VIRGILIO: “Bucólicas”. Égloga I
Roma conoció la “poesía bucólica” (canto de pastores) por los “idilios” (pequeños poemas) de Teócrito de Siracusa, varios de los cuales tenían carácter pastoril.
Teócrito había nacido en Siracusa (Sicilia) hacia el año 310 a. de C., y había marchado, en torno al 275 a. de C., a Alejandría, que Ptolomeo Filadelfo estaba convirtiendo en un centro fundamental de cultura y arte.
Allí entró en contacto con otros poetas, especialmente con Calímaco y Apolonio de Rodas, con quienes compartió el amor por lo pequeño, refinado y nuevo. (Wikipedia).
Virgilio (70 a. de C. – 19 a. de C.) a imitación de Teócrito escribió su obra “Bucólicas”.
La palabra “bucólica” procede del griego “βουκόλος” (= el que apacienta bueyes u otro tipo de ganado). También a las “Bucólicas” se las llama “Églogas”, palabra que también procede del griego “ἐκλογή” (= selección, piezas escogidas).
Las “Bucólicas” de Virgilio, compuestas entre los años 42 al 39 a. de C., son el primer brote de la poesía augustea.
El poeta, joven, recoge la herencia de los “poetas neotéricos” (vanguardistas) romanos (Catulo, Tibulo, Propercio, Cinna, Galo, etc.), en cuanto a erudición, técnica y búsqueda de la perfección formal; pero la reelabora y la supera con aportaciones propias e innovadoras.
Las “Bucólicas” son diez composiciones de tema pastoril, género que Virgilio imitó del poeta alejandrino Teócrito, autor de unos cuadros, a la vez realistas y refinados, sobre la vida de los pastores de Sicilia.
De Teócrito toma Virgilio motivos poéticos, escenas y hasta nombre de pastores. Pero todo está trasplantado a escenario italiano: paisajes, húmedas praderas, valles y riscos, cercados donde zumban las abejas, colinas soleadas con mirlos y tordos, incluso el río Mincio cercano a Mantua (su tierra natal); todo es, por un lado, recuerdos y vivencias del poeta y, por otro, idealizaciones de una Arcadia feliz.
Además, Virgilio se distingue grandemente de Teócrito por sus “alusiones a la actualidad, a sucesos y personajes reales”, aunque lo haga de forma alegórica.
Las “Bucólicas” III, VII y VIII tratan de “concursos poéticos” entre pastores; en la III los contendientes se van respondiendo el uno al otro, alternadamente, utilizando el mismo número de versos y sobre el mismo tema.
En la VI es el dios Sileno el que canta los orígenes del mundo.
La IV, donde se predice la vuelta de la edad de oro con el nacimiento de un niño divino que desterrará del mundo la injusticia, ha sido objeto de numerosas interpretaciones, incluida la cristiana, que ve en ese niño, prefigurado a Jesucristo.
Lo más probable es que aluda a un hijo de Asinio Polión, su patrón.
Pero Alfred Gudeman dice que “la única conjetura que no deja lugar a escrúpulos es la de que se trataba de un vástago de Augusto y su esposa Escribonia. La profecía no se realizó, pues lo que nació fue no un varón, sino una hembra, la más tarde famosa Julia; hecho que, sin embargo, no pudo decidir a Virgilio a suprimir el poema, pues su principal objeto, la glorificación de Augusto y de su casa, estaba ya realizado por entero”. (Alfred Gudeman. Historia de la Literatura latina).
Otro grupo de Bucólicas alude, más o menos veladamente, a sucesos y personajes reales.
La Égloga I se refiere a las confiscaciones de tierras hechas por Augusto a favor de los soldados veteranos; Virgilio, simbolizado en el pastor “Títiro”, conserva sus tierras gracias a Augusto, al que celebra y diviniza.
La Égloga IX evoca el mismo tema de las confiscaciones, donde Virgilio parece estar personificado en el pastor “Menalcas”.
En la Égloga V se exalta a Julio César en la figura del pastor “Dafnis”, cuya muerte llora la naturaleza entera, y se celebra después su apoteosis (su divinización).
En la VIII, antes de empezar el concurso poético, se hace un elogio de Asinio Polión, patrón de Virgilio.
En la X pastores y dioses acuden a consolar al poeta Cornelio Galo, amigo de Virgilio y víctima de un amor desgraciado.
