorra
Un cuervo que había robado un trozo de carne, se posó en un árbol. Y una zorra que lo vio, quiso adueñarse de la carne. Se detuvo y empezó a exaltar sus proporciones y belleza, le dijo, además, que le sobraban méritos para ser el rey de las aves y, sin duda, podría serlo si tuviera voz.
Pero, al querer demostrar a la zorra que tenía voz, dejó caer la carne y se puso a dar grandes graznidos. Aquella se lanzó y después que arrebató la carne dijo: “cuervo, si también tuvieras juicio, nada te faltaría para ser el rey de las aves”.
La fábula vale para el insensato.
6. El lobo y el cordero
Un lobo que vio a un cordero en un río quiso comérselo con un pretexto verosímil. Por eso, aunque estaba río arriba, le acusó de revolver el agua y no dejarle beber. El cordero contestó que estaba bebiendo con la punta de los labios y que, además, era imposible que él, que estaba más abajo, agitara el agua río arriba. El lobo, como fracasó con su acusación, dijo: “Pero el año pasado tú insultaste a mi padre”. El cordero replicó que hacía un año aún no había nacido. El lobo entonces le dijo: Pues, aunque te salgan bien tus justificaciones, no voy ja dejar de comerte”.
La fábula muestra que, para los que tienen el propósito de hacer daño, no vale ningún argumento justo.
7. Las dos alforjas
Prometeo cuando modeló antaño a los hombres les colgó dos alforjas, una con los defectos ajenos y otra con los propios; la de los ajenos la puso delante y la otra la colgó detrás. Desde entonces ocurrió que los hombres ven de entrada los defectos de los demás mientras que no distinguen los suyos propios.
Podría aplicarse esta fábula al hombre impertinente que, ciego en sus propios asuntos, se cuida de los que en nada le conciernen.
8. Bóreas y Helios
Bóreas (un viento) y Helios (el sol) disputaban por su fuerza.
Acordaron conceder el triunfo al que de ellos consiguiera desnudar a un caminante.
Bóreas empezó soplando con mucha fuerza; como el hombre apretó su vestimenta, Bóreas arreció más fuerte. El caminante, molesto por el frío, se puso encima otro manto y aún más grueso, hasta que Bóreas, cansado, se lo pasó a Helios. Éste, al principio, lució con moderación; cuando el hombre se quitó el vestido que llevaba demás, aumentó el ardor de sus rayos, hasta que, no pudiendo soportar el calor, se desnudó y fue a bañarse al río que había al lado.
La fábula muestra que, con frecuencia, la persuasión es mucho más eficaz que la fuerza.
9. El avaro
Un avaro convirtió en dinero toda su hacienda y lo invirtió en un lingote de oro. Escondió el lingote de oro en una pared y se pasaba la vida yendo continuamente a vigilarlo.
Uno de los obreros del lugar observó sus idas y venidas y sospechó la verdad. Salió y le quitó el tesoro. El avaro, cuando volvió, encontró vacío el escondrijo, y lloraba y se mesaba los cabellos. Alguien que le vio dolerse tanto y preguntó el por qué, le dijo: “No te aflijas, compañero, coge una piedra, ponla en el mismo sitio y piensa que tienes allí el tesoro, porque cuando lo tenías no te serviste de él”.
La fábula muestra que nada es el guardar si no le acompaña el uso.
10. El leñador y Hermes
Un hombre, que estaba cortando leña a la orilla de un río, perdió su hacha, que la corriente arrastró. El hombre, sentado en la orilla, se lamentaba hasta que Hermes (el mensajero de los dioses) se apiadó de él y se le presentó.
Al saber del propio leñador la causa por la que lloraba, Hermes se zambulló (en el río) y le ofreció, primero, un hacha de oro al tiempo que le preguntó si esa era la suya. El leñador dijo que no; la segunda vez le presentó una de plata y de nuevo le preguntó si era esa la que había perdido, el leñador lo negó. A la tercera le trajo su propia hacha y la reconoció. Hermes, satisfecho por su honradez, se las regaló todas.
El leñador se marchó y cuando volvió junto a sus compañeros les contó lo sucedido. Uno de ellos quedó deslumbrado y quiso aprovecharse de una recompensa semejante. Así que cogió su hacha y se marchó al mismo río. Estaba cortando leña cuando adrede dejó caer a la corriente su hacha; entonces, sentado, se puso a llorar. Se apareció Hermes y le preguntó qué había ocurrido: “Que se me ha perdido el hacha”, dijo.
El dios le presentó una de oro y le preguntó si era esa la que había perdido. Por culpa de la codicia se precipitó y dijo que sí. Entonces el dios no le concedió su gracia ni tampoco le restituyó su hacha.
La fábula muestra que la divinidad lo mismo ayuda a los honrados que desasiste a los deshonestos.
(Esopo. Fábulas. Traducción y notas de Pedro Bádenas de la Peña. Edit. Planeta DeAgostini).
Segovia, 1 de octubre del 2022
Juan Barquilla Cadenas.