CATULO: POEMA 61. EPITALAMIO

CATULO: POEMA 61 : UN EPITALAMIO

Catulo (84 a. de C. – 54 a. de C.) fue uno de los más importantes poetas líricos romanos, llamados por Cicerón “poetas neotéricos” (vanguardistas).

El “epitalamio” es un género bien conocido de la época helenística, aunque nos haya quedado de esa época sólo un ejemplo, el “Idilio 18” de Teócrito.

En el poema 61 de Catulo se dan todos los “topoi” propios del epitalamio: alabanza del dios Himeneo con el típico grito “io” y “o”; alabanzas de la belleza de la novia y de las virtudes del novio, etc.

Sin embargo, Catulo mezcla los lugares comunes del epitalamio griego con notas propias del realismo romano: el ritual es el típico de una boda romana, la “fescennina iocatio” (bromas procaces, alusivas a la noche de bodas, que los invitados dirigían a los novios o recién casados) y el lanzamiento de las nueces, el ceremonial de la supuesta “deductio” o rapto de la novia, las matronas “univiras” (casadas sólo una vez) acompañando a la novia, la invocación del dios Talasio romano, etc..

A lo largo del canto de bodas hay pormenores bellísimos, imágines visualizadas llenas de color y fuerza, algunos de los mejores hallazgos del poeta.

Así, se invita a la novia a que tome posesión de la casa de su prometido y se evoca la vejez futura en un portentoso retrato del temblor senil que da la impresión de que a todo se asiente.

Especialmente  bella es la comparación del rostro de la novia con las flores silvestres.

En el epitalamio propiamente dicho se desea la descendencia mediante un retrato de familia gracioso y encantador: un niño en el regazo de su madre tiende sus brazos y sonríe a su padre; cuadro que llamó la atención de Virgilio, quien lo trasladó a un momento de máximo patetismo, el monólogo que precede al suicidio de Dido (Eneida IV, 328 -9 y Églogas IV, 60 -63).

Este epitalamio, poema 61, es un canto de bodas en honor de Manlio Torcuato y de Junia Aurunculeya.

“Oh, habitante del monte Helicón (1), hijo de Urania (musa), tú que robas a la tierna doncella para su esposo, oh, Himeneo Himen,  oh, Himen Himeneo (2); ciñe tus sienes con flores de mejorana de suave olor; toma alegre el velo color de llama; aquí ven, aquí, con sandalia azafranada en tu pie de nieve; y, excitado por este día jubiloso, entonando los himnos nupciales con voz bien timbrada, golpea la tierra con tus pies, agita con tu mano la tea de pino, pues Junia, tal como Venus, la que habita en el Idalio (monte de Chipre), llegó ante el juez frigio (3), se casa con Manlio; una buena doncella con buenos auspicios, brillante como el mirto de Asia de ramas en flor, que las diosas Hamadríades (4), un placer para ellas, alimentan de húmedo rocío.

Ea, pues, dirígete aquí, deja las grutas aonias (las de Beocia) de la rocosa Tespias, sobre las que la ninfa Aganipe derrama sus frescas aguas.

Y llama a su casa a la dueña, apasionada por su nuevo  esposo, ciñendo de amor su mente, como la hiedra obstinada se abraza al árbol por un lado y por otro. Así mismo vosotras, Vírgenes sin tacha, para quienes llega un día semejante, ea,  cantad a coro: ¡Oh, Himeneo Himen! ¡Oh, Himen Himeneo! , para que de buen grado, al oír que se le llama a su deber, se dirija aquí el que guía una Venus buena y ciñe un buen amor.

¿Qué dios debe ser invocado más por los amantes que son amados? ¿A cuál de los habitantes del cielo honrarán más los hombres, oh,  Himeneo Himen, oh, Himen Himeneo?

Te invoca para los suyos el padre tembloroso; para ti las vírgenes desciñen del cinturón sus vestidos; te aguarda inquieto con oído atento el recién casado.

Tú mismo entregas una muchachita en flor en las manos de un joven fogoso desde el regazo de su madre, oh, Himeneo Himen, oh, Himen Himeneo. Ningún placer que la buena fama apruebe puede lograr sin ti Venus, pero puede, queriéndolo tú. ¿Quién se atrevería a compararse con este dios?

Sin ti ningún hogar puede dar hijos, ni un padre puede apoyarse en su descendencia, pero puede, queriéndolo tú. ¿Quién se atrevería a compararse con este dios?

La tierra que careciera de tu culto no podría dar defensores a sus territorios; pero podría queriéndolo tú. ¿Quién se atrevería a compararse con este dios? “

Notas:

(1)    El monte Helicón era morada de las Musas en Beocia (Grecia).

(2)    Himeneo es el dios del matrimonio invocado en las bodas. Unos autores lo suponen  hijo de Baco y Venus; otros de Apolo y de la musa Urania.

(3)    Este es el famoso “juicio de Paris”, que otorgó a Venus el premio de la hermosura. Catulo compara aquí la belleza de la novia con la de Venus.

(4)    Hamadríades son las ninfas de los bosques.

“Abrid los cerrojos de la puerta. Aquí está la novia. ¿No ves cómo las antorchas agitan sus ardientes cabelleras? *** aunque la retrase el pudor de una buena crianza. Con todo, atendiéndolo más, llora, porque es preciso partir.

Deja de llorar. Para ti, Aurunculeya, no hay peligro de que una mujer más hermosa haya visto la clara luz del día nacer del Océano.

Así, en el multicolor jardín de un rico propietario suele surgir la flor del Jacinto.

Pero te retrasas, el día se va. < Sal, nueva esposa>

Sal, nueva esposa, si ya te parece bien, y atiende a mis palabras. ¿Ves? Las antorchas agitan su cabellera de oro. Sal, nueva esposa.

Jamás tu esposo, entregado inconstante a deshonrosos adulterios, en busca de placeres vergonzosos, querrá acostarse lejos de tus tiernas tetillas, sino que, como la flexible vid se agarra a los árboles plantados en torno, se agarrará a tus brazos. Pero se va el día. Sal, nueva esposa.

Oh, lecho nupcial, que a todos *** con el blanco pie de la cama, ¡qué gozos llegan para tu dueño! ¡Qué grandes! ¡Los puede disfrutar en noche sin sueño y al mediodía! Pero el día se va. Sal, nueva esposa.

Alzad <oh> jóvenes, las antorchas. Veo llegar el velo color de llama. Id, cantad juntos al compás: ¡Io, Himen Himeneo, ¡o! ¡Io, Himen Himeneo!

Que no calle por más tiempo la procaz burla fescennina (1) y no niegue nueces a los niños el concubino, al oir que ha perdido el amor de su amo. ¡Tira nueces a los niños concubino perezoso! Bastante tiempo jugaste con nueces. Parece bien que ahora seas esclavo de Talasio (2). Concubino, tira nueces.

Te asqueaban las campesinas, concubino, ayer y hoy.

Ahora el barbero va afeitar tu rostro. Ah, desdichado concubino, desdichado, tira nueces.”

Notas:

(1)    Los versos “fesceninos” se cantaban en las bodas. Su nombre procede probablemente de Fescennia, aldea etrusca.

El tirar nueces simboliza el abandono de la niñez. Jugar con nueces es un juego infantil. Era también una señal de buen agüero. En la Roma de entonces los romanos tenían a su servicio jóvenes esclavitos, los “concubinos”. Esto se incluye dentro de la burla fescenina.

(2)    Talasio es el nombre del dios latino del matrimonio. Se le citaba en el momento de la “deductio”, simulación del rapto de la novia.

“Se dice que renuncias a tus depilados esclavitos de mala gana, marido perfumado, pero renuncia. Io, Himen Himeneo, io; <io, Himen Himeneo>.

Sabemos que sólo has conocido estos placeres que son lícitos; pero esos mismos placeres de antes no son lícitos para un marido. Io, Himen Himeneo, io; io, Himen Himeneo.

Tú tampoco, novia, lo que tu marido solicite, no se lo vayas a negar, no sea que lo pida en otro sitio. Io, Himen Himeneo, io, io, Himen Himeneo. Aquí tienes la casa de tu marido –qué poderosa y afortunada -; deja que ella obedezca tus órdenes (io, Himen Himeneo, io, io Himen Himeneo) hasta que la canosa vejez, haciendo mover las temblorosas sienes, diga que sí a todo y a todos. Io, Himen Himeneo, io, io Himen Himeneo. Haz pasar el umbral con buen presagio a tus pies calzados de oro y franquea la bruñida puerta. Io, Himen Himeneo, io, io, Himen Himeneo.

Mira dentro cómo tu marido, recostado en el diván tirio, se inclina por entero hacia ti. Io, Himen Himeneo, io, io, Himen Himeneo.

A él no menos que a ti le quema en el fondo de su pecho una llama, pero más profundamente. Io, Himen Himeneo, io, io, Himen Himeneo.

Suelta el torneado bracito de la niña, joven de pretexta; que se acerque ya al lecho del marido. Io, Himen Himeneo, io, io, Himen Himeneo.

Vosotras, buenas mujeres, que habéis vivido honestamente con vuestros ancianos maridos, conducid a la jovencita. Io, Himen Himeneo, io, io, Himen Himeneo.

Ya puedes venir, esposo: tu mujer te aguarda en el lecho radiante con su rostro en flor, como la blanca margarita o la roja amapola.

Pero, esposo, válganme los habitantes del cielo, tú no eres menos guapo, ni Venus se ha olvidado de ti. Pero se va el día. Date prisa, no te retrases.

No te has retrasado mucho. Ya llegas. Válgate una Venus propicia, pues lo que deseas lo deseas a las claras y no ocultas tu buen amor.

Lleve antes la cuenta del polvo de África y de las brillantes estrellas, el que quiera contar los muchos miles de vuestros juegos. Holgaos como os plazca y pronto dadnos hijos. No conviene que un apellido tan antiguo quede sin descendientes, sino que siempre  se vaya procreando del mismo tronco. Quiero que un Torcuato pequeñito, tendiendo desde el regazo de su madre sus tiernas manos, ría con dulzura a su padre con la boquita entreabierta.  Sea parecido a su padre Manlio y reconózcanlo con facilidad todos los que no lo sabían y muestre en su rostro el pudor de su madre.

Tal renombre procedente de una madre honrada denote su linaje, como la fama sin igual de su excelente madre permanece para Telémaco, hijo de Penélope.

Cerrad las puertas, vírgenes. Basta de fiestas. En cambio, vosotros, honestos esposos, vivid felices y en vuestra tarea ejercitad vuestra fuerte juventud.”

(Catulo. Poemas. Introducción. Traducción  y Notas: Arturo Soler Ruíz. Edit. Planeta DeAgostini).

 

 

          Segovia, 23 de septiembre del 2023 

 

                       Juan Barquilla Cadenas.