En las “Bucólicas” está ya lo esencial de la inspiración virgiliana: su sentido de la armonía y el equilibrio y el sentido de la medida, el “pathos” que se manifiesta en la expresión de los sentimientos, su “simpatía” con la naturaleza entera. Aquí apuntan ya los rasgos de toda la literatura augustea: clasicismo formal y sintonía con las realidades políticas y sociales.
(A. Holgado – C. Morcillo. Latín. COU. Edit. Santillana).
La “Bucólica” I es un diálogo entre dos agricultores: uno, Melibeo, que ha sido despojado de sus tierras por la soldadesca y debe abandonarlas con destino incierto, y otro, Títiro, que ha conseguido conservarlas y se muestra agradecido a quien se lo ha procurado.
En este caso, Títiro representa a Virgilio que había sido expropiado de sus tierras para asentar en ellas colonias de soldados veteranos, pero que, gracias a la influencia de Octavio Augusto, consigue recuperarlas.
En el año 42 a. de C. Octaviano expulsaba de sus tierras a los campesinos del norte del Po para asentar a los cien mil veteranos vencedores en Filipos (donde se derrota a los asesinos de César, Bruto y Casio).
Virgilio, que en ese momento estaba en Nápoles, marcha a Mantua (su tierra) para impugnar esta decisión.
No se conocen los pormenores del proceso iniciado por Virgilio respecto a las tierras de su familia, aunque parece que fue largo.
Lo que sí se sabe es que en un momento dado habían sido asignadas a alguien (como se ve en la Égloga IX, en la que Virgilio aparece bajo el nombre de “Menalcas”); que hubo algún tipo de litigio, en el curso del cual el poeta fue agredido gravemente por uno de los soldados veteranos que las había recibido en todo o en parte, y que finalmente le fueron devueltas (como lo sugiere la Égloga I), gracias a la intervención de tres amigos: Cornelio Galo, compañero de estudios, Alfeno Varo, condiscípulo en Nápoles – encargados ambos del reparto de tierras -, y Asinio Polión, del que probablemente dependían los otros dos, pues era gobernador, desde el año 43 a. de C., de la Galia Cisalpina (Varo le sucederá en el 40 a. de C.).
Melibeo, viéndose despojado de sus bienes, se ve obligado a abandonar su patria. Títiro procura consolarle y le habla de la generosidad de Octavio Augusto para con él.
También se puede ver en esta Égloga el problema de la inmigración de estos campesinos desalojados de sus tierras con un destino incierto, posiblemente a la ciudad de Roma, y la añoranza y el deseo de volver algún día de nuevo a sus tierras.
ÉGLOGA I: Títiro, Melibeo.
MELIBEO:
Tendido al pie de tu haya de ancha sombra,
tú, Títiro, en el leve caramillo
ensayas tus tonadas campesinas.
Nosotros, de la patria en los linderos,
adiós decimos a sus dulces campos,
nosotros, de la patria fugitivos…
tú, tendido a la sombra, al eco enseñas,
oh Títiro, a que el bosque te repita:
¡Amarilis hermosa!...
TÍTIRO:
Melibeo,
Esta paz que disfruto un dios me ha dado,
dios que ha de serlo para mí por siempre;
y sangre de corderos de mi aprisco
su ara a menudo embeberá. Lo miras:
paciendo están por él libres mis vacas,
por él entona mi zampoña agreste
cantos a su placer.
MELIBEO:
Oh no, no envidia;
pasmo es más bien lo que al mirarte siento:
si todo es llanto en la campiña en torno,
desconcierto y terror. Ya ves, yo mismo
enfermo aguijo mis cabrillas, y ésta
apenas logro que a la rastra salga:
y es que en el denso avellanedo deja
sobre la roca dura dos gemelos
recién paridos, la ilusión del hato.
Ah, cuántas veces, de no ser tan torpe,
debí yo recordar que me anunciaba
esta desdicha el rayo en las robledas…
Mas ese dios ¿quién fue? Cuéntame, Títiro.
TÍTIRO:
Simple de mí, pensaba, Melibeo,
que era aquella ciudad que dicen Roma
como la nuestra a la que tantas veces
llevamos nuestras crías los pastores.
Como al can se parecen los perrillos,
y a la cabra los chotos, yo solía
emparejar lo chico con lo grande.
Mas entre las ciudades ésa encumbra
tan alta su cabeza, cual descuella
entre mimbreras el ciprés.
MELIBEO:
¿Y a Roma
qué causa te llevó de tanto empeño?
TÍTIRO:
La libertad, que, aunque tardía, puso
sus ojos en quien nada hizo por ella.
Ella, cuando más nívea cada día
cae la barba al rasurarla, vino
a mirarme por fin, hoy que mi dueño,
en vez de Galatea, es Amarilis.
Pues, lo he de confesar, con Galatea
¿Cómo emprender en libertarme? ¿O cómo
acopiar un peculio? Mis rediles
tantas víctimas dieron, tanto queso
llevé jugoso a la ciudad ingrata,
y volver de ella con la bolsa llena
nunca pude lograr.
MELIBEO:
Y yo decíame:
¿por qué Amarilis a los dioses llama
tan dolida? ¿Por quién deja en los árboles
colgar la fruta? Ausente estaba Títiro…
¡Ay, Títiro, llamábante tus sotos,
tus pinos y tus fuentes te llamaban!
TÍTIRO:
¿Qué había yo de hacer? ¿De servidumbre
cómo salir, si no? ¿O en qué otra parte
podía hallar a dioses tan propicios?
Allí fue, Melibeo, donde el joven
vi yo, por quien humean doce días
al año mis altares. A mi súplica
allí el primero respondió: “Como antes
vuestra vacada apacentad, muchachos,
criad toros de raza”.
MELIBEO:
¡Conque tuyos
seguirán siendo, anciano venturoso,
estos campos!...Y bastan a tu dicha,
aunque aflore la roca en todas partes,
y el cieno en la pradera empantanada
verdezca en junqueral. Pastos extraños
no dañarán a tus ovejas madres,
ni los contagios de vecinas greyes.
Aquí, feliz anciano, entre los ríos
y las sagradas fuentes de tu infancia,
gozarás la frescura de las sombras.
El soto vivo del vecino linde,
a donde acuden a la flor del sauce
las abejas hibleas (del monte Hiblo, en Sicilia), como siempre
te adormirá con plácido zumbido;
y al otro extremo, al pie de la alta peña
el podador dará su copla al viento,
mientras roncas palomas, tus amores,
y en el olmo la tórtola, incesante
te hagan oir su arrullador gemido.
TÍTIRO:
En pleno cielo pacerán los ciervos;
Desnudo al pez en el playón las olas
Podrán abandonar; podrán las gentes
Trocar en los destierros sus fronteras
y beberán del Tigris los Germanos
y los Partos del Araris, mas nunca
se borrará aquel rostro de mi pecho.
MELIBEO:
Lo que es nosotros, de aquí vamos, unos
al África sedienta, otros a Escitia
junto al Oaxes que la greda enturbia
o hasta el confín del mundo, a los Britanos.
¡Ay! ¿Qué esperanza queda de que un día
vuelva al fin a la patria?... ¿Qué divise
de mi tugurio el empajado techo,
un reino para mí, y encuentre atónito
unas pocas espigas? …
¡Cómo! ¡En manos
De un impío soldado estas parcelas
labradas con primor! … ¡Que de estas mieses
un bárbaro se adueñe!... ¡Ay, eso rinde
míseros ciudadanos, la discordia!
¡Para esa gente haber sembrado!... Injerta
tus perales ahora, Melibeo,
alinea tus cepas… ¡Adelante,
grey un tiempo feliz, cabritas mías!
Ya no os veré, tendido en verde gruta,
a lo lejos colgando de las breñas.
Adelante, cabritas, se acabaron
mis cantos para siempre; ya conmigo
nunca más pastaréis la flor del trébol
ni el amargo sabroso de los sauces…
TÍTIRO:
¿Pero por qué una noche no descansas
aquí conmigo sobre un lecho de hojas?
Tengo fruta en sazón, castañas tiernas,
queso abundante; y a lo lejos, mira,
ya los techos humean en los ranchos,
y de los altos montes sobre el valle
más grande cada vez caen las sombras”.
La publicación de la primera edición de las “Bucólicas” en el año 39 a. de C. consagró a Virgilio como poeta. El éxito fue tan grande que se llevaron incluso a la escena.
(Publio Virgilio Marón. Obras completas. Edición Bilingüe. Traducción de las Bucólicas: Aurelio Espinosa Pólit. Introducción: Pollux Hernúñez. Edit. Cátedra).
Segovia, 28 de noviembre del 2021
Juan Barquilla Cadenas.