LOS PARTOS: El mayor enemigo de Roma.
Los partos fueron un enemigo terrible para Roma, sobre todo con el “rey de reyes” Mitrídates con el que Roma sostuvo tres guerras muy importantes.
Para hacernos una idea de qué tipo de personaje era Mitrídates sólo hay que recordar las llamadas “vísperas asiáticas” del año 88 a. de C., en que Mitrídates VI, rey del Ponto, utilizó el descontento causado por los impuestos republicanos de Roma para dirigir la matanza de todos los ciudadanos romanos o itálicos que vivían en la península de Anatolia.
[Se enviaron órdenes secretas a todas las ciudades griegas de Anatolia con el fin de orquestar una masacre contra todos “los romanos e italianos que hubiera entre ellos, así como contra sus esposas, hijos y libertos de origen itálico”.
Los historiadores modernos han trazado los paralelismos obvios con el genocidio y la “limpieza étnica”. La cifra de romanos asesinados en Anatolia oscila entre 80.000 y las 150.000 personas.
Por muy terrible que resulte, la historia también destaca cuántos civiles debían haber seguido ya la estela de las legiones romanas para establecerse y ganarse la vida en estas posesiones orientales que ahora estaban bajo la influencia de Mitrídates.
Algunos quizá eran funcionarios, como recaudadores de impuestos; otros, antiguos soldados a los que se les había concedido tierras a cambio de su servicio, o comerciantes y empresarios.
Aquellos que llevaron a cabo las órdenes, concluye un historiador griego que escribió casi doscientos años después de los sucesos, podían haber estado motivados sólo en parte por el temor que les inspiraba Mitrídates.
También debieron cometer “tales atrocidades contra ellos […] por el odio que sentían hacia los romanos” (Apiano, “Sobre Mitrídates” 4, 22-23).
Muchos griegos que siguieron los hechos desde todas partes del Egeo compartían los mismos sentimientos.
A pesar de sus métodos salvajes, ¿podría ser Mitrídates la mejor opción, teniendo en cuenta las circunstancias actuales, para la aún preciada “libertad de los helenos”?
Algunos pensaron que valía la pena darle una oportunidad. Incluso Atenas, que tradicionalmente se había esforzado por mantener un vínculo cercano con Roma, cambió de bando.
Las represalias (por parte de Roma) fueron letales y no tardaron con llevarse a cabo.
Ahora le tocaba a Atenas sufrir como lo habían hecho Tebas y Corinto en conflictos anteriores.
El general romano Sila sitió la ciudad y su puerto, El Pireo. El asedio se prolongó hasta la primavera del 86 a. de C. Para entonces, algunos de los ciudadanos se habían visto reducidos al canibalismo.
Después de esto, los romanos tardaron veinte años en derrotar a Mitrídates.
En el año 224 d. de C. una nueva dinastía persa, la sasánida, subió al poder.
En cuestión de décadas se impuso al reino parto, el anterior enemigo de Roma en el este, y se recuperó gran parte de la antigua fuerza del imperio persa que una vez había amenazado a los griegos y que había sido conquistado por Alejandro.
En el 260 d. de C., el emperador Valeriano fue hecho prisionero, junto con gran parte de su ejército, mientras luchaba contra los persas.]
(Roderick Beaton. Los Griegos. Una historia global. Edit. Ático de los libros. Barcelona-Madrid 2024).
Como vemos, el enemigo de Roma, los partos, tuvo su continuidad en los persas de la dinastía sasánida, y esta lucha continuó hasta casi la desaparición del Imperio romano.
[El rey de los partos Mitrídates VI Eupator (más o menos 120 – 63 a. de C.) fue una de las figuras más importantes del antiguo Oriente helénico.
Por sus venas corrían, mezcladas, las sangres griegas y persa.
Desde los once años, cuando se produjo la muerte de su padre, temeroso de sus tutores y de la madre regente, Mitrídates, según el relato de la tradición, se mantuvo escondido durante siete años en las montañas, rodeado por un puñado de servidores que continuaron siéndole fieles.
La vida nómada y llena de peligros templó al joven en cuerpo y espíritu.
Cuando alcanzó los 18 años, derribó del trono e hizo asesinar a su regente y se convirtió en rey, no sólo de “iure”, sino también de “facto”.
Mitrídates suscitaba admiración en sus contemporáneos por la estatura gigantesca, la extraordinaria fuerza y el formidable apetito.
Jinete y arquero insuperable, hablaba 22 lenguas y dialectos de su heterogéneo reino, admiraba el arte griego y gustaba rodearse de pintores, historiadores, poetas y filósofos.
Pero su superficial educación griega no le impedía ser un tirano maquiavélicos y excepcionalmente cruel.
Después de haber probado en la juventud el amargo cáliz de los sufrimientos y las humillaciones, se habían desarrollado grandemente en Mitrídates la simulación y la hipocresía como formas de defensa.
Ni los vínculos de parentesco ni los servicios prestados en otro tiempo podían ser una garantía contra la terrible desconfianza del déspota.
Durante su largo reinado, Mitrídates había eliminado a casi todos los que le rodeaban y al término de su vida, en un momento de peligro mortal, quedó totalmente solo…
Mitrídates había ampliado los confines de su reino con la anexión del Bósforo, de la Cólquida (actual Georgia occidental) y de la pequeña Armenia.
Intervino en los asuntos de Capadocia (Turquía central), reinando de hecho sobre aquel vasto país.
Para garantizarse las espaldas frente a los persas, Mitrídates había dado a su hija como esposa al rey de la Gran Armenia, Tigranes, concertando también una alianza.
Por este motivo Mitrídates trató de convertirse en el representante de todas las fuerzas y sentimientos anti-romanos, no sólo en el Cercano Oriente, sino también en la península balcánica.
Los malos entendidos entre el rey del Ponto y los romanos empezaron ya en el primer decenio del siglo I a causa de la Plafagonia (área antigua del centro-norte de Anatolia, en la costa del mar Negro), cuya mitad oriental trataba de conquistar, de la Capadocia y de la Taurida (Quersoneso Táurico, nombre con que eran conocidos la península de Crimea y sus territorios adyacentes en la Antigüedad clásica).
Su objetivo era la creación de una gran monarquía en Oriente.
Fue uno de los últimos representantes de las tradiciones helenísticas, heredero político de Alejandro Magno, Antígono, Seleuco y Antíoco.
El obstáculo principal que encontró a lo largo de su camino fueron los romanos.
Por este motivo Mitrídates trató de convertirse en el representante de todas las fuerzas y sentimientos anti-romanos, no sólo en el Cercano Oriente, sino también en la península balcánica.
La reacción política impidió a Roma intervenir en la cuestión con la firmeza debida, y luego hubo la guerra con los aliados, que favoreció totalmente los intentos de Mitrídates.
Pero éste no supo aprovechar a tiempo la situación y sólo comenzó las operaciones en gran escala, cuando la rebelión ya había sido dominada casi por completo.
A comienzos de la primavera del año 88 a. de C., después de haberse asegurado el apoyo de Tigranes, puesto en contacto con la península balcánica y habiendo concertado una alianza con los piratas del mar Mediterráneo, Mitrídates invadió con un gran ejército los dominios romanos del Asia Menor.
La población local le saludó como libertador que les quitaba el odiado yugo extranjero, como “dios- salvador”, como “Nuevo Dionisio”.
Las pocas fuerzas romanas de las guarniciones no pudieron oponerle ninguna resistencia y las tropas de los reyes locales amigos de Roma, como Nicomedes de Bitinia, huyeron a la sola vista de las tropas del Ponto.
Algunas ciudades del Asia Menor entregaron encadenados a Mitrídates a los comandantes romanos que se encontraban en el lugar.
El ex-cónsul del 101 a. de C., Manio Aquilio, que fuera el pacificador de Sicilia, fue sometido a torturas inhumanas al caer en manos del rey del Ponto.
Mitrídates, decidido a atraer a su lado muchos estratos de la población, llevó adelante una política demagógica: liberó a los esclavos; declaró la remisión y la liquidación de un 50% de las deudas; eximió a los territorios conquistados por cinco años del pago de impuestos, etc.
Trasladó la capital de su reino a Pérgamo.
Capadocia, Frigia y Bitinia fueron transformadas en satrapías del reino del Ponto.
En el mar Egeo dominaba la flota de Mitrídates, en la que los piratas tenían un papel destacado.
En Delos muchos ítalos fueron masacrados. Sólo Rodas y la región sudoccidental del Asia Menor resistieron valerosamente.
Mitrídates no se limitó al Asia. Sus tropas aparecieron también en Europa.
Uno de sus hijos invadió Macedonia.
En Atenas tuvo lugar una rebelión democrática dirigida por un ex esclavo, maestro de filosofía epicúrea, Aristón, y se proclamó la secesión de Roma.
Los ricos huyeron de la ciudad. En el Pireo desembarcó uno de los mejores comandantes de Mitrídates, el griego Arquelao.
La mayoría de los pequeños Estados griegos siguió el ejemplo de Atenas.
De este modo la situación en la región oriental del Mediterráneo se volvió catastrófica, y los romanos aún no estaban en condiciones de tomar contramedidas, porque en la misma Roma estalló una nueva guerra civil.
Los cónsules del año 88 a. de C. fueron Sila y Quinto Pompeyo Rufo.
Uno de ellos debía conducir la guerra contra Mitrídates.
La suerte atribuyó esta tarea a Sila.
Aún no había éste logrado partir para Campania donde su ejército estaba sitiando Nola, cuando el tribuno de la plebe Publio Sulpicio Rufo, aristócrata y del partido de los “populares” por las ideas, excelente orador, presentó ante la Asamblea popular cuatro proposiciones:
- Distribuir a los nuevos ciudadanos ítalos en todas las tribus; conceder el mismo derecho a los libertos.
- Privar del título a los senadores que tuviesen deudas superiores a los 2.000 denarios.
- Permitir el regreso a la patria de todos los ciudadanos condenados al exilio por las comisiones judiciales.
- Quitar a Sila (“conservador”) el mando de la guerra contra Mitrídates y dárselo a Mario (“popular”).
El programa de Sulpicio Rufo, aunque sólo representaba el desarrollo posterior de la política conservadora demagógica de Druso el Joven, reunía en torno a él a todos los elementos descontentos y provocaba una resistencia decidida por parte del Senado.
Para aplazar la aprobación de las propuestas de Sulpicio, los cónsules, con el pretexto de festejos religiosos extraordinarios, declararon la suspensión de toda actividad (iustitium).
Entonces Sulpicio recurrió a la fuerza. El tribuno disponía de un escuadrón mercenario de 3.000 hombres armados de puñales y estaba siempre acompañado por 600 jóvenes del orden ecuestre que era llamado “antisenado”.
Sostenido por estas fuerzas, Sulpicio exigió de los cónsules la abolición de la suspensión.
Al ser esta propuesta rechazada, empezaron los desórdenes que llegaron a tales extremos (por ejemplo, el asesinato del hijo del cónsul Pompeyo Rufo), que el gobierno se vio obligado a ceder.
Se levantó la suspensión y las leyes fueron aprobadas.
Mientras tanto, Sila se había alejado de la ciudad, refugiándose entre sus tropas de Campania.
Cuando llegaron a Nola dos tribunos militares para conducir el ejército a manos de Mario, Sila reunió a los soldados, les relató todo lo sucedido en Roma y les hizo notar que Mario, como era lógico, llevaría a Oriente un nuevo ejército elegido entre sus veteranos.
Esto irritó a los soldados, en ningún modo dispuesto a ceder a otros la campaña oriental, que prometía un rico botín.
Los tribunos fueron muertos a pedradas y los soldados exigieron que Sila les guiase a Roma.
Todos los comandantes huyeron, menos un cuestor.
Sila, al frente de seis legiones (alrededor de 30.000 hombres), marchó hacia el norte.
Este fue el primer caso en la historia romana en que los soldados marcharon contra su ciudad natal.
Eran los primeros frutos de las simientes arrojadas por Mario; era el comienzo de una nueva etapa en las guerras civiles.
Las legiones rebeldes entraron en la ciudad.
La población las recibió arrojándoles piedras y ladrillos desde los techos.
Mario y Sulpicio trataron de organizar la resistencia en la misma ciudad, pero fueron vencidos.
Las tropas de Sila ocuparon Roma.
Sulpicio Rufo se dio a la fuga, pero en su camino fue capturado y muerto. Su cabeza fue llevada ante Sila y por su orden, expuesta en el Foro.
Mario logró salvarse con grandes dificultades. Después de varias peripecias, el anciano septuagenario llegó a África, donde encontró, junto con otros fugitivos, un refugio provisional.
Sila no pudo detenerse en Roma durante mucho tiempo: el peligro en Oriente se hacía cada vez más intenso y requería con urgencia su partida.
Pero era imposible dejar Roma en la situación indefinida en que se encontraba.
Por eso, Sila promovió algunas importantes reformas cuya finalidad era debilitar al partido democrático (“popular”) y restituir toda su autoridad al Senado.
Las leyes de Sulpicio fueron abolidas.
El Senado se completó con 300 nuevos miembros elegidos entre los partidarios de Sila (“conservador”).
Cada proposición presentada ante la Asamblea Popular debía obtener la aprobación preventiva del Senado: con esto se destruía la iniciativa legislativa de la plebe.
Finalmente se abolió la reforma de los “comicios centuriados” del año 241 a. de C. y se restableció el sistema electoral de Servio (Tulio).
Además, Sila se encontraba ante la necesidad de hacer que los cónsules del año 87 a. de C. fueran elegidos entre sus partidarios, para que el orden por él establecido se mantuviese hasta su regreso de Oriente.
Sin embargo, no tuvo en esto un éxito completo, a pesar de que en Roma existía prácticamente una situación de guerra.
Uno de los cónsules electos fue Cneo Octavio, optimate (“conservador”); el otro Lucio Cornelio Cinna, declaradamente democrático (“popular”).
Sila no tuvo otro remedio que “poner a mal tiempo buena cara” y declarar su satisfacción…¡ ante el hecho de que el pueblo, gracias a él, gozaba de libertad!
La guerra de Sila contra Mitrídates
La situación de Sila, después que hubo desembarcado en Egipto distaba mucho de ser brillante.
Casi toda Asia Menor, Grecia y una parte considerable de Macedonia se encontraban en manos de Mitrídates.
Su flota dominaba el mar Egeo.
Sila disponía de un máximo de 30.000 hombres, la flota romana estaba ausente y las arcas militares vacías.
En Italia la situación era extraordinariamente inestable y Sila no se hacía ilusiones al respecto.
Pero no había otra alternativa: era necesario terminar lo antes posible con Mitrídates y luego regresar a Italia para darle una paz definitiva al Estado.
Este era el único plan posible; con la decisión que le caracterizaba y con absoluto desprecio por el peligro, Sila comenzó su realización.
Mitrídates rechazó las propuestas que se le habían hecho para la paz, de retornar al “status quo ante bellum”.
Sila rechazó en Beocia a las tropas de Arquelao y del tirano ateniense Aristón, tras lo cual toda la Hélade, con excepción de Atenas y El Pireo, fue sometida.
Sila no logró conquistar Atenas, adonde habían huido Arquelao y Aristón, y se vio obligado a recurrir al sitio de la ciudad.
El sitio se prolongó durante todo el invierno del año 87-86 a.de C., porque las guarniciones de Atenas y del Pireo recibían por vía marítima refuerzos y víveres.
Para preparar las máquinas e implementos del sitio los romanos destruyeron los históricos bosques de la Academia y del Liceo.
Necesitado de dinero para continuar la guerra, Sila saqueó los santuarios más respetados de Grecia.
Atenas y el Pireo rechazaron heroicamente todos los asaltos. Pero Sila fue estrechando el bloqueo.
Para la primavera del 86 a. de C., en Atenas se terminaron los víveres.
El 1 de marzo los romanos lanzaron el ataque decisivo.
Atenas fue conquistada y sometida a un espantoso saqueo.
La misma suerte le tocó al Pireo que, evacuado por Arquelao, fue destruido por orden de Sila, quien de este modo quería privar a Mitrídates de un puerto importante en el mar Egeo.
Los jefes de la rebelión fueron ajusticiados. Pero por respeto al pasado de Atenas, la ciudad fue dejada libre y se le restituyeron también sus dominios, entre ellos la isla de Delos.
Después de la toma de Atenas, la situación de Sila no había en ningún modo mejorado: Mitrídates trasladó de Macedonia a Grecia fuerzas muy poderosas, que aparecieron en las Termópilas como antes. Síla no disponía de flota.
En Roma tuvo lugar una nueva agitación de los secuaces de Mario, como consecuencia de la cual Sila fue destituido, y se nombró comandante supremo del ejército oriental al cónsul democrático (“popular”) del año 86 a. de C., Lucio Valerio Flaco.
Sila fue salvado por su audacia, lindante con la temeridad, por la rapidez de acción y por la superioridad del ejército romano sobre las heterogéneas tropas de Mitrídates.
En marzo del 86 a. de C., Sila derrotó a Arquelao en Queronea, a pesar de la superioridad numérica del adversario.
Los restos del ejército asiático, junto con Arquelao, hueyeron a Eubea.
Mientras tanto, en el Epiro desembarcaba Valerio Flaco con dos legiones. En Tesalia se encontraron los dos ejércitos romanos y estuvieron durante un cierto tiempo inactivos, el uno frente al otro.
Flaco no se decidía a dar batalla porque sus tropas eran poco numerosas y poco seguras: en efecto, muchos soldados se pasaban del lado de Sila.
Finalmente Flaco se retiró hacia el norte para enfrentarse a Mitrídates en el Asia Menor, pasando por Macedonia y por Tracia.
Sila no le siguió, probablemente porque no deseaba, con una guerra civil, debilitar las fuerzas romanas frente al enemigo común.
En el otoño del 86 a. de C. Mitrídates concentró nuevamente en Eubea grandes fuerzas que fueron trasladadas a la Grecia central.
En Orcómenos, Beocia, tuvo lugar la segunda gran batalla de aquella guerra.
La infantería romana, atacada por la numerosa caballería enemiga, había empezado a retirarse.
Entonces, cuenta Plutarco que Sila, bajándose del caballo, tomó una bandera y comenzó a abrirse camino hacia el enemigo haciendo una brecha entre los fugitivos y gritando: “¡Romanos, yo moriré aquí de una hermosísima muerte! ¡Y vosotros, cuando os pregunten dónde habéis traicionado a vuestro comandante, no os olvidéis de decir: en Orcómenos!”.
Este gesto tuvo una gran influencia psicológica: la infantería estrechó filas, volvió al ataque y los romanos consiguieron una brillante victoria.
El ejército de Sila pasó en Tesalia el invierno 86 -85 a. de C.
Valerio Flaco, mientras tanto, había ocupado Bizancio y había pasado al Asia Menor.
Después del fracaso de Grecia, la posición de Mitrídates era débil en Asia Menor.
Los estratos poderosos de la población, que ya estaban desde el primer momento descontentos con la política demagógica de Mitrídates, pero que de grado o por la fuerza, debían soportarla, habían encontrado ahora la ocasión favorable.
Algunas ciudades se separaron.
Mitrídates recurrió a severas represiones y de “dios liberador” se transformó rápidamente en lo que en realidad era: un cruel déspota oriental.
Este hecho facilitó a los romanos el logro de sus propósitos.
En el ejército de Flaco las cosas no andaban muy bien. El cónsul no tenía ninguna autoridad: los soldados no le escuchaban y se entregaban al saqueo.
El legado de Flaco, Cayo Flavio Fimbria, hacía todo lo posible por excitar las pasiones de los soldados y orientarles contra su comandante.
Las cosas llegaron a tal punto que el ejército se rebeló y mató al cónsul. Fimbria tomó el mando.
A diferencia de Flaco, Fimbria era un hombre capaz y enérgico. Derrotó al ejército de Mitrídates en el Proponto (mar de Mármara) y le obligó a evacuar Pérgamo.
La situación del rey del Ponto se volvió desesperada. Más aún empeoró cuando en el Egeo apareció la flota de Sila, organizada por su cuestor L. Licinio Lúculo.
Hubo de pedir la paz al enemigo. ¿Pero con quién debía entablar las conversaciones: con Sila o con Fimbria?
Mitrídates las inició con ambos. Pero luego se decidió a continuarlas sólo con Sila, considerando que su situación era la segura.
Es lógico que en otras circunstancias Sila no habría aceptado nunca concertar una paz con Mitrídates: comprendía muy bien qué terrible enemigo era el que Roma tenía delante y no se hubiera detenido hasta destruir por completo al rey del Ponto y su reino.
Pero en esas circunstancias tenía una urgente necesidad de liberarse en Oriente para regresar a Italia, donde el terreno se la hundía bajo los pies.
Por este motivo, Sila propuso condiciones bastante blandas:
- Restitución por parte de Mitrídates de todas las conquistas hechas en Asia Menor desde el comienzo de la guerra.
- Pago de 3.000 (según otros 2.000) talentos.
- Entrega de 80 naves de guerra.
- Otras condiciones de menor importancia.
Mitrídates no aceptó de inmediato, pero ante la amenaza de Sila de invadir el Asia Menor se puso inmediatamente de acuerdo.
En agosto del año 85 a. de C., en Dárdano, sobre el Helesponto, hubo un encuentro personal entre Sila y Mitrídates, en el que se concluyó la paz.
Quedaba aún el ejército de Fimbria, que se encontraba en Pérgamo.
Las deserciones y los desórdenes aumentaban día a día. Cuando Sila se acercó, los soldados fueron pasándose en masa a sus filas.
Fimbria huyó a Pérgamo, donde se suicidó arrojándose sobre una espada.
Luego Sila se dedicó a restaurar el orden.
Todos los más importantes partidarios de Mitrídates caídos en manos de los romanos fueron ajusticiados. Sus medidas (remisión de las deudas, liberación de los esclavos, etc.) fueron abolidas.
Se obligó a los contribuyentes a pagar todos los impuestos atrasados que se habían acumulado durante la guerra.
Además, la provincia de Asia fue grabada con un enorme tributo de guerra de 20.000 talentos.
Las comunidades y Estados que habían permanecido fieles a Roma (Rodas, Licia, Magnesia, etc…) fueron generosamente recompensadas.
En el año 84 a. de C., Sila se trasladó desde el Asia Menor a Grecia, donde pasó el invierno preparándose para la guerra con Italia.
La desafortunada Grecia debió soportar por segunda vez una ocupación romana.
En la primavera del año 83 a. de C., Sila, con un ejército de 40.000 hombres, cargado de botín, desembarcó en Brindisi.
Empezaba para Italia una nueva guerra civil.
La tercera guerra con Mitrídates. Pompeyo en Oriente
La paz de Dárdano fue, de hecho, un armisticio. Así lo consideraron tanto los romanos como Mitrídates.
Ya en el año 83 a. de C. el sucesor de Sila en Oriente, Murena, con el pretexto de que el rey del Ponto se preparaba para una guerra con Capadocia, había iniciado operaciones militares contra él.
Mitrídates le había derrotado.
Luego, en e 82 a. de C., la intervención de Sila había restablecido la paz.
En el 75 a. de C., Nicomedes III, rey de Bitinia, siguiendo el ejemplo de Atalo III (rey de Pérgamo), había dejado su reino en herencia al pueblo romano.
Este hecho sirvió a Mitrídates como pretexto para una nueva guerra.
El momento resultaba favorable, ya que los romanos estaban empeñados en una difícil lucha con Sertorio.
Mitrídates, después de concertar una alianza con los jefes españoles y con los piratas, invadió Bitinia en el 74 a. de C.
Se enviaron contra él los cónsules del año 74 a. de C., Marco Aurelio Cota y Lucio Licinio Lúculo, uno de los hombres más ricos de Roma, que en el pasado había sido íntimo amigo de Sila.
Las operaciones principales contra Mitrídates fueron conducidos por Lúculo, que se comportó brillantemente. Conquistó la Bitinia y el Ponto y cuando el rey enemigo se refugió junto a su yerno Tigranes, marchó sobre Armenia.
Por esta época, Tigranes había ampliado considerablemente sus posesiones y se había convertido en uno de los soberanos más poderosos de Asia Menor.
Había sometido a los restos de la monarquía de los Seléucidas, conquistando una parte de Cilicia y la Siria meridional hasta los límites de Egipto.
Su poderío justificaba el antiguo título oriental con que se había investido, de “rey de los reyes”.
Aunque Tigranes no apoyaba a su suegro en su tercera guerra contra Roma, se negó a traicionarle.
De modo que Lúculo, después de invadir Armenia, marchó de inmediato contra Tigranocerta, la capital (situada sobre un afluente del Tigris), y la sitió.
Tigranes, que acudió en su ayuda con un gran ejército, fue derrotado (otoñó del 69 a. de C.); los romanos ocuparon Tigranocerta.
Como consecuencia de estas acciones, Siria fue liberada, restituyéndola nuevamente a uno de los Seléucidas.
Tigranes y Mitrídates huyeron a la anatigua capital armenia, Artaxata (sobre el río Araxes).
En el año 68 a. de C. Lúculo decidió seguirles, pero no estuvo en condiciones de poner en práctica sus planes para culpa de un fuerte descontento surgido contra él, tanto en Roma como entre sus tropas.
Los soldados se quejaban por las dificultades de una marcha en un país montañoso y de la dura disciplina que se les imponía.
Los “caballeros” le eran hostiles porque Lúculo, como óptimo administrador y hombre de orden, había defraudado sus ambiciones de rapiña sobre Asia.
Finalmente, en Roma los demócratas (“populares”) le eran enemigos, porque veían en él a un optimate (“conservador”) partidario de Sila, que había regresado al poder tras los acontecimientos del 70 a. de C.
De modo que la situación de Lúculo se hizo cada vez más difícil. La disciplina de sus tropas decaía; los soldados exigían regresar a la patria y poco faltó para que se amotinaran.
En el año 67 a. de C. llegó de Roma para sustituirle el cónsul demócrata (“popular”) Manio Acilio Glabrión.
Inmediatamente, Mitrídates se aprovechó de la situación que se había vuelto favorable para él y, pasando al ataque, reconquistó el Ponto, la Capadocia y amenazó la provincia de Asia.
A principios del año 66 a. de C., el tribuno de la plebe Cayo Manilio propuso investir a Pompeyo del mando supremo en Oriente (imperium maius) sometiendo a sus órdenes a todos los demás y concediéndole el derecho de declarar la guerra y concertar la paz.
A pesar de la resistencia del Senado, la propuesta fue aceptada por la Asamblea popular (lex Manilia).
Pompeyo, que acababa de terminar la guerra con los piratas y se encontraba en Cilicia, reunió los restos de las tropas de Lúculo. (Glabrión se encontraba inactivo en la provincia de Asia) y antes de iniciar ninguna operación militar entabló conversaciones con Mitrídates, que no dieron ningún resultado porque el comandante romano exigía la rendición sin condiciones.
Paralelamente, Pompeyo trataba con los partos, con el propósito de comprometer a Tigranes y no permitirle que ayudara a Mitrídates.
El rey de los partos prometió finalmente atacar a Armenia a cambio de algunas concesiones territoriales en Mesopotamia.
Mitrídates esperaba a Pompeyo en la región oriental de su reino. Fuertemente presionado por los romanos, pronto se vio forzado a retirarse. Pero al ser alcanzado por Pompeyo en Armenia, sobre el curso superior del Eufrates, fue derrotado en una batalla nocturna.
Mitrídates se refugió con algunos compañeros junto a Tigranes, que no quiso admitirle: el rey de los partos, manteniendo la promesa hecha a Pompeyo, había invadido Armenia y en estas circunstancias Tigranes no estaba dispuesto a enemistarse con los romanos.
Mitrídates se retiró a la Cólquide (costa oriental del mar Negro), donde pasó el invierno 66 -65 a. de C., y luego, con grandes dificultades, recorrió la costa oriental del Ponto, pasando al ex reino del Bósforo (65 a. de C.), donde su hijo Majar se había adueñado del poder rebelándose contra su padre y concluyendo una alianza con los romanos.
Mitrídates le depuso y le obligó a suicidarse.
Una vez más el rey trató de entablar conversaciones con Pompeyo y, una vez más, éstas fallaron, porque Pompeyo continuaba exigiendo la rendición personal de Mitrídates.
Entonces, el infatigable anciano, que ya había alcanzado los 70 años de edad, empezó a dedicarse a la preparación de un grandioso plan.
Su intención era reunir las tribus bárbaras de las costas septentrionales del mar Negro y del Danubio e invadir con ellas Italia.
Con tal fin organizó un ejército de 36.000 hombres, compuesto en parte por esclavos escitas y una flota de guerra.
Pero este plan, que Mitrídates quería realizar apoyándose sobre todo en los bárbaros, provocó un fuerte descontento entre la población griega del Bósforo, descontento que se transformó en indignación cuando Mitrídates empezó a arrancar a sus súbditos los recursos para la expedición aplicando medidas de extrema violencia.
Fanagoria (en la península de Crimea) se rebeló. Su ejemplo fue seguido por Quersoneso, Teodosia y otras ciudades del reino del Bósforo.
El rey, desesperado y rabioso, se arrojó sobre sus familiares con sorprendente crueldad.
Entonces, su hijo predilecto Farnaces, se puso a la cabeza de los rebeldes; el ejército y la flota pasaron de su lado; Panticapea, la capital del reino, le abrió las puertas y Mitrídates quedó sitiado en su palacio.
Viendo que todo estaba perdido, el rey obligó primero a sus esposas e hijas a envenenarse y luego ingirió él mismo veneno.
Como la robustez de su cuerpo hacía que el veneno actuara muy lentamente (se dice que en su juventud había acostumbrado su físico a los venenos), recurrió a un esclavo para que le diese muerte (63 a. de C.).
Roma comenzó a respirar con más tranquilidad después de la muerte de uno de sus más terribles enemigos.
Mientras en Tauridia sucedían estos hechos, Pompeyo había llegado a Artaxata, obligando a Tigranes a reconocerse vasallo de Roma y a renunciar a todas sus conquistas.
Luego las legiones romanas habían invadido Iberia (al NE de Asia Menor, en la zona comprendida entre el Cáucaso y el río Araxes) y Albania (Azerbeijan), combatiendo contra las tribus montañesas aliadas de Mitrídates y Tigranes. Pero las enormes dificultades de la guerra en montaña obligaron a Pompeyo a interrumpir la expedición, contentándose con la sumisión formal de las tribus transcaucásicas.
Luego había regresado al Ponto llevando a feliz término su sumisión (64 a. de C.).
El Ponto y Bitinia fueron transformadas en una única provincia romana.
A Farnaces, como premio de la traición a su padre, se le dejó el reino del Bósforo.
Al año siguiente Pompeyo se dirigió a Siria.
Allí reinaba la más completa anarquía, porque el último de los Seléucidas, a quien Lúculo había devuelto el trono, no tenía ninguna autoridad.
Pompeyo no reconoció los actos de Lúculo y consideró a Siria como una posesión de Tigranes, que por derecho de guerra correspondía a los romanos.
Sobre esta “base jurídica” transformó también a Siria en provincia romana (año 63 a. de C.).
De pasada, Pompeyo intervino también en los asuntos de Judea, donde dos pretendientes de la dinastía de los Macabeos, los hermanos Hircano y Aristóbulo, luchaban por el poder.
El primero se apoyaba en el partido de los “fariseos”, representante de los intereses del clero y que tenía como finalidad la creación de una comunidad eclesiástica, independiente de la autoridad laica. En religión los “fariseos” sostenían una ortodoxia dogmática y un culto minucioso puramente formal. Gozaban de un cierto apoyo entre las masas populares.
Aristóbulo era sostenido por los “saduceos”, partido de los representantes del capital comercial, de los intelectuales helenizados, de los círculos militares, tendiente al fortalecimiento de un estado laico. En religión los “saduceos” eran considerados librepensadores y heréticos, porque rechazaban algunos aspectos de la doctrina tradicional.
Desde el punto de vista de los intereses romanos, lo lógico era sostener a los “fariseos”. Por eso, Pompeyo intervino a favor de Hircano.
Aristóbulo se rindió a los romanos y Jerusalén les abrió sus puertas; pero una parte de los sostenedores de Aristóbulo rehusó someterse.
Después de haberse apoderado del templo de Jerusalén, los “saduceos” sostuvieron un sitio de tres meses, hasta que finalmente, durante un descanso sabático, los romanos irrumpieron en el templo.
Pompeyo penetró en el “sancta sanctorum”, donde sólo el gran sacerdote podía entrar una vez al año.
Los tesoros del templo fueron tomados por los vencedores.
Judea entró a formar parte de la provincia de Siria, conservando una cierta autonomía bajo el gobierno de Hircano, convertido en gran sacerdote de Jerusalén.
En Asia Menor, Pompeyo restauró o creó “ex novo” una serie de principados independientes bajo la alta soberanía de Roma (Capadocia, Paflagonia, Galacia).
En todas partes se comportó como representante plenipotenciario del pueblo romano.
A finales del año 62 a. de C., después de haber arreglado las cuestiones del Oriente, Pompeyo desembarcó con sus tropas en Brindisi.
Según lo decidido en Luca, Etruria septentrional, el año 56 a. de C., por los “triunviros”, César, Pompeyo y Craso, Pompeyo y Craso obtuvieron el consulado para el año 55 a. de C.
Pompeyo no fue a España sino que se quedó en Roma y gobernó las provincias por medio de sus lugartenientes.
Craso, en cambio, se dirigió a Siria, donde emprendió una guerra contra los partos, aunque éstos no habían dado ningún motivo para provocar tan grave actitud por parte de los romanos.
Pero el hecho es que Craso soñaba con emular la gloria militar de César y Pompeyo y aumentar aún más sus inmensas riquezas.
El primer año de guerra transcurrió felizmente para los romanos.
Craso pasó el Eufrates y conquistó algunas fortalezas de la Mesopotamia.
Pero en el año 53 a. de C. se delineó la catástrofe.
Craso había entrado demasiado profundamente en las áridas llanuras de la Mesopotamia septentrional, siguiendo a la caballería enemiga que, por su parte, trataba de atraer a los romanos lo más lejos posible de sus bases.
A poca distancia de la ciudad de Carra, Craso se enfrentó con el grueso del ejército de los partos, compuesto por su magnífica caballería (verano del año 53 a. de C.).
Las cualidades bélicas de la infantería romana no fueron suficientes para resistir a los jinetes partos, protegidos, igual que sus caballos, por corazas, y a la caballería ligera que les hostigaba de lejos con una lluvia de flechas.
La vanguardia romana, comandada por el hijo de Craso, fue destruida por completo.
El propio joven Craso, junto con los principales comandantes, se mató para no caer prisionero.
Inmediatamente después los partos atacaron al grueso del ejército romano, que tuvo grandes pérdidas pero logró refugiarse en la ciudad de Carra.
No pudiendo resistir por mucho tiempo, dada la falta de abastecimiento, los restos del ejército romano empezaron a retirarse hacia Armenia, y cuando ya se creían fuera de peligro, fueron alcanzados nuevamente por el enemigo.
Los soldados romanos, desmoralizados, obligaron a Craso a emprender conversaciones de paz con el enemigo.
Durante las deliberaciones Craso y su estado mayor fueron muertos.
Casi todo el ejército de Craso, que al principio de la ofensiva contaba con más de 40.000 hombres, fue destruido o hecho prisionero.
Sólo un escuadrón de jinetes al mando del cuestor Cayo Casio Longino y algunos grupos de desbandados lograron volver a pasar el Eufrates.
La batalla de Carra produjo una enorme impresión tanto en Roma como en Oriente.
La opinión pública romana fue profundamente sacudida por el hecho de que las águilas de las legiones hubieran caído en manos de los partos y que miles de prisioneros romanos languidecieran en trabajos forzados en los lejanos oasis orientales.
En Oriente la derrota de los romanos hizo renacer esperanzas de liberación.
En Judea, el pueblo indignado porque Pompeyo había saqueado el templo de Jerusalén, se rebeló.
Los partos se apoderaron de nuevo de la Mesopotamia y en el año 51 a. de C. pasaron el Eufrates.
Sin embargo, el enérgico Cayo Casio (Longino) sofocó la rebelión en Judea y organizó la defensa de Siria: los partos no pudieron conquistar Antioquía y en el camino de regreso fueron derrotados. Luego, a causa de las discrepancias surgidas dentro del grupo dirigente, los partos evacuaron Siria.
La muerte de Craso significó el fin del “triunvirato”.
Tras la batalla de Farsalia y la huida de Pompeyo a Egipto, donde fue asesinado, César pasó en Egipto alrededor de siete meses.
Entretanto, los partidarios de Pompeyo se iban reforzando considerablemente.
La situación en Roma, en Italia y en las provincias orientales se hacía cada vez más alarmante. Era necesario que César se apurara si no quería perder los frutos de su victoria sobre Pompeyo.
El enemigo más cercano era Farnaces, hijo de Mitrídates, que había iniciado una acción bélica ya antes de la batalla de Farsalia, ocupando (tal vez con aquiescencia de Pompeyo) Sínopes, capital del antiguo reino del Ponto.
Durante “la guerra alejandrina” se había apoderado luego de Armenia occidental y había atacado a Capadocia.
El lugarteniente de César en Asia, Cneo Domicio Calvino, había sido derrotado por él.
A continuación, Farnaces ocupó también Bitinia.
Después de haber dejado Egipto y de haber arreglado los asuntos de Siria, César marchó personalmente contra Farnaces.
El 2 de agosto del año 47 a. de C., en los alrededores de Zela, en Asia Menor, Farnaces fue derrotado y obligado a huir del Ponto.
La campaña apenas si duró cinco días. César escribía a un amigo en Roma: “Veni, vidi, vici” (llegué, vi y vencí).
César no introdujo cambios sustanciales en Oriente, dejando en línea generales la misma situación que existía bajo Pompeyo.
Naturalmente, sus aliados fueron premiados con generosidad.
De cualquier modo, César no tenía mucho tiempo para perder en la reorganización de los asuntos orientales: problemas más importantes requerían insistentemente su presencia en Roma.
Poco tiempo antes de su muerte, César empezó a prepararse para una expedición contra los partos: en la península balcánica se concentraron enormes fuerzas: 16 legiones de infantería y 10.000 jinetes.
En relación con esto, empezaron a circular rumores que afirmaban que en los “libros sibilinos” estaba escrito que sólo un rey podía vencer a los partos.
Esto apresuró la formación del complot para matar a César.
Después del acuerdo de Tarento, M. Antonio, de regreso en Oriente, había reanudado sus relaciones con Cleopatra (reina de Egipto), llamándola a su lado en Antioquía. Aquí había celebrado oficialmente su matrimonio con la reina, sin separarse todavía de su esposa Octavia (la hermana de Octavio Augusto). Pero cuando su esposa romana llegó a Atenas en camino de reunírsele, él le ordenó por carta no proseguir su viaje, lo que de hecho significaba el divorcio.
No es fácil establecer la índole de las relaciones entre Antonio y Cleopatra y decir dónde terminaban los sentimientos personales para dar paso a cálculos de índole política.
La reina egipcia, indudablemente, quería aprovechar al poderoso jefe romano para sus propios fines: restaurar el reino de los Tolomeos con la grandeza y esplendor de otro tiempo y tal vez también para crear una potencia helénica más vasta, con Egipto a la cabeza.
Antonio necesitaba la alianza con la reina para la proyectada expedición contra los partos y también para luchar luego contra Octaviano.
En el año 36 a. de C. Antonio inició la guerra contra los partos.
Ésta tenía una finalidad puramente política, ya que en ese tiempo los partos no representaban ningún peligro para Roma.
La expedición oriental debía aparecer como la realización de los planes de César y cubrir a Antonio de gloria.
Pero la expedición terminó con un fracaso.
Antonio había atravesado Armenia con la intención de tomar a los partos por sorpresa, pero, al encontrar una fuerte resistencia en el sitio de una ciudad, se vio forzado a volver sobre sus propios pasos.
La difícil retirada puso en evidencia las brillantes dotes militares de Antonio, pero costó graves pérdidas.
En los años siguientes Antonio combatió en Armenia y tomó prisionero al rey de esa región, a quien acusó de haber sido el causante del fracaso de la expedición contra los partos.
Con motivo de esta victoria, Antonio festejó el “triunfo” en Alejandría.
Luego se preparaba para una nueva expedición contra los partos, expedición que sin embargo no realizó por la ruptura que se produjo con Octaviano.
La situación en Oriente después de la muerte de Octaviano era muy compleja.
Desde los tiempos de Tiberio el problema armenio permanecía sin solución.
Su mayor dificultad consistía en el hecho de que en él se interesaba también los partos, que mantenían en Armenia a sus propios protegidos.
Cneo Domicio Corbulón, en parte por medios diplomáticos, en parte por la fuerza de las armas, había actuado en Oriente con un gran éxito: como resultado de algunas campañas (en el año 58 a. de C. y en el 59 a.de C. las tropas romanas habían conquistado ambas capitales de Armenia: Artaxata y Tigranocerta) y de largos tratados de paz, Tirídates, hermano del rey armenio, y protegido de los partos, había renunciado a sus pretensiones formales sobre Armenia, aceptando ponerse bajo la protección de los romanos y recibir la corona armenia de manos de Nerón.
Con este fin se había presentado personalmente en Roma, donde fue solemnemente coronado.
De este modo, el problema de los armenios y de los partos había sido resuelto satisfactoriamente para Roma.
El mérito le correspondía sobre todo a Corbulón.
Pero Nerón, temiendo la popularidad de este eminente general, le llamó en el año 67 a. de C. a Grecia, donde se encontraba él, y le había condenado a muerte.
Con el emperador Trajano la política exterior abandonó las tradiciones del primer Imperio y trató en cambio de renovar las tendencias de conquista de la República.
Si alguna de las guerras que él llevó a cabo tuvo un carácter “preventivo” y la finalidad de asegurar las fronteras, en conjunto (y en lo esencial) su política exterior tendía a la conquista.
Así la conquista de la Dacia (Rumanía).
La conquista de la Dacia reforzó la expansión romana en el mar Negro; la costa septentrional del Ponto se encontró en la esfera de influencia romana.
Continuando la política de sus predecesores, Trajano consolidó de nuevo el alto poder de Roma sobre el reino del Bósforo.
Trajano transportó definitivamente el centro de gravedad de la política exterior romana de Occidente a Oriente, cosa perfectamente lógica si se considera que en Occidente el Imperio había llegado a sus límites naturales –en el océano Atlántico -, mientras que en Oriente quedaban vastas regiones de antigua civilización aún no sometidas.
Paralelamente a la segunda guerra dacia, las tropas romanas conquistaron el reino nabateo en la Arabia noroccidental.
Se trataba de una región de gran importancia para el comercio oriental, porque por ella pasaban todas las rutas de caravanas que llevaban de Arabia y del mar Rojo a la costa palestinense.
El territorio conquistado formó la nueva provincia árabe.
A finales de su reinado, Trajano llevó a término sus más importantes conquistas orientales.
El pretexto le fue dado por los asuntos armenios.
Desde hacía ya tiempo, Armenia constituía “la manzana de la discordia” entre Roma y los partos.
El rey de los partos, Osroes, había puesto en el trono armenio a un sobrino suyo, contra el deseo de Trajano que tenía preparado otro candidato. Esto había originado una lucha intestina tanto en Armenia como entre los partos.
Trajano aprovechó enseguida para intervenir.
En el año 114 d. de C., un ejército romano, apoyado por “tropas auxiliares” provistas por los pueblos del Cáucaso, ocupó Armenia.
Trajano a depuso al favorito de los partos y declaró a Armenia provincia romana.
En el año 115 d. de C. inició la invasión de Mesopotamia noroccidental, donde los reyezuelos locales, vasallos del rey de los partos, no opusieron casi ninguna resistencia, mientras Osroes estaba ocupado en la región oriental del reino y no podía ayudarles de ningún modo.
Trajano pasó el invierno del año 115-116 d. de C. en Antioquía, destruida en diciembre del 115 por un espantoso terremoto.
En el Eufrates se construyó una gran flota y a comienzos de la primavera, las tropas romanas marcharon en dos columnas a lo largo de los cursos de ambos ríos. Probablemente la vinculación se mantenía por medio del antiguo canal entre el Eufrates y el Tigris, reacondicionado por Trajano.
Las dos columnas se reunieron para el asalto a la capital de los partos, Ctesifonte, situada sobre el Tigris.
Osroes huyó y la flota romana bajó hasta los alrededores del Golfo Pérsico (año 116 d. de C.).
Trajano comenzó a estudiar planes para una expedición a la India.
Mientras tanto Osroes, después de haber arreglado las cosas en Oriente, había pasado a la contraofensiva.
Paralelamente, en la retaguardia romana estalló una revuelta, preparada por agentes del rey parto.
La revuelta no se limitó a la Mesopotamia, sino que se extendió entre los hebreos de Palestina, de Chipre, de Cirenaica y de Egipto. Estaba acompañada por masacres en masa de la población griega y romana.
Trajano fue obligado a interrumpir la ofensiva y a emplear grandes fuerzas para dominar a los rebeldes.
El movimiento fue sofocado en todas partes menos en Palestina, donde sólo cesó con Adriano.
La represión de la revuelta se complementó con crueles persecuciones de hebreos por parte de la población no hebrea.
Estos hechos obligaron a Trajano a renunciar a la conquista definitiva del reino de los partos.
Se limitó a coronar rey en Ctesifonte a un favorito suyo, mientras la Mesopotamia nor-occidental y la Asiria eran declaradas provincias romanas (117 d. de C.).
Inmediatamente después el emperador se vio atacado de parálisis.
Mientras era transportado a Roma, murió en Cilicia en el verano del 117 d. de C.
Adriano, sucesor de Trajano, empezó su reinado concertando en Antioquía, antes de dirigirse a Roma, la paz con Osroes.
Fue un acto de excepcional importancia, impuesto por el convencimiento de que las conquistas orientales de Trajano, aunque hubieran podido mantenerse, habrían costado sacrificios excesivos.
Para llevar adelante la guerra con los partos, Trajano había desguarnecido las otras fronteras hasta tal punto, que en Dacia, sobre el Danubio, en Britania y en Mauritania, podían deshacerse al primer golpe.
La guerra con Osroes había empezado a desarrollarse en el año 116 d. de C.
La población de la Mesopotamia demostraba claramente su propia enemistad hacia los romanos.
La nueva frontera extendida más allá del Eufrates, era mucho más vulnerable que la antigua, que seguía el curso del río.
Probablemente todas estas consideraciones ya las había hecho Trajano cuando en el año 117 d. de C. había renunciado a nuevas conquistas. Adriano sólo sacó de ellas las lógicas consecuencias.
También en las otras fronteras Adriano renunció a grandes operaciones ofensivas, limitándose sólo a la defensa.
Con él la defensa del Imperio fue llevada al máximo límite de perfección posible en la época.
Con Marco Aurelio los movimientos que se venían notando en las provincias orientales eran aún más peligrosos.
En los últimos años del reinado de Antonino se había iniciado una guerra contra los partos a causa de Armenia.
Las tropas romanas habían sido derrotadas en Armenia y los partos habían penetrado en Siria.
En el año 162 d. de C. Marco Aurelio envió contra estos últimos tropas frescas al mando de Lucio Vero; éste personalmente no tomó parte en las operaciones, pero sus generales Avidio Casio y Estacio Prisco lograron desalojar a los partos de Siria, recuperar Armenia y, en el año 165 d. de C., también la Mesopotamia.
Justamente entonces empezó en Oriente la carestía y estallaron epidemias de peste, lo que hizo imposible la continuación de las operaciones militares.
Con los partos se concluyó una paz, en base a la cual los romanos sólo conservaban una parte de los territorios conquistados.
El ejército regresó a su patria; los emperadores celebraron el triunfo, asumiendo los títulos de “Pártico”, “Armenio” y “Máximo”, pero la situación del Imperio empeoró sensiblemente.
Las tropas que regresaron de la guerra habían traído consigo la peste, que se difundió en todo el Imperio y que durante algunos años continuó haciendo estragos en Italia y en las provincias occidentales.
En el año 174 -175 d. de C. se inició una gran rebelión de campesinos en Egipto. Los rebeldes derrotaron a las guarniciones romanas y casi llegaron a ocupar Alejandría; sólo Avidio Casio, que acudió desde Siria, logró salvar la situación.
También en Galia había una cierta agitación y España era continuamente objeto de incursiones por parte de los mauritanos, provenientes de África.
El peligro mayor era, sin embargo, el que se presentaba en los límites del Danubio, donde ya desde la guerra contra los partos se había iniciado una encarnizada lucha con las tribus germanas y sarmáticas de los marcomanos, cuados, etc., pueblos que vivían en el norte del Danubio. En el año 167 d. de C. habían pasado el límite, penetrando en el territorio del Imperio y saqueando las zonas fronterizas. El Imperio, abocado en ese momento a dificultades financieras y castigado por la peste, no tenía fuerza para detenerlos, y fue así que algunos escuadrones de vanguardia de los bárbaros llegaron hasta el norte de Italia.
Se hizo imprescindible movilizar a todas las fuerzas del Estado; se reclutaron para el ejército incluso esclavos y gladiadores. Marco Aurelio sacrificó a las necesidades de la guerra sus propias alhajas.
Después de muchas dificultades, los barbaros fueron finalmente arrojados a la frontera, después de lo cual las tropas romanas, bajo la guía personal de ambos emperadores (Lucio Vero murió al comienzo de la guerra), pasaron a la ofensiva.
La guerra fue de lo más encarnizada; más de una vez los bárbaros derrotaron a los romanos, renovando sus incursiones a Italia.
Sin embargo, el Estado romano demostró tener todavía fuerzas suficientes para ahuyentar el peligro.
Alrededor del 175 d. de C., los marcomanos y los cuados se vieron obligados a someterse.
Los romanos les concedieron una estrecha faja de tierra a lo largo de la frontera y ellos se comprometieron en cambio a proporcionar a Roma tropas auxiliares.
Una parte de los prisioneros fue trasladada al territorio romano en calidad de “colonos militares”: estaban obligados a trabajar la tierra y al mismo tiempo a servir en las tropas romanas.
Esta medida era, en virtud de la disminución y el empobrecimiento de la población, uno de los recursos para aumentar la eficiencia de la defensa del Imperio, y a ella recurrieron más de una vez también los sucesores de Marco Aurelio; pero resultó en el futuro una de las causas de la “barbarización” del Imperio y de la decadencia de su fuerza militar.
La guerra en el Danubio no terminó por completo, como quería el emperador, porque las noticias sobre hechos alarmantes en Oriente le obligaron a apresurarse a hacer la paz.
El gobernador de Siria, Avidio Casio, al haberse difundido la noticia de que Marco Aurelio había muerto, se proclamó emperador.
Varias provincias orientales le habían reconocido. Pero aun antes de que Marco Aurelio llegara a Oriente, el usurpador fue muerto, después de tres meses de gobierno por sus propios partidarios (175 d. de C.).
Al año siguiente el emperador regresó a Roma, pero en el 178 d. de C. fue obligado de nuevo a dirigirse al Danubio, donde los marcomanos y los cuados se habían vuelto a rebelar.
Esta vez la guerra tuvo para Roma un mayor éxito; pero antes de que terminara, el emperador murió en Vindobona (Viena) en marzo del 180 d. de C.
La política exterior de Caracalla en parte se fijó el objetivo de consolidar las fronteras (y en este sentido no defraudó las antiguas tradiciones), en parte trató de dar de vivir a los soldados.
Dos veces combatió Caracalla sobre el Danubio, pero sin obtener resultados; luego marchó contra los partos, soñando con las empresas de Alejandro de Macedonia.
Durante su permanencia en Oriente, aprendió la ocasión para vengarse de los alejandrinos, que en su momento se habían mostrado partidarios de (su hermano) Geta.
En el 215 d. de C. Alejandría fue entregada al saqueo de los soldados.
La guerra contra los partos se prolongó por mucho tiempo y no fue precisamente gloriosa para las armas romanas; el ejército no estaba preparado para ella.
Por esto se produjo el descontento, agudizándose aún más por la crueldad de Caracalla.
Se organizó un complot dirigido por el prefecto pretoriano Marco Opelio Macrino, mauritano de origen.
En abril del 217 d. de C. Caracalla fue muerto y después de tres días Macrino fue proclamado emperador. El ejército y Roma le reconocieron.
Julia Domna (madre de Caracalla) se suicidó.
Macrino, como prefecto de los pretorianos, gozaba de gran popularidad; pero al convertirse en emperador no supo superar las dificultades vinculadas a su alto cargo.
El ejército, viciado por los Severos, esperaba nuevas regalías, pero Macrino no sabía a dónde recurrir y se vio incluso obligado a reducir los sueldos.
La guerra contra los partos anduvo mal y terminó vergonzosamente con la compra de la paz a precio de oro.
En el ejército se produjeron motines y se empezó a buscar un nuevo emperador.
Con Alejandro Severo, en Oriente, en el Irán, se producían hechos de graves consecuencias para los romanos.
En el Estado de los Partos había estallado una revuelta; la dinastía reinante de los Arsácidas, debilitada por continuas discordias, había sido depuesta por Artajerjes (Ardashir), gobernador de Persia, y el Irán había sido unido bajo el poder de los Sasánidas, nueva dinastía puramente persa.
Los elementos persas obtuvieron así la delantera en Oriente.
El movimiento había tenido como pretexto la restauración de la antigua religión del Irán, la de Zaratustra, y de la antigua monarquía persa de los Aqueménidas, destruida en el pasado por Alejandro de Macedonia.
Los nuevos gobernantes de Irán tenían la intención de expulsar a los romanos de Oriente.
Hacia el 230 d. de C. las tropas persas invadieron Siria y Capadocia, destruyendo las guarniciones romanas.
El peligro era tan grande, que Julia Mamea decidió ir con su hijo Alejandro Severo a Oriente.
En las provincias danubianas se reunió un gran ejército romano que fue trasladado a Antioquía.
En Siria la situación era alarmante no sólo por la amenaza persa, sino también porque en Emesa había aparecido un tal Uranio Antonino que se hizo proclamar emperador. Eliminado Uranio, las tropas de Egipto proclamaron emperador a un nuevo usurpador, de nombre Taurino. También éste fue vencido, pero todos estos hechos fueron como una amenazadora profecía para la dinastía de los Severos.
El mando romano elaboró un complicado plan ofensivo contra los persas.
Las tropas fueron divididas en tres ejércitos: septentrional, meridional y central.
La primera debía moverse desde Capadocia, a través de Armenia, a la Media; la segunda, yendo en dirección sur-este, tendría la misión de apoderarse de Babilonia; la tercera, al mando personal del emperador, debía cortar la Mesopotamia.
Los tres ejércitos se reunirían finalmente al otro lado del Tigris.
Las operaciones tuvieron mayor éxito en la dirección norte, donde los persas evacuaron Armenia.
En cambio el ejército central se movía muy lentamente a causa de la presencia del emperador y de Julia Mamea, que impedían sus desplazamientos.
La madre, muy afectuosa, temía por su hijo, y prefería que la guerra la terminasen otros.
Por fin, con el pretexto de una enfermedad del emperador, a quien se dijo no le sentaba el aire de Mesopotamia, la corte se quedó en la retaguardia y el ejército tuvo la posibilidad de moverse con mayor rapidez.
Pero aún antes de que pudiese alcanzar el Tigris, fue atacado por numerosas fuerzas persas.
Los romanos, tomados por sorpresa como fácil blanco para los magníficos arqueros iranios, se vieron forzados a retirarse.
Al haber cedido el ejército principal, los otros dos tuvieron que retirarse.
La marcha de regreso, en pleno invierno, a través de Armenia, fue fatal para el ejército septentrional; también el meridional sufrió duramente por la aspereza del clima.
Finalmente, los restos del ejército romano se reunieron con Antioquía.
El descontento hacia el inepto emperador y su madre invadió a todo el ejército; sólo con generosos regalos se logró calmarlo provisionalmente.
Por suerte para los romanos, los persas no aprovecharon sus éxitos e interrumpieron las operaciones militares.
La corte se había entregado a las diversiones en Antioquía, cuando llegaron del norte nuevas noticias alarmantes.
En el Danubio los bárbaros habían roto la línea fortificada y sus correrías llegaron hasta las fronteras de Italia.
De regreso de Oriente, las tropas romanas restablecieron la situación y consolidaron la línea defensiva danubiana.
En el 233 d. de C. el emperador regresó a Roma, donde celebró el triunfo… ¡por sus “victorias”sobre los persas!
En el siglo III d. de C. la situación se volvió mucho más seria.
A mediados de este siglo la presión se había hecho tan fuerte que las fronteras ya no estaban en condiciones de resistir.
Avalanchas de bárbaros penetraron en el interior del territorio del Imperio.
Cuanto más se desarrollaba la guerra civil (entre usurpadores), más aumentaba la presión de los bárbaros sobre las fronteras.
Por eso Valeriano, viejo y experto comandante y administrador, decidió descentralizar el gobierno.
Después de dejar en Occidente a Galieno con todos los derechos y poderes de Augusto, se constituyó personalmente en Oriente, en Antioquía, con el fin de organizar la defensa sobre el lugar.
De este modo se produjo una primera división del Imperio en dos partes: una occidental y una oriental.
La situación en Oriente se presentaba muy tensa.
Toda la costa suroriental del Ponto, hasta Trebisonda, estaba sometida al saqueo por parte de los piratas.
Los godos habían atacado desde el mar el Asia Menor: Calcedonia, Nicomedia, Apamea, Prusa y otras ciudades costeras habían caído en sus manos.
Solamente la creciente de los ríos había frenado posibles avances mayores.
El emperador Valeriano marchó desde Antioquía en socorro del Asia Menor. Pero la peste que afectaba al ejército romano le obligó a regresar.
Más peligrosa se presentaba la amenaza de la conquista persa.
Ya antes de la llegada de Valeriano a Oriente, la caballería persa había invadido Siria, llegando hasta Emesa.
Los habitantes de la ciudad, bajo la conducción de un sacerdote, la habían derrotado, obligándola a retirarse.
Luego el sacerdote había sido proclamado emperador con el nombre de Uranio Antonino, pero según parece el Imperio de Emesa se había disuelto ya antes de la llegada de Valeriano.
Valeriano trató de expulsar a los persas de Mesopotamia, pero frente a Emesa fue derrotado y obligado a aceptar negociaciones de paz.
Sapor (rey de los persas) pidió un encuentro personal con el emperador y en esa ocasión Valeriano fue capturado por los persas (260 d. de C.).
La leyenda dice que el soberano de Roma, en calidad de esclavo del rey persa, debía prestar su espalda cada vez que aquél subía a caballo…
La suerte posterior de Valeriano no es conocida: parece que murió pronto en la prisión.
Después de este golpe terrible inferido al prestigio romano, los persas conquistaron la rica Antioquía, capital de Siria.
Se dice que la caballería enemiga se acercó a la ciudad con tal rapidez que la mayor parte de la población fue sorprendida en el circo, donde innumerables ciudadanos fueron alcanzados por las flechas persas.
Después de Antioquía, llegó el turno de Cesarea.
Esta ciudad, ubicada en la región oriental del Asia Menor, cayó en manos de los persas gracias a la traición.
¿Quién sabe hasta dónde habría llegado la caballería persa si no hubiese acudido el romano Calixto, que logró derrotar al enemigo y arrojarlo de nuevo a Siria? Luego, mientras los persas, cargados de botín, cruzaban el Eufrates, fueron atacados por el gobernador de Palmira, Publio Septimio Odenato y sus filas fueron totalmente desbaratadas.
Desde entonces, Siria no tuvo que sufrir más, durante un largo tiempo, incursiones de los persas.
Mientras tanto, Galieno trataba de defender la frontera del Rin de las agresiones de las tribus germánicas, de los francos y de los alamanes.
Las ciudades fueron rodeadas de líneas fortificadas; se hicieron venir dos legiones de Britania; una parte del territorio del Rin superior fue evacuada con el fin de estrechar la línea defensiva.
Con estas medidas y con algunos tratados que se concertaron con jefes bárbaros, se logró mantener provisionalmente la frontera del Rin.
Pero los alamanes y las otras tribus irrumpieron en Italia a través de los Alpes.
Un espantoso peligro amenazaba a la propia Roma; en Italia no había tropas.
El Senado se vio obligado a recurrir a una medida extrema: la distribución de armas a la población urbana. Se logró así poner en pie un ejército bastante grande. Pero los alamanes, cargados de botín, estaban ya volviendo atrás.
En el valle del Po fueron afrontados y derrotados por Galieno, que acudía desde el Rin (256 d. de C.).
Secesión de Galia:
Se inició así un movimiento que al principio tuvo un carácter militar local, pero que pronto se transformó en una rebelión de Galia, España y Britania contra Roma.
El centro del mismo fue Galia, que se convirtió, con Póstumo a la cabeza, en un Estado independiente que duró diez años, rechazando con éxito todos los ataques de Roma.
Poderío de Palmira. Odenato.
El reconocimiento formal del poder del emperador romano por parte de Odenato, garantizando al Imperio contra las agresiones de Oriente, daba mano a Occidente. De hecho Galieno nada podía hacer, y se vio forzado a reconocer a Odenato “jefe de Oriente”.
La fuente principal del bienestar de la ciudad eran los intercambios entre el mar Mediterráneo y la Mesopotamia.
Odenato había combatido con éxito contra el invicto Sapor.
En el año 262 d. de C. Odenato marchó de nuevo contra los persas.
Sus tropas ocuparon la Mesopotamia y derrotaron a Sapor frente a Ctesifonte.
El harem del “rey de los reyes” y su tesoro quedaron en manos de los vencedores.
Luego, bajo el poder de Odenato fueron reunidas Siria, Mesopotamia, la parte meridional de Asia Menor, Fenicia y Arabia septentrional.
Así fue que a Occidente y a Oriente del Imperio se formaron fuertes Estados independientes…
Mientras tanto, Oriente gozaba, después de la victoria de Odenato sobre Sapor, de una relativa calma.
Sin embargo, alrededor del 266 d. de C. el soberano de Palmira (Odenato) murió a manos de uno de sus parientes.
Es muy probable que en esa conjuración de palacio estuviera presente la mano de Roma.
Los asesinos fueron capturados y ajusticiados y se puso al frente del Estado a la mujer de Odenato, Zenobia, en calidad de regente por su hijo Vabalato.
Bajo su gobierno, Palmira se volvió aún más floreciente que con Odenato.
Durante algunos años, todas las tentativas de Roma por liquidar la independencia de Palmira resultaron vanas.
Sólo el segundo sucesor de Galieno, Aurelianoi, logró someter al Estado oriental.
La “tetrarquía” (división del poder) de Diocleciano en un primer momento dio resultados positivos desde el punto de vista de los objetivos que se había prefijado.
Diocleciano sofocó en Egipto la rebelión de Aquileo (296 d. de C.).
Luego se inició la guerra contra los persas, que habían ocupado Armenia y Mesopotamia.
En un principio Galerio fue derrotado, pero luego, con la ayuda de Diocleciano, logró la victoria en Armenia.
Según la paz concertada con los persas, al Imperio se incorporó una parte considerable de Mesopotamia (297 d. de C.).
Ya antes, Galerio, en guerra contra los yacigios y los carpios, había consolidado la frontera danubiana.
Maximiano luchó con éxito contra las tribus mauritanas de África (296 d. de C.)
Constancio derrotó al sucesor de Carausio, expulsándole de los puertos galos, y conquistó Britania (296 d. de C.).
De este modo, a finales del siglo III d. de C. se lograron eliminar, en casi todo el territorio del Imperio, los movimientos revolucionarios –separatistas.
Contemporáneamente, las fronteras fueron consolidadas y el territorio del Imperio ampliado.
Juliano “el apóstata” reinó en total dos años y medio.
En el 363 d. de C., después de una cuidadosa preparación, reanudó la guerra contra los persas, iniciada por Constancio.
En un primer momento las operaciones militares se desarrollaron con éxito para las armas romanas, que fueron llevadas hasta la propia Ctesifonte, pero luego los persas pasaron a la contraofensiva y el ejército romano se vio obligado a retirarse.
El 26 de junio del 363 d. de C., el propio Juliano fue herido de muerte en un encuentro.
El ejército eligió como sucesor suyo al general Joviano.
La situación del ejército romano, presionado por todas partes por los persas, era tan grave, que Joviano sólo pudo salvarse concediéndoles a éstos casi todas las conquistas hechas por Diocleciano en la Mesopotamia.
A mediados del siglo IV d. de C., el Imperio Oriental (o Bizancio) había hecho un grandioso esfuerzo para restaurar el antiguo poderío romano.
El emperador Justiniano había iniciado grandes guerras contra Occidente. Sus generales Belisario y Narsettes habían logrado retomar a los vándalos el África septentrional, arrancar a los godos Italia y la región sur-oriental de España.
Bizancio pretendió también ser la depositaria de la civilización del mundo antiguo.
Con Justiniano se llevó a cabo un gran trabajo que tuvo como resultado el famoso Corpus Iuris Civilis.
El grandioso templo de Santa Sofía en Constantinopla debía ser el testimonio del poderío del Imperio y de la devoción del emperador.
Sin embargo, estos éxitos logrados al precio de una colosal dispersión de dinero y de fuerzas, son discutibles.
Con los persas hubo que acordar el pago de una contribución anual; en las fronteras septentrionales se había contenido a duras penas la presión de los esclavos, que habían penetrado en masa en la península balcánica; en la propia Constantinopla estalló, en el año 532 d. de C., una terrible revuelta popular que duró seis días y casi le cuesta el trono al propio Justiniano. Los revoltosos fueron finalmente reducidos en el hipódromo, donde las tropas del gobierno masacraron a 40.000 personas.
Ya a finales del gobierno de Justiniano aparecieron los síntomas de la crisis, determinada por la tensión sobrehumana de todas las fuerzas del Imperio, y con sus sucesores llegó la catástrofe: el total agotamiento del tesoro, el hambre, las rebeliones y la pérdida de casi todas las conquistas de Justiniano.
Además, a comienzos del siglo VII d. de C. los persas desencadenaron la ofensiva general sobre las fronteras orientales, y en poco tiempo el Imperio perdió a Egipto, Siria y Palestina, mientras brigadas de la vanguardia enemiga llegaban hasta el Bósforo.
Al mismo tiempo, los esclavos y los avares ponían sitio a Constantinopla.
También es cierto que el emperador Heraclio (610 -641 d. de C.) logró derrotar a los persas y retomar las provincias orientales perdidas, pero es igualmente cierto que no las mantuvo mucho tiempo.
En el mismo período en que Heraclio combatía con éxito a los persas, las tribus árabes se unían bajo el signo de una nueva religión, el Islam.
Alrededor del 630 d. de C. empezaron los primeros ataques de los árabes contra Palestina y Siria, y hacia el 650 d. de C. Palestina, Siria, Mesopotamia, parte de Asia Menor, Egipto y parte del África septentrional se encontraban ya bajo el dominio árabe.
En las décadas sucesivas los árabes construyeron la flota, ocuparon las islas de Chipre y Rodas y a través del mar Egeo llegaron hasta Constantinopla, a la que pusieron sitio.
Bizancio pudo, en ese momento, rechazar el ataque a la capital, pero había perdido definitivamente todas sus posesiones de más allá del Bósforo.
La rapidez de la conquista árabe se debe a las mismas causas que hicieron fáciles las invasiones de los bárbaros: la población indígena oprimida no sólo no ofrecía ninguna resistencia, sino que recibía a los árabes con alegría, considerándolos libertadores.
De este modo, hacia el siglo VIII d. de C. el Imperio Oriental estaba limitado a la península balcánica, a parte de Asia Menor y de las islas del mar Egeo.]
(S.L. Kovaliov. Historia de Roma. Tomos I y II. Akal Editor. Madrid 1973)
Segovia, 28 de junio del 2025
Juan Barquilla Cadenas.