CALÍMACO: EL HIMNO “EL BAÑO DE PALAS” Y ALGUNOS EPIGRAMAS
Calímaco (310 a. de C. -240 a. de C.) fue un poeta y erudito, descendiente de una familia noble.
Es considerado el padre de la Bibliotecología por haber creado el primer “catálogo” con el contenido de la Biblioteca de Alejandría: los “Pinakes”.
Abrió una escuela en los suburbios de Alejandría, y algunos de los más distinguidos gramáticos y poetas fueron sus alumnos, destacándose Apolonio de Rodas.
Recibió de Ptolomeo II el encargo de ordenar la Biblioteca de Alejandría, cargo que ejerció hasta su muerte. De tal envergadura fue su tarea que es considerado el padre de los Bibliotecarios (o, por lo menos, de los catalogadores).
Sus “Pinakes” (tablas), 120 volúmenes conteniendo el catálogo completo de la Biblioteca (de Alejandría) ordenados cronológicamente, fueron de enorme valor para los posteriores estudios bibliográficos y literarios realizados sobre el período clásico.
De su obra se han conservado algunos fragmentos, seis Himnos y 63 Epigramas, así como un breve poema épico, Hecale, con el que se reafirmó en su particular concepción de la epopeya sobre la cual polemizó con Apolonio de Rodas, discípulo suyo.
Su obra más conocida es “La cabellera de Berenice”, que ha llegado a nosotros, no en su versión original, sino a través de una imitación de Cayo Valerio Catulo.
Calímaco tenía una especial visión de la literatura, lo que le sitúa dentro del “helenismo” o “periodo helenístico” como uno de sus máximos exponentes.
Apreciaba a Homero y llegó a considerarlo como inimitable; sin embargo, rechazaba la épica y otros géneros literarios heredados en los que se intentara por extenso y con el lenguaje pretencioso de la alta poesía desarrollar un argumento unitario y orgánico.
(Wikipedia)
[ Calímaco había llegado a Alejandría cuando el conocimiento y el saber se valoraban por encima de la riqueza.
La Biblioteca de Alejandría no conoció rival en la Antigüedad. Desde las fabulosas bibliotecas asirias de Senaquerib y Asurbnipal (siglo VII a. de C.) la historia de la cultura no había conocido un fenómeno semejante.
Filitas de Cos, propuesto por Calímaco en el prólogo de sus “Aitía” como espejo de virtudes literarias, había iniciado el camino de la nueva poesía a fines del reinado de Alejandro.
La ruta que conducirá a la “elegía erótica romana” estaba abierta. Calímaco será su jalón más inolvidable.
Calímaco no hizo otra cosa que literatura a lo largo de toda su producción, ya literaria, ya biográfica. Su poesía lo había hecho libre, le había conferido un puesto de honor en la sociedad ptolemaica, lo había convertido en sumo sacerdote del culto a la palabra.
“Contra todos los males Poesía es el fármaco apropiado” (Epigrama XLVI, 4).
Calímaco, como los filósofos de la “escuela cirenaica”, y a pesar de su racionalismo, su principal problema se centra en la búsqueda de la felicidad terrena, sin residuo alguno de metafísica.
La Suda (enciclopedia bizantina) se refiere a la abrumadora cifra de 800 volúmenes compuestos por Calímaco. Aunque ese número parece exagerado, la obra del poeta-bibliotecario debió ser considerable.
Como erudito redactó numerosos trabajos en prosa, pero ninguno de ellos ha llegado hasta hoy.
Como poeta, Calímaco es autor, en primer lugar, de unos “Himnos” y de unos “Epigramas”, las dos únicas obras que nos han llegado a través de la tradición manuscrita.
Hemos perdido la obra más importante, sin lugar a dudas, de Calímaco como poeta, los “Aitía” u “Orígenes”, pero los hallazgos papiráceos han revelado no poco su contenido.
Constaba de 4 libros y su título Αἰτία se explica porque trata de las motivaciones (αἰτία) de fiestas, costumbres, fundaciones y denominaciones.
En el prólogo, la célebre “Respuesta a los Telquines”, el poeta polemiza con sus adversarios, que defendían el “gran poema” de inspiración homérica, frente al “poema breve” y muy cuidado formalmente, que caracteriza a la escuela poética alejandrina.
“La cabellera de Berenice” probablemente estaba inserto en el libro IV de los “Aitía”, lo que situaría la redacción final de éstos en los últimos años de vida de Calímaco, no antes de 246-245 a. de C.
“Los yambos”, libro compuesto de trece poemas, representan un claro precedente de la “satura romana arcaica”.
El epilio “Hécale” fue de gran significación programática para la poesía alejandrina y su influencia posterior.
En Roma, la “Io” de Licinio Calvo y la “Esmirna” de Helvio Cinna, las “Bodas de Tetis y Peleo” de Catulo y la “Ciris” de la “Apendix Vergiliana” dependen de la “Hécale” calimaquea, redactado en hexámetros.
“La victoria de Sosibio” era un epinicio compuesto en versos elegíacos.
El poema “Ibis” del que muy poco sabemos, a pesar del “Ibis” de Ovidio, era, con toda probabilidad, una invectiva. Calímaco (en ella) insultaba a un enemigo que, según noticias antiguas, sería Apolonio de Rodas, partidario, como aquellos “Talquines” de los que sin duda formaba parte, del largo poema cíclico frente al poema corto, preciosista y erudito, fiel reflejo del nuevo mundo cultural y estético que Alejandría representaba.
La Suda (enciclopedia bizantina) habla también de tragedias, comedias y dramas satíricos compuestos por Calímaco de Cirene.
Calímaco fue sin duda modelo reconocido de la poesía griega y latina posterior.
Entre sus mismos contemporáneos Calímaco dejó una profunda huella, siendo Apolonio de Rodas seguramente uno de sus más constantes émulos.
Su presencia es constatable en Antípatro de Sidón, en Euforión, en Nonno y su discutida “escuela”, en prosistas como Aristéneto, etc.
En Roma una infinidad de poetas manifiestan la influencia de Calímaco: Propercio se califica a sí mismo de “Calímaco romano”, Ennio, Catulo, Tibulo, Estacio, entre otros, y sobre todo Ovidio, lo tienen presente entre sus fuentes inspiradoras, siendo innegable su influjo (aunque menor) en Horacio y Virgilio.
Los “Yambos” de Calímaco repercuten en la fábula posterior, en Babrio por ejemplo, y es muy posible que sean uno de los antecedentes de la “satura romana”.
“Hécale”, tal como ocurre con las obras de Euforión o Nonno, ejerce una poderosa atracción sobre Licinio Calvo, Cinna y Ovidio.
Hasta los primeros años del siglo XIII su obra se conservó completa. Pero, después, sólo nos han llegado completos los “Himnos” y “Epigramas” y algunos fragmentos.
Los “Himnos” y “Epigramas” sobrevivieron gracias a su propia e independiente transmisión.
Los “Himnos” son seis composiciones y están dedicados a Zeus, Apolo, Ártemis, a Delos, al Baño de Palas y a Deméter. Están escritos en hexámetros, a excepción del “Baño de Palas”, que lo está en versos elegíacos.
Como forma literaria, los “Himnos” de Calímaco dependen de los “Himnos homéricos”, pero, en la materia y el sentimiento que anima a las piezas, son muy diversos de los de su modelo.
Los “Himnos homéricos” eran un recitado preliminar a una obra épica más extensa, o bien un recitado épico de leyendas divinas; su materia y su composición eran, sobre todo y fundamentalmente, épicas.
Los “Himnos” de Calímaco, por el contrario, presentan una materia y una composición líricas.
Rasgo común a todos los “Himnos” es la erudición, centrada en un envidiable dominio de la mitología y en un gusto obsesivo por la etiología en todas sus facetas.
La erudición calimaquea es siempre pintoresca, con una puerta abierta a la imaginación y a la fantasía.
El escepticismo de Calímaco, unido a la actitud de curiosidad y de humor que mantiene con respecto a los mitos y leyendas divinas, no está reñido con su religiosidad.
HIMNO V: AL BAÑO DE PALAS (Atenea)
¡Vosotras, las que preparáis el baño de Palas, salid todas, salid! Ya escucho el relincho de las yeguas sagradas. La diosa se dispone a aparecer. Daos prisa, pues, daos prisa, oh rubias Pelasgiades (1). Nunca Atenea se lavó los poderosos brazos antes de haber quitado el polvo de los flancos de sus caballos, ni siquiera cuando volvió de combatir a los perversos Gigantes, con toda la armadura manchada de sangre y de barro; así, en primer lugar, desunciendo del carro los cuellos de sus caballos, les limpió en las fuentes de Océano las gotas de sudor, y les quitó de las bocas que muerden el freno toda la espuma coagulada. Id, pues, oh Aqueas, y no llevéis perfumes ni alabastros –oigo ya el ruido de los cubos de las ruedas contra los ejes -, ni perfumes ni alabastros para el baño de Palas – Atenea no gusta de los ungüentos mezclados - y no llevéis tampoco espejo: su rostro es siempre bello. Ni siquiera cuando, en el Ida (2), juzgaba el Frigio (Paris) la querella divina, se miró la gran diosa en el espejo de latón ni en la diáfana corriente del Simunte (3); tampoco lo hizo Hera. Pero Cipris (Venus), usando con frecuencia el reluciente espejo de bronce, dos veces se rehízo el mismo bucle de sus cabellos. Y Palas, después de correr dos veces sesenta diaulos (4) – tales, junto al Eurotas, las estrellas lacedemonias (5), se frotó expertamente, aplicando a su piel ungüentos sin mezclar, productos de su propio árbol (el olivo), y un rubor, oh muchachas, la subió a las mejillas, del color de la rosa matutina o de los granos de la granada. Por ello, no traigáis ahora más que aceite viril, con el que Cástor, y también Heracles, se untan. Y llevadle un peine de oro puro, para que pueda componerse el pelo, después de ungir sus rizos perfumados.
Sal, Atenea. Ante ti está una tropa grata a tu corazón, las doncellas hijas de las poderosas Arestóridas (6). Mira, Atenea, cómo el escudo de Diomedes (7) es paseado en procesión: este rito lo enseñó a los antiguos Argivos Eumedes, tu sacerdote favorito, el mismo que, al saber que el pueblo había decretado su muerte, se dio a la fuga, llevándose consigo tu sacra imagen, y se instaló en el monte Creo (8), sí, en el monte Creo, y a ti, diosa, te consagró en unas rocas escarpadas que se llaman “Palátides” ahora.
Sal, Atenea, destructora de ciudades, la del casco de oro, tú que te regocijas con el fragor de escudos y caballos. No llenéis hoy vuestros cántaros en el río; no beberéis hoy, Argos, su agua, sino la de las fuentes; hoy, siervas, llevaréis vuestros cántaros a Fisadea o a Amimone, la hija de Danao (9), pues hoy precisamente, salpicadas sus ondas de oro y flores, vendrá el Ínaco (10) desde los montes de ricos pastos, trayendo bellas aguas para el baño de Atenea.
Ten cuidado, Pelasgo (Argivo), no vayas a ver involuntariamente a la reina: el que vea desnuda a Palas, protectora de ciudades, contemplará Argos por última vez.
Sal, Atenea veneranda. Entretanto, les diré algo a estas muchachas; el relato no es mío, sino de otros.
Niñas, había una vez en Tebas una ninfa, la madre de Tiresias, a la que amó Atenea mucho, más que a ninguna de sus compañeras, y no se separaba de ella jamás.
Cuando guiaba sus caballos hacia la antigua Tespias o hacia Haliarto, a través de los campos de los Beocios, o hacia Coronea (11), donde tiene un recinto perfumado y unos altares junto al río Curalio, muchas veces la diosa la hizo montar sobre su carro; ni las conversaciones de las ninfas ni sus coros de danza le resultaban agradables, si no los dirigía Cariclo.
Pero aún le aguardaban a ésta muchas lágrimas por más que fuese compañía gratísima para Atenea.
Un día, se desataron ambas los broches de sus peplos junto a la fuente Helicónide de los caballos (12), la de las bellas aguas, y se bañaban. La quietud propia del mediodía se extendía por la montaña. Ambas se bañaban, y era la hora del mediodía, y una quietud perfecta reinaba en aquella montaña. Sólo Tiresias, cuya barbilla empezaba a oscurecer, se paseaba entonces con sus perros por aquel sagrado lugar. Sediento hasta lo indecible, llegó a las ondas de la fuente, ¡desdechado! Y, sin querer, vio lo que no era lícito ver. Aunque llena de cólera, alcanzó a decirle Atenea: “¿Qué genio malo te condujo por tan funesta ruta, oh Evérida (13)? Vas a salir de aquí con las órbitas (de los ojos) vacías”.
Habló, y la noche se apoderó de los ojos del niño. Se quedó quieto mudo; el dolor trabó sus rodillas y la impotencia apagó su voz.
Y la ninfa (Cariclo) gritó: “¿Qué le has hecho a mi hijo, señora? ¿Es así como demostráis vuestra amistad las diosas? Me has quitado los ojos de mi hijo. ¡Niño mío, desventurado! Has visto el pecho y los costados de Atenea, pero ya nunca más verás el sol. ¡Desgraciada de mí! ¡Oh monte, oh Helicón que nunca más volveré a pisar! Mucho has ganado a cambio de poco: por haber perdido algunos cervatos y corzos, obtienes los ojos de un niño”. Y la madre, rodeando a su hijo con ambos brazos, entonaba el lamento lastimero de los ruiseñores entre lágrimas tristes, pero la diosa se apiadó de su compañera. Y Atenea le dijo estas palabras: “Mujer divina, retira todo lo que dijiste, inspirada por la cólera. Yo no he dejado ciego a tu hijo. No resulta agradable para Atenea arrebatar los ojos a los niños.
Pero así rezan las leyes de Crono: aquel que vea a alguno de los inmortales cuando ese dios no lo desea, pagará un alto precio por lo que ha visto. Mujer divina, el hecho ya no puede ser revocado, pues los hilos de las “Moiras” (el Destino) así habían tramado su destino desde el instante en que lo diste a luz. Ahora, oh Evérida, recibe el pago merecido. ¡Cuántas víctimas quemará, andando el tiempo, la Cadmeide (madre de Acteón) en el ara sacrificial, cuántas Aristeo (padre de Acteón), suplicando ver ciego a su hijo único, el adolescente Acteón! Y, sin embargo, éste será compañero de carreras de Ártemis la grande; y ni esas correrías compartidas, ni las flechas que juntos arrojarán en las montañas, podrán salvarle cuando, involuntariamente, vea el placentero baño de la diosa; sus propios perros se lo cenarán, a él, que fuera su amo; y la madre recorrerá todos los bosques, recogiendo los huesos del hijo, y dirá que eres la más feliz y afortunada de las mujeres al recibir de las montañas un hijo ciego. Compañera, no te lamentes; otros muchos dones le tengo reservado por amor a ti, pues lo convertiré en un adivino celebrado por las generaciones venideras, muy superior a todos los demás. Conocerá las aves, cuál es de buen augurio, cuáles vuelan en vano y de cuáles son los presagios desfavorables. Muchos oráculos revelará a los beocios, muchas a Cadmo (14), y, más tarde, a los poderosos Labdácidas (15). También le daré un gran bastón que conduzca sus pies adonde necesite ir, y le daré una vida muy dilatada, y será el único que, cuando muera, paseará su ciencia entre los muertos, honrado por el gran Hagesilao (Hades o Plutón).
Esto dicho, asintió con la cabeza; lo que Palas aprueba, todo se cumple, pues a Atenea sola, de entre sus hijos, concedió Zeus los atributos y poderes que él poseía, y ninguna madre, oh vosotras que preparáis su baño, parió a la diosa, sino la cabeza de Zeus, y la cabeza de Zeus no aprueba en vano.
Es Atenea, llega puntualmente. Recibid a la diosa, oh muchachas a las que incumbe esta tarea, con alabanzas, con plegarias, con clamores.
Salud, diosa, y vela por Argos Inaquia (16). Salud a ti cuando dirijas tu carro fuera de la ciudad, y ojalá vuelvas otra vez a entrar con tus caballos en ella.
Y protege el país entero de los Dánaos (la Argólide).
Notas:
(1) Pelasgiades: Argivas. Pelasgo es el fundador mítico de Argos. Por extensión “Pelasgo” equivale a “Argivo” e incluso a “griego” en general.
(2) Ida: monte cercano a Troya.
(3) Simunte: río de la Tróade.
(4) Diaulos: carrera de ida y vuelta en el estadio, equivalente a unos 380 m.
(5) Estrellas lacedemonias: los Dióscuros, Cástor y Pólux, protectores de los atletas. Su padre terrestre (mortal) fue Tindáreo, rey de Lacedemonia (Esparta). El río Eurotas riega la llanura de Esparta.
(6) Arestóridas: descendientes de Arestor, padre de Argos. Los Arestóridas vienen a ser, pues, los Argivos.
(7) Diomedes: aunque originario de Etolia, la patria adoptiva de Diomedes fue Argos.
(8) Creo: monte de la Argólide.
(9) Fuentes de Argos. Amimone es hija de Dánao, rey mítico de Argos y fundador de su ciudadela. Según el escoliasta, Fisedea sería otra Danaide.
(10) Ínaco: río de Argos.
(11) Tespias, Haliarto, Coronea: ciudades de Beocia.
(12) Helicónide del caballo: Hipocrene o fuente del caballo, llamada así porque brotó en el lugar del monte Helicón, en Beocia, donde Pegaso (caballo volador) por orden de Poseidón, golpeó con uno de sus cascos para que la montaña, ensoberbecida por el triunfo de las Musas sobre las Piérides, dejara de hincharse y recobrase sus dimensiones ordinarias.
(13) Evérida: Tiresias era hijo de Everes y de la mencionada ninfa Cariclo.
(14) Cadmo: fundador mítico de Tebas, en Beocia. Hermano de Europa (princesa fenicia), esposo de Harmonía y padre de Autónoe, la madre de Acteón.
(15) Labdácidas: Lábdaco, nieto de Cadmo, fue, a su vez, abuelo de Edipo; a este último y a sus descendientes se refiere el poeta con el término “Labdácidas”.
(16) Inaquia: de Ínaco, dios río de la Argólide.
Los “Epigramas” son 63 pequeñas composiciones en las que ha conmemorado, lamentado y vivido los grandes y pequeños acontecimientos de una vida consagrada –como todas las vidas – al dolor y a la risa, al vértigo del triunfo y a la agonía de la decepción.
En ese cotidiano combate con el tiempo expresado en sus “Epigramas”, Calímaco ha de librar, por fuerza, continuas escaramuzas con el deseo y con la muerte: son los dos grandes signos del sistema calimaqueo.
Junto a ellos, el vino y las ofrendas a los dioses constituyen los otros dos vértices temáticos de la colección.
ALGUNOS EPIGRAMAS:
EPIGRAMA I
Un extranjero de Atarneo interrogaba de este modo a Pítaco de Mitilene (uno de los siete sabios de Grecia), hijo de Hirras: “Abuelo, me ha surgido un doble matrimonio.
La primera novia está a mi nivel en riqueza y linaje, y la segunda por encima. ¿Qué es mejor? Aconséjeme por favor, con cuál de las dos debo casarme”.
Y Pítaco alzó el bastón, instrumento senil, y respondió: “Mira, ésos te dirán cuanto precisas”. (Había unos muchachos que, golpeando sus rápidas peonzas, las hacían girar en una vasta encrucijada). “Sigue sus huellas”, dijo.
El hombre se acercó, y los niños dijeron: “mantén tu propia línea”. Oído esto, el extranjero prescindió de la novia de superior hacienda, comprendiendo el presagio de los niños. Y como él, que a la humilde llevó a su casa, así Dión, también tú “mantén tu propia línea”.
EPIGRAMA XXV
A Yónide ha jurado Calignoto que no tendría nunca otro amigo ni amiga mejor que ella. Lo ha jurado. Pero dicen verdad: los juramentos de amor no penetran los oídos de los inmortales. Ahora se abrasa en fuego por un joven, y de la desgraciada novia se acuerda menos que de los Megareos.(1)
(1) En la “Antología Palatina” XIV, 73 leemos la respuesta que el oráculo de Delfos pronunció ante los habitantes de Megara, curiosos de saber si había en toda Grecia una ciudad superior a la suya. La Pitia fue cruel: “Vosotros, oh Megareos, no sois ni los terceros ni los cuartos ni los duodécimos, ni entráis en cuenta ni en consideración”.
EPIGRAMA XXXI
Epicides, el cazador acecha en el monte a la liebre y rastrea las huellas del corzo en medio de la nieve y de la escarcha. Y si alguien le dice: “¡Aquí, una fiera abatida!”, no la recoge. Así es mi amor: persigue lo que huye y no se cuida de lo que está a su alcance.
EPIGRAMA XXXIII
Ártemis, esta estatua te ha consagrado aquí Filerátide.
Acepta el don, señora, y a ella protégela.
EPIGRAMA XLVI
¡Qué excelente conjuro descubrió Polifemo para el enamorado!
¡Por Gea que no es rústico el Ciclope! Las Musas debilitan el deseo, Filipo: contra todos los males Poesia es el fármaco apropiado. También el hambre –pienso – es un remedio contra el infortunio, y extirpa de raíz la enfermedad de amar a los adolescentes. Una vez bien curado, puedes decir al implacable Amor: “Arráncate las alas, muchachito. Ni pizca de temor sentimos ante ti, pues tenemos en casa los antídotos que hacen inofensivos tus ataques”.
EPIGRAMA LVIII
¿Quién eres, náufrago extranjero? Aquí, sobre la playa, Leóntico ha encontrado tu cadáver, y lo ha enterrado en esta tumba, deplorando su propia y azarosa existencia. Pues también él, como la gaviota, con inquietud recorre los mares.
EPIGRAMA LXIII
Así durmieras tú, Conopión, como a mí me obligas a dormir junto a este helado pórtico. Así duermas, oh tú, la más cruel, como haces dormir a quien te ama.
Ni siquiera entre sueños te ha salido al encuentro la piedad. Los vecinos se compadecen. Tú, ni siquiera en sueños. Pero el primer cabello blanco todo esto, al punto, habrá de recordarte. (1)
Notas:
(1) El tema son las quejas del amante –poeta ante la puerta cerrada de su amiga, en esta ocasión Conopión, una hetera. Al final, el epigrama deriva hacia el tema del “carpe diem” (disfruta del día) y del “collige, virgo, rosas” (recoge, joven, las rosas).
EPIGRAMA XIII
¿Es aquí donde Cáridas yace? “Aquí yace, si te refieres al hijo de Arimas el cireneo”.
Cáridas, ¿qué hay abajo? “Numerosa niebla”. ¿Y los regresos? “Un embuste”. ¿Plutón? “Fábula pura”.
¡Estoy perdido! “Estas son mis palabras verdaderas. Si quieres otras que te agraden más, sábete que en el Hades un buey grande cuesta un óbolo de Pela” (1).
Notas:
(1) En la ironía calimaquea, la única ventaja del Hades sobre el mundo de los vivos es que allí todo está muy barato.
EPIGRAMA XIV
¿Hay quién conozca bien el azar de mañana cuando a ti, Carmis, ayer aún vivo ante nuestros ojos, hoy te enterramos entre llantos? No, jamás Diofón, tu padre, ha visto nada tan horrible.
EPIGRAMA XV
Timónoe. Pero, ¿quién eres tú? Por los dioses que no te reconocería si el nombre de tu padre Timóteo no constase en la estela, y el de Metimna, tú ciudad. Estoy seguro de que un gran dolor de ausencia aflige a Eutimenes, tu esposo.
EPIGRAMA LI
Cuatro son ya las Gracias, pues a las tres antiguas ha venido a añadirse recientemente una: todavía está húmeda de esencias perfumadas: Berénice, feliz y brillante entre todas. Sin ella no son Gracias ya las Gracias. (1)
Notas.
(1) Parece Berénice II, la del Rizo, esposa de Ptolomeo III Evergetes, la destinataria de la pieza. Otros la identifican con Berénice I, esposa de Ptolomeo I Soter y madre de Ptolomeo II Filadelfo.
(Calímaco. Himnos, Epigramas y Fragmentos. Introducciones. Traducción y Notas de Luis Alberto de Cuenca y Prado Máximo Brioso Sánchez. Biblioteca Clásica Gredos. Edit. Gredos.)
Segovia, 12 de marzo del 2023
Juan Barquilla Cadenas